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Authors: Bryan W. Addis

Heliconia - Primavera (62 page)

"Lo primero que haré será restaurar la guardia de Embruddock, y luego adiestraré un ejército competente. Tal como estamos ahora podemos ser víctimas de cualquier enemigo, humano o inhumano. Mejor es morir en la batalla que en la cama.

La última frase provocó un movimiento de inquietud. Dathka se detuvo, mirando a la gente. Estaban allí Oyrey Dol, esta última con Rastil Roon en brazos. Cuando se detuvo, Oyre gritó: —Eres un usurpador. ¿En qué eres mejor que Tanth Ein o Raynil Layan?

Dathka se acercó al borde de la plataforma.

—No estoy robando nada. He recogido algo que estaba caído. —Señaló a Oyre.—Tú más que nadie, Oyre, hija natural de Aoz Roon, tendrías que saber que le devolveré el gobierno a tu padre, tan pronto como regrese. El querría que yo hiciera esto.

—No puedes hablar por él si no está aquí.

—Puedo y lo hago.

—Entonces no tienes razón.

Otras personas, para quienes esta discusión no significaba gran cosa, o que no tenían interés en Aoz Roon, empezaron también a gritar, quejándose. Alguno arrojó una fruta más que madura. Los guardias empujaban sin éxito a la multitud.

Dathka palideció. Alzó el puño por encima de la cabeza, con pasión.

—Está bien, basuras, entonces diré públicamente lo que siempre se ha callado. No tengo miedo. Pensáis tan bien de Aoz Roon, pensáis que era admirable; yo os diré qué clase de hombre era. Un asesino. Y peor, un doble asesino.

Todos callaron y alzaron las caras.

Dathka temblaba, comprendiendo lo que había desencadenado.

—¿Cómo creéis que llegó al poder Aoz Roon? Mediante el crimen, un crimen sangriento y nocturno. Algunos de vosotros recordaréis todavía a Nahkri y a Klils, hijos de Dresyl. Nahkri y Klils gobernaban aquí cuando Embruddock era apenas una granja. Una noche oscura, Aoz Roon, joven entonces, arrojó a los dos hermanos desde lo alto de la gran torre cuando estaban borrachos. Una acción sucia. ¿Y quiénes fueron los testigos, quiénes lo vieron todo? Yo estaba allí. Y también ella estaba allí, la hija natural.

Señaló la delgada figura de Oyre, que abrazaba horrorizada a Dol.—¡Está loco! —gritó un muchacho—. ¡Dathka está loco! —La gente empezaba a marcharse, algunos corriendo. De pronto hubo un tumulto. En un extremo de la multitud se inició una riña.

Raynil Layan intentó reagrupar a la gente. De la figura impotente y pálida brotó una gran voz: —Apoyadnos y os apoyaremos. Defenderemos Oldorando.

Durante todo ese tiempo, Faralin Ferd había estado en silencio en la parte posterior de la plataforma, con los brazos atados retenido por un guardia. Sintió que era el momento de intervenir.

—¡Expulsad a Dathka! —gritó—. Nunca tuvo la aprobación de Aoz Roon ni tendrá la nuestra.

Dathka se volvió con el rápido movimiento de un cazador, sacando al mismo tiempo la daga curva. Se lanzó contra el lugarteniente. Farayl Musk gritó en algún punto de la multitud, y varias voces corearon: —¡Expulsad a Dathka!

Callaron casi en seguida, por la rápida reacción de Dathka. El humo flotaba en el aire, en mitad del silencio. Nadie se movió. Dathka estaba inmóvil, de espaldas a la gente. Por un instante, también Faralin Ferd se mantuvo inmóvil. Luego echó atrás la cabeza y lanzó un gemido sofocado, y le brotó sangre de la boca. Se inclinó y el guardia lo dejó caer a los pies de.

—¡Loco, nos matarán! —gritó Raynil Layan. Corrió a la parte posterior de la plataforma y saltó abajo. Antes de que nadie pudiera detenerlo, desapareció en una callejuela lateral.

El guardia huyó corriendo, sin prestar atención a las órdenes de Dathka, mientras la gente se apretaba contra la plataforma. Farayl Musk pedía a gritos que arrestaran a Dathka. Viendo que todo había terminado, también él saltó de la plataforma y corrió.

Alejados de la multitud, junto a los tenderetes, los niños pequeños saltaban y aplaudían, excitados. La muchedumbre empezó a alborotarse; el tumulto los animaba más que la muerte. A Dathka sólo le quedó la fuga ignominiosa. Corría, jadeando, susurrando incoherentemente, por las calles desiertas, mientras sus tres sombras —penumbral, umbral, penumbral— cambiaban de forma a sus pies. También sus desordenados pensamientos se dilataban y contraían de un modo similar, mientras intentaba olvidar el fracaso y arrojar fuera, como un vómito, la certeza del desastre que había caído sobre él,

A un lado pasaban extranjeros con sus pertenencias cargadas en arcaicos trineos. Un anciano que acompañaba a un niño le dijo: —¡Vienen los peludos!

Oyó el ruido de la gente que corría, la muchedumbre vengadora. Sólo podía refugiarse en un lugar, una persona, una esperanza. Mientras la maldecía, corrió a casa de Vry.

Ella estaba de nuevo en la vieja torre. En una especie de ensoñación, sabía —y tenía miedo de saberlo— que Embruddock se acercaba a una crisis. Cuando él aporreó la puerta, Vry lo dejó entrar casi aliviada. Dathka se desmoronó llorando sobre la cama y ella lo miró sin burla ni simpatía.

—Qué confusión —dijo ella—. ¿Dónde está Raynil Layan?—Él siguió llorando, mientras golpeaba la cama con el puño.

—Basta —dijo ella suavemente. Echó a andar por la habitación, mirando el techo manchado—. En qué confusión vivimos todos. Querría no tener ninguna emoción. Los seres humanos somos terriblemente inseguros. Estábamos mejor cuando hacía frío y había nieve alrededor, cuando no teníamos… esperanzas. Querría que solamente hubiera conocimiento, puro conocimiento, y ninguna emoción.

Él se incorporó.

—Vry…

—No digas nada. Nada tienes para mí ni lo has tenido nunca, acéptalo. No quiero escuchar lo que me quieres decir. No quiero saber qué has hecho.

Los gansos gritaban en la calle. Él se sentó en la cama y bostezó.

—Sólo eres la mitad de una mujer. Eres fría. Siempre lo he sabido, pero no podía dejar de sentir lo que sentía por ti…

—¿Fría?… Estúpido, ardo como un rajabaral.

El ruido en la calle era más violento, tanto que se podían discernir voces individuales. Dathka corrió a la ventana.

¿Dónde estaban sus hombres? La gente que descendía en tropel de las calles próximas era toda desconocida. No podía ver un solo rostro familiar, no estaba ninguno de sus hombres, ni Raynil Layan —lo que no le sorprendía— ni un solo ciudadano a quien pudiera identificar. En otro tiempo, conocía todas las caras. Los extranjeros reclamaban ahora su sangre. Sintió verdadero miedo, como si su única ambición fuera morir a manos de un amigo. Ser odiado por los extraños era intolerable. Se asomó a la ventana y los maldijo, mostrando el puño.

Las caras se inclinaron hacia arriba, abriendo todas juntas las bocas como peces, y rugieron.

Dathka dejó caer el puño y se apartó de la ventana, sin querer someterse, pero igualmente sometido. Se apoyó contra la pared y se miró las manos ásperas; todavía tenía sangre fresca en las uñas.

Sólo cuando oyó abajo la voz de Vry advirtió que ella había salido del cuarto. Había abierto de par en par las puertas de la torre y ahora estaba en la plataforma hablando a la gente. La multitud se agolpaba y los que estaban más atrás pugnaban por acercarse para oír lo que ella decía. Algunos se burlaban, pero los demás los hacían callar. La voz clara y firme voló sobre las desgreñadas cabezas.

—¿Por qué no os detenéis y pensáis en lo que estáis haciendo? No sois animales. Tratad de ser humanos. Si tenemos que morir, muramos con dignidad, y no apretándonos mutuamente el cuello.

"Tenéis conciencia del sufrimiento. El sufrimiento y la conciencia son las marcas de nuestra humanidad. Sed orgullosos; no lo olvidéis cuando os llegue la muerte. Recordad el mundo de los coruscos que nos espera, donde sólo hay rechinar de dientes porque a los muertos les disgusta su propia vida. ¿No es algo terrible? ¿No os parece terrible sentir disgusto y desprecio por la propia vida? Transformad vuestras vidas desde dentro. No importan la temperatura, nieve, lluvia o sol; aceptadlos, pero trabajad para transformar vuestro ser interior. Tranquilizad vuestras almas. Pensad. ¿Acaso Dathka o su crimen tienen poder para curar problemas personales? Sólo vosotros mismos podéis hacerlo.

"Creéis que las cosas marchan mal. Os advierto que se acercan nuevas pruebas. Os lo digo con todo el peso de la academia. Mañana, mañana a mediodía, ocurriría la tercera —y la peor— de las Veinte Cegueras. Nada puede evitarlas. La humanidad no tiene poder sobre el cielo. ¿Qué haréis mañana? ¿Correréis como insensatos por las calles, cortando gargantas, rompiendo cosas, incendiando lo que construyeron los mejores, como si fuerais menos que los phagors? Decidid ahora mismo a qué bajezas e inmundicias llegaréis mañana.

Se miraron unos a otros, murmurando. Nadie gritaba. Ella esperó, eligiendo instintivamente el momento justo para iniciar un nuevo argumento.

—Hace años, la hechicera Shay Tal habló a los habitantes de Oldorando. Recuerdo claramente lo que dijo, porque admiré cada una de sus palabras. Nos ofreció el tesoro del conocimiento. Para que ese tesoro sea vuestro basta un poco de humildad y que os atreváis a tomarlo.

"Comprended lo que os digo. La ceguera de mañana no es un hecho sobrenatural. ¿Qué es? Simplemente, que uno de los dos centinelas pasa detrás del otro, esos dos soles que conocéis desde que nacisteis. Nuestro mundo es redondo, así como ellos son redondos. Imaginad qué grande ha de ser la bola de nuestro mundo para que no nos caigamos; sin embargo, es pequeña comparada con los centinelas. Ellos parecen pequeños sólo porque están muy lejos."Cuando habló, Shay Tal dijo que había ocurrido un desastre en el pasado. Yo creo que no es así. Sabemos más ahora. Wutra ha construido este mundo de manera que todo funciona por la acción conjunta de las distintas partes. El pelo os crece en la cabeza y el cuerpo mientras los soles salen y se ponen. No son acciones separadas, sino una sola a los ojos de Wutra. Nuestro mundo describe un círculo alrededor de Batalix, y otros mundos hacen lo mismo. A la vez, Batalix describe un círculo más grande alrededor de Freyr. Tenéis que aceptar que nuestra granja no está en el centro del universo.

Los murmullos de protesta crecieron. Vry los dominó alzando la voz: —¿Lo comprendéis? Comprender es más difícil que cortar cabezas, ¿verdad? Para comprender primero tenéis que oír, y luego aplicar la imaginación, para que los hechos vivan. Nuestro año, como sabemos todos, tiene cuatrocientos ochenta días. Ése es el tiempo que nos lleva, aquí en Hrl-Ichor, dar una vuelta completa alrededor de Batalix. Pero hay otro círculo: el que describe Batalix, junto con nuestro mundo, alrededor de Freyr. ¿Estáis preparados para oír la verdad? Tardamos en describir ese círculo mil ochocientos veinticinco años… Imaginaos ese gran año…

Ahora todos, en silencio, contemplaban a la nueva hechicera.

—Hasta nuestros días, pocos lo podían imaginar. Ninguno de nosotros esperaba vivir más de cuarenta años. Se necesitarían cuarenta y cinco vidas para completar ese círculo. Muchas de nuestras vidas parecen vidas aisladas, pero son parte de esa cosa más grande. Por eso es difícil adquirir el conocimiento, y muy fácil perderlo en tiempos de prueba.

Vry se sentía arrastrada por un poder nuevo, seducida por su propia elocuencia.

—¿Cuál es el desastre de que hablaba Shay Tal, tan enorme que nos hizo olvidar ese conocimiento? Pues simplemente, que la luz de Freyr varía a lo largo del gran año. Hemos pasado muchas generaciones de poca luz, de invierno, en que la tierra estaba muerta bajo la nieve. Tendríais que alegraros mañana cuando llegue el eclipse, la Ceguera, cuando el lejano Freyr pase por detrás del Batalix, porque ésa es la señal de que el calor de Freyr se está acercando… Mañana entraremos en la primavera del gran año. ¡Alegraos! Tened el buen sentido y la capacidad de alegraros. ¡Arrojad lejos la confusión que la ignorancia ha traído a vuestras vidas y alegraos! Vendrán tiempos mejores para todos.

El chotapraxi los desvió. Esa hierba leñosa crecía en macizos ahora que estaban en terrenos más bajos. Los macizos se convirtieron pronto en espesuras.

La vegetación se alzaba por encima de ellos. Sólo se interrumpía en las pequeñas elevaciones adonde a veces trepaban para orientarse. Una zarza de finos vástagos se enredaba en el chotapraxi, haciendo que el avance fuera a la vez difícil y penoso. El ejército phagor había ido por otro camino. Ellos habían estado siguiendo unas sinuosas huellas de animales, pero aun así la marcha era muy trabajosa para los yelks. Parecían nerviosos, como si no les gustara el olor punzante de la hierba; los cuernos se les enredaban en los tallos huecos y las espinas se les clavaban en las partes más blandas de los cascos. Por último los hombres desmontaron, y llevaron de la brida a los necrógenos.

—¿Cuánto falta, bárbaro? —preguntó Skitocherill.

—No mucho —respondió Laintal Ay. Era la respuesta habitual a una pregunta habitual. Habían dormido incómodamente en el bosque, y se habían despertado al alba con las ropas cubiertas de escarcha. Laintal Ay se sentía recuperado y todavía disfrutando de un nuevo bienestar, pero veía lo fatigados que estaban los otros. Aoz Roon era una sombra de lo que había sido; en mitad de la noche había hablado en una lengua extraña.

Llegaron a una zona cenagosa donde, para alivio de todos, el chotapraxi era menos tupido. Después de detenerse para ver si todo estaba en calma, se adelantaron otra vez, levantando bandadas de pequeñas aves. Había al frente un valle bordeado por suaves colinas. Entraron en él, en lugar de buscar un terreno más alto, sobre todo por causa de la fatiga; pero apenas estuvieron en la boca del valle, un viento helado se lanzó contra ellos como un animal, calándolos hasta los huesos. Avanzaron sombríamente, con la cabeza baja.

El viento traía niebla. La niebla envolvía los cuerpos de los hombres, pero las cabezas les asomaban por encima. Laintal Ay comprendía ese viento: sabía que una capa de aire helado se derramaba como agua por las distantes montañas de la izquierda, descendiendo entre las colinas hacia el valle, buscando terrenos más bajos. Era un viento local; cuanto antes se libraran de ese abrazo helado, tanto mejor.

La mujer de Skitocherill ahogó un grito y se detuvo, apoyándose contra el yelk, ocultándose el rostro con el brazo.

Skitocherill se acercó a ella y la abrazó. El aire helado le pegaba el manto a las piernas. Miró con preocupación a Laintal Ay.

—No puede seguir —dijo.

—Moriremos si nos quedamos aquí.

Apartando la humedad que tenía en los ojos, Laintal Ay miró hacia adelante. Unas horas más tarde, pensó, el valle estaría más caliente. En ese momento era una trampa mortal. Estaban a la sombra. La luz de los dos soles pasaba oblicuamente por la colina izquierda, encima de ellos, cortada en gruesas franjas por la sombra de los rajabarales gigantes de la cima. Los rajabarales humeaban ya al sol matutino; el vapor subía y arrojaba unas sombras que parecían rodar por el suelo.

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