Hermosa oscuridad (51 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

—¿Abriendo esa bola llena de problemas como ustedes, muchachos, han hecho? ¿Con un hechizo más viejo que la madre de mi madre? ¿O tal vez llamando al teléfono de emergencias del condado de Gatlin? —respondió Amma y se acercó a Link, que retrocedió para evitar problemas. Las palabras de Amma, sin embargo, no me engañaron. Supe perfectamente lo que en realidad estaba diciendo: te quiero y no podría estar más orgullosa. Aparte de: los voy a encerrar a los dos en el sótano durante un mes cuando volvamos a casa.

Ridley se acercó a Link.

—Piensa un poco. Una Necromancer, una Diviner y una Vidente. No teníamos las más mínima posibilidad.

Amma, la abuela de Lena, Arelia y Twyla se volvieron para mirar a Ridley, que se sonrojó e inclinó la cabeza en señal de respeto.

—No me puedo creer que estés aquí, tía Twyla —dijo Ridley tragando saliva—. Hola, abuela.

La anciana cogió a Ridley por la barbilla y miró sus brillantes ojos azules.

—Así que es cierto. Me alegro de que hayas vuelto, niña —dijo, y besó a Ridley en la mejilla.

—Te lo dije —intervino Amma, engreída—, lo supe por las cartas.

—Yo por las estrellas —dijo Arelia.

Twyla las miró a las dos con desdén.

—Las cartas —dijo entre susurros— muestran sólo la superficie de las cosas. Ahora hemos de enfrentarnos a algo muy profundo, del tuétano del hueso, y que pertenece al otro lado. —Una sombra cruzó su rostro.

—¿Cómo vamos a hacerlo? —pregunté. Twyla sonrió y la sombra se disipó.

—Necesitas alguna ayuda de La Bas —dijo.

—El Otro Mundo —tradujo Arelia.

Amma se arrodilló, extendió un palo lleno de huesos y amuletos. Parecía un médico preparando los útiles quirúrgicos.

—Llamar a quienes puedan ayudarnos es mi especialidad.

Arelia sacó una carraca y Twyla se sentó. Los demás mirábamos expectantes, preguntándonos a quién iba a despertar. Amma distribuyó los huesos sobre el paño y sacó una jarra de arcilla.

—Tierra de cementerio de Carolina del Sur, la mejor que hay y traída directamente de casa —dijo. Cogí la jarra y la abrí recordando la noche que la seguí hasta los pantanos—. Podemos ocuparnos de esos Vex. No puedo reducir a Sarafine, para eso contamos con Melchizedek, pero sí hacer que disminuya su poder.

La abuela de Lena observó los oscuros Vex que alimentaban el fuego.

—Dios mío, no exagerabas, Amarie. Hay muchísimos.

A continuación se fijó en Sarafine y en Lena, y frunció el ceño. Ridley soltó su mano, pero siguió a su lado.

—Amigo, no había dicho nada —dijo Link con un suspiro de alivio—, pero estaba pensado exactamente lo mismo.

Amma terminó de extender la tierra bajo sus pies.

—Vamos a tener que mandarlos de vuelta al lugar al que pertenecen.

—Y luego me las veré con mi hija —dijo la abuela tirando de su chaqueta.

Amma, Arelia y Twyla se sentaron con las piernas cruzadas en las húmedas rocas y se cogieron de la mano.

—Lo primero es lo primero. Vamos a liberarnos de esos Vex.

La abuela retrocedió para dejar espacio.

—Eso sería fabuloso, Amarie.

Las tres mujeres cerraron los ojos. Amma habló con voz fuerte y clara a pesar del zumbido de los Vex y del rumor de la magia Oscura.

—Tío Abner, tía Delilah, tía Ivy y, abuela Sulla, necesitamos vuestra intercesión una vez más. Los convoco a este lugar. Encontrad el camino a este mundo y llevaos a quienes no pertenecen a él.

Twyla puso los ojos en blanco e inició su mantra.

Les lois
, mis espíritus, mis guías,

Quebrad el Puente

Que lleva a estas sombras de vuestro mundo

Al mundo siguiente.

Alzó los brazos por encima de la cabeza.


Encore!

—Otra vez —tradujo Arelia.

Les lois
, mis espíritus, mis guías,

quebrad el Puente

Que lleva a estas sombras de vuestro mundo

Al mundo siguiente.

Twyla continuó el mantra. Su francés de Nueva Orleans se mezclaba con el inglés de Amma y Arelia. Sus voces se superponían como un coro. A través de la abertura del techo de la caverna observé que en torno al rayo de luna, el cielo se oscurecía, como si hubieran acumulado unas nubes y estuviera a punto de desencadenarse una tormenta. Pero no se trataba de nubes. Las Parcas estaban creando otro tipo de huracán. Una sombra giraba en espiral sobre ellas como un tornado perfecto con el vórtice en su pequeño círculo. Por un segundo pensé que aquella inmensa sombra sólo serviría para atraer la atención de los Vex y los Íncubos, que se abalanzarían sobre nosotros y nos matarían.

Pero no tendría que haber dudado de las tres mujeres. Las espectrales figuras de los Antepasados empezaron a surgir: tío Abner, tía Delilah, tía Ivy, y Sulla la Profeta, hechos de arena, tejidos poco a poco, grano a grano.

Nuestras parcas seguían cantando:

Les lois
, mis espíritus, mis guías,

quebrad el Puente

Que lleva a estas sombras de vuestro mundo

al mundo siguiente

Al cabo de unos segundos, aparecieron más espíritus del Otro Mundo, Sheers. Surgían de la arena, que giraba en espiral, como una mariposa de su capullo. Los Antepasados y los espíritus atrajeron a los Vex, que se precipitaron contra ellos con los aullidos espantosos que yo recordaba de los Túneles.

Los Antepasados empezaron a crecer. Sulla se hizo tan grande que sus collares parecían sogas. A tío Abner sólo le faltaba un rayo y una toga para parecer el mismo Zeus tonante. Los Vex llegaban velozmente desde las llamas del Fuego Oscuro como negras vetas que rasgaban el cielo. Pero con igual velocidad desaparecían tragados por los Antepasados igual que Twyla se tragó a los Sheer aquella noche en el cementerio.

Sulla la Profeta avanzó y extendió el brazo apuntando con sus dedos llenos de anillos al último de los Vex, que aún giraba y chillaba en medio del viento.

—¡Quiebrad el puente!

Los Vex, finalmente, se habían ido y sobre nuestras cabezas no quedó nada excepto una nube negra y los Antepasados, encabezados por Sulla. Temblaba bajo la luz de la luna y pronunció sus últimas palabras.

—La Sangre siempre es Sangre. Ni el tiempo puede acallarla.

Los Antepasados se desvanecieron y la nube negra se disipó. Sólo quedó el humo ondulante del Fuego Oscuro. La pira seguía ardiendo y Sarafine y Lena aún estaban atadas sobre la roca.

La situación había cambiado, pero no sólo porque los Vex hubieran desaparecido. Ya no éramos silenciosos observadores a las espera de una oportunidad para actuar. Todos los Íncubos y Casters Oscuros de la caverna tenían los ojos clavados en nosotros y enseñaban sus colmillos y sus amarillos y refulgentes iris.

Tanto si nos gustaba como si no, ahora formábamos parte de la fiesta.

20 DE JUNIO
Diecisiete lunas

L
OS ÍNCUBOS DE SANGRE fueron los primeros en reaccionar. Se fueron desmaterializando uno por uno y reaparecieron en formación. Reconocí a Caracortada, el Íncubo presente en el funeral de Macon. Estaba en primera línea y nos observaba con ojos calculadores. Como era de esperar, Hunting no estaba presente. Era demasiado importante para una simple matanza. Sin embargo, Larkin estaba al frente del grupo. Tenía una serpiente negra enroscada en un brazo y era el segundo en el mando.

Nos rodearon en pocos segundos, anulando toda posibilidad de escape. Se encontraban frente a nosotros, que teníamos la pared rocosa en la caverna a nuestra espalda. Amma se colocó entre los Íncubos y yo, como si se hubiera propuesto combatirlos con sus propias manos. No tuvo oportunidad.

—¡Amma —grité. Era demasiado tarde.

Larkin se colocó a unos centímetros de ella con un cuchillo que parecía muy real.

—Para ser una vieja creas demasiadas molestias, ¿lo sabías? Siempre metiéndote donde no te llaman y convocando a tus difuntos. Ya es hora de que te unas a ellos.

Amma no retrocedió.

—Larkin Ravenwood, vas a lamentar mucho todo esto cuando intentes encontrar el camino entre este mundo y el próximo.

—¿De verdad? —replicó Larkin, llevando el brazo hacía atrás, preparándose para apuñalar a Amma.

Antes de que pudiera hacerlo, Twyla extendió la mano y unas partículas blancas atravesaron el aire. Larkin gritó y soltó el cuchillo para frotarse los ojos.

—¡Ethan, cuidado! —Me avisó Link, y todo ocurrió a cámara lenta. Vi que el grupo de Íncubos se precipitaba sobre mí, pero al mismo tiempo oí otra cosa. Un zumbido apagado que fue subiendo de volumen poco a poco. Una luz verde apareció ante nosotros, la misma luz pura que había emitido el Arco de Luz al girar en el aire poco antes de la liberación de Macon.

No podía ser otro que el propio Macon.

El zumbido se hizo más potente y la luz ascendió haciendo retroceder a los Íncubos. Mire a mi alrededor para comprobar que todos seguíamos bien.

Link estaba agachado, con las manos apoyadas en las rodillas como si estuviera a punto de vomitar.

—Que poco ha faltado —dijo Ridley, que le daba en la espalda unas palmadas tal vez demasiado fuertes—. ¿Qué le has arrojado a Larkin? ¿Algún tipo de materia eléctrica? —le pregunto a Twyla.

La anciana sonrió, frotando las cuentas de uno de los treinta o cuarenta collares que llevaba.

—No ha hecho falta, cher.

—¿Qué, entonces?


Sèl manje
—respondió Twyla con marcado acento de Nueva Orleans.

Ridley no comprendió.

—Sal —tradujo Arelia con una sonrisa.

Amma me dio con el codo.

—Ya te dije que la sal prevenía contra los malos espíritus. Ya también contra los malos chicos.

—Hay que seguir adelante. No tenemos mucho tiempo —dijo la abuela corriendo hacia las escaleras con la ayuda de su bastón—. Ethan ven conmigo.

La seguí hasta el altar. Un humo espeso me envolvió. Me asfixiaba y me intoxicaba al mismo tiempo.

Llegamos al último escalón. La abuela de Lena amenazó a Sarafine con el bastón, que de inmediato empezó a brillar con una luz dorada. Sentí un gran alivio. La anciana era una Empath. No poseía poderes propios, pero si capacidad para aprovechar los poderes de otros. Y los poderes de los que en ese momento se había apropiado pertenecían a la mujer más peligrosa de la caverna: su hija Sarafine, que canalizaba la energía del Fuego Oscuro para convocar la Decimoséptima Luna.

—¡Ethan, coge a Lena! —me gritó la abuela, sumida en algún tipo de vínculo psíquico con Sarafine.

Era cuanto necesitaba oír. Deshice los nudos de la soga que ataba a Lena y a su madre. Lena estaba tendida sobre la roca congelada casi inconsciente. La toqué. Tenía la piel fría como el hielo. Por mi parte, sentí la sofocante atracción del Fuego Oscuro y sufrí un aturdimiento inmediato.

—Lena, despierta, soy yo.

La sacudí. Movió la cabeza a ambos lados. Tenía la mejilla roja por el hielo de la roca. La incorporé y la cogí en brazos para transmitirle el poco calor que aún me quedaba.

Abrió los ojos y trato de hablar. Cogí su rostro con ambas manos.

—Ethan… —Le pesaban los parpados. Volvió a cerrar los ojos—. Vete de aquí.

—No.

La besé y la estreché entre mis brazos. No importaba lo que pudiera pasar. Por aquel único momento, por abrazarla de nuevo, todo había merecido la pena.

No pienso irme sin ti
.

Oí el grito de Link. Un Íncubo había escapado del poderoso muro de luz que contenía a los demás. Era John Breed, que estaba detrás de él y le cogía por el cuello enseñando los colmillos. John tenía la misma expresión vacua de antes, como si no actuara por propia voluntad. Me pregunté si se debería al efecto nocivo del humo. Ridley atacó a John por la espalda y los tres cayeron al suelo. Debió de cogerlo por sorpresa, porque no era lo bastante fuerte para derribarlo. Lucharon cuerpo a cuerpo y rodaron por la arena.

No pude ver más, pero la escena me basto para darme cuenta de que aún corríamos un grave peligro. No sabía durante cuánto tiempo nos serviría aquella muralla sobrenatural, especialmente si era Macon quien la generaba.

Lena tenía que poner fin a aquella situación.

La miré. Tenía los ojos abiertos y la mirada perdida, como si no pudiera verme.

Lena. Puedes renunciar ahora. No cuando

No lo digas
.

Es tu Luna de Cristalización
.

No. Es su Luna de Cristalización
.

No importa. Es tu Decimoséptima Luna, L
.

Me miró, pero sus ojos parecían inertes.

Sarafine la ha convocado. Yo no he pedido nada
.

Tienes que elegir o todas las personas a quienes queremos morirán aquí esta noche
.

Apartó los ojos.

¿Y si no estoy preparada?

No puedes seguir huyendo, Lena. Ya no
.

Tú no lo comprendes. No puedo decidir. Se trata de la maldición. Si elijo la Luz, Ridley y la mitad de mi familia morirán. Si elijo la Oscuridad, mi abuela, mi tía Del, mis primos… todos morirán. ¿Cómo voy a elegir?

La estreché con fuerza deseando que existiera algún modo de transmitirle mi energía o absorber su dolor.

—Es una decisión que sólo tú puedes tomar. —La ayudé a ponerse de pie—. Miré abajo. Las personas a las que quieres están luchando por su vida. Y tú puedes detener esa lucha. Sólo tú.

—No sé si puedo.

—¿Por qué no? —pregunté, desesperado.

—Porque no sé quién soy.

La miré a los ojos. Habían vuelto a cambiar, uno era de un verde perfecto, el otro, dorado.

—Mírame, Ethan. ¿Soy Sombra o soy Luz?

La miré y supe quién era. Era la chica a la que amaba. La chica a la que siempre amaría.

Instintivamente, saqué el librito dorado del bolsillo. Era cálido al tacto, como si una parte de mi madre viviera entre sus páginas. Se lo puse a Lena en la mano y noté que una sensación cálida se extendía por su cuerpo. Deseaba que sintiera el tipo de amor que simbolizaba y albergaba aquel libro: el amor eterno, el amor que ni con la muerte acaba.

—Yo sé quién eres, Lena. Conozco tu corazón. Confía en mí. Confía en ti.

Lena cerró la mano sobre el libro. Era suficiente.

—¿Y si te equivocas, Ethan? ¿Cómo puedes estar tan seguro?

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