Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Sí y luego se los come.
A pesar de las reservas que pudiera tener respecto a Leah, parecía satisfecho que su hermana nos acompañara. Le dio un consejo de última hora.
—Larkin ha crecido desde la última vez que lo viste, Leah. Es un Illusionist muy poderoso. Ve con cuidado. Según Olivia nuestro hermano conserva sus estúpidas mascotas, los canes de sangre.
—No te preocupes, hermano mayor. Yo también he traído compañía —dijo Leah, y se volvió para mirar un saliente rocoso que estaba sobre nosotros. En el aguardaba una especie de puma del tamaño de un pastor alemán. Estaba echado en una roca con el rabo colgando. — ¡
Bade
! —El gato llegó corriendo y se tendió a los pies de Leah tras abrir las mandíbulas. Tenía varias hileras de afilados dientes—. Estoy segura que a
Bade
le encantaría jugar con los perritos de Hunting. Seguro que son fieles a su naturaleza y se llevan como el perro y el gato.
Ridley se dirigió a Liv en voz baja.
—
Bade
es el dios vudú del viento y las tormentas. Lo mejor es no tener problemas con él.
La referencia al vudú me recordó a Lena y me sentí más tranquilo respecto al gato de ochenta kilos que no apartaba los ojos de mí.
—La caza y las emboscadas son su especialidad —dijo Leah acariciando al animal detrás de la orejas.
Al ver al gato,
Lucille
echó a correr y se tumbó de espaldas para jugar.
Bade
la acarició con el hocico y Leah se agachó y la recogió.
—
Lucille
, ¿cómo esta mi niña?
—¿Conoces a la gata de mis tías?
—Estuve presente cuando nació. Era la gata de mi madre, que se la regalo a tu tía Prue para que pudiera orientarse en los Túneles.
Lucille
se escurrió hasta las garras de
Bade
.
Leah despertaba mis sospechas hasta el momento, pero
Lucille
nunca me había fallado. Sabía juzgar a las personas, aunque fuera una gata.
Una gata Caster. Debí haberlo supuesto desde el principio.
Leah se metió el báculo debajo del cinturón. Había llegado el momento de marcharse.
—¿Listos?
Macon me tendió la mano y yo se la estreché. Sentí por un instante el poder de su tacto, como si quisiera trasladarme un mensaje que no supe comprender. Me soltó y me volví hacia la caverna preguntándome si volvería a verle.
Yo iba en cabeza de mis amigos, la variopinta pandilla a la que se había referido Macon, detrás. Mis amigos, un Súcubo, un puma con nombre de dios vudú, una gata y yo. Ojalá fuera suficiente.
A
L LLEGAR A LA BASE de los riscos, nos escondimos detrás de una formación rocosa a pocos metros de la caverna. Dos Íncubos custodiaban la entrada. Hablaban en voz grave. Reconocí a uno de ellos, tenía una cicatriz y había asistido al entierro de Macon.
—Genial. —Dos Íncubos de Sangre y ni siquiera habíamos entrado.
Evidentemente, el resto de la Banda no estaría lejos.
—Déjadmelos a mí. Aunque será mejor que no miréis —dijo Leah haciendo una señal a
Bade
, que se puso a su lado.
El báculo brilló en el aire como un relámpago. Los Íncubos ni siquiera lo advirtieron. Leah tumbó al primero en cuestión de segundos y Bade se lanzó al cuello del segundo. Leah se levantó, se limpió la boca en la manga y escupió, dejando una marca sanguinolenta en la arena.
—Sangre vieja. Entre setenta y cien años.
Link se quedó boquiabierto.
—¿No esperará que nosotros hagamos eso?
Leah se inclinó sobre el cuello del segundo Íncubo y así estuvo casi un minuto antes de dirigirse a nosotros.
—¡Adelante!
No me moví.
—¿Qué hacemos… qué hago?
—Luchar.
La entrada de la cueva resplandecía como si el sol brillara dentro.
—No puedo hacerlo.
Link se asomó. Estaba nervioso.
—¿Qué dices, amigo?
Miré a mis amigos.
—Creo que deberían dar media vuelta, chicos. Es demasiado peligroso. No tendrían que haberlos obligado a venir.
—A mí nadie me ha obligado. He venido para… —dijo Link y se interrumpió para mirar a Ridley. Luego volvió a mirarme—: Acabar con esta historia.
Ridley sacudió su embarrado pelo con gesto dramático.
—Yo desde luego no he venido por ti, Malapata. No te hagas ilusiones. Por mucho que me guste su compañía, zumbado, estoy aquí por mi prima. —Miró a Liv—. ¿Qué excusa tienes tú?
—¿Crees en el destino? —dijo Liv con calma. La miramos como si se hubiese vuelto loca, pero le dio igual—. Yo sí. Llevo observando el cielo Caster desde hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo y, cuando cambió, lo vi. La Estrella del Sur, la Decimoséptima Luna, mi selenómetro, del que todo el mundo se burla… éste es mi destino. Yo tenía que estar aquí, aunque… bueno, eso no importa.
—Lo he cogido yo —dijo Link—. Aunque se fastidie todo, aunque acabes limpiando letrinas. Porque hay veces en las que hay que hacer lo que hay que hacer.
—Algo así.
Link trató de chasquear los nudillos.
—Bueno, ¿cuál es el plan?
Miré a mi mejor amigo, el mismo que había compartido su chocolatina conmigo en el autobús del colegio un lejano día de segundo curso. ¿De verdad iba a dejar que se internara conmigo en una cueva en la que sólo podía morir?
—No hay ningún plan y no puedes venir conmigo. Yo soy el Wayward y ésta es mi responsabilidad, no la de ustedes.
Ridley me miró con menosprecio.
—Evidentemente, no te han explicado bien todo ese asunto del Wayward. Tú no tienes superpoderes, niño. No puedes superar edificios de un salto ni vencer a los Casters Oscuros con tu gata mágica. —
Lucille
, que estaba detrás de mí, me dio con la pata—. Básicamente, eres un guía turístico venido a más tan poco equipado para enfrentarse a una panda de Casters Oscuros como mi amiga Mary Poppins.
—Ya, igual que Aquaman —dijo Link carraspeando y guiñándome un ojo.
Habló Liv, que llevaba un rato callada.
—No se equivoca, Ethan. No puedes hacer esto solo.
Me daba perfecta cuenta de lo que se habían propuesto hacer, o, mejor dicho,
no
hacer. Marcharse. Negué con la cabeza.
—Chicos, son idiotas.
Link sonrió.
—Creía que ibas a decir «valientes como diablos», por lo menos por mí.
Avanzamos junto a las paredes de la caverna guiados por la luz de la luna. Al doblar a la esquina, los rayos adquirieron un brillo imposible y pudimos ver la pira por debajo de nosotros. Se elevaba en el centro de la cueva con llamas doradas que ardían en círculo consumiendo una pirámide de árboles cortados. Había una gran roca que semejaba un altar maya. Se mantenía en equilibrio sobre la pira como si estuviera suspendida de unos cables invisibles. Unas escaleras gastadas por la erosión conducían al altar. El círculo enroscado de los Casters Oscuros estaba pintado en la pared del fondo.
Sarafine estaba tendida sobre el altar igual que en la aparición del bosque. En cuanto a lo demás, nada era como aquella visión. Rayos de luna entraban por la abertura superior de la caverna e iban a dar directamente sobre su cuerpo irradiando en todas las direcciones, como si lo refractara un prisma. Era como si retuviera la luz de la luna que había convocado antes de tiempo: la Decimoséptima Luna de Lena. Llevaba un vestido dorado que parecía hecho de mil escamas de refulgente metal.
—Nunca había visto nada parecido —dijo Liv.
Sarafine parecía sumida en una especie de trance. Su cuerpo levitaba a algunos centímetros de la roca y los pliegues de su vestido caían en cascada como agua rebasando el borde del altar. Estaba en el proceso de acumular un inmenso poder.
Larkin se encontraba en la base de la pira. Se desplazó hacia la escalera, acercándose a…
Lena
.
Pareciera que se hubiera desplomado. Sus ojos estaban cerrados extendía los brazos hacia las llamas. Tenía la cabeza apoyada en el regazo de John Breed, como si hubiera desfallecido. John no parecía el mismo, sino más bien un autómata, o quizás estuviera, como Sarafine, en medio de algún trance.
Lena temblaba. A pesar de la distancia, percibí el frío cortante que irradiaba fuego.
Debía de estar congelada. Un círculo de Caster rodeaba la pira. No los reconocí, pero supe que eran Oscuros por la enloquecida luz amarilla que irradiaban sus ojos.
¡Lena! ¿Me oyes?
De pronto, Sarafine abrió los ojos. Los Casters entonaron un cántico.
—Liv, ¿qué ocurre? —pregunté en un susurro.
—Están convocando a la Luna de Cristalización.
No era necesario entender lo que decían para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Sarafine convocaba la Decimoséptima Luna para que Lena tuviera que tomar su decisión bajo el influjo de un Hechizo Oscuro. O bajo el peso de la culpa, que es otro Hechizo Oscuro.
—¿Qué hacen?
—Sarafine recurre a todo su poder para canalizar su propia energía y la del Fuego Oscuro hacia la luna.
Liv miraba fijamente la escena como si tratara de memorizar todos los detal es. La Guardiana que había en ella la impelía a registrar la historia en el momento que estaba ocurriendo.
Los Vex sobrevolaban la caverna amenazando con echar abajo las rocas: trazaban espirales y ganaban fuerza y volumen.
—Tenemos que bajar.
Liv asintió y Link cogió de la mano de Ridley.
Descendimos pegados a las rocas y al abrigo de las sombras hasta llegar al suelo de arena mojada. Los cánticos habían cesado. Los Casters guardaban silencio paralizados, sin quitar los ojos de Sarafine y la pira, como si todos estuvieran bajo los efectos de un hechizo que los aturdía.
—¿Y ahora qué? —preguntó Link, que estaba pálido.
Alguien se dirigió al centro del círculo. Lo reconocí de inmediato porque llevaba el mismo traje y la misma corbata que en mis visiones. Con aquel atuendo completamente blanco parecía totalmente fuera de lugar entre los Caster Oscuros y los Vex.
Era Abraham, el único Íncubo lo bastante poderoso para convocar a tantos Vex del subsuelo. Larkin y Hunting avanzaban detrás de él y todos los Íncubos de la caverna se hincaron de rodillas. Abraham alzó los brazos hacia el cielo.
—Ha llegado la hora.
¡Lena! ¡Despierta!
Crecieron las llamas que rodeaban la pira y John Breed invitó suavemente a Lena a levantarse.
¡L! ¡Huye!
Lena miró a su alrededor desorientada. No reaccionó a mi llamada, aunque yo no estaba seguro de que me estuviera oyendo. Sus movimientos eran lentos y vacilantes, como si no supiera dónde estaba.
Abraham se acercó a John y alzó su mano lentamente. John se sobresaltó y cogió en brazos a Lena, elevándose como si un hilo tirase de él.
¡Lena!
Lena ladeó la cabeza y cerró los ojos. John la llevó escaleras arriba. Había perdido su altivez por completo y parecía un zombie.
Ridley se acercó.
—Lena está totalmente desorientada. Ni siquiera se da cuenta de lo que ocurre. Es el efecto del fuego.
—¿Por qué la querrán en ese estado? ¿No tendría que estar consciente para Cristalizar? —pregunté. Creía que se daba por supuesto.
Ridley contemplaba la pira. Estaba, raro en ella, completamente seria y evitaba mirarme a los ojos.
—La Cristalización requiere voluntad. Es ella quien tiene que tomar la decisión — dijo con voz extraña—. A no ser que…
—¿A no ser que qué? —No tenía tiempo de pararme a interpretar las palabras de Ridley.
—A no ser que lo haya hecho ya.
Al abandonar Gatlin, al desprenderse del collar, al fugarse con John Breed.
—No lo ha hecho —dije sin pensar. Conocía a Lena. Existía una razón para su comportamiento—. No lo ha hecho.
Ridley me miró.
—Espero que estés en lo cierto.
John llegó al altar. Larkin que había subido detrás de él, ató a Sarafine y a Lena juntas bajo la luz de la Decimoséptima Luna.
Me palpitaba el corazón.
—Tengo que llegar hasta Lena. ¿Pueden ayudarme?
Link cogió dos piedras grandes. Liv hojeó apresuradamente su cuaderno. Ridley sacó un chupachups.
—Nunca se sabe —dijo, encogiéndose de hombros.
A mi espalda oí otra voz.
—No podrás llegar hasta el altar si antes no te ocupas de todos esos Vex. Pero eso es algo que no recuerdo haberte enseñado.
Sonreí antes de volverme.
Era Amma y esta vez venía acompañada de personas vivas. Arelia y Twyla estaban a su lado. Parecían las tres Parcas. Sentí un gran alivio y me di cuenta de que creía que nunca volvería ver a Amma. Le di un gran abrazo que ella me devolvió descolocando el sombrero. En ese momento vi a la abuela de Lena, que asomó por detrás de Lena.
Cuatro Parcas.
—Señora —dije y la saludé con un asentimiento de cabeza que ella me devolvió como si fuera a ofrecerme un té en el porche de Ravenwood. En ese momento me entró pánico, porque no estábamos en Ravenwood y Amma, Arelia y Twyla no eran las tres Parcas, sino tres ancianas damas del Sur con medias para mejorar la circulación que tal vez sumaran doscientos cincuenta años entre las tres. Y la abuela de Lena no era mucho más joven. En medio de aquel campo de batal a, mis cuatro Parcas particulares tenían poco que hacer.
Claro que, pensándolo bien, me dije, lo mismo podría opinarse de mí.
—¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo nos habéis encontrado?
—¿Que qué hago aquí? —dijo Amma con un bufido—. Mi familia llegó a estas islas desde Barbados antes de que tú fueras un pensamiento en la mente del buen Dios. Conozco este lugar mejor que mi cocina.
—Ésta es una isla Caster, Amma. No una de las Islas del Mar.
—Pues claro que lo es. ¿Dónde si no esconderías una isla que no se puede ver?
Arelia apoyó la mano en el hombro de Amma.
—Tiene razón. La Frontera está oculta entre las Islas del Mar. Puede que Amarie no sea Caster, pero comparte el don de las Visión con mi hermana y conmigo.
Amma negó con la cabeza con tanta determinación que pensé que la extremidad iba a salir despedida.
—No pensarías en serio que iba a permitir que te metieras hasta el cuello en estas arenas movedizas tú solito, ¿verdad?
Le eché los brazos al cuello y volví a abrazarla.
—¿Cómo ha sabido dónde estábamos, señora? A nosotros nos ha costado mucho encontrar este sitio. —Link siempre iba un paso por delante o un paso por detrás de los demás. Las cuatro mujeres lo miraron como si fuera tonto.