Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Al ver a Link detrás de mí, le cambió el semblante.
—Hola, flacucho. ¿Quieres dar una vuelta en el túnel del amor? —dijo para dar la impresión de que la situación le divertía. Su voz, sin embargo, expresaba nerviosismo.
Link la cogió del brazo con fuerza, como si en verdad fuera su novio.
—¿Qué hacías en la carpa? ¿Qué pretendías que ocurriese? Podías haber matado a alguien. La tía de Ethan es muy mayor y casi le da un infarto.
Ridley se soltó con un tirón.
—Si sólo han sido unos cuantos bichos, no te pongas tan melodramático. Me gustabas más cuando eras un poco más complaciente.
—Eso seguro.
Lena dio un paso al frente y se colocó junto a John.
—¿Qué ha pasado? ¿Tu tía está bien? —preguntó con tono amable y sincera preocupación. Fue como si la Lena de siempre, mi Lena, hubiera vuelto, pero yo había dejado de confiar en ella. Hacía unos minutos atacaba a las mujeres que odiaba y a todas las personas que había en la carpa y ahora era la chica a la que había besado detrás de las taquillas. ¿Cómo podía confiar en ella?
—¿Qué hacías en la carpa? ¿Cómo has podido ayudarles?
No me di cuenta de lo enfadado que estaba hasta que me oí gritar. Pero John sí. Me golpeó en el pecho con la mano abierta.
—¡Ethan! —gritó Lena. Desde luego, estaba asustada.
¡Déjalo! No sabes lo que estás haciendo
.
Como tú misma has dicho, por lo menos estoy haciendo algo
.
Pues haz otra cosa. ¡Vete de aquí!
—No puedes hablarle así. ¿Por qué no te marchas antes de que sufras algún daño?
¿Me había perdido algo? Lena se había separado de mí hacía apenas una hora y John Breed la estaba defendiendo como si fuera su novia.
—Ten cuidado y mira bien a quién empujas, Caster.
—¿Caster? —repitió John Breed acercándose más a mí y cerrando sus enormes puños—. No me llames así.
—¿Y cómo quieres que te llame? ¿Saco de mierda? —dije. Quería que me pegara.
Me embistió, pero fui yo quien di el primer puñetazo. Así de estúpido soy. Liberé toda la ira y frustración que llevaba dentro en el momento en que mi suave puño humano impactó en su dura mandíbula sobrenatural. Fue como dar un puñetazo a una pared de cemento.
John parpadeó y sus verdes ojos se tornaron negros como el carbón. Ni siquiera había notado el golpe.
—Yo no soy un Caster.
Me había visto involucrado en unas cuantas peleas, pero ninguna me preparó para lo que sentí al golpear a John Breed. Recordaba la lucha entre Macon y su hermano Hunting, su fuerza y rapidez increíbles. John apenas se movió, pero enseguida me vi en el suelo. Y muerto.
—¡Ethan! ¡Déjalo, John! —gritó Lena, con dos regueros de maquillaje en el rostro a causa de las lágrimas.
Oí como John tiraba también a Link. En favor de mi amigo he de decir que se levantó antes que yo. Sólo que también volvió a caer antes que yo. Me incorporé como pude. No estaba muy dolorido, aunque me iba a ser difícil ocultarle mis magulladuras a Amma.
—Ya es suficiente, John —dijo Ridley aparentando tranquilidad. Su voz, sin embargo, denotaba que estaba asustada, tan asustada como era capaz. Cogió a John por el brazo— Vámonos. Hemos terminado.
Link la miró a los ojos.
—No quiero que me hagas ningún favor, Rid. Sé cuidar de mí mismo.
—Ya lo veo. Eres un verdadero peso pesado.
Link hizo una mueca, no sé si a causa del comentario o del dolor. Lo cierto, en todo caso, era que no estaba acostumbrado a ser el que mordía el polvo cuando se peleaba. Se puso en pie y enseñó los puños, listo para proseguir la pelea.
—Son los puños de una furia, nena, y esto no ha hecho más que empezar.
Ridley se interpuso entre él y John.
—No. Ya se acabó.
Link bajó los puños y dio una patada al suelo.
—Podría con él si no fuese un. . ¿Qué demonios eres, chico?
No di a John oportunidad de responder. Estaba completamente seguro de lo que era.
—Es una especie de Íncubo —dije y miré a Lena. Seguía llorando con los brazos cruzados sobre el vientre, pero no intenté hablar con ella. Ya ni siquiera estaba seguro de en qué se había convertido.
—¿Crees que soy un Íncubo? ¿Un Soldado del Demonio? —dijo John echándose a reír.
Ridley sonrió con sarcasmo.
—No seas presumido, John. Ya nadie llama Soldados del Demonio a los Íncubos.
John chascó los nudillos.
—Es que soy de la vieja escuela.
Link parecía confuso.
—Yo creía que ustedes, los vampiros, no podían ver la luz del día.
—Y yo creía que vosotros, los paletos, tenían un Trans Am con la bandera confederada pintada en el capó —dijo John, y se echó a reír. La situación, sin embargo, no tenía ninguna gracia. Ridley aún se interponía entre los dos.
—¿A ti qué te importa, flacucho? En realidad, John es de los que les gusta respetar las reglas. Es una especie de… ser único. A mí me gusta pensar que tiene lo mejor de ambos mundos.
Yo no tenía ni idea de qué estaba hablando Ridley. En cualquier caso, no nos dijo qué era John.
—¿Ah, sí? Pues a mí me gusta pensar que va a volver a su mundo y se va a largar a rastras del nuestro —dijo Link con desprecio, pero cuando John lo miró, se le demudó visiblemente el rostro.
Ridley se volvió.
—Vámonos —le dijo a John.
Se dirigieron al túnel del amor cuando los vagones aún no habían pasado bajo el arco de madera decorado como un puente veneciano. Lena vaciló.
—Lena, no vayas con ellos.
Se quedó inmóvil un instante, como si estuviera pensando en volver a mis brazos, pero algo la detuvo. John le susurró algo al oído y subió a la góndola de plástico.
Me quedé mirando a la única chica que había amado en mi vida. Tenía el pelo negro y los ojos dorados.
Y ya no podía seguir fingiendo que aquel color no significaba nada. Ya no.
Vi desaparecer los vagones del túnel del amor y me quedé a solas con Link. Estábamos tan doloridos y magullados como el día de quinto curso en que nos peleamos con Emory y su hermano en el recreo.
—Vámonos de aquí —dijo Link, y echó a andar. Había anochecido. Vimos a lo lejos las luces de la noria, que estaba girando—. ¿Por qué creías que era un Íncubo?
A Link le gustaba pensar que le había dado una patada en el culo un demonio y no alguien normal.
—Se le oscurecieron los ojos y tuve la misma sensación que si me hubieran golpeado con una llave inglesa —respondí.
—Sí, pero lleva todo el día expuesto a la luz. Y tiene los ojos verdes, como Lena… —adujo Link, y se interrumpió. Yo sabía que él también se había dado cuenta.
—Como Lena los tenía antes, ¿verdad? Lo sé, y no tiene ningún sentido.
En realidad, nada de lo sucedido aquella noche tenía sentido. No podía olvidarme del modo en que me había mirado Lena. Por un instante estuve seguro de que no pensaba seguir a John y a Ridley. Pero yo seguía pensando en Lena cuando Link quería hablar de John.
—¿Y a qué ha venido esa idiotez de tener lo mejor de ambos mundos? ¿Qué mundos? ¿El espantoso y el horripilante?
—No sé. Yo creía que era un Íncubo.
Link movió los hombros para comprobar si le dolían.
—Sea lo que sea, ese chico tiene superpoderes. Me pregunto qué más puede hacer.
Pasamos cerca de la salida del túnel del amor. Me detuve.
Lo mejor de ambos mundos
. ¿Y si John era capaz de mucho más que desaparecer como un Íncubo y hacernos papilla a Link y a mí? Tenía los ojos verdes. ¿Y si era un Caster especial con su propia versión del Poder de Persuasión de Ridley? Ridley no podía ejercer por sí sola tanta influencia sobre Lena, pero ¿y si John la estaba ayudando?
Eso explicaría el extraño comportamiento de Lena, porque me dio la impresión de que quería quedarse con nosotros hasta que John le susurró algo al oído. ¿Cuánto tiempo llevaba susurrándole frases al oído?
Link me dio en el brazo.
—¡Qué raro! —dijo—. ¿El qué?
—Que no hayan aparecido.
—¿Cómo que no han aparecido?
Me indicó la salida del túnel del amor.
—Los vagones ya han dado la vuelta, pero ellos no han salido.
Link tenía razón. No podían haber salido antes de que nosotros dobláramos la esquina. Nos quedamos mirando, pero las góndolas iban vacías.
—¿Dónde se han metido?
Link negó con la cabeza. De momento se le había agotado el grifo de las ideas.
—No lo sé. A lo mejor son unos pervertidos y se han quedado ahí dentro haciendo… ya sabes. —Nos miramos frunciendo el ceño—. Vamos a comprobarlo. Nadie nos ve —dijo Link, encaminándose a la salida.
Tenía razón. Los vagones seguían saliendo vacíos de la atracción. Link saltó por la puerta lateral y se metió en el túnel. Dentro había muy poco espacio y era complicado pasar al lado de los vagones sin llevarse un golpe. Link se dio en la barbilla con uno de ellos.
—Aquí no hay nadie. ¿Adonde habrán ido?
—No pueden haber desaparecido —dije, y recordé cómo había desaparecido John Breed el día del funeral de Macón. Pero aunque él pudiera viajar, Lena y Ridley no podían.
Link pasó sus manos por las paredes.
—¿Crees que ahí dentro habrá una puerta secreta de los Casters o algo así?
Las únicas puertas Caster que yo conocía conducían a los Túneles, el laberinto de pasadizos subterráneos horadados debajo de Gatlin y del resto del mundo Mortal. Era un mundo dentro de otro mundo y tan distinto del nuestro que en él se alteraban el tiempo y el espacio. Por lo que yo sabía, sin embargo, todas las entradas se encontraban en edificios: Ravenwood, la Lunae Libri, la cripta de Greenbrier. Unas cuantas tablas de contrachapado no alcanzaban la categoría de edificio y bajo el túnel del amor el suelo era de tierra.
—¿Una puerta? Pero, ¿adonde podría llevar? Esto lo acaban de levantar hace dos días, y está justo en medio de la feria.
Link se abrió paso hasta la salida.
—Pero, si aquí no hay ninguna puerta secreta, ¿dónde se han metido?
Lo que yo quena era averiguar si John y Ridley estaban utilizando sus poderes para dominar a Lena. Eso no explicaría su comportamiento de los últimos meses ni el dorado de sus ojos, pero tal vez sí por qué estaba con John.
—Tengo que irme —dije.
—¿Por qué me imaginaba yo que ibas a decir algo así? —repitió mi amigo, que ya había sacado las llaves de su coche del bolsillo trasero del pantalón.
Me siguió hasta su vieja chatarra. La grava crujió bajo sus playeras cuando corrió para alcanzarme. Abrió la oxidada puerta y se sentó al volante.
—¿Adonde vamos? Aunque será mejor que yo no..
Link seguía hablando cuando oí sus palabras, apenas un susurro desde el fondo de mi corazón.
Adiós, Ethan
.
Y se desvanecieron. Las palabras y la chica. Como una pompa de jabón o un algodón de azúcar, o como la última esquirla plateada de un sueño.
L
AS RUEDAS PATINARON al parar ante la Historical Society y los frenos chirriaron con estruendo. El estrépito del motor se fue apagando poco a poco en la calle desierta.
—¿No podrías hacer un poquito de menos ruido por una vez? Nos van a oír —dije, aunque sabía que Link no cambiaría su estrafalaria forma de conducir.
Habíamos aparcado a pocos metros de la sede de las Hijas de la Revolución Americana. Observé que por fin habían reparado el tejado. Un huracán provocado por Lena lo había levantado poco antes de su cumpleaños El Jackson High también padeció las consecuencias del mismo temporal, pero imagino que las autoridades competentes pensaron que la rehabilitación del instituto podía esperar. En Gatlin, las prioridades estaban claras. En Carolina del Sur casi todo el mundo tenía algún pariente confederado, así que unirse a las Hijas de la Revolución era fácil. Para formar parte, sin embargo, era necesario un linaje que se remontara hasta una persona que hubiera combatido en la guerra de independencia. El mayor problema, no obstante, era demostrar ese linaje. Salvo que el pariente en cuestión hubiera firmado personalmente la Declaración de Independencia, puestos uno detrás de otro, los documentos acreditativos podían formar una fila de un kilómetro. E incluso en ese caso, en la sociedad sólo se ingresaba previa invitación, para lo cual era necesario lamerle el culo a la madre de Link y estampar tu firma en la solicitud que en esos momentos se trajera entre manos. Probablemente, en el Sur el proceso fuera mucho más engorroso que en el Norte, como si los sureños tuviéramos que demostrar que habíamos combatido en el mismo bando al menos en una ocasión. En la parte Mortal de mi pueblo reinaba tanta confusión como en la parte Caster.
Aquella noche, la sede de las Hijas estaba desierta.
—No creo que nadie nos oiga. Hasta que no acabe el Derby de Demolición, todo el mundo está en la feria.
Link tenía razón. Gatlin parecía un pueblo fantasma. La mayoría de sus habitantes todavía estaría en la feria. O en casa hablando por teléfono, relatando los detalles de cierto concurso de repostería que permanecería en la memoria colectiva de la comunidad durante décadas. Todos estaban convencido de que la señora Lincoln no había permitido que ningún miembro de la sociedad dejara de verla compitiendo con Amma por el primer puesto del concurso de tartas. Aunque, por otro lado, seguro que en aquellos momentos estaría preguntando por qué no se había presentado mejor al concurso de quimbombó en vinagre.
—No todo el mundo —dije. Me había quedado sin ideas ni explicaciones, pero sabía dónde conseguir ambas cosas.
—¿Seguro que esto es buena idea? ¿Y si Marian no está?
Link estaba nervioso. Ver a Ridley con una especie de Íncubo mutante no había sacado precisamente lo mejor de él. Yo, sin embargo, creía que no tenía nada de qué preocuparse. Era evidente que John Breed no andaba detrás de Ridley, sino de Lena.
Consulté la hora en el móvil. Eran casi las once.
—Es festivo y ya sabes lo que eso significa. Marian debe de estar en la Lunae Libri.
Así funcionaban las cosas en Gatlin. Marian trabajaba de bibliotecaria jefe de la Biblioteca del Condado de nueve de la mañana a seis de la tarde de lunes a viernes, pero los días festivos, era bibliotecaria jefe de la Biblioteca Caster de nueve de la noche a seis de la mañana.
Cuando la biblioteca de Gatlin estaba cerrada, la biblioteca de los Caster estaba abierta. Y en la Lunae Libri había una puerta que llevaba a los Túneles.