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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (73 page)

—¿Dónde está Ron? —preguntó Harry—. ¿Y Hermione?

—Deben de haber subido ya al Gran Comedor —respondió el señor Weasley mirando hacia atrás.

—Yo no los he visto pasar —se extrañó Harry.

—Han dicho algo de unos lavabos —intervino Ginny—. Poco después de marcharte tú.

—¿Lavabos?

Harry cruzó la sala a grandes zancadas y abrió una puerta que daba a un cuarto de baño. Estaba vacío.

—¿Seguro que han dicho lava…?

Pero entonces notó una terrible punzada en la cicatriz y la Sala de los Menesteres desapareció. Miraba a través de las altas verjas de hierro forjado, flanqueadas por pilares coronados con sendos cerdos alados, y observaba el castillo que, con todas las luces encendidas, se alzaba al fondo de los oscuros jardines. Llevaba a
Nagini
colgada sobre los hombros, y estaba poseído por esa fría y cruel determinación que lo invadía antes de matar.

31
La batalla de Hogwarts

El techo encantado del Gran Comedor estaba oscuro y salpicado de estrellas, y debajo, sentados alrededor de las cuatro largas mesas de las casas, se hallaban los alumnos, despeinados, algunos con capas de viaje y otros en pijama. Aquí y allá se veía brillar a los fantasmas del colegio, de un blanco nacarado. Todas las miradas —tanto las de los vivos como las de los muertos— se clavaban en la profesora McGonagall, que estaba hablando desde la tarima colocada en la cabecera del Gran Comedor. Detrás de ella se habían situado los otros profesores, entre ellos Firenze, el centauro de crin blanca, y los miembros de la Orden del Fénix que habían llegado para participar en la batalla.

—…el señor Filch y la señora Pomfrey supervisarán la evacuación. Prefectos: cuando dé la orden, organizaréis a los alumnos de la casa que os corresponda y conduciréis a vuestros pupilos ordenadamente hasta el punto de evacuación.

Muchos estudiantes estaban muertos de miedo. Sin embargo, mientras Harry bordeaba las paredes escudriñando la mesa de Gryffindor en busca de Ron y Hermione, Ernie Macmillan se levantó de la mesa de Hufflepuff y gritó:

—¿Y si queremos quedarnos y pelear?

Hubo algunos aplausos.

—Los que seáis mayores de edad podéis quedaros —respondió la profesora McGonagall.

—¿Y nuestras cosas? —preguntó una chica de la mesa de Ravenclaw—. Los baúles, las lechuzas…

—No hay tiempo para recoger efectos personales. Lo importante es sacaros de aquí sanos y salvos.

—¿Dónde está el profesor Snape? —gritó una chica de la mesa de Slytherin.

—El profesor Snape ha ahuecado el ala, como suele decirse —respondió la profesora, y los alumnos de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw estallaron en vítores.

Harry continuaba avanzando por el Gran Comedor ciñéndose a la mesa de Gryffindor, tratando de localizar a sus dos amigos. Al pasar, atraía las miradas de los alumnos e iba dejando tras de sí una estela de susurros.

—Ya hemos levantado defensas alrededor del castillo —prosiguió Minerva McGonagall—, pero, aun así, no podremos resistir mucho si no las reforzamos. Por tanto, me veo obligada a pediros que salgáis deprisa y con calma, y que hagáis lo que vuestros prefectos…

Pero el final de la frase quedó ahogado por otra voz que resonó en todo el comedor. Era una voz aguda, fría y clara, y parecía provenir de las mismas paredes. Se diría que llevaba siglos ahí, latente, como el monstruo al que una vez había mandado.

—Sé que os estáis preparando para luchar. —Los alumnos gritaron y muchos se agarraron unos a otros, mirando alrededor, aterrados, tratando de averiguar de dónde salía aquella voz—. Pero vuestros esfuerzos son inútiles; no podéis combatirme. No obstante, no quiero mataros. Siento mucho respeto por los profesores de Hogwarts y no pretendo derramar sangre mágica.

El Gran Comedor se quedó en silencio, un silencio que presionaba los tímpanos, un silencio que parecía demasiado inmenso para que las paredes lo contuvieran.

—Entregadme a Harry Potter —dijo la voz de Voldemort— y nadie sufrirá ningún daño. Entregadme a Harry Potter y dejaré el colegio intacto. Entregadme a Harry Potter y seréis recompensados. Tenéis tiempo hasta la medianoche.

El silencio volvió a tragarse a los presentes. Todas las cabezas se giraron, todas las miradas convergieron en Harry, y él se quedó paralizado, como si lo sujetaran mil haces de luz invisibles. Entonces se levantó alguien en la mesa de Slytherin, y Harry reconoció a Pansy Parkinson, que alzó una temblorosa mano y gritó:

—¡Pero si está ahí! ¡Potter está ahí! ¡Que alguien lo aprese!

Harry no tuvo tiempo de reaccionar, porque de pronto se vio rodeado de un torbellino: los alumnos de Gryffindor se levantaron todos a una y plantaron cara a los de Slytherin; a continuación se pusieron en pie los de la casa de Hufflepuff, y casi al mismo tiempo los de Ravenclaw, y se situaron todos de espaldas a Harry, mirando a Pansy. Harry, abrumado y atemorizado, veía salir varitas mágicas por todas partes, de debajo de las capas y las mangas de sus compañeros.

—Gracias, señorita Parkinson —dijo la profesora McGonagall con voz entrecortada—. Usted será la primera en salir con el señor Filch. Y los restantes de su casa pueden seguirla.

Harry oyó el arrastrar de los bancos, y luego el ruido de los alumnos de Slytherin saliendo en masa desde el otro extremo del Gran Comedor.

—¡Y ahora, los alumnos de Ravenclaw! —ordenó McGonagall.

Las cuatro mesas fueron vaciándose poco a poco. La de Slytherin quedó completamente vacía, pero algunos alumnos de Ravenclaw —los mayores— permanecieron sentados mientras sus compañeros abandonaban la sala. De Hufflepuff se quedaron aún más alumnos, y la mitad de los de Gryffindor no se movieron de sus asientos, de modo que McGonagall tuvo que bajar de la tarima de los profesores para darles prisa a los menores de edad.

—¡Ni hablar, Creevey! ¡Te vas! ¡Y tú también, Peakes!

Harry corrió hacia los Weasley, que estaban juntos en la mesa de Gryffindor.

—¿Dónde están Ron y Hermione?

—¿No los has encon…? —masculló el señor Weasley, preocupado, pero no terminó la frase porque Kingsley había subido a la tarima para dirigirse a los que habían decidido quedarse a defender el colegio.

—¡Sólo falta media hora para la medianoche, así que no hay tiempo que perder! Los profesores de Hogwarts y la Orden del Fénix hemos acordado un plan. Los profesores Flitwick, Sprout y McGonagall subirán con tres grupos de combatientes a las tres torres más altas (Ravenclaw, Astronomía y Gryffindor), donde tendrán una buena panorámica general y una posición excelente para lanzar hechizos. Entretanto, Remus —señaló a Lupin—, Arthur —señaló al señor Weasley— y yo iremos cada uno con un grupo a los jardines. Pero necesitamos que alguien organice la defensa de las entradas de los pasadizos que comunican el colegio con el exterior…

—Eso parece un trabajo hecho a medida para nosotros —dijo Fred señalándose a sí mismo y a George, y Kingsley mostró su aprobación con una cabezada.

—¡Muy bien! ¡Que los líderes suban a la tarima, y dividiremos a nuestras tropas!

—Potter —dijo la profesora McGonagall corriendo hacia él mientras los alumnos invadían la plataforma, empujándose unos a otros para que les asignaran una posición y recibir instrucciones—, ¿no tenías que buscar no sé qué?

—¿Cómo? ¡Ah! —exclamó Harry—. ¡Ah, sí!

Casi se había olvidado del
Horrocrux
, casi se había olvidado de que la batalla iba a librarse para que él pudiera buscarlo. La inexplicable ausencia de Ron y Hermione había apartado momentáneamente cualquier otro pensamiento de su mente.

—¡Pues vete, Potter, vete!

—Sí… vale…

Consciente de que todos lo seguían con la mirada, salió corriendo del Gran Comedor hacia el vestíbulo, donde aguardaban los alumnos que iban a ser evacuados. Dejó que lo arrastraran por la escalera de mármol, pero al llegar arriba se escabulló hacia un pasillo vacío. El pánico enturbiaba sus procesos mentales. Pese a ello, intentó serenarse, concentrarse en buscar el
Horrocrux
, pero sus pensamientos zumbaban, frenéticos e impotentes, como avispas atrapadas en un vaso. Sin la ayuda de Ron y Hermione, se sentía incapaz de poner en orden sus ideas. Así pues, redujo el paso y se detuvo hacia la mitad de un pasillo desierto; se sentó en el pedestal que una estatua había abandonado y sacó el mapa del merodeador. No veía los nombres de sus dos amigos por ninguna parte, aunque razonó que la densa masa de puntos que se dirigían hacia la Sala de los Menesteres quizá los ocultara. Guardó el mapa en el monedero, se tapó la cara con las manos y cerró los ojos tratando de concentrarse.

«Voldemort creyó que yo iría a la torre de Ravenclaw.»

¡Claro, ya lo tenía: un hecho concreto, un buen punto de partida! Voldemort había apostado a Alecto Carrow en la sala común de Ravenclaw, y eso sólo podía tener una explicación: él temía que Harry ya supiera que su
Horrocrux
estaba relacionado con esa casa.

El único objeto que al parecer se asociaba con Ravenclaw era la diadema perdida… Pero ¿cómo podía ser la diadema un
Horrocrux
? ¿Cómo era posible que Voldemort, un miembro de Slytherin, hubiera encontrado esa joya que varias generaciones de miembros de Ravenclaw no habían logrado recuperar? ¿Quién le habría dicho dónde tenía que buscarla, si nadie que viviera todavía la había visto jamás?

«Nadie que viviera todavía…»

Harry abrió los ojos y se destapó la cara; saltó del pedestal y echó a correr por donde había venido, persiguiendo su última esperanza. Por fin llegó a la escalera de mármol, ocupada por cientos de alumnos que desfilaban hacia la Sala de los Menesteres con gran alboroto, al tiempo que los prefectos gritaban instrucciones, intentando no perder de vista a los alumnos de sus respectivas casas. Los chicos se daban empujones; Harry vio a Zacharias Smith tirando al suelo a un alumno de primer año para colocarse al principio de la cola; algunos de los alumnos más pequeños lloraban, mientras que otros llamaban ansiosamente a amigos y hermanos…

De pronto, Harry vio una figura de un blanco perlado flotando por el vestíbulo, y gritó a todo pulmón por encima de aquel jaleo:

—¡Nick! ¡¡Nick!! ¡Necesito hablar contigo!

Se abrió paso a empujones entre la marea de alumnos, hasta que llegó al pie de la escalera, donde Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor, lo esperaba.

—¡Harry! ¡Querido mío!

Nick hizo ademán de cogerle las manos, y el chico sintió como si se las hubieran sumergido en agua helada.

—Tienes que ayudarme, Nick. ¿Quién es el fantasma de la torre de Ravenclaw?

Nick Casi Decapitado se sorprendió y se mostró un poco ofendido.

—La Dama Gris, por supuesto. Pero si lo que necesitas son los servicios de un fantasma…

—La necesito a ella. ¿Sabes dónde está?

—Hum… Veamos…

La cabeza de Nick se bamboleó un poco sobre la gorguera de la camisa mientras la giraba de acá para allá mirando por encima del hormiguero de alumnos.

—Es esa de ahí, Harry, esa joven de cabello largo.

El muchacho miró en la dirección que indicaba el transparente dedo de Nick y vio a un fantasma de elevada estatura que, al darse cuenta de que lo miraban, arqueó las cejas y desapareció a través de una pared.

Harry corrió tras la Dama Gris. Entró por la puerta del pasillo por el que ella había desaparecido y la vio al fondo, deslizándose con suavidad y alejándose de él.

—¡Espere! ¡Vuelva aquí!

El fantasma accedió a detenerse y se quedó flotando a unos centímetros del suelo. A Harry le pareció guapa: la melena le llegaba hasta la cintura y la capa hasta los pies, pero tenía un aire orgulloso y altanero. Al acercarse la reconoció: se habían cruzado varias veces por los pasillos, aunque nunca había hablado con ella.

—¿Es usted la Dama Gris? —Ella asintió con un gesto—. ¿Es usted el fantasma de la torre de Ravenclaw?

—Así es. —Su tono de voz no era muy alentador.

—Tiene que ayudarme, por favor. Necesito saber cualquier dato que tenga usted sobre la diadema perdida.

El fantasma esbozó una fría sonrisa y le dijo:

—Me temo que no puedo ayudarte. —Y se dio la vuelta.

—¡¡Espere!!

Harry no quería gritar, pero la rabia y el pánico amenazaban con apoderarse de él. Consultó su reloj mientras el fantasma permanecía suspendido ante él: eran las doce menos cuarto.

—Es muy urgente —dijo con vehemencia—. Si esa diadema está en Hogwarts, tengo que encontrarla, y rápido.

—No creas que eres el primer alumno que la codicia —dijo el fantasma con desdén—. Generaciones y generaciones de alumnos me han dado la lata para…

—¡No la quiero para sacar mejores notas! —le espetó Harry—. Lo que deseo es derrotar a Voldemort. ¿Acaso no le interesa eso?

El fantasma no podía sonrojarse, pero sus transparentes mejillas se volvieron más opacas y, un poco acalorado, respondió:

—Pues claro que… ¿Cómo te atreves a insinuar…?

—¡Pues entonces ayúdeme!

La Dama Gris estaba perdiendo la compostura.

—No se trata de… —balbuceó—. La diadema de mi madre…

—¿De su madre?

—En vida —dijo la Dama, como enfadada consigo misma—, yo era Helena Ravenclaw.

—¿Que usted es su hija? ¡Pues entonces debe saber qué fue de esa joya!

—Aunque la diadema confiere sabiduría —repuso la Dama Gris intentando calmarse—, dudo que mejorara mucho tus posibilidades de vencer al mago que se hace llamar lord…

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