Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (39 page)

Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online

Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

—Ya sabes que nunca he estudiado Runas Antiguas, Hermione.

—Sí, lo sé, pero esto no es una runa, y tampoco aparece en el silabario. Siempre he creído que era el dibujo de un ojo, pero creo que no lo es. Está dibujado con tinta; no obstante, fíjate bien y verás que no forma parte del libro; alguien lo añadió. Piensa, ¿lo habías visto alguna vez?

—No, no lo… ¡Espera un momento! —Se acercó un poco más al libro—. ¿No es el símbolo que el padre de Luna llevaba colgado del cuello?

—¡Eso mismo he pensado yo!

—Entonces es la marca de Grindelwald.

—¿Quéeee? —Se quedó mirándolo con la boca abierta.

—Krum me explicó…

Y le relató la historia que le había contado Viktor Krum el día de la boda. Hermione estaba pasmada.

—Conque la marca de Grindelwald, ¿eh?

Observó de nuevo el extraño símbolo y luego, mirando al chico, añadió:

—Nunca he oído decir que Grindelwald tuviera una marca. Eso no se menciona en ningún libro sobre él que yo haya leído.

—Bueno, como te he dicho, Krum me contó que ese símbolo estaba grabado en una pared de Durmstrang, y que Grindelwald lo puso allí.

Ceñuda, Hermione volvió a recostarse en la vieja butaca.

—Esto es muy raro. Si es un símbolo de magia oscura, ¿qué hace en un libro de cuentos infantiles?

—Sí, es muy extraño —admitió Harry—. Y se supone que Scrimgeour debería haberlo reconocido. Como ministro, tendría que haber sido un experto en temas relacionados con la magia oscura.

—Sí, claro. Quizá creyó que sólo se trataba de un ojo, como me ha pasado a mí. En todos los otros cuentos hay dibujitos encima del título.

Hermione no dijo nada más, pero siguió examinando aquel extraño símbolo. Harry volvió a intentarlo.

—Mira, yo…

—¿Hum?

—He estado pensando y quiero… quiero ir a Godric's Hollow.

Ella levantó la cabeza, pero tenía la mirada extraviada, todavía dándole vueltas al asunto de aquella misteriosa marca.

—Ya —dijo—. Sí, yo también lo he estado pensando. Creo que tendremos que ir allí.

—¿Seguro que me has oído bien? —se extrañó Harry.

—Claro que sí. Has dicho que quieres ir a Godric's Hollow. Estoy de acuerdo contigo; creo que deberíamos ir. Mira, tampoco se me ocurre ningún otro sitio donde pueda estar. Será peligroso, pero cuanto más lo pienso, más probable me parece que esté allí.

—Oye… ¿a qué te refieres exactamente?

Ante semejante pregunta, Hermione expresó la misma perplejidad que él sentía.

—¡A la espada, Harry! Dumbledore debía de imaginar que querrías volver allí. Al fin y al cabo, Godric's Hollow es el pueblo natal de Godric Gryffindor, así que…

—¿En serio? ¿Gryffindor era de Godric's Hollow?

—Dime, ¿alguna vez has abierto siquiera
Historia de la magia
?

—Pues… —sonrió Harry, y tuvo la impresión de que hacía meses que no lo hacía, porque notó una extraña rigidez en los músculos de la cara—. Bueno, creo que lo abrí alguna vez cuando lo compré.

—Dado que el pueblo lleva su nombre, imaginé que lo habrías relacionado. —Hacía mucho tiempo que Hermione no hablaba como solía hacerlo; a Harry no le habría sorprendido que, de pronto, hubiera anunciado que se iba a la biblioteca—. Espera, en
Historia de la magia
se habla un poco del pueblo…

Abrió el bolsito de cuentas y sacó aquel viejo libro de texto,
Historia de la magia
, de Bathilda Bagshot. Luego lo hojeó hasta la página que buscaba y leyó:

—«Tras la firma del Estatuto Internacional del Secreto en mil seiscientos ochenta y nueve, los magos se escondieron para siempre. Seguramente era natural que formaran pequeños grupos dentro de una comunidad mayor. Muchos pueblos y aldeas atrajeron a varias familias de magos que hicieron causa común para ayudarse y protegerse mutuamente. Las localidades de Tinworth, en Cornualles; Upper Flagley, en Yorkshire, y Ottery St. Catchpole, en la costa sur de Inglaterra, fueron destacadas residencias de grupos de familias de magos que vivían junto a
muggles
—por lo general, tolerantes— a los que, a veces, habían hecho el encantamiento
confundus
. La más famosa de esas moradas semimágicas quizá sea Godric's Hollow, el pueblo del West Country donde nació el gran mago Godric Gryffindor y donde Bowman Wright, el herrero mágico, forjó la primera
snitch
dorada. El cementerio está lleno de nombres de antiquísimas familias de magos, y eso explica que proliferen las historias de apariciones que durante siglos se han relacionado con esa pequeña iglesia.»

»No os menciona ni a ti ni a tus padres —observó cerrando el libro—, porque la profesora Bagshot no abarca en sus estudios nada posterior al final del siglo diecinueve. Pero ¿lo ves?: Godric's Hollow, Godric Gryffindor, la espada de Gryffindor… ¿No crees que Dumbledore debía de suponer que lo relacionarías?

—Sí, claro, claro.

Harry no quiso admitir que no pensaba en la espada cuando había sugerido ir a Godric's Hollow. Para él, el atractivo del pueblo residía en las tumbas de sus padres, en la casa donde había estado a punto de morir y en la persona de Bathilda Bagshot.

—¿Recuerdas lo que dijo Muriel?

—¿Quién?

—Ya sabes… —vaciló el muchacho, porque no quería pronunciar el nombre de Ron— la tía abuela de Ginny; en la boda. La que te dijo que tenías los tobillos demasiado delgados.

—¡Ah, ya!

Fue un momento difícil, porque Harry vio que Hermione se acordaba de Ron, así que se apresuró a añadir:

—Dijo que Bathilda Bagshot todavía vive en Godric's Hollow.

—Bathilda Bagshot —repitió Hermione pasando el dedo índice por aquel nombre grabado en la cubierta del libro—. Bueno, supongo que…

De pronto soltó un grito ahogado, pero tan exagerado que Harry dio un respingo y sacó la varita mágica. Echó un rápido vistazo esperando ver asomar una mano por la entrada de la tienda, pero no fue así.

—¿Qué pasa? —preguntó, entre enfadado y aliviado—. ¿Por qué has hecho eso? Creía que habías visto a un
mortífago
colándose en la tienda, como mínimo.

—¿Y si Bathilda tiene la espada, Harry? ¿Y si Dumbledore se la encomendó a ella?

Harry evaluó esa posibilidad. No obstante, Bathilda debía de ser muy anciana, y según Muriel chocheaba. ¿Qué probabilidades había de que Dumbledore le hubiera entregado la espada para que la guardara? Y si así lo había hecho, Harry creía que el anciano profesor había dejado algo muy importante al azar, pues nunca reveló que hubiera sustituido la espada por una imitación, ni mencionó siquiera que tuviera amistad con Bathilda. Sin embargo, ése no era momento para poner en duda la teoría de Hermione, ya que, sorprendentemente, ahora estaba dispuesta a aceptar el más ansiado deseo de Harry.

—¡Sí, podría ser! Bueno, ¿vamos a Godric's Hollow, pues?

—Sí, pero tenemos que planearlo muy bien, Harry. —Se había incorporado, y el chico comprendió que la perspectiva de tener un plan la había animado tanto como a él—. Para empezar, debemos entrenar para desaparecernos juntos bajo la capa invisible; y también sería prudente practicar los encantamientos desilusionadores, a menos que prefieras, ya que estamos, utilizar la poción
multijugos
. En ese caso necesitamos pelo de alguien. Yo creo que ésta es la mejor opción: cuanto más disfrazados vayamos, mejor…

Harry la dejó hablar y se limitó a asentir a todo cada vez que ella hacía una pausa, pero no prestaba mucha atención a su monólogo. Por primera vez desde que descubrieran que la espada que había en Gringotts era una falsificación, estaba emocionado.

Iba a volver a su casa, al lugar donde había vivido con su familia. Era en Godric's Hollow donde, de no ser por Voldemort, habría crecido, pasado las vacaciones escolares e invitado a sus amigos; quizá hasta habría tenido hermanos y su propia madre le habría preparado el pastel de cumpleaños para celebrar su mayoría de edad. La vida perdida casi nunca le había parecido tan real como en ese momento, cuando se disponía a visitar el lugar donde se la habían robado. Esa noche, después de que Hermione se acostara, Harry sacó con cuidado su mochila del bolsito de cuentas y extrajo el álbum de fotografías que Hagrid le había regalado mucho tiempo atrás. Por primera vez en varios meses, examinó las viejas fotografías de sus padres, que sonreían y lo saludaban con la mano. Esas fotografías era lo único que le quedaba de ellos.

Harry habría partido de buen grado hacia Godric's Hollow al día siguiente, pero Hermione pensaba de otra manera. Como estaba convencida de que Voldemort imaginaba que el chico regresaría al escenario de la muerte de sus padres, no quería emprender el viaje hasta haberse asegurado de que sus disfraces eran infalibles. Por ese motivo, sólo una semana más tarde accedió a ponerse en marcha, después de haberles arrancado furtivamente varios pelos a unos inocentes
muggles
que hacían sus compras de Navidad, y haber practicado la Aparición y la Desaparición Conjunta bajo la capa invisible.

Tenían que aparecerse en el pueblo al amparo de la oscuridad, así que a última hora de la tarde tomaron por fin la poción
multijugos
; Harry se transformó en un
muggle
de mediana edad, de calva incipiente, y Hermione en su menuda esposa, una mujer con aspecto de poquita cosa. Ella metió el bolsito de cuentas que contenía todas sus posesiones (excepto el
Horrocrux
, que Harry llevaba colgado del cuello) en un bolsillo interior del abrigo, y el muchacho se echó por encima la capa invisible, cubriendo también a su amiga, y unos momentos más tarde volvieron a sumergirse en aquella asfixiante oscuridad.

Harry todavía notaba los latidos de su corazón en la garganta cuando abrió los ojos. Ambos estaban de pie, cogidos de la mano, en un camino nevado bajo un cielo azul oscuro donde las primeras estrellas de la noche titilaban. A ambos lados de la estrecha carretera había casitas con adornos navideños en las ventanas, y un poco más allá el resplandor dorado de las farolas señalaba el centro del pueblo.

—¡Cuánta nieve! —susurró Hermione bajo la capa—. ¿Cómo no lo tuvimos en cuenta? ¡Con todas las precauciones que hemos tomado, ahora vamos a dejar huellas! Tendremos que borrarlas. Ve tú delante, ya me encargo yo.

Harry no quería entrar en el pueblo como un caballo de pantomima: los dos ocultos bajo la capa mientras borraban mediante magia las huellas que iban dejando.

—Quitémonos la capa —propuso, y al ver que Hermione se asustaba, añadió—: Va, no seas tonta. No tenemos nuestro físico y por aquí no hay nadie.

El muchacho se guardó la capa debajo de la chaqueta y, ya sin trabas, se pusieron en camino; la cara les escocía a causa del frío. Pasaron por delante de otras casitas; en cualquiera de ellas podrían haber vivido James y Lily, o aún residir Bathilda. Harry observaba con curiosidad las puertas, los tejados cubiertos de nieve y los porches, preguntándose si los recordaría, aunque en el fondo sabía que era imposible, porque cuando se marchó para siempre de ese pueblo tenía poco más de un año. Ni siquiera estaba seguro de descubrir la casa de sus padres, porque no sabía qué sucedía cuando morían los sujetos de un encantamiento
Fidelio
. Luego, el camino por el que iban describió una curva hacia la izquierda y llegaron a la pequeña plaza del pueblo.

En medio de la plaza, rodeado de luces de colores ensartadas y parcialmente tapado por un árbol de Navidad sacudido por el viento, se erigía un monumento a los caídos en la guerra. Había varias tiendas, una oficina de correos, un pub y una pequeña iglesia, cuyas vidrieras de colores relucían al otro lado de la plaza.

En las zonas transitadas durante el día, la nieve se había compactado; estaba dura y resbaladiza. Hermione y Harry veían a los habitantes del pueblo, que iban y venían iluminados fugazmente por las farolas; oyeron risas y música pop al abrirse y cerrarse la puerta del pub y, poco después, el cántico de un villancico en la iglesia.

—¡Me parece que es Navidad, Harry!

—¿Ah, sí? —Él ya no sabía qué día era; llevaban semanas sin ver un periódico.

—Sí, estoy segura —dijo Hermione mirando la iglesia—. Tus padres deben… deben de estar ahí, ¿no? Mira, detrás de la iglesia está el cementerio.

Harry notó un estremecimiento que superaba la emoción, algo parecido al miedo. Ahora que estaba tan cerca de su objetivo, se preguntó si de verdad quería verlo. Quizá Hermione advirtió cómo se sentía, porque lo cogió de la mano y, por primera vez, tomó la iniciativa y tiró de él para que siguiera andando. Sin embargo, cuando se encontraban hacia la mitad de la plaza, se detuvo en seco.

—¡Mira, Harry!

Señalaba el monumento a los caídos, que, al pasar ellos por su lado, se había transformado. En lugar de un obelisco cubierto de nombres había una composición escultórica: un hombre de pelo revuelto y con gafas, una mujer con melena y una cara hermosa y amable, y un bebé sentado en los brazos de su madre. Los tres tenían nieve en la cabeza, como si llevaran unos esponjosos gorros blancos.

Harry se acercó más al monumento y comprobó que las figuras eran sus padres y él mismo. Nunca había imaginado que hubiera una estatua… Qué raro le resultó verse representado en piedra como un bebé feliz sin la cicatriz en la frente.

—Vamos —dijo cuando se hartó de mirar, y siguieron hacia la iglesia. Al cruzar la calle, el muchacho giró la cabeza y vio que la estatua había vuelto a convertirse en el habitual monumento a los caídos en la guerra.

A medida que se aproximaban a la iglesia, los cantos se oían más potentes. A Harry se le hizo un nudo en la garganta, porque aquella canción le recordó mucho a Hogwarts, a Peeves entonando a voz en grito versiones groseras de villancicos desde el interior de una armadura, a los doce árboles de Navidad del Gran Comedor, a Dumbledore con el gorrito que le había salido de una de esas sorpresas que estallan al abrirlas, a Ron con un jersey tejido a mano…

En la entrada del cementerio había una cancela. Hermione la abrió con todo el cuidado que pudo y ambos se colaron dentro. A cada lado del resbaladizo sendero que conducía hasta las puertas de la iglesia se acumulaba una gruesa capa de nieve intacta. Se apartaron de él y avanzaron por la nieve abriendo un profundo surco detrás de ellos; rodearon el edificio manteniéndose en las zonas en penumbra y evitando las ventanas iluminadas.

Detrás de la iglesia había hileras y más hileras de lápidas nevadas que sobresalían de un manto azul claro, salpicado de brillantes motas de color rojo, dorado y verde producidas por los reflejos de las vidrieras. Empuñando la varita que llevaba en un bolsillo de la chaqueta, Harry se dirigió hacia la tumba más cercana.

Other books

The Relic Murders by Paul Doherty
Perfect Hatred by Leighton Gage
Second Thoughts by Jade Winters
Love Beyond Expectations by Rebecca Royce
Salvation by Harriet Steel
Zip Gun Boogie by Mark Timlin