Hermosa oscuridad (45 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico


Loca silentia
no significa «donde el mapa guarda silencio».

—¿No?

—Creo que significa algo parecido a silencio de radio, al menos para los Casters. Piensa un poco. ¿Cuándo dejó de funcionar el Arco de Luz?

Liv reflexionó unos instantes.

—En Savannah, justo después de que… —Me miró y se sonrojó. Sin duda recordaba nuestro encuentro en la habitación de invitados de mi tía Caroline—. ¿Encontrásemos el cuaderno de tu madre en el ático?

—Exacto. Cuando entramos en el territorio llamado Loca silentia, el Arco dejó de guiarnos. Creo que hemos pasado por una especie de zona de nadie sobrenatural como el Triángulo de las Bermudas desde que empezamos a desplazarnos hacia el Sur.

Liv levantó la vista del mapa para mirarme. Cuando por fin habló, no podía evitar que su voz trasluciera la emoción que sentía.

—La línea de unión. Nos encontramos en la línea de unión, es decir, en la Frontera.

—Pero, ¿en la línea de unión de qué?

—De los dos universos —dijo Liv y consultó el selenómetro—. Es posible que durante todo este tiempo el Arco de Luz haya sufrido una especie de sobrecarga mágica.

Pensé en la forma de aparecer de tía Prue, en el lugar y el momento precisos en que lo hizo.

—Apuesto a que tía Prue sabía que necesitábamos los mapas. Acabábamos de entrar en
Loca silentia
cuando nos los dio.

—Pero el mapa termina sin indicar dónde se encuentra la Frontera, y así, ¿cómo puede nadie encontrarla? —dijo Liv, y suspiró.

—Mi madre pudo. Supo encontrarla sin ayuda de la estrella.

Cuánto me habría gustado que estuviera allí en aquellos momentos aunque sólo fuera en forma de visión espectral hecha de niebla, polvo y huesos de pollo.

—¿Lo has leído en sus papeles?

—No, pero oí que John se lo decía a Lena. —No quería pensar en ello aunque la información nos fuera útil—. Entonces, según el mapa, ¿dónde estamos?

—Justo aquí —respondió Liv indicándomelo con el dedo. Habíamos alcanzado la larga curva de los cabos y pequeñas bahías de la costa meridional. Los caminos Caster confluían y divergían como terminaciones nerviosas hasta llegar al litoral.

—¿Qué son estas formas? ¿Unas islas? —pregunté.

Liv mordió la punta del bolígrafo.

—Sí, las Islas Marinas.

—Creo que he visto esas mismas figuras en alguna parte.

—A mí también me lo ha parecido, pero pensaba que era por haber consultado los mapas tantas veces.

Era cierto. La representación de aquellas islas, con curvas cóncavas y convexas como las de las nubes, me sonaba. ¿Dónde había visto algo parecido?

Saqué unos papeles —los papeles de mi madre— del bolsillo de la mochila. Entre hojas arrugadas estaba el trozo de papel de vitela donde podía verse un extraño dibujo Caster que parecía reproducir unas nubes.

Ella supo cómo encontrarla sin la estrella
.

—Espera un momento. —Coloqué el trozo de papel de vitela sobre el mapa. Parecía una fina capa de cebolla sobre la tabla de cortar de Amma—. Me pregunto si…

Deslicé la hoja traslúcida sobre el mapa. Los trazos del dibujo de la piel de vitela encajaron perfectamente en los del mapa. Salvo uno, que se materializó en una especie de silueta espectral sólo visible cuando las inacabadas líneas de la retícula del mapa se completaron con las inacabadas líneas de la piel de vitela. Por separado, las líneas trazadas en uno y en otro papel sólo parecían garabatos sin sentido.

Al juntarlas, sin embargo, todo encajó y pudimos ver la isla.

Como las dos mitades de una llave Caster o como dos universos unidos por un propósito común.

La Frontera estaba oculta en mitad de una costa Mortal.

Me quedé mirando el trazo de la hoja y lo que se veía debajo.

Allí estaba. El lugar más legendario del universo Caster aparecido como por arte de magia por obra y gracia del bolígrafo y el papel.

Oculto a simple vista.

20 DE JUNIO
Hijo de nadie

L
A PUERTA EN SÍ NO era tan peculiar.

Ni el pasadizo que conducía hasta ella o el corredor en curva que tuvimos que recorrer antes de llegar. Recodo tras recodo a través de pasajes abiertos a través de rocas, tierra y madera astillada. Se suponía que así eran los Túneles: húmedos, oscuros y angostos; como cuando Link y yo seguimos a un perro vagabundo por los desagües de Summerville.

Supongo que lo más raro era el aspecto tan poco extraordinario de todo ahora que habíamos averiguado el secreto del mapa. Seguirlo era lo más fácil. Al menos hasta llegar a aquel punto.

—Ésa es, no puede ser otra —dijo Liv levantando la vista del mapa.

Me fijé en una escalera de madera que teníamos delante y que conducía hasta una puerta por cuyas rendijas entraban delgados rayos de luz.

—¿Estás segura?

Asintió y se guardó el mapa en el bolsillo.

—Entonces, veamos adónde conduce —dije subiendo la escalera.

—No tan deprisa, Malapata. ¿Qué crees que hay al otro lado de esa puerta?

Ridley quería retrasar el momento. Estaba tan nerviosa como yo.

Liv estudió la puerta.

—Las antiguas leyendas dicen que es un lugar de magia antigua ni Oscura ni Luminosa.

Ridley negó con la cabeza.

—No sabes de lo que estás hablando, Guardiana. La magia antigua es brutal e infinita, el caos en su forma más pura. Una combinación que hará que tu pequeña investigación no culmine en un final precisamente feliz.

Me acerqué más a la puerta, con Liv y Link detrás.

—Vamos, Rid, ¿quieres ayudar a Lena o no?

La voz resonó entre aquellas paredes.

—Sólo digo que…

Oía el miedo en la voz de Ridley. Procuré no pensar en la última vez que lo había oído, a enfrentarse a Sarafine en el bosque.

Empujé la puerta, que crujió. La vieja madera se combó. Otro intento y se abriría. Y habríamos llegado a la ignota Frontera, fuera lo que fuese.

No estaba asustado. No sé por qué, pero cuando forcé la puerta no pensaba que entraba en un universo mágico, sino en casa, en mi casa. Aquella puerta no era distinta de la de la feria de Gatlin, la que estaba bajo el túnel del amor. Tal vez fuera una señal: lo que encontramos al principio de nuestro viaje reaparecía al final. Me pregunté si era un buen o un mal presagio.

No me preocupaba lo que pudiéramos encontrar al otro lado de la puerta. Lena estaba esperando y, lo supiera o no, me necesitaba.

Ya no había vuelta atrás.

Me apoyé en la puerta y se abrió. La rendija de luz se transformó en un sol blanco y cegador.

Me interné en la luz dejando la oscuridad a mi espalda. Apenas veía los escalones, que descendían. Respiré profundamente el aire con olor a mar y cargado de sal.

Loca silentia
. En esos momentos lo comprendí. En el momento en que abandonamos la oscuridad de los túneles para emerger en el ancho y plano reflejo del agua sólo había luz y silencio.

Lentamente, mis ojos fueron acostumbrándose a la luz. Nos encontrábamos en lo que parecía una playa rocosa en plena marea baja, con conchas de ostras grises y blancas y rodeada por una desigual fila de palmeras. Junto al mar discurría un paseo de madera ya vieja con vistas a las islas. Aguzamos el oído esperando escuchar las olas, la brisa o alguna gaviota. Pero reinaba el silencio, un silencio tan espeso que nos mantenía paralizados.

Era un paisaje tan corriente como surrealista y vívido como el de un sueño. Los colores eran demasiado vivos, la luz demasiado intensa, y en las sombras lejanas que se divisaban más allá de la playa, la oscuridad era demasiado negra. Pero todo parecía hermoso, hasta aquellas sombras. Así actuaba aquel silencio mágico y envolvente. Nos rodeaba como una soga estableciendo entre nosotros una unión inextricable.

Eché a andar hacia el paseo de madera y las redondeadas formas de las islas emergieron en la distancia. Más allá sólo había una niebla densa y plana. La bajamar había dejado aquí y allá matas de hierba encharcada por encima del fangoso suelo. A lo largo de la playa había varios muelles que se extendían sobre las aguas hasta perderse en el negro horizonte. Parecían dedos de madera vieja y gastada, puentes hacia ninguna parte.

Miré al cielo. No se veía ninguna estrella. Liv consultó el selenómetro, dándole unos golpecitos.

—Las mediciones de este cacharro ya no son correctas. A partir de ahora debemos orientarnos sin ayuda —dijo. Se quitó su artilugio y lo guardó en el bolsillo.

—Lo suponía.

—¿Y ahora qué? —preguntó Link, que se agachó a coger una concha que luego arrojó lo más lejos posible con el brazo sano y que el agua se tragó sin el menor ruido.

Ridley se colocó a su lado. La brisa movía sus rubios cabellos con mechas rosas. A lo lejos, en el muelle que teníamos delante, ondeaba la bandera de Carolina del Sur —una palmera y una media luna sobre un campo azul oscuro—, que parecía una enseña Caster en su delgada asta. Pero al fijarme más detenidamente, me di cuenta de que aquella bandera era ligeramente distinta a la de Carolina del Sur: junto a la media luna y a la palmera había una estrella de siete puntas, la Estrella del Sur, como si hubiera caído del cielo para plantarse en aquella bandera.

Nada parecía indicar que aquel era el lugar de unión del mundo Mortal y el mágico. No sé qué esperaba, pero salvo una estrella de más en la bandera del estado y una sensación de magia densa como la sal de la brisa marina, nada había cambiado.

Avanzamos por el muelle y llegamos hasta la bandera. El viento había amainado y gualdrapeaba contra el asta sin el menor ruido.

Liv consultó el mapa.

—Si no me equivoco, tiene que estar más allá de la boya, entre el punto donde nos encontramos y esa isla.

—Yo creo que no nos hemos equivocado. —Estaba seguro.

—¿Por qué lo sabes?

—¿Te acuerdas de lo que me dijiste de la Estrella del Sur? —dije y señalé la bandera—. Piénsalo un momento. Hemos venido siguiendo la estrella hasta aquí y ahora nos encontramos con ésta en la bandera. ¿No será la que veníamos buscando? Supongo que es una especie de indicación de que estamos en el lugar correcto.

—¡Claro! La estrella de siete puntas.

Examinó la bandera, tocando la tela con cuidado, dejando que la idea fuera cobrando cuerpo poco a poco.

Pero no teníamos tiempo. Yo sabía que teníamos que seguir adelante.

—¿Qué estamos buscando? ¿Tierra o algún tipo de construcción?

—Pero entonces, ¿no era esto lo que buscábamos? —preguntó Link. Parecía decepcionado. Volvió a meter la cizalla bajo el cinturón.

—Creo que aún tenemos que atravesar el mar. En realidad, tiene mucho sentido. Es como cruzar la laguna Estigia para entrar en el Hades —dijo Liv extendiendo el mapa—. Según este mapa, tenemos que buscar un pasaje que nos lleve hasta la Frontera a través del agua. Un vado o un puente.

Colocó la piel de vitela sobre el mapa y todos miramos. Link cogió ambos.

—Sí, ya veo. Es increíble —dijo, poniendo y quitando la piel de vitela. Y soltó el mapa, que cayó sobre la arena mojada.

—¡Cuidado! —exclamó Liv agachándose para recogerlo—. ¿Es que estás mal de la cabeza?

—¿Mal de la cabeza? Al contrario, soy un genio.

Algunas veces, los diálogos entre Liv y Link se volvían completamente desquiciados. Liv guardó el mapa de tía Prue y seguimos caminando.

Ridley cogió a
Lucille Ball
. Casi no había hablado desde que abandonamos los Túneles. Quizás después de que la hubieran domesticado prefiriera la compañía de Lucille. O tal vez estuviera asustada. Sin duda conocía mejor que los demás los peligros que nos aguardaban.

El Arco de Luz me quemaba la pierna. Mi corazón palpitaba y la cabeza me daba vueltas.

¿Qué me estaba haciendo? Desde que entramos en aquella tierra de nadie que en el mapa aparecía con el nombre de Loca silentia, la luz había dejado de iluminar el camino para iluminar el pasado. El pasado de Macon. Se había convertido en vehículo de las visiones, en una línea directa a ellas que yo no podía controlar. Las visiones aparecían de forma intermitente introduciendo en el presente fragmentos del pasado de Macon.

Una hoja de palma crujió al pisarla Ridley. Luego otra cosa y me vi lejos de allí…

Tras chasquearle el hombro, Macon sintió de inmediato un dolor agudo, como si se le quebraran los huesos. Se le estiró la piel como si ya no pudiera contener la amenaza que se cernía desde su interior. Se quedó sin aire en los pulmones como si lo hubieran aplastado. Y empezó a ver borroso y a experimentar una sensación de caída a pesar de que se le hincaron las piedras al darse contra el suelo
.

La Transformación
.

A partir de ese momento no podría caminar en compañía de Mortales a la luz del día. El sol le abrasaría la piel y no podría ignorar el ansia de alimentarse de la sangre de los Mortales. Ahora era uno de ellos, otro Íncubo de Sangre del antiguo linaje de la familia Ravenwood
.

Un depredador entre presas y siempre en busca de alimento
.

Volví al presente tan súbitamente como me había abstraído de él.

Tropecé con Liv. Me daba vueltas la cabeza.

—Tenemos que seguir, estoy perdiendo el control.

—¿Qué quieres decir?

—El Arco de Luz… y las cosas extrañas que me pasan… por la cabeza —dije, incapaz de explicarme.

Liv asintió.

—Imaginaba que lo ibas a pasar mal. No sabía si un Wayward tan sensible como tú a la atracción de ciertos Casters podría verse más afectado por la energía particularmente poderosa de este lugar. Bueno, eso suponiendo que seas… —Eso suponiendo que yo fuera un Wayward.

—Entonces, ¿la Frontera ya te parece un lugar real?

—No. A no ser que… —Señaló el último de los muelles. Era el más viejo y estrecho de todos y mucho más largo que los demás. Tanto que no se veía el final, sólo que desaparecía por la nieva—. Ése podría ser el puente que hemos estado buscando.

—Parece cualquier cosa menos un puente —comentó Link con escepticismo.

—Sólo hay una forma de averiguarlo —dije, y eché a andar.

Nos abríamos paso entre conchas y tablas podridas, y yo me resbalaba a menudo. Estaba y no estaba allí. Iba pendiente del ácido diálogo de Ridley y Link y al instante siguiente me sumía en una nueva visión del pasado de Macon. Sabía que las visiones encerraban algún mensaje relevante, pero se acumulaban con tanta velocidad que me resultaba imposible pararme a averiguarlo.

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