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Authors: Bryan W. Addis

Heliconia - Primavera (61 page)

En el exterior todo estaba tranquilo; no había nadie en la calle lateral, excepto el hombre encargado de custodiar la puerta. La gente había ido al mercado, a atender las necesidades cotidianas. La pequeña tienda del boticario, con tantos frascos imponentes y ordenados, estaba haciendo muy buen negocio. Aún había mercaderes con tiendas y ropas brillantes. Y también personas que caminaban cargadas con bultos, abandonando la ciudad amenazada antes de que las cosas se agravasen.

Dathka no atendía a nada de esto. Se movía como un autómata con la mirada fija al frente. La tensión de la ciudad era también su propia tensión. Había llegado a un punto en que ya no podía tolerarla. Mataría a Raynil Layan, y también a Vry si era preciso, y terminaría con ella. Torcía la boca dejando los dientes al descubierto mientras ensayaba mentalmente, una y otra vez, el golpe fatal. Los hombres se apartaban de él, temiendo que aquella mirada fija fuera indicio de la peste.

Sabía dónde estaba la habitación secreta de Vry: sus espías lo tenían informado. Se dijo: si yo gobernara, cerraría definitivamente la academia. Nadie se ha atrevido aún a tomar esa decisión. Yo lo haría. Éste es el momento, con la excusa de que las clases de la academia difunden la peste. Eso sí que le dolería a Vry.

—Reflexiona, hermano, reflexiona. Reza, reza con los Apropiadores para que la fiebre te perdone, oye la palabra del gran Ahka de Naba…

Rozó al predicador callejero. También expulsaría a esos necios de las calles, si gobernaba.

Cerca de los establos de mielas de la calle Yuli, se le acercó un hombre que conocía, mercenario y traficante de animales.

—¿Sí?

—El está arriba ahora, señor. —El hombre indicó con las cejas una ventana alta en una de las casas de madera frente a los establos. Eran hoteles, casas de huéspedes o tiendas de bebidas que daban una fachada respetable a los prostíbulos de más atrás.

Dathka asintió brevemente.

Apartó una cortina de cuentas, que tenía atadas flores frescas de orlingo y de escantion, y entró en una tienda de bebidas. En la habitación oscura no había clientes. De las paredes colgaban calaveras de animales con sonrisas aserradas. El propietario estaba junto al mostrador, de brazos cruzados, mirando el espacio. Ya sobornado, bajó la cabeza, de modo que la doble papada cayó sobre el pecho, como indicando que Dathka podía hacer lo que quisiese. Dathka pasó junto a él y subió.

En la escalera había un olor rancio, a coles y cosas peores. Aunque avanzaba junto a la pared, las tablas crujían. Oyó voces junto a la última puerta. Era seguro que Raynil Layan, de carácter nervioso, habría atrancado la puerta. Dathka golpeó los desvencijados paneles.

—Un mensaje, señor —dijo en voz apagada—. Es urgente. De la Casa de la Moneda.

Con una torcida sonrisa se preparó, escuchando cómo descorrían el cerrojo. Tan pronto como la puerta empezó a abrirse, la empujó y se precipitó dentro. Raynil Layan cayó hacia atrás, gritando. Al ver la daga, corrió a la ventana y pidió socorro, una sola vez. Dathka lo tornó por el cuello y lo arrojó contra la cama.

—¡Dathka! —Vry se sentó en la cama, tiró de una sábana y se cubrió el cuerpo desnudo.—¡Fuera de aquí, eddre de rata!

Como única respuesta, él cerró la puerta de un puntapié, sin mirar alrededor. Se volvió a Raynil Layan, que se incorporaba gimiendo.

—Sé que me vas a matar, estoy seguro —dijo el maestro de la acuñación de moneda, extendiendo una mano temblorosa—. No lo hagas, por favor. No soy tu enemigo. Puedo ayudarte.

—Tendré tanta compasión como la que tú has tenido con el viejo maestro Datnil.

Raynil Layan se puso de pie lentamente, ocultando su desnudez, mirando a Dathka con ojos temerosos.

—Yo no lo hice. No fui yo. Aoz Roon ordenó la ejecución. Era legal, de veras. Se había quebrantado la ley. En cambio no es legal que me mates. Díselo, Vry. Escucha, Dathka: el maestro Datnil no guardó los secretos de la corporación, le mostró el libro secreto a Shay Tal. Aunque no le mostró todo. No la peor parte. Tú tendrías que saberlo. Dathka hizo una pausa.

—Ese mundo está muerto, y también esa basura de las corporaciones. Ya sabes lo que pienso de las corporaciones. Al diablo con el pasado. Está muerto, así como tú lo estarás pronto.

Vry aprovechó la vacilación de Dathka. Había recuperado el ánimo.

—Oye,, déjame que te explique la situación. Los dos podemos ayudarte. En el libro hay cosas que el maestro Datnil no se atrevió a revelar a Shay Tal. Pasaron hace mucho, pero el pasado está todavía con nosotros, aunque quisiéramos otra cosa.

—Si fuera así, me aceptarías. Te he querido durante mucho tiempo.

Raynil Layan se puso la túnica y dijo, tratando de mantenerse lúcido: —Tu pelea es conmigo, no con Vry. En los diversos libros de las corporaciones hay noticias sobre la Embruddock de los tiempos antiguos. Demuestran que fue una vez una ciudad phagor. Probablemente ellos la construyeron; pero no hay registros de esa época. Sin duda alguna fueron dueños de la ciudad, así como de las corporaciones y de la población. Tenían hombres como esclavos.

—Y si eran dueños de Embruddock, ¿quién los mató? ¿Quién reconquistó la ciudad? ¿El Rey Denniss?

—Eso ocurrió después de Denniss. El libro sagrado no dice mucho; habla de la historia sólo incidental mente. Pensamos que un día los phagors decidieron irse.

—¿Sin ser derrotados?

Vry respondió: —Sabes que apenas comprendemos a los phagors. Quizá las octavas de aire cambiaron y todos se fueron. Pero es seguro que tuvieron poder aquí. Si hubieras mirado bien la pintura de Wutra en el viejo templo, te habrías dado cuenta. Wutra es la representación de un rey phagor.

Dathka se llevó la palma de la mano a la frente.

—¿Wutra, un phagor? No puede ser. Vas demasiado lejos. Esos malditos conocimientos… Pueden hacer negro lo que es blanco. Todos esos disparates nacen en la academia. Acabaré con ella. Si tengo el poder acabaré con ella.

—Si quieres el poder, estaré de tu parte —dijo Raynil Layan.

—No te quiero de mi parte.

—Sin embargo —el hombre torció la boca en una mueca de frustración, y se tiró de los extremos gemelos de la barba—, tenemos un problema que resolver. Porque parece que los phagors vuelven. Quizá pretendan recuperar la antigua ciudad. Eso es lo que pienso.

—¿Qué quieres decir?

—Es muy simple. Sin duda has oído los rumores. Se acerca un gran ejército phagor. Ve a hablar con la gente que pasa cerca de la ciudad. El problema es que Tanth Ein y Faralin Ferd no protegerán la ciudad, porque están demasiado ocupados en sus propios asuntos. Son ellos tus enemigos; no yo. Si un hombre fuerte mata a los lugartenientes y se apodera de la ciudad, podrá salvarla. Eso es lo que te sugiero.

Observó con atención a Dathka, mirando cómo las emociones le cambiaban el rostro. Sonrió animosamente sabiendo que el breve discurso le había salvado la vida.

—Te ayudaré —dijo—. Estoy de tu parte.

—También yo estoy de tu parte, Dathka— intervino Vry.

Él la miró con un brillo sombrío en los ojos.

—Tú no estarás nunca de mi parte. Aunque conquiste Embruddock para ti.

Faralin Ferd y Tanth Ein bebían en el Jarro de Dos Caras. Gozaban de la velada con sus mujeres, amigos y aduladores.

El Jarro de Dos Caras era uno de los pocos sitios donde se podían oír risas en esos días. La taberna era parte del nuevo edificio administrativo que alojaba también la Casa de la Moneda. El costo de la construcción había sido pagado en gran medida por los mercaderes ricos, algunos de los cuales estaban presentes con sus esposas. Había en la habitación muebles hasta hace poco desconocidos en Oldorando; divanes, mesas ovales, aparadores, ricos tapices que adornaban las paredes.

Corrían las bebidas importadas, y un joven rubio y extranjero tocaba el arpa.

Estaban cerrando las ventanas para impedir la entrada del aire helado de la noche y el olor a humo. En la mesa central ardía una lámpara de aceite. Había comida que nadie había probado. Un mercader contaba una larga historia de viajes, traiciones y muertes.

Faralin Ferd vestía una chaqueta de ante y una camisa de lana debajo. Tenía los codos apoyados en la mesa, mientras oía distraídamente la historia y miraba a su alrededor.

Farayl Musk, la mujer de Tanth Ein, se movía en silencio, observando si la esclava cerraba correctamente los postigos. Farayl Musk era pariente lejana tanto de Faralin Ferd como de Tanth Ein, y descendiente del gran Wall Ein Den. Aunque no exactamente hermosa, tenía talento y carácter, por lo que algunos le daban mucho valor y otros ninguno. Llevaba una vela en un candelabro, que protegía con la mano mientras avanzaba.

La llama le iluminaba el rostro y arrojaba en torno unas sombras inesperadas que la hacían aún más misteriosa. Farayl Musk sabía que Faralin Ferd la observaba, pero ella evitaba mirarlo, sabiendo lo que vale la indiferencia fingida.

Él pensaba, como muchas veces antes, que merecía a Farayl Musk más que a su propia mujer, que lo aburría. A pesar del riesgo, habían hecho el amor en varias ocasiones. Ahora el tiempo se acortaba. Podían estar todos muertos en unos cuantos días; la bebida no ahogaba esa certeza. La deseaba otra vez.

Faralin Ferd se puso de pie y salió bruscamente de la sala, echándole una mirada significativa. La historia del mercader había llegado a uno de sus periódicos puntos culminantes, cuando un hombre prominente se atragantaba con la carne de una de sus propias ovejas. Se oyeron risas. Sin embargo, unos ojos atentos vieron desaparecer al lugarteniente, y luego de un discreto intervalo, a la mujer del otro lugarteniente.

—Pensé que no te atrevías a seguirme. —La curiosidad es más fuerte que la cobardía. Sólo tenemos un instante.

—Hagamos el amor debajo de la escalera. Mira, en ese rincón.

Ella suspiró y se apoyó contra él, aferrando lo que él le ofrecía, con ambas manos. Él recordaba lo dulce que era el aliento de esa mujer. —Entonces, debajo de la escalera. Farayl Musk puso en el suelo el candelabro. Se abrió el vestido y le mostró los pechos. Él la abrazó y la llevó al rincón, besándola, excitado.

Allí fueron sorprendidos cuando una partida de doce hombres, al mando de Dathka, entró en la calle con antorchas encendidas y espadas desnudas.

Farayl Musk y Faralin Ferd protestaron en vano. Apenas tuvieron tiempo de arreglarse antes de ser conducidos al salón principal, donde otras espadas contenían al otro lugarteniente.

— Ésta es una acción legal —dijo Dathka, mirando a los demás como un lobo a unos arangos jóvenes—. Tomaré en mis manos el mando de Embruddock hasta que regrese el legítimo Señor de Embruddock, Aoz Roon. Aunque depuesto, soy el más antiguo de sus lugartenientes. Me propongo hacer que la ciudad esté bien protegida de los invasores.

Más atrás estaba Raynil Layan, sosteniendo la espada envainada.

—Apoyo a Dathka Den —dijo en voz alta—. Salud, señor Dathka Den.

Los ojos de Dathka descubrieron a Tanth Ein, perdido en las sombras. El mayor de los dos lugartenientes no se había puesto de pie. Aún estaba sentado en la cabecera de la mesa, con los brazos apoyados en el sillón.—¡Me desafías! —exclamó, saltando con la espada preparada—. ¡Ponte de pie!

Tanth Ein no llegó a moverse, pero un rictus de dolor le atravesó la cara mientras echaba la cabeza bruscamente hacia atrás. Revolvió los ojos. Cuando pateó el sillón, cayó rígidamente al suelo sin intentar detener la caída.

—¡La fiebre de los huesos! —gritó alguien—. ¡Está entre nosotros!

Farayl Musk empezó a gritar.

Por la mañana faltaban otras dos vidas, y una vez más el olor de la pira manchaba el aire de Oldorando. Tanth Ein estaba en el hospital, bajo la valiente atención de Ma Escantion.

A pesar del temor al contagio, una gran multitud se había reunido en la calle del Banco para oír la proclamación pública del gobierno de Dathka. En otros tiempos, una reunión semejante se habría celebrado al pie de la gran torre. Esos tiempos habían quedado atrás. La calle del Banco era más espaciosa y más elegante. De un lado había unos pocos tenderetes a lo largo de la costa del río; todavía se paseaban por allí los gansos, recordando antiguos derechos. Del otro lado había una hilera de edificios nuevos, y detrás de ellos se elevaban las viejas torres de piedra. Al pie de las torres habían levantado la plataforma pública.

En la plataforma estaban Raynil Layan, apoyándose en un pie y luego en otro; Faralin Ferd, con los brazos atados a la espalda, y seis jóvenes guerreros de la guardia de Dathka, armados con lanzas y espadas envainadas, que miraban torvamente a la multitud. Los vendedores de flores ofrecían a la gente ramilletes para protegerse contra la fiebre. También estaban allí los Apropiadores peregrinos, con trajes blancos y negros y letreros que urgían a la población a arrepentirse. Los niños jugaban en el límite de la muchedumbre, burlándose de la conducta de los mayores. Cuando sonó el Silbador de Horas, Dathka trepó a la plataforma y habló en seguida en público.

—Tomaré el gobierno para el bien de la ciudad —dijo. Ya no era el hombre silencioso de siempre.

Habló con elocuencia. Habló casi inmóvil, sin gesticular, sin emplear el cuerpo para dar fuerza a las palabras, como si sólo la lengua hubiera perdido el hábito del silencio. —No deseo reemplazar al legítimo gobernante de Embruddock, Aoz Roon. Cuando él regrese, si regresa, lo que es legítimamente suyo le será devuelto. Soy su representante. Aquéllos a quienes dejó en el mando han abusado del poder, lo han empleado mal. No he podido quedarme quieto ni soportarlo. Necesitamos honestidad en estos tiempos duros.

—Entonces, ¿por qué está a tu lado Raynil Layan, Dathka? —gritó una voz, y hubo otras observaciones que Dathka trató de acallar.

—Sé que tenéis quejas. Ya las escucharé más tarde. Ahora, escuchad vosotros. Juzgad a los lugartenientes de Aoz Roon. Eline Tal tuvo el valor de acompañar a su señor. Los otros dos se quedaron en casa. Tanth Ein tiene la fiebre como recompensa. Y aquí está el tercero, el peor, Faralin Ferd. Mirad cómo tiembla. ¿Acaso se ha acercado a vosotros alguna vez? Estaba adentro demasiado ocupado con su lascivia.

"Como todos sabéis, soy un cazador. Laintal Ay y yo logramos domesticar la pradera del oeste. Faralin Ferd morirá de la peste, lo mismo que Tanth Ein. ¿Seréis gobernados por cadáveres? Yo no tendré la fiebre. La plaga se transmite por el intercambio sexual, y yo estoy libre de eso.

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