Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (42 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Y su grito era el grito de Harry; su dolor era el dolor de Harry… Si sucediera allí, donde ya había sucedido una vez… Allí, desde donde se veía la casa en que él había estado tan a punto de saber qué significaba morir… Morir… Era un dolor tan intenso… Sentía como si lo arrancaran de su cuerpo. Pero si no tenía cuerpo, ¿por qué le dolía tanto la cabeza? Si estaba muerto, ¿por qué sentía un dolor tan insoportable? ¿Acaso no cesaba el dolor con la muerte, acaso no desaparecía?

La noche era húmeda y ventosa, dos niños disfrazados de calabaza caminaban como patos por la plaza, y los escaparates de las tiendas, cubiertos de arañas de papel, exhibían toda la parafernalia decorativa con que los
muggles
reproducían un mundo en que no creían. Y él se deslizaba con esa sensación de determinación, poder y potestad que siempre experimentaba en tales ocasiones. No era rabia… eso era para almas más débiles que la suya. No era rabia sino triunfo, sí… Había esperado mucho ese momento, lo había deseado tanto…


¡Bonito disfraz, señor!

Vio cómo la sonrisa del niño flaqueaba cuando se le acercó lo suficiente para fisgar bajo la capucha de la capa; percibió el miedo ensombreciendo su maquillado rostro. Entonces el niño se dio la vuelta y huyó. El aferró su varita mágica bajo la túnica… Un solo movimiento y el niño nunca llegaría a los brazos de su madre. Pero no hacía falta, no hacía ninguna falta… Y siguió por otra calle más oscura, y por fin divisó su destino; el encantamiento Fidelio se había roto, aunque ellos todavía no lo supieran… Haciendo menos ruido que las hojas secas que se deslizaban por la acera, cuando llegó a la altura del oscuro seto miró por encima de él…

No habían corrido las cortinas, así que los vio claramente en su saloncito: él —alto, moreno y con gafas— hacía salir de su varita nubes de humo de colores para complacer al niño de pelo negro y pijama azul. El niño reía e intentaba atrapar el humo, asirlo con su manita…

Se abrió una puerta y entró la madre; dijo algo que él no pudo oír, pues el largo cabello pelirrojo le tapaba la cara. Entonces el padre levantó al niño del suelo y se lo dio a la madre. Dejó su varita mágica encima del sofá y se desperezó bostezando…

La puerta chirrió un poco cuando la abrió, pero James Potter no la oyó. Su blanca mano sacó la varita de debajo de la capa y apuntó a la puerta, que se abrió de par en par.

Ya había traspuesto el umbral cuando James llegó corriendo al vestíbulo. Fue fácil, demasiado fácil, ni siquiera llevaba su varita mágica…


¡Coge a Harry y vete, Lily! ¡Es él! ¡Corre, vete! ¡Yo lo contendré!

¡Contenerlo! ¡Sin una varita a mano! Rió antes de lanzar la maldición.

—¡Avada Kedavra!

La luz verde inundó el estrecho vestíbulo, iluminó el cochecito apoyado contra la pared, reverberó en los balaustres como si fueran fluorescentes, y James Potter se desplomó como una marioneta a la que le han cortado los hilos.

La oyó gritar en el piso de arriba, atrapada, pero, mientras fuera sensata, al menos ella no tenía nada que temer. Subió la escalera, escuchando con cierto regocijo los ruidos que la mujer hacía mientras intentaba atrincherarse. Ella tampoco llevaba encima su varita mágica… Qué estúpidos eran y qué confiados; pensar que podían dejar su seguridad en manos de sus amigos, o separarse de sus armas aunque fuera sólo un instante.

Forzó la puerta, apartó con un único y lánguido movimiento de la varita la silla y las cajas que Lily había amontonado apresuradamente… Y allí la encontró, con el niño en brazos. Al verlo, ella dejó a su hijo en la cuna que tenía detrás y extendió ambos brazos, como si eso pudiera ayudarla, como si apartándolo de su vista fuera a conseguir que la eligiera a ella.


¡Harry no! ¡Harry no! ¡Harry no, por favor!


Apártate, necia. Apártate ahora mismo…


¡Harry no! ¡Por favor, máteme a mí, pero a él no!


Te lo advierto por última vez…


¡Harry no! ¡Por favor… tenga piedad… tenga piedad! ¡Harry no! ¡Harry no! ¡Se lo ruego, haré lo que sea!


Apártate. Apártate, estúpida…

Podría haberla apartado él mismo de la cuna, pero le pareció más prudente acabar con todos.

La luz verde destelló en la habitación y Lily se desplomó igual que su esposo. El niño no había llorado en todo ese rato; ya se sostenía en pie, agarrado a los barrotes de la cuna, y miró con expectación al intruso, quizá creyendo que quien se escondía bajo la capa era su padre, haciendo más luces bonitas, y que su madre se levantaría en cualquier momento, riendo…

Con sumo cuidado, apuntó la varita a la cara del niño: quería ver cómo sucedía, captar cada detalle de la destrucción de ese único e inexplicable peligro. El pequeño rompió a llorar: ya había comprendido que aquél no era su padre. A él no le gustó oírlo llorar; en el orfanato nunca había soportado oír llorar a los niños pequeños…

—¡Avada Kedavra!

Y entonces se derrumbó: no era nada, sólo dolor y terror, y tenía que esconderse, no allí, entre los escombros de la casa en ruinas, donde el niño seguía llorando, atrapado, sino lejos, muy lejos…

—No —
gimió.

La serpiente susurró en el sucio y desordenado suelo, y él había matado al niño, y sin embargo él era el niño…

—No…

Y ahora estaba de pie junto a la ventana rota de la casa de Bathilda, abrumado por los recuerdos de otra pérdida mayor, y a sus pies la enorme serpiente se deslizaba sobre fragmentos de porcelana y cristal. Miró hacia abajo y vio algo, algo increíble…

—No…

—¡No pasa nada, Harry! ¡Estás bien!

Se agachó y recogió la destrozada fotografía. Y allí estaba el ladrón anónimo, el ladrón que él andaba buscando…

—No… Se me ha caído… Se me ha caído…

—¡No pasa nada, Harry! ¡Despierta! ¡Despierta!

Él era Harry… Harry, no Voldemort… Y esa cosa que susurraba no era una serpiente…

Abrió los ojos.

—Harry —musitó Hermione—. ¿Te encuentras bien?

—Sí… —mintió.

Se hallaba en la tienda de campaña, tumbado en la cama inferior de una litera, tapado con un montón de mantas. Comprendió que estaba a punto de amanecer por la quietud y la luz fría y mate que había en el exterior. Tenía el cuerpo empapado de sudor; lo notaba en las sábanas y mantas.

—Conseguimos huir.

—Sí —confirmó Hermione—. Tuve que utilizar un encantamiento planeador para ponerte en la litera, porque no podía levantarte. Has estado… Bueno, no has estado muy…

La muchacha tenía unas marcadas ojeras y sujetaba una pequeña esponja; Harry dedujo que le había limpiado la cara.

—Has estado enfermo —explicó ella—, muy enfermo.

—¿Cuánto hace que salimos de allí?

—Unas horas. Está amaneciendo.

—Y todo este tiempo he estado… ¿inconsciente?

—No exactamente —contestó Hermione, un tanto turbada—. Gritabas, gemías y hacías… cosas —añadió con un tono que inquietó a Harry.

¿Qué había hecho? ¿Gritar maldiciones como Voldemort, o llorar como el bebé de la cuna?

—No podía quitarte el
Horrocrux
—continuó ella, y él comprendió que quería cambiar de tema—. Estaba clavado, clavado en tu pecho. Te ha hecho una marca; lo siento, pero tuve que emplear un encantamiento seccionador para quitártelo. Además, te mordió la serpiente, aunque te he limpiado la herida y puesto un poco de díctamo…

Harry se apartó la sudada camiseta y se miró. Tenía un óvalo encarnado sobre el corazón, en el sitio donde el guardapelo le había quemado la piel. También vio la marca de la mordedura, casi cicatrizada, en el antebrazo.

—¿Dónde has puesto el
Horrocrux
?

—En mi bolso. Creo que deberíamos separarnos un tiempo de él.

Harry se recostó en las almohadas y observó la mala cara de su amiga.

—No debimos ir a Godric's Hollow. Fue culpa mía. Todo es culpa mía, Hermione. Lo siento.

—Tú no tienes la culpa de nada; yo también quería ir. Creía que Dumbledore podía haberte dejado la espada allí.

—Ya… Pues parece que nos equivocamos.

—¿Qué pasó, Harry? ¿Qué pasó cuando Bathilda te llevó arriba? ¿La serpiente estaba escondida en algún sitio, o apareció de repente, la mató a ella y te atacó a ti?

—No, nada de eso. Ella era la serpiente, o la serpiente era ella. Lo era desde el principio.

—¿Qué quieres decir?

Harry cerró los ojos. Todavía estaba impregnado de la fetidez de aquella casa y eso contribuía a que el episodio le resultara horriblemente vivido.

—Bathilda debía de llevar ya algún tiempo muerta y la serpiente estaba… dentro de ella. Quien-tú-sabes la dejó esperando en Godric's Hollow. Tenías razón: él sabía que yo volvería allí.

—¿Así que la serpiente estaba dentro de Bathilda?

Harry abrió los ojos y vio que su amiga ponía cara de asco.

—Lupin nos advirtió que nos encontraríamos ante una magia inimaginable —le recordó Harry—. Bathilda no quería decir nada delante de ti y habló todo el rato en lengua
pársel
, y yo no me di cuenta, claro, porque la entendía perfectamente. Cuando subimos a la habitación, la serpiente le envió un mensaje a Quien-tú-sabes, yo la oí en mi mente, y noté cómo él se emocionaba y le ordenaba que me retuviera allí… Y entonces… —recordó el momento en que la serpiente había salido por el cuello de Bathilda, pero decidió que Hermione no necesitaba conocer todos los detalles— entonces se transformó en la serpiente y me atacó. —Se miró la mordedura en el antebrazo—. No quería matarme, sólo retenerme allí hasta que llegara Quien-tú-sabes.

Si al menos hubiera conseguido matar a aquella bestia, todo habría valido la pena. Afligido, se incorporó y apartó las mantas.

—¡No, Harry! ¡Tienes que descansar!

—La que necesita descansar eres tú. No te ofendas, pero tienes un aspecto horrible. Yo me encuentro bien; voy a vigilar un rato. ¿Dónde está mi varita? —Hermione se limitó a mirarlo sin contestar—. ¿Hermione?

Ella se mordió el labio y los ojos se le humedecieron.

—Harry…

—¡¿Dónde está mi varita?!

Ella se inclinó junto a la cama, cogió la varita y se la dio.

La varita de acebo y fénix estaba casi partida en dos. Una frágil hebra de pluma de fénix mantenía unidos ambos trozos, pero la madera se había astillado por completo. Harry la cogió con delicadeza, como si fuera un ser vivo que hubiera sufrido un terrible accidente. Luego se la tendió a su amiga.

—Arréglala, por favor.

—Harry, me parece que no… Cuando una varita se rompe así…

—¡Inténtalo, Hermione! ¡Por favor!


¡Re… reparo!

Los dos trozos de madera volvieron a unirse. El muchacho la cogió y exclamó:


¡Lumos!

La varita chisporroteó un poco y enseguida se apagó. Harry apuntó con ella a Hermione.


¡Expelliarmus!

La varita de la chica dio una pequeña sacudida, pero no le saltó de la mano. Aquel sencillo intento de hacer magia fue demasiado para la varita de Harry, que volvió a partirse. Él la miró perplejo, incapaz de asimilar lo que estaba viendo: la varita que tantas veces había sobrevivido…

—Harry —susurró Hermione de forma casi inaudible—. Lo lamento muchísimo. Creo que fui yo. Cuando nos íbamos, la serpiente nos siguió, así que le hice una maldición explosiva, pero rebotó por todas partes y debió de… debió de darle a…

—Fue un accidente —dijo Harry mecánicamente, pero se sentía vacío, aturdido—. Bueno, ya encontraremos la manera de repararla.

—No creo que podamos arreglarla —musitó Hermione mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. ¿Te acuerdas… de lo que le pasó a la varita de Ron cuando se rompió al estrellar el coche? Nunca volvió a ser la misma, y tuvo que comprar otra.

Harry pensó en Ollivander, a quien Voldemort había secuestrado y retenía como rehén; y en Gregorovitch, a quien había asesinado. ¿De dónde iba él a sacar una varita nueva?

—Bueno —dijo fingiendo naturalidad—, en ese caso, de momento utilizaré la tuya. Al menos para hacer la guardia.

Ella, llorosa, le entregó su varita y él la dejó sentada junto a la cama; no había nada que deseara más que alejarse de Hermione.

18
Vida y mentiras de Albus Dumbledore

Amanecía, y la impoluta e incolora inmensidad del cielo se extendía sobre Harry, indiferente a él y a su sufrimiento. El muchacho se sentó en la entrada de la tienda y aspiró el aire puro. El simple hecho de estar vivo y poder observar cómo el sol ascendía por detrás de la nevada y brillante ladera debería haber sido el mayor tesoro imaginable; sin embargo, él no lo disfrutaba, porque la desgracia de haber perdido su varita le había embotado los sentidos. Contemplaba el valle cubierto por un manto de nieve, mientras el lejano repique de las campanas de una iglesia salpicaba el rutilante silencio.

Sin darse cuenta, se hincaba los dedos en los brazos como si intentara resistir un dolor físico; ya no recordaba cuántas veces había derramado su sangre: en una ocasión había perdido todos los huesos del brazo derecho, y en el viaje actual ya había cosechado cicatrices en el pecho y el antebrazo, que se sumaban a las de la mano y la frente; pero nunca hasta ese momento se había sentido tan mortalmente debilitado, vulnerable y desnudo, como si le hubieran arrebatado lo mejor de su poder mágico. Sabía muy bien qué diría Hermione si trataba de explicárselo: «Lo importante no es la varita, sino el mago.» Pero se equivocaba; en su caso era diferente. Su amiga no había notado cómo la varita giraba como la aguja de una brújula y le lanzaba llamas doradas a su enemigo. Al quedarse sin ella, Harry había perdido la protección de los núcleos centrales gemelos y ahora se percataba de hasta qué punto era importante.

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