Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (40 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

—¡Mira esto! ¡Es la tumba de un Abbott! ¡Podría tratarse de un pariente lejano de Hannah!

—Baja la voz —dijo Hermione.

Se adentraron en el cementerio y continuaron dejando un oscuro rastro en la nieve; iban agachándose para leer las inscripciones de las viejas lápidas, y de vez en cuando escudriñaban la oscuridad circundante para asegurarse de que estaban solos.

—¡Aquí, Harry!

Hermione se hallaba dos hileras de lápidas más allá, y Harry tuvo que retroceder con el corazón martilleándole en el pecho.

—¿Es la…?

—¡No, pero mira!

La chica señaló la oscura piedra. Harry se agachó y vio, grabada en el frío granito salpicado de liquen, la inscripción «Kendra Dumbledore» y un poco más abajo de las fechas del nacimiento y la muerte, otra que ponía: «Y su hija Ariana.» Además había la siguiente cita:

Donde esté tu tesoro estará también tu corazón.

Eso demostraba que al menos algunos de los datos que manejaban Rita Skeeter y Muriel eran ciertos. La familia Dumbledore había vivido en Godric's Hollow y algunos de sus miembros también habían muerto allí.

Ver la tumba era peor que oír hablar de ella. Al contemplarla, Harry no pudo evitar decirse que tanto Dumbledore como él tenían profundas raíces en ese cementerio, y que el anciano profesor debería habérselo contado; sin embargo, nunca había compartido con él esa relación. Si lo hubiera hecho, habrían podido visitar juntos las tumbas; por un instante, Harry imaginó que había ido allí con Dumbledore y pensó en lo mucho que eso los habría unido y cuánto habría significado para él. Pero, al parecer, para el director de Hogwarts el hecho de que sus familias yacieran en el mismo cementerio no era más que una coincidencia sin importancia, quizá irrelevante para la tarea que pensaba encargarle a su pupilo.

Hermione observaba a Harry, y éste se alegró de que la oscuridad le ocultara el rostro. Volvió a leer la cita de la lápida: «Donde esté tu tesoro estará también tu corazón.» No entendía qué significaban esas palabras; seguramente las había elegido Dumbledore, quien, tras la muerte de su madre, se había convertido en el miembro de la familia de más edad.

—¿Estás seguro de que nunca mencionó…?

—No —repuso Harry con aspereza—. Sigamos buscando. —Y se alejó deseando no haber visto la lápida, porque no quería que el rencor contaminara su emocionada inquietud.

—¡Mira aquí! —volvió a exclamar Hermione poco después—. ¡Ay, no, no! ¡Perdona! Creí que decía Potter.

Estaba frotando una lápida desgastada y cubierta de musgo y la examinaba con el entrecejo fruncido.

—Ven un momento, Harry.

Al chico le fastidió que lo distrajera otra vez, pero volvió a regañadientes sobre sus pasos.

—¿Qué pasa?

—¡Mira esto!

La tumba era sumamente antigua y estaba tan erosionada que apenas se leía el nombre. Hermione le mostró el símbolo que había debajo.

—¡Es la misma marca que aparece en el libro!

Miró donde ella señalaba: la piedra estaba desgastada y costaba distinguir su grabado, aunque sí parecía haber un símbolo triangular bajo un nombre prácticamente ilegible.

—Sí… podría ser…

Hermione encendió su varita mágica y apuntó al nombre de la lápida.

—Pone Ig… Ignotus, creo…

—Yo voy a seguir buscando a mis padres, ¿vale? —dijo Harry con un deje de enfado, y se alejó dejando a su amiga acuclillada junto a la vieja tumba.

De vez en cuando, Harry reconocía un apellido que, como Abbott, remitía a algún alumno de Hogwarts. A veces había varias generaciones de la misma familia de magos, y por las fechas deducía si se había extinguido o si sus actuales miembros se habían marchado de Godric's Hollow. Siguió paseándose entre las tumbas, y cada vez que veía una lápida más reciente sentía una pequeña punzada de aprensión y expectación.

De pronto la oscuridad y el silencio se acentuaron. Harry miró alrededor preocupado, pensando en los
dementores
; pero entonces se percató de que habían dejado de oírse los villancicos, y el murmullo de voces y el trajín de los feligreses iban diluyéndose a medida que éstos volvían a la plaza. Alguien que todavía no había salido de la iglesia acababa de apagar las luces.

Entonces la voz de Hermione surgió de la oscuridad por tercera vez, clara y definida, sólo a unos metros de distancia.

—Están aquí, Harry. Ven.

Y él comprendió que esta vez sí se refería a sus padres. Se aproximó a ella sintiendo una opresión en el pecho, la misma sensación que había experimentado justo después de la muerte de Dumbledore, una pena que le aplastaba el corazón y los pulmones.

La lápida estaba a sólo dos hileras de distancia de la de Kendra y Ariana. Era de mármol blanco, igual que la tumba de Dumbledore, y eso facilitaba la lectura de la inscripción, porque casi brillaba en la oscuridad. Harry no tuvo que arrodillarse ni acercarse mucho para distinguir las palabras grabadas:

James Potter, 27 de marzo de 1960 - 31 de octubre de 1981
Lily Potter, 30 de enero de 1960 - 31 de octubre de 1981

El último enemigo que será derrotado es la muerte.

Harry leyó despacio, como si sólo tuviera una oportunidad para comprender su significado; la última frase la leyó en voz alta.

—«El último enemigo que será derrotado es la muerte…» —Y se le ocurrió una idea horrible que le produjo una especie de pánico—: ¿Eso no es un concepto propio de
mortífagos
? ¿Qué hace aquí?

—No significa derrotar la muerte en el sentido que manejan los
mortífagos
, Harry —lo tranquilizó Hermione con dulzura—. Significa… ya sabes, vivir más allá de la muerte. Es decir, la vida después de la muerte.

Pero Harry pensó que sus padres no vivían; estaban muertos. Aquellas vanas palabras no camuflaban el hecho de que sus restos mortales yacieran bajo la nieve y la piedra, indiferentes, ignorantes de lo que sucedía en el mundo. Y las lágrimas le brotaron, incapaz de impedirlo, ardientes primero y luego resbalándole heladas por las mejillas; pero ¿qué sentido tenía enjugárselas o fingir que no lloraba? Las dejó resbalar, pues, por las mejillas, y apretó los labios con la vista fija en la gruesa capa de nieve que le impedía ver el sitio donde reposaban los restos de Lily y James, reducidos a huesos o a polvo, sin saber o sin importarles que su hijo estuviera allí, ni que su corazón siguiera latiendo, ni que viviera gracias a su sacrificio, aunque en ese momento casi habría preferido estar durmiendo bajo la nieve con ellos.

Hermione lo había cogido otra vez de la mano y se la apretaba con fuerza. Harry no se atrevía a mirarla, pero le devolvió el apretón mientras respiraba hondo el frío aire nocturno, intentando serenarse y recuperar el control. Debería haberles llevado algo a sus padres, pero no se le había ocurrido; tampoco podía coger ninguna planta del cementerio porque todas estaban congeladas y sin hojas. Pero, en ese mismo instante, Hermione levantó su varita mágica, describió un círculo en el aire y ante ellos apareció una corona de eléboro. Harry la cogió y la puso sobre la tumba de sus padres.

En cuanto se puso en pie le dieron ganas de salir de allí; no soportaba ni un momento más en aquel cementerio. Abrazó a Hermione por los hombros y ella lo cogió por la cintura; así se alejaron en silencio por la nieve, pasando por delante de la tumba de la madre y la hermana de Dumbledore, y se dirigieron hacia la oscura iglesia y la cancela, que no veían desde allí.

17
El secreto de Bathilda

—¡Espera, Harry!

—¿Qué pasa?

Se encontraban a la altura de la tumba de aquel Abbott desconocido.

—Ahí hay alguien. Alguien nos está observando. Lo noto. Allí, detrás de esos arbustos.

Se quedaron quietos, abrazados, escrutando los densos y negros límites del cementerio. Pero Harry no veía nada.

—¿Estás segura?

—He visto moverse algo, juraría que he… —Se separó de él para tener libre el brazo de la varita.

—Tenemos aspecto de
muggles
—le recordó Harry.

—¡Sí, de unos
muggles
que acaban de dejar flores en la tumba de tus padres! ¡Estoy segura de que hay alguien, Harry!

Al chico le vino a la memoria el libro
Historia de la magia
; se suponía que en ese cementerio había fantasmas. ¿Y si…? Pero entonces oyó un susurro y percibió un pequeño remolino de nieve que se desplazaba en el arbusto que Hermione había señalado. Los fantasmas no movían la nieve…

—Será un gato —comentó Harry— o un pájaro. Si fuera un
mortífago
ya estaríamos muertos. Pero salgamos de aquí y volvamos a ponernos la capa.

Miraron hacia atrás varias veces mientras salían del cementerio. Harry, que no estaba tan tranquilo como le había hecho creer a Hermione para calmarla, se alegró cuando llegaron a la cancela y pisaron la resbaladiza acera; entonces se taparon con la capa invisible.

El pub estaba más lleno que antes, y en su interior un coro de voces cantaba el mismo villancico que habían oído cuando se acercaron a la iglesia. Harry estuvo a punto de proponer que se refugiaran en el local, pero antes Hermione murmuró: «Vamos por aquí», y lo arrastró por una oscura calle por la que se salía del pueblo en dirección opuesta a la que los había llevado a Godric's Hollow. Harry distinguió el punto donde terminaban las casitas y el camino se perdía de nuevo en los campos, así que anduvieron tan rápido como les fue posible, pasando por delante de varias ventanas en las que destellaban luces multicolores y a través de cuyas cortinas se adivinaba el contorno de árboles navideños.

—¿Cómo vamos a encontrar la casa de Bathilda? —preguntó Hermione, que temblaba ligeramente y no paraba de mirar hacia atrás—. ¡Harry! ¿Tú qué opinas? ¡Harry!

La chica le tiró del brazo, pero él no estaba prestándole atención, concentrado en la oscura edificación que se alzaba al final de la hilera de casas. A continuación echó a correr tirando de su amiga, que resbaló un poco en el hielo.

—Harry…

—Mira. Mírala, Hermione.

—No sé qué… ¡Oh!

El encantamiento
Fidelio
debía de haber perdido su eficacia al morir James y Lily, porque Harry la veía. El seto había crecido desmesuradamente en los dieciséis años transcurridos desde que Hagrid lo rescatara de entre los escombros esparcidos por la hierba, que ahora le llegaba por la cintura. Gran parte de la casita seguía en pie, aunque cubierta por completo de oscura hiedra y nieve, pero la zona derecha del piso superior estaba destrozada. Harry tenía la certeza de que era allí donde la maldición había rebotado. Ambos se quedaron de pie frente a la verja contemplando las ruinas de lo que, en su día, fue una casita muy parecida a las que había al lado.

—No entiendo por qué no la reconstruyeron —susurró Hermione.

—A lo mejor es que no se puede. Tal vez pasa como con las heridas producidas por magia oscura, que es imposible curarlas.

El chico sacó una mano de debajo de la capa y la apoyó sobre la oxidada verja cubierta de nieve, no con la intención de abrirla, sino simplemente por tocar una parte de la casa.

—¿No piensas entrar? No parece muy segura, podría… ¡Oh, Harry! ¡Mira!

Por lo visto, el roce de la mano sobre la verja había provocado que en el suelo, frente a ellos y entre la maraña de ortigas y hierbajos, surgiera un letrero de madera, como una extraña flor de crecimiento rápido, con una inscripción en letras doradas:

En este lugar, la noche del 31 de octubre de 1981, Lily y James Potter perdieron la vida. Su hijo, Harry, es el único mago que ha sobrevivido a la maldición asesina. Esta casa, invisible para los
muggles
, permanece en ruinas como monumento a los Potter y como recordatorio de la violencia que destrozó una familia.

Alrededor de esas frases pulcramente trazadas, otros magos y brujas que habían visitado el lugar donde «el niño que sobrevivió» logró escapar, habían añadido anotaciones. Algunos se limitaron a firmar con tinta imperecedera; otros grabaron sus iniciales en la madera, y otros escribieron mensajes. De entre éstos, los más recientes, que brillaban sobre los grafitis mágicos de dieciséis años de antigüedad, decían cosas muy parecidas: «Buena suerte, Harry, dondequiera que estés»; «Si lees esto, Harry, que sepas que estamos contigo», o bien, «Larga vida a Harry Potter».

—¡No deberían haber escrito en ese letrero! —se indignó Hermione.

Pero Harry la miró esbozando una sonrisa radiante, y replicó:

—Es genial. Me encanta que lo hayan hecho. Es…

No terminó la frase al ver que una figura envuelta de arriba abajo se les acercaba renqueando; las luces de la lejana plaza recortaban su silueta. A Harry le pareció que era una mujer, aunque resultaba difícil distinguirla. Andaba despacio, probablemente para no resbalar en el suelo nevado, pero el hecho de caminar encorvada, su gordura y la forma de arrastrar los pies indicaban que se trataba de una persona muy anciana. La observaron acercarse. Harry pensó que tal vez entraría en alguna de las casitas por las que pasaba, pero su instinto le decía que no lo haría. Al fin la figura se detuvo a pocos metros de ellos y se quedó quieta en medio de la calle helada, mirándolos.

Hermione pellizcó a Harry en el brazo, pero no hacía falta. No había prácticamente ninguna probabilidad de que esa mujer fuera una
muggle
: estaba allí inmóvil, contemplando una casa que, de no ser una bruja, le habría sido del todo imposible ver. Sin embargo, aun así era extraño que hubiera salido a la calle, de noche y con aquel frío, sólo para mirar una vieja casa en ruinas. Por otra parte, según todas las leyes de la magia normal, a la mujer no le sería posible ver a Hermione ni a Harry. Sin embargo, el muchacho intuía que la anciana sabía que estaban allí e incluso quiénes eran. Acababa de llegar a esa inquietante conclusión cuando la mujer levantó una mano enguantada y les indicó que se acercaran.

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