Hermosa oscuridad (17 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

—Pero me dijiste que no lo podía controlar.

—Me equivoqué. Recuerda a mi tío Macon, él sabía cómo controlarlo y Ridley está aprendiendo.

—Ridley no es Macon.

Un relámpago cruzó el cielo.

—Tú no sabes nada.

—Eso es verdad. Soy un estúpido Mortal. No sé nada de tu secreto mundo de Caster ni de tu repugnante prima Caster ni del chico Caster de la Harley.

Lena estalló.

—Ridley y yo éramos hermanas, no puedo darle la espalda. Ya te he dicho que en estos momentos la necesito. Y ella me necesita a mí.

No dije nada. Lena traslucía frustración. Yo estaba sorprendido de que la noria no hubiera saltado de sus goznes y hubiera salido rodando. Por el rabillo del ojo veía las luces de la montaña rusa. La misma sensación de vértigo que en una montaña rusa experimentaba yo cuando me perdía en los ojos de Lena. A veces el amor es así y encuentras una tregua cuando en realidad no la quieres.

Otras veces la tregua te encuentra a ti.

Lena me echó los brazos al cuello y me atrajo hacia ella. Encontré sus labios y nos besamos y abrazamos como si temiéramos no hacerlo nunca más. Esta vez, cuando me mordió el labio, acarició levemente mi piel con sus dientes y no hubo sangre. Sólo urgencia. La empujé contra la tosca pared de madera de detrás de las taquillas. Oía más su respiración agitada que la mía. Hundí mis dedos en sus cabellos y volví a besarla. Empecé a sentir aquella opresión en el pecho, la falta de aire, el estertor al querer llenar los pulmones. El fuego.

Lena también lo sintió y se apartó. Yo me agaché intentando recobrar el aliento.

—¿Estás bien?

Respire hondo y me incorporé.

—Sí, estoy bien. Para un Mortal.

Me dedicó una sonrisa auténtica y buscó mi mano. Advertí entonces que se había hecho un dibujo muy extraño en la palma. Líneas curvas y espirales que se enroscaban hasta la muñeca y el antebrazo. Eran trazos parecidos a los de henna con que se adornaba la adivina que echaba las cartas en un puesto con olor a incienso barato del otro extremo del recinto.

—¿Qué es eso? —pregunté cogiéndola por la muñeca, que ella apartó de un tirón. Acordándome del tatuaje de Ridley, me pregunté si el dibujo de Lena sería de rotulador.

Así es.

—Será mejor que bebas algo.

Tiró de mí para rodear las taquillas y yo la dejé. No quería seguir enfadado cuando vislumbraba la posibilidad de que el muro que se interponía entre nosotros se viniera abajo. Lo sentí al besarnos unos momentos antes. Aquel beso no tenía nada que ver con el del lago, que me había cortado la respiración pero por razones diferentes. Quizá nunca supiera el significado de aquel beso, pero sabía que el que acabábamos de darnos era para nosotros una oportunidad. Tal vez la única que nos quedaba.

Pero sólo duró unos momentos.

En cuanto vi a Liv, que llevaba dos nubes de algodón de azúcar en una mano y me saludaba con la otra, supe que el muro volvía a levantarse. Quizá para bien.

—Ethan, te he comprado algodón de azúcar. ¡Ven, vamos a la noria!

Lena me soltó. Comprendí la idea que se había formado: chica rubia y delgada con largas piernas, dos nubes de algodón de azúcar y sonrisa expectante. Estaba sentenciado antes incluso de que Liv pronunciase la palabra vamos.

Ésa es Liv, la ayudante de Marian. Trabaja conmigo en la biblioteca
.

¿También trabaja contigo en el Dar-ee Keen? ¿Y en la feria?

Otro relámpago atravesó el cielo.

No es lo que parece L
.

Liv me dio el algodón de azúcar y miró a Lena con una sonrisa y le tendió la mano.

¿Una rubia? Lena no había apartado la vista de mí. ¿En serio? ¡No me digas!

—Lena, ¿verdad? Hola soy Liv.

Ay, el acento. Eso lo explica todo
.

—Hola,
Liv
—dijo Lena, pronunciando el nombre como si tuviéramos al respecto una broma privada. No tocó la mano de Liv.

Si Liv advirtió el desprecio, no dejó que se notase y retiró la mano.

—¡Por fin! Llevo días intentando que Ethan nos presente como es debido, porque parece que él y yo vamos a pasar juntos todo el verano.

No me digas
.

Lena no me miraba y Liv no dejaba de mirarla a ella.

—Liv, lo siento, pero éste no es buen… —intervine, pero no podía impedirlo. Era una situación penosa: dos trenes a cámara lenta a punto de chocar.

—No seas tonto —me interrumpió Lena con los ojos clavados en Liv, como si, dotada de los poderes de una Sybil, fuera capaz de interpretar su rostro—. Encantada de conocerte.

Es todo tuyo. Por mí puedes quedarte con el pueblo entero
.

Liv tardó unos dos segundos en darse cuenta de que había interrumpido algo. Intentó llenar el silencio de todas formas.

—Ethan y yo no paramos de hablar de ti. Me ha dicho que sabes tocar la viola.

Lena se puso tensa.

Ethan y yo
… Liv añadió un tono malicioso, pero con las palabras habría bastado. Yo sabía cómo se las tomaría Lena: Ethan y la chica Mortal, la chica capaz de ser todo lo que ella no podía ser.

—Tengo que irme —dijo Lena dando media vuelta sin que yo pudiera cógela del brazo.

Lena

Ridley tenía razón. Sólo era cuestión de tiempo, hasta que otra chica llegara al pueblo
.

Me pregunté qué otras cosas le habría dicho Ridley.

¿De qué estás hablando? Sólo somos amigos, L
.

Nosotros también éramos sólo amigos
.

Se marchó abriéndose paso a empujones entra la sudorosa multitud y provocó una caótica reacción en cadena. El efecto dominó parecía interminable. No pude verlo bien, pero en algún sitio entre ella y yo, un payaso tropezó y uno de los globos que llevaba estalló, un niño se echó a llorar porque se le había caído el helado y una mujer se puso a gritar porque una máquina de hacer palomitas había empezado a echar humo y arder. Incluso en la resbaladiza confusión de calor, brazos y ruido, todo cambió al pasar Lena. Su fuerza de atracción fue tan poderosa como la luna para las mareas o el sol para los planetas. Respecto a mí, estaba atrapado en su órbita aunque ella se alejara de la mía.

Di un paso hacia ella, pero Liv me cogió del brazo frunciendo el ceño, como si estuviera analizando la situación o haciéndose cargo de ella por primera vez.

—Lo siento, Ethan. No quería interrumpir. Quiero decir, si, ya sabes, he interrumpido algo…

Quería saber lo que había pasado entre Lena y yo sin preguntarlo, pero no dije nada. Supongo que sería la mejor respu
esta
.

El caso es que no seguí andando y dejé que Lena se fuera.

Llegó Link abriéndose paso entre la gente. Traía tres latas de Coca-Cola y una nube de algodón de azúcar.

—Amigo, en el puesto de las bebidas hay una cola brutal —dijo, dándole una lata a Liv—. ¿Me he perdido algo? ¿Ésa de ahí era Lena?

—Se ha marchado —dijo Liv sin más explicaciones, como si las cosas fueran así de simples.

Y ojalá lo hubiera sido.

—Da igual. Olvidémonos de la noria —dijo Link—. Será mejor que vayamos a la carpa principal. Van a anunciar a las ganadoras del concurso de tartas en cualquier momento y como no seas testigo de su momento de gloria, Amma te va a arrancar la piel en tiras.

—¿Hay tarta de manzana? —preguntó Liv.

—Sí, pero para probarla hay que ponerse unos Levi’s, beberse Coca-Cola y conducir un Chevrolet mientras cantas American Pie.

Aunque iban a un paso de mí, oí en la lejanía las bromas de Link y la risa fácil de Liv. Ellos no tenían pesadillas ni eran víctimas de una maldición. Ni siquiera estaban preocupados.

Link tenía razón. No podíamos perdernos el momento de gloria de Amma. Por mi parte, seguro que ese día no me daban ninguna banda de ganador. Tampoco hacía falta dar un mazazo en la vieja y trucada atracción de la feria para saber qué resultado obtendría. Link sería un GALLITO, pero yo me sentía menos que una DECEPCIÓN TOTAL. Ya podía dar el golpe más fuerte del mundo y la respuesta siempre sería la misma. Por mucho que me esforzara, últimamente siempre acababa entre PERDEDOR y NULIDAD ABSOLUTA. Además, empezaba a tener la impresión de que Lena tenía el mazo entre las manos. Por fin comprendí por qué Link escribía tantas canciones sobre el abandono.

15 DE JUNIO
El túnel del amor

—C
OMO SUBA LA TEMPERATURA un poco más, vamos a empezar a caer como moscas y las moscas van a empezar a caer como moscas —dijo Link limpiando su sudorosa frente con su sudorosa mano y rociando a cuantos teníamos la suerte de estar a su lado.

—Muchas gracias —dijo Liv limpiándose la cara con una mano y despegando del cuerpo su empapada camiseta con la otra.

La carpa de Southern Crusty estaba atestada y las finalistas ya se encontraban en el improvisado estrado de madera. Yo intentaba ver algo por encima de las filas de mujeronas que nos precedían, pero era como hacer cola en la cafetería del Jackson High el día que reparten galletas gratis.

—Casi no puedo verlas —dijo Liv poniéndose de puntillas—. ¿Se supone qué está pasando algo? ¿Nos lo habremos perdido?

—Espera un momento. —Link intentó asomarse entre dos mujeres inmensas que estaban delante—. Bah, es imposible acercarse más. Me rindo.

—Allí está Amma —dije yo—. Gana el primer premio casi todos los años.

—¿Amma Treadeau? —preguntó Liv.

—Exacto. ¿Cómo lo sabes?

—No sé. La profesora Ashcroft me la habrá mencionado alguna vez.

La voz de Carlton Eaton retumbó por los altavoces. Se estaba haciendo un lío con el micrófono. Siempre anunciaba a las ganadoras del concurso. Porque sólo había una cosa que le gustaba más que abrir el correo: la luz de los focos.

—Si tienen la amabilidad de escucharme un momento, amigos. . Hemos tenido algunas dificultades técnicas… Espera un momento… ¿Pueden llamar a Red? ¡Yo qué voy a saber arreglar el maldito micrófono! Maldita sea, aquí hace más calor que en el Hades.

Se limpió el sudor con un pañuelo. Nunca conseguía saber cuándo el micrófono estaba apagado y cuándo encendido.

Amma, muy orgullosa, se encontraba a su derecha. Llevaba su mejor vestido, el estampado con pequeñas violetas, y sostenía su preciada y premiada tarta de batata. La señora Snow y la señora Asher estaban a su lado con sus propias creaciones. Iban ataviadas para el desfile de Madre e Hija Melocotón, que comenzaba a continuación del concurso de repostería, y estaban igualmente espantosas con sus vestidos de gasa de colores azul cielo y rosa respectivamente. Parecían salidas de un baile de graduación de los años ochenta. Por fortuna, la señora Lincoln, que estaba junto a la señora Asher, no participaba en el desfile, así que llevaba uno de los vestidos que solía ponerse para ir a la iglesia, y sostenía su famosa tarta de mantequilla. Al mirarla me acordé del cumpleaños de Lena y la locura que se desató. Ver salir a la madre de tu novia del cuerpo de la madre de tu mejor amigo es un espectáculo digno de contemplarse. Aquella noche, al ver a la señora Lincoln, pensé en el momento en que Sarafine salió de su cuerpo igual que una serpiente muda la piel. Me entraron escalofríos.

—Mira, colega —dijo Link dándome un codazo—, fíjate en Savannah. ¡Con corona y todo! Seguro que sabe sacarle partido al premio.

Enfundadas en sus chabacanos vestidos y sudando a mares, Savannah, Emily y Eden estaban sentadas en primera fila con el resto de participantes en el Desfile del Melocotón. Savannah asomaba bajo metros de reluciente melocotón y tenía la corona de brillantes falsos de princesa de Gatlin perfectamente colocada, pero la cola de su vestido se enganchaba en la barata silla plegable en la que estaba sentada. Posiblemente había comprado el vestido en Little Miss, la tienda de ropa femenina del pueblo, que lo habría encargado a medida en Orlando.

Liv se acercó para comentar ese singular fenómeno cultural llamado Savannah Snow.

—Pero, entonces, ¿es la reina de la feria? —preguntó con un brillo en los ojos. Yo intenté ponerme en su piel, comprender lo raro que debía de parecerle todo aquello a una extranjera.

—Está a punto de serlo —dije, casi con una sonrisa.

—No tenía ni idea de que la repostería fuera tan importante para los americanos. Desde el punto de vista antropológico, quiero decir.

—No sé qué pasará en otros sitios, pero en el Sur las mujeres se la toman muy en serio. Y éste es el concurso de repostería más importante del condado de Gatlin.

—¡Ethan, acércate!

Tía Mercy me llamaba agitando el pañuelo con una mano mientras, con la otra sostenía su infame tarta de coco. Thelma empujaba su silla de ruedas, con la que iba apartando a la gente. Tía Mercy participaba en el concurso todos los años y todos los años su tarta de coco obtenía una mención de honor por mucho que hubiera olvidado la receta hacía más de veinte años y ni uno sólo de los jueces tuviera valor suficiente para probarla.

Tía Grace y tía Prue iban cogidas del brazo. Llevaban al terrier de Yorkshire de tía Prue, Harlon James.

—Ethan, qué alegría que estés aquí. ¿Has venido a ver cómo le dan la banda a tía Mercy?

—Pues claro, Grace. ¿Qué otra cosa iba a hacer en una carpa llena de mujeres?

Quise presentarles a Liv a las Hermanas, pero no me dieron oportunidad. No paraban de parlotear. De todas formas, para qué preocuparse si tía Prue siempre se encargaba de las formalidades.

—¿Quién es ésta, Ethan, tu nueva novia?

Tía Mercy se ajustó las gafas.

—¿Qué le ha pasado a la otra, a la chica de los Duchannes, la morena?

Tía Prue miró a su hermana con reprobación.

—Pero, Mercy, eso no es asunto nuestro. No tendrías ni que haberle preguntado. A lo mejor ha sido ella la que le ha dejado a él.

—¿Y por qué iba a dejarlo? Ethan, no le habrás pedido a esa chica que se desnude, ¿verdad?

Tía Prue dio un respingo.

—¡Mercy Lynne! Si el buen Dios no nos castiga a todos por ser tú tan deslenguada. .

Liv estaba aturdida. Evidentemente, no estaba acostumbrada a seguir el parloteo de unas ancianas de más de trescientos años de edad y con acento del Sur.

—No, tía, tranquila. Y tranquilas las dos que Lena y yo no lo hemos dejado. Todo va bien entre nosotros —mentí, aunque si subían lo suficiente el volumen de sus audífonos para oír los chismorreos de los feligreses, sabrían la verdad en cuanto pisaran la iglesia—. Ésta es Liv, la ayudante de Marian. Pasará aquí el verano. Trabajamos juntos en la biblioteca. Liv, éstas son mis tías abuelas Grace, Mercy y Prudence.

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