Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Macon observaba a Ridley detenidamente.
—¿Por qué Lena accedió a venir hasta aquí?
—John y yo la convencimos.
—¿Quién es John y cuál es su papel en todo esto?
Ridley mordía sus uñas color púrpura.
—Es un Íncubo o más bien un híbrido. En parte Íncubo en parte Caster, y es verdaderamente poderoso. Está obsesionado con la Frontera y pensaba que todo sería perfecto cuando llegásemos.
—¿Sabía que Sarafine estaría aquí?
—No. Es un auténtico creyente. Cree que la Frontera resolverá todos sus problemas, como su fuera una especie de Utopía de los Casters.
La mirada de Macon traslucía ira. Sus ojos verdes reflejaban sus emociones como los negros nunca lo habían hecho.
—¿Cómo es que tú y un chico que ni siquiera es Íncubo del todo fueron capaces de convencer a Lena de algo tan absurdo?
Ridley apartó la mirada.
—Fue fácil. Lena pasaba por una situación complicada y supongo que pensaba que no tenía otro sitio adonde ir.
Era difícil mirar a la Ridley de ojos azules sin preguntarse cómo se sentiría al pensar que hasta hacia tan sólo unos días había sido una Caster Oscura.
—Aunque Lena se sintiera responsable de mi muerte, ¿por qué pensó que su sitio estaba entre ustedes, una Caster Oscura y un demonio? —Macon no lo dijo con rencor pero a Ridley, esas palabras le dolieron.
—Lena se odia a sí misma y cree que se está volviendo oscura —repuso y me miró—. Quería ir a un lugar donde no pudiera hacerle daño a nadie. John le prometió que la cuidaría cuando nadie más lo hiciera.
—Yo lo habría hecho. —Mi voz resonó entre las paredes rocosas que nos rodeaban.
—¿También si se volvía Oscura? —me preguntó Ridley mirándome a los ojos.
Todo tenía sentido. Lena atormentada por el peso de la culpa y John junto a ella con todas las respuestas que yo no podía darle.
Me pregunté cuanto tiempo llevaban juntos, cuántas noches, cuántos túneles oscuros. John no era Mortal. El contacto con ella no lo mataría. Podrían hacer todo lo que desearan, todo lo que Lena y yo nunca podríamos hacer. La imagen de los dos abrazados en la oscuridad como Liv y yo en Savannah me torturó.
—Y hay algo más. —Tenía que decírselo—. Sarafine no actúa sola. Abraham la está ayudando.
Una sombra que no supe interpretar cruzo el rostro de Macon.
—Abraham. La verdad es que no me sorprende.
—Las visiones también han cambiado. En algunas de ellas me pareció que Abraham podía verme.
Macon perdió su pie y estuvo a punto de tropezar conmigo.
—¿Estás seguro?
—Me llamó por mi nombre.
Macon me dirigió la misma mirada que la noche del Baile de Invierno, el primero de Lena. Como si sintiera lástima por mí, por lo que tendría que hacer, por la responsabilidad que recaía sobre mí. No comprendía que lo llevaba de buen agrado.
Macon siguió hablando. Traté de concentrarme en lo que decía.
—No me imaginaba que los acontecimientos se hubieran precipitado tan deprisa. Tienes que extremas las precauciones, Ethan. Si Abraham ha establecido conexión contigo, te puede ver tan claramente como tú a él.
—¿También a parte de las visiones?
La ideas que Abraham pudiera ver todos mis movimientos no era muy tranquilizadora.
—De momento, no tengo una respuesta para eso, pero hasta que la tenga, ten cuidado.
—Y me preocuparé de eso después de enfrentarnos a un ejército de Íncubos para rescatar a Lena. —Cuanto más hablábamos de ella, más imposible me parecía.
Macon se volvió hacia Ridley.
—¿Tiene John algo que ver con Abraham?
—No lo sé. Fue Abraham quien convenció a Sarafine para que convocara la Decimoséptima Luna. —Ridley parecía triste, exhausta y desaseada.
—Ridley, necesito que me cuentes todo lo que sepas.
—Yo no ocupaba un lugar demasiado alto en la jerarquía, tío Macon. Todo lo que sé me lo dijo Sarafine.
Resultaba difícil creer que Ridley fuera la misma chica que estuvo a punto de convencer a mi padre de que saltara al vacío desde un balcón. Parecía abatida, rota.
—Señor —intervino Liv—, cierto detalle me inquieta desde que supe de John Breed. En la Lunae Libri se conservan miles de árboles genealógicos de Caster e Íncubos que recorren varios siglos de historia. ¿Cómo es posible que él aparezca de pronto, como salido de ninguna parte, que no aparezca en ningún registro?
—Yo me estaba preguntando exactamente lo mismo —dijo Macon, reanudando la Marcha. Apoyaba el peso del cuerpo más sobre una pierna que sobre la otra—. Pero no es un Íncubo.
—Estrictamente hablando, no —repuso Liv.
—Pero es tan fuerte como ellos —dije, dando una patada a una piedra.
—Pues yo me pegaría con él de todas formas —dijo Link encogiéndose de hombros.
—No se alimenta, tío Macon. No le he visto hacerlo ni una sola vez.
—Interesante.
—Mucho —refrendó Liv.
—Olivia si no te importa… —dijo Macon, extendiendo el brazo—. ¿Has conocido algún caso de híbrido en tu orilla del Atlántico?
Liv se colocó de forma que Macon pudieran andar apoyado en sus hombros.
—¿De híbrido…? Espero que no.
Me retrasé unos pasos y saqué el collar de Lena del bolsillo para contemplar los amuletos, que dejé sobre la palma de mi mano. Estaban enredados y, sin ella, carecían de valor y sentido. Pesaban más de lo que recordaba, eso sí. O tal vez fuera el peso de mi conciencia.
Nos detuvimos en un risco que dominaba la boca de la caverna. Era enorme y estaba formado por roca volcánica negra. La luna estaba tan baja que parecía a punto de caerse del cielo. Dos Íncubos guardaban la entrada, bajo la cual las olas rompían con fragor rociándolos de gotas a cada poco.
La luz de la luna no era lo único que se sometía a la atracción de la caverna. Un grupo numeroso de Vex, negras sombras que giraban sobre sí mismas, sobrevolaba la entrada en círculos, metiéndose por la boca y saliendo por la abertura del techo como si formaran una especie de molinillo sobrenatural. Me fijé en uno que sobrevolaba el agua. Su sombra se reflejaba perfectamente en el mar.
Macon nos explicó su presencia.
—Sarafine los utiliza para avivar el Fuego Oscuro.
Un ejército. ¿Qué posibilidades teníamos? La situación era mucho más complicada de lo que yo había imaginado y a perspectiva de salvar a Lena, una locura. Al menos contábamos con Macon.
—¿Qué vamos a hacer?
—Intentaré ayudarlos a entrar, pero en cuanto lo hagan, serán ustedes los que tendrán que buscar a Lena. Al fin y al cabo el Wayward eres tú.
¿Ayudarnos a entrar? ¿Se había vuelto loco?
—¿Es que no vas a venir con nosotros?
Macon se sentó en una roca.
—Su suposición es correcta, señor Wate.
No quise disimular mi ira.
—¿Habla en serio? Usted mismo lo ha dicho. ¿Cómo vamos a salvar a Lena sin usted, no somos más que una Siren que ha perdido sus poderes, un Mortal que nunca tuvo ninguno, una bibliotecaria y yo? ¿Qué posibilidades tenemos frente a un grupo de Íncubos de Sangre y bastantes Vex para abatir la fuerza Aérea? Por favor dígame que tiene un plan.
Macon levantó la vista y miró la luna.
—Voy a ayudarlos, pero desde aquí. Confíe en mí, señor Wate. Así tiene que ser.
Me le quedé mirando. Hablaba completamente en serio. Nos mandaba solos a la caverna.
—Si con esas palabras pretende tranquilizarme, no lo ha conseguido.
—Ahí abajo no hay más que una batalla que librar y no me corresponde a mí ni a tus amigos, es sólo tuya, hijo. Eres un Wayward, un Mortal con un gran propósito. Te he visto luchar desde que te conozco, frente al grupo de damas egoístas e interesadas de las Hijas de la Revolución, frente al comité disciplinario, en la Decimoséptima Luna, hasta frente a tus amigos. No tengo la menor duda que encontrarás el camino.
Llevaba luchando todo el año pero eso no hizo que me sintiera mejor. La señora Lincoln tenía aspecto de ser capaz de amargarte la vida hasta acabar contigo, pero en el fondo sabías que no podía. Lo que nos aguardaba en aquella caverna era un peligro mucho mayor.
Macon sacó un objeto de su bolsillo y me lo puso en la mano.
—Toma, es todo lo que tengo, mi reciente viaje fue inesperado y no tuve tiempo de hacer las maletas.
Era un libro en miniatura color dorado. Presioné el cierre y se abrió. En su interior guardaba una fotografía de mi madre, la muchacha de mis visiones. La Lila Jane de Macon.
Apartó la mirada.
—Lo he encontrado en mi bolsillo por casualidad. Con el tiempo que ha pasado imagínate. —No era verdad, el librito su amuleto, estaba viejo y arañado. No dudé que lo tenía en el bolsillo porque, desde quién sabe cuántos años, siempre lo había llevado consigo—. Creo Ethan, que será para ti un objeto de poder. Siempre lo fue para mí. No te olvides que nuestra Lila Jane era una mujer muy fuerte. Me salvó la vida incluso desde la tumba.
Reconocí en la muchacha de la foto la mirada de mi madre. Hasta ese momento había creído que la reservaba para mí. Era la mirada que me dedicó la primera vez que leí una señal de tráfico cuando aún no sabía que había aprendido a leer. La misma que me dirigió cuando me empaché con tarta de mantequilla de Amma y me acosté con un dolor de estómago tan feroz como la propia Amma. La mirada que reservó para mí primer día de colegio, mi primer partido de baloncesto y el primer roce con el coche.
Ahora la veía otra vez conservada en aquel libro minúsculo. Ya no me abandonaría y Macon tampoco. Tal vez tuviera algún plan. Al fin y al cabo había logrado burlar la muerte. Me guardé el librito en el bolsillo, junto al collar de Lena.
—Espera un momento —dijo Link acercándose—. Me alegro que tengas ese librito dorado y todo lo que quieras, pero han dicho que la Banda de la Sangre nos está esperando ahí abajo y también el chico vampiro y la madre de Lena y el emperador o lo que sea el tal Abraham. Y mira, he echado un vistazo por aquí, pero no he visto a Han Solo, ¿sabes? Así que, ¿no te parece qué vamos a necesitar algo más que un librito?
Ridley que estaba detrás de él asentía.
—Link tiene razón. Tal vez puedas salvar a Lena, pero no lo conseguirás si no llegas hasta ella.
Link se sentó con dificultada al lado de Macon.
—Señor Ravenwood, ¿no puede usted acompañarnos y cargarse por lo menos un par de ellos?
Macon miró a Link con sorpresa. En realidad, era el primer diálogo que mantenía con él.
—Por desgracia, hijo, la prisión me ha debilitado…
—Está en plena transición, Link, y no puede bajar. Se encuentra en un momento muy vulnerable —dijo Liv en quien Macon seguía apoyándose.
—Olivia tiene razón. Los Íncubos están dotados de una fuerza y una rapidez increíbles y en mi actual estado no soy rival para ellos.
—Por fortuna yo sí.
La voz provenía de la oscuridad de la noche. Al instante, oímos el desgarro del aire. Era una criatura femenina. Llevaba un largo abrigo negro con el cuello vuelto hacia arriba y botas también negras muy gastadas. Su pelo moreno flotaba al viento.
Reconocí al Súcubo del entierro de Macon enseguida. Se trataba de Leah Ravenwood, la hermana de Macon. Macon se había quedado tan boquiabierto como los demás.
—¡Leah!
Leah se acercó y le rodeó la cintura con un brazo para sostenerlo.
—Verdes, ¿eh? —dijo al verle los ojos—. A algunos les va costar acostumbrarse. —
Apoyó la cabeza en su hombro como Lena solía hacer.
—¿Cómo nos has encontrado?
Leah se echó a reír.
—Son la comidilla de los Túneles. Corre el rumor que mi hermanito mayor se va a enfrentar a Abraham, que tampoco parece muy contento con ustedes.
La hermana de Macon, a la que Arelia se llevó a Nueva Orleans al abandonar a su esposo. Las Hermanas la habían mencionado en alguna ocasión.
—Sombra y Luz han de ser lo que son.
Link llamó mi atención con un ademán. Supe lo que quería sin necesidad que me lo dijera: huir a toda costa, no sabíamos lo que quería Leah Ravenwood de nosotros ni por qué estaba ahí, pero si era como Hunting y se alimentaba de sangre y no de sueños, teníamos que salir de ahí cuanto antes. Mire a Liv. Negó con la cabeza de un modo casi imperceptible. Tampoco las tenía todas consigo.
Macon esbozó una de esas raras sonrisas.
—¿Qué haces tú aquí querida?
—He venido a equilibrar un poco la pelea. Ya sabes que siempre me han gustado de familia —respondió Leah también con una sonrisa. Agitó la muñeca y de la nada apareció un largo bastón de madera pulida—. Además he traído mi báculo.
Macon estaba desconcertado. Por la expresión de su rostro resultaba imposible saber si sentía alivio o preocupación.
—Pero, ¿por qué ahora? Normalmente, los problemas de los Casters no te importan nada.
Leah metió la mano en el bolsillo y sacó una goma elástica con la que se hizo una coleta.
—Esto no es una simple batalla entre Casters. Si el Orden es destruido puede que nosotros caigamos en él.
Macon la miró con gravedad, como si quisiera decir: no lo digas delante de los niños.
—El Orden de las Cosas se mantiene desde el principio de los tiempos y hará falta algo más que una Cataclyst para probar su destrucción.
Leah volvió a sonreír, e hizo girar el bastón.
—Además, es hora que alguien le enseñe a Hunting buenos modales. Mis motivos son puros como el corazón de un Súcubo.
Macon rió con la broma, que para mí no tuvo ninguna gracia.
Leah Ravenwood, podía decantarse por la Luz o por la Sombra, a mí me daba igual, lo impórtate era otra cosa.
—Tenemos que encontrar a Lena.
Leah cogió el bastón.
—Estaba esperado que lo dijeras.
—No quiero ser grosero, señora —dijo Link aclarándose la garganta—, pero mi amigo Ethan dice que Hunting está ahí abajo con su pandilla de Íncubos. No me interprete mal, porque parece usted muy mala y todo eso, pero no deja de ser una chica con un palo.
—Esto… —En una fracción de segundo, Leah puso el bastón a unos centímetros de la nariz de Link—. Es un Báculo de Súcubo, no un palo. Y yo no soy una chica soy un Súcubo. Dentro de nuestra especie, las hembras tenemos ventaja. Somos más rápidas, más fuertes y más listas que nuestros homólogos masculinos. Considérame la mantis religiosa del mundo sobrenatural.
—¿No es ese el bicho que arranca la cabeza de un mordisco a los ejemplares machos? —preguntó Link con escepticismo.