Introducción a la ciencia. Una guía para todos (o casi) (23 page)

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Authors: John Gribbin

Tags: #Ciencia, Ensayo

La velocidad de esta temprana difusión y adaptación de los mamíferos en aquella época tuvo su causa en gran medida en la variedad de oportunidades que les ofreció la desaparición de los dinosaurios. Los procesos que llevaron específicamente a una familia de mamíferos, los primates, a llegar a producirnos a nosotros, los seres humanos, se vieron también afectados por cambios en la geografía del planeta, cuando los continentes cambiaron su posición y se produjeron cambios climáticos, que en parte se originaron como resultado de esos cambios geográficos. En los dos capítulos siguientes veremos más sobre esos cambios que afectaron a todo el planeta.

Nuestro propio lugar en la evolución, y en particular nuestra relación con nuestros parientes más cercanos, los monos africanos, queda reflejada no sólo en el registro fósil, sino también en comparaciones directas entre el ADN de nuestros cuerpos y el de dichos monos. Esta comparación muestra que más del 98 por 100 del ADN de los seres humanos, los gorilas y los chimpancés es igual; así pues las diferencias que nos hacen ser humanos de una manera única sólo ascienden a un poco más del 1 por 100 de nuestro ADN. Se han utilizado estudios de moléculas del ADN de muchas especies para averiguar con qué rapidez se han producido los cambios en el ADN durante la época más reciente de la evolución, y esto muestra que la escisión en tres líneas que conduciría a los seres humanos, los chimpancés y los gorilas actuales tiene que haberse producido hace unos cinco millones de años, en una época en la que los bosques de África oriental que habitaron nuestros antepasados estaban secándose y se encontraban en período de retroceso, lo cual obligó a dichos antepasados a adoptar nuevos estilos de vida y a adaptarse a las condiciones cambiantes con el fin de sobrevivir.
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Los seres humanos aparecieron casi exactamente a medio camino en nuestra visión científica general del universo, lo cual no es una coincidencia. Es el resultado del modo que hemos elegido para observar las cosas a diferentes escalas de distancia, comenzando por lo pequeño y yendo hacia arriba. Un núcleo atómico tiene un radio de aproximadamente 10
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m y un ser humano tiene una altura de alrededor de un metro. Por consiguiente, una persona es alrededor de 10
15
veces mayor que un núcleo atómico. Un año luz tiene una longitud de aproximadamente 10x10
15
m. Por lo tanto, cuando consideramos distancias cuya proporción con el tamaño de una persona es como la relación que surge al comparar a una persona con un núcleo, ya hemos salido al universo a gran escala, al dominio de las estrellas. En este sentido, los seres humanos se encuentran aproximadamente a medio camino, en cuanto a tamaño, entre el mundo de los núcleos y las partículas y el mundo de las estrellas.

Los seres humanos también son más o menos todo lo grandes que pueden ser para estar presentes y seguir llevando un modo de vida activo sobre la superficie de la Tierra. Recuérdese que es necesario el tirón gravitatorio de todo el planeta para romper los enlaces eléctricos que mantienen una manzana unida a un árbol y hacerla caer al suelo. Pero la gravedad en la superficie de la Tierra es, desde luego, justo lo suficientemente fuerte como para romper enlaces eléctricos de este modo. De una manera similar, si nos caemos y nos rompemos una pierna, la rotura tiene como causa el hecho de que el tirón gravitatorio en la superficie terrestre, que nos da nuestro peso, es lo bastante fuerte como para interrumpir las fuerzas eléctricas que mantienen unidos los átomos y moléculas de nuestros huesos. Los niños se caen a menudo, pero no se hacen mucho daño, porque su altura queda más cerca del suelo y no tienen que caer de tan lejos. Sin embargo, cualquier cosa que tenga una altura de mucho más de dos metros se ve en serios problemas si se cae. Para un mamífero el único modo de hacerse mucho más grande es ser robusto y pesado (como un elefante) o flotar en el agua (como las ballenas).

No obstante, hay otro modo de considerar el tamaño de un ser humano en relación con el universo. Lo más importante de todo, por lo que respecta al tema de este libro, es que los seres humanos son los sistemas más complejos que podemos encontrar; de hecho son los sistemas más complejos de todo el universo conocido. Esto también se debe en gran medida al intercambio entre la gravedad y otras fuerzas de la naturaleza. En números redondos, como ya hemos mencionado con anterioridad, existen cien billones de células en nuestro cuerpo que están trabajando conjuntamente para formar un organismo vivo. El funcionamiento de estas células tiene lugar en su totalidad mediante la actividad electromagnética, que es la base de todas las reacciones químicas. El número de células que hay en el cuerpo permite la complejidad de sus funciones y posibilita la especialización, existiendo muchas células que trabajan conjuntamente para realizar tareas específicas, incluida la de formar un cerebro grande y complejo. Pero todas las interesantes actividades que realizamos son el resultado de procesos químicos dirigidos por fuerzas electromagnéticas. Como veremos pronto, cuando se observan objetos a una escala mayor, como los planetas y las estrellas, se constata que la gravedad aplasta y anula toda (o, al menos, en gran parte) la interesante estructura electromagnética. Un planeta contiene más átomos que un ser humano, pero no tiene una estructura tan compleja.

A escala de los núcleos y las partículas, las cosas son relativamente sencillas, porque en las interacciones sólo intervienen cada vez unas cuantas partículas. A escala del ser humano, las cosas resultan complicadas e interesantes, por el hecho de que es posible para una estructura realmente bastante delicada de cien billones de células funcionar conjuntamente e interaccionar como si fueran una unidad, y también hay moléculas tan complejas como el ADN que pueden llevar a cabo sus tareas. Sin embargo, otros objetos, como los planetas y las estrellas, son también relativamente sencillos, porque a escala planetaria y a otras escalas aún mayores la complejidad molecular va desapareciendo, ya que la gravedad la destruye y hace que volvamos a la sencillez de la química inorgánica, en el mejor de los casos. En el interior de una estrella, ni siquiera es posible esta pequeña complejidad, por lo que volvemos a la simplicidad de la física de partículas.

En su momento veremos más sobre todo esto. Primero deseo describir algunas de las interacciones en las que participan los sistemas más complejos del universo conocido, es decir, nosotros mismos. Los seres humanos somos demasiado complicados para que nos sean aplicables el tipo de reglas científicas que hacen tan predecible la órbita de la Luna alrededor de la Tierra. No es posible decir exactamente cómo responderá un ser humano ante cualquier influencia exterior cuando ésta afecta al comportamiento consciente, salvo que sea algo tan sencillo como caer bajo la influencia de la gravedad. Sin embargo, la evolución por selección natural es con mucho lo bastante poderosa como para explicar en general por qué nos comportamos de la forma en que lo hacemos, planteando preguntas del estilo de cómo y por qué eligen las personas a sus parejas para el acto sexual, o por qué el altruismo tiene que resultar positivo desde el punto de vista de la evolución y por qué se producen conflictos en muchas familias entre los padres y sus hijos adolescentes.

Charles Darwin fue la primera persona que utilizó argumentos evolutivos para intentar comprender el comportamiento humano y escribió (ya en 1839, aunque el ensayo no se publicó en aquella época):

Mirando al hombre de la misma forma que un naturalista miraría a cualquier otro mamífero, se puede llegar a la conclusión de que tiene instintos parentales, conyugales y sociales, y quizás otros más… La historia de cada raza humana muestra esto, si la juzgamos por sus hábitos, como a cualquier otro animal. Estos instintos consisten en un sentimiento de amor [y simpatía] o benevolencia con respecto al objeto en cuestión. Sin tener en cuenta su origen, vemos en otros animales que estos instintos consisten en una simpatía activa tal que el individuo se olvida de sí mismo y ayuda, defiende y actúa para los demás en detrimento de sí mismo.

Esta idea de «mirar al hombre, como un naturalista miraría a cualquier otro mamífero» es el meollo de la forma moderna de comprender la evolución. Los seres humanos son animales y han sido formados por el mismo tipo de fuerzas evolutivas que han formado a otros animales. El estudio, realizado de este modo, de todas las formas de comportamiento social de todos los animales, incluidos los seres humanos, se denomina a veces sociobiología, y uno de los triunfos de la teoría de la evolución es que la manera moderna de entender la genética y la herencia, combinada con la idea de selección natural, es capaz de explicar el origen del comportamiento altruista (en los seres humanos y en otras especies) que el propio Darwin esbozó en 1839.

Aquí no tenemos espacio más que para ofrecer un esbozo del modo en que funciona la sociobiología, pero al menos esto tendría que convencer al lector de que la idea tiene un contenido.
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El llamado altruismo aflora de muchas maneras en la naturaleza, pero nos limitaremos a dar aquí dos ejemplos. En primer lugar, ¿por qué un pájaro que forma parte de una bandada, cuando ésta se encuentra buscando alimento en un campo da un grito de aviso si se acerca un depredador? Se podría pensar que al hacer esto llamaría la atención sobre sí mismo, lo cual haría más probable que lo mataran y lo devoraran, por lo que no llegaría a transmitir sus genes a la siguiente generación. En segundo lugar, ¿por qué los seres humanos se sienten a veces motivados a poner en riesgo sus propias vidas para ayudar a un extraño, como cuando alguien se zambulle en río para rescatar a un niño que se está ahogando? A primera vista, esta manera de actuar tampoco parece un buen modo de garantizar que la persona transmitirá copias de sus propios genes.

Pero hay que tener en cuenta que en una bandada de pájaros lo más probable es que todos ellos estén emparentados unos con otros y que muchos de los genes de un individuo estarán también presentes en muchos otros individuos de la bandada. Si uno de estos genes (o varios funcionando juntos) induce a un individuo a dar un grito para salvar a los demás, aunque este pájaro sea devorado, muchas copias de estos conjuntos de genes sobrevivirán en los cuerpos de los pájaros que huyen volando, dejando la búsqueda de alimento para otro día.

El caso del niño que se está ahogando y es rescatado por alguien que no es familiar suyo es un poco más complicado, pero muestra cómo nuestro comportamiento sigue estando configurado por nuestro pasado evolutivo, a pesar de que la sociedad ha cambiado radicalmente durante los últimos siglos.

Hasta tiempos bastante recientes, en términos evolutivos, la mayoría de la gente vivía en tribus o pueblos. Por esta razón, un niño al que viéramos en peligro tenía bastantes probabilidades de ser un pariente nuestro.
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Un conjunto de genes que inducía la reacción instintiva de lanzarse al rescate se difundiría entre la población de la tribu o el pueblo, siempre y cuando los beneficios (entendidos como el aumento de la probabilidad de que el conjunto de genes se propagara si el niño sobrevivía) compensaran los costes (entendidos como la disminución de la probabilidad de que el conjunto de genes se propagara si el salvador se ahogaba). Esto alcanza el máximo de sentido si el niño que se está ahogando y su salvador tienen un parentesco lo suficientemente cercano como para que haya, de hecho, muchas copias de los genes que ambos llevan, incluido el gen del «altruismo». Entonces ¿qué probabilidades existen?

Desde luego, hay una gran cantidad de genes que están presentes en un gran número de individuos (como el alelo de los ojos azules). Pero si queremos personalizarlo, dado que usted ha heredado la mitad de los genes de su padre y la otra mitad de su madre, hay una probabilidad del 50 por 100 de que cualquier gen de su madre esté también presente en usted, y lo mismo sucede con un gen de su padre. También hay una probabilidad del 50 por 100 de que usted comparta un gen con uno de sus hermanos y una probabilidad de un octavo de que comparta un gen determinado con un primo hermano (un hijo de la hermana de su madre), y así sucesivamente. Esto nos lleva a mencionar un comentario que se atribuye a J. B. S. Haldane, y que supuestamente éste realizó en una taberna en algún momento durante la década de 1950. Mientras discutía sobre el problema del altruismo tomando cerveza con unos amigos, le preguntaron si arriesgaría su vida por un hermano. Después de pensarlo durante un momento, Haldane respondió: «No por un hermano; pero sí que lo haría por dos hermanos u ocho primos».

La cuestión central es que, por término medio, cualquier comportamiento que garantice la supervivencia de dos de nuestros hermanos u ocho primos nuestros, garantiza la supervivencia de todos nuestros propios genes. En la vida real no siempre tenemos necesariamente que arriesgar nuestra vida para rescatar a un hermano o un primo, o un extraño, incluso en el caso de que nos zambullamos en un río para salvarlos de ahogarse. Puede existir un elemento de riesgo, pero también muchas probabilidades de que tanto el que se está ahogando como el socorrista salven la vida. En términos estadísticos, si hay una probabilidad mayor que el 50 por 100 de que al acudir al rescate sobrevivamos, vale la pena arriesgarse para salvar a un hermano en peligro.

Ahora bien, nadie está sugiriendo que la gente se quede parada en las orillas de los ríos sopesando cómo de próximo es su parentesco con el niño que se está ahogando y haciendo luego el cálculo de las probabilidades de que todo vaya bien antes de zambullirse para rescatarlo. Existe toda una gama de reacciones humanas ante la crisis, lo mismo que con respecto a la mayoría de las situaciones. Hay gente que se va de la orilla, hay quien se echa a temblar y otros se lanzan sin pensarlo dos veces. La cuestión es que todo este patrón de respuestas individuales ha evolucionado para tener en cuenta las peculiaridades genéticas que existían cuando vivíamos en comunidades más reducidas. Los genes que hacen a las personas demasiado temerarias, desde luego, han desaparecido; sin embargo, hasta cierto punto, también han desaparecido los genes que hacían a la gente demasiado prudente.

El equilibrio fundamental que ha surgido es el que hace que actualmente en la mayoría de las intervenciones de rescate el socorrista haya de tener unas buenas probabilidades de sobrevivir, mientras que el que se está ahogando tiene muy poca probabilidad de sobrevivir sin ayuda. Así, el equilibrio incide a favor de la difusión del gen (o genes) que fomentan este tipo de altruismo. De hecho, el altruismo es un brillante ejemplo de lo que Richard Dawkins llamó «el gen egoísta» en funcionamiento. «Egoísmo» significa en este caso garantizar que las copias del gen sobrevivan, no importando en qué cuerpo lo hagan. Por este motivo, el egoísmo genético en realidad nos hace, en determinadas circunstancias, no ser egoístas a nivel de individuos. Sin este egoísmo genético, nos parecería totalmente antinatural que alguien arriesgara su propia vida para salvar a un niño que se está ahogando.

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