Read Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española Online
Authors: Amadeo Martínez-Inglés
Tags: #Política, #Opinión
Porque por ejemplo, y en eso lleva razón nuestro deportivo monarca, tumbarse en la cubierta de un yate de antepenúltima generación en
cueritis mendacium
(palabros pseudolatinos con los que mi profesor de religión en los años 50 se refería al moderno «despelote») para la toma integral de sol, cosa muy normalita para cualquier persona de bien en las aguas de Mallorca en agosto, puede resultar harto incómodo y hasta peligroso si el suelo no está suficientemente tratado, desinfectado y amortiguado.
Y efectivamente, el rey Juan Carlos I siempre ha encontrado, por lo menos hasta el momento, quien le regale los yates que necesita, los coches deportivos que conduce, las motos de gran cilindrada con las que farda un montón… y muchas más cosas. La única objeción que podría hacérsele es que esta gente tan bondadosa y desprendida suele después pasar factura y, además, éticamente hablando, queda la cosa fatal. Pero allá él, mientras sus súbditos se lo consientan.
Bueno, pues en el caso de los yates para el disfrute regio vamos ya por el
Fortuna II
, regalado por una fantasmal fundación promovida por empresarios mallorquines a los que, por lo visto, les llegó al alma que nuestro monarca se paseara por la bahía palmeña con un barquito tan obsoleto y de medio pelo como era el
Fortuna I
. Éste se averiaba constantemente y ya había dejado tirada a la familia real en alta mar en más de una ocasión. Como cuando, en un viaje privado del presidente Clinton y señora, el motorcito de la vieja embarcación se gripó por el calor y tuvo que ser la patrullera de la Armada que siempre acompaña a los reyes en sus «responsabilidades» marineras la que salvara la situación y el honor patrio.
El
Fortuna II
costó, por lo visto, unos 18 millones de euros pero, hasta la fecha, ha navegado más bien poco con la familia real española a bordo porque parece ser que desde el principio no fue del agrado del monarca, quien quería más virtudes marineras, más tecnología punta y más cámaras, salones y cuartos de baño en el barco de sus sueños. Por lo que en la actualidad se estaría construyendo a toda prisa, en los astilleros de la Bazán en Cádiz, el
Fortuna III
, un barco que por su espectacularidad, sus dimensiones, su tecnología y la riqueza de su equipamiento no bajará, según algunas fuentes, de los 42 millones de euros; ahí es nada, como diría un castizo. ¡Pues muy bien, que lo terminen pronto y a navegar en condiciones, que el rey es el rey y hay que cuidarlo lo máximo posible no vaya a ser que el día menos pensado nos quedemos sin él por no darle el cariño necesario!
Pero no crea el lector que los ciudadanos españoles, al hilo de lo que estoy comentando en las últimas líneas (y que, como digo, no proviene todo de mi cosecha, ya que debo reconocer que en estas cosas de euros y yates no estoy muy puesto), deberíamos tachar sólo a nuestro rey, con cierto descaro es cierto, de «rey moroso», «rey afanador» y «rey navegante», después de haberle cargado con anterioridad, como consecuencia de su aventura galante con B. R. y con veinte o treinta señoritas más, el sambenito histórico de «rey golfillo».
***
También deberemos, en su día, como corolario de todo lo que seguramente nos enteraremos en relación con las escapadas cinegéticas de Juan Carlos de Borbón a Europa del Este y África, denominarle con toda propiedad «rey cazador». Pero cazador, cazador… ¡eh! Empedernido y todoterreno. Inasequible al desaliento, a las críticas, al paso del tiempo y a todo lo que haga falta. Ya hemos comentado que este hombre, desde sus años mozos en la Academia General Militar de Zaragoza, no ha dejado nunca de usar armas de fuego, a las que se aficionó en demasía en aquel centro de instrucción castrense. Contra blancos de instrucción militar, contra las farolas del barrio de Estoril (donde estaba ubicada la residencia de sus padres), contra su desgraciado hermano Alfonso (al que mató de un certero disparo en la cabeza), contra toda clase de animales de caza mayor o menor y… contra todo lo que se ha cruzado en su punto de mira.
Pero lo que vamos sabiendo últimamente sobre su perversa adicción a la caza se pasa ya de castaño oscuro. Entra ya dentro del campo de la psiquiatría, del sadismo, del «complejo de Rambo» o de la estupidez pura y dura. Para que el lector no crea que exagero, voy a pasar revista a continuación a las principales «hazañas» cinegéticas que ha protagonizado en los últimos años este sin par cazador por cuenta ajena, este «terror de las praderas» centroeuropeas que tenemos los españoles como rey y que han ido saltando en su momento a las páginas de los periódicos de todo el mundo. Veamos esa singular relación:
-En febrero de 2004, en la reserva natural de Puszcza Borecka, en Masuria (Polonia), abatió un hermoso ejemplar de zubr, el bisonte europeo en período de máximo control ante el peligro de extinción que sufre, por el que pagó, según fuentes de la propia organización que preparó el sacrificio del animal, 7.000 euros. El zubr inmolado por el monarca español fue especialmente elegido por los organizadores días antes de su muerte, de acuerdo con la notable importancia del cazador. Después se le apartó de la manada y se le colocó en un recinto aparte para evitar que una bala perdida, en alguna otra mascarada similar, pudiera dejar al «Rambo» VIP que iba a acabar con él con un palmo de narices.
-En octubre de 2004, la agencia Abies Hunting le organizó un viaje privado para matar osos en los Cárpatos. El rey pasó un fin de semana en Cosvana, hospedado en el chalé del ex dictador comunista Ceausesceu, y le dio gusto al dedo abatiendo a tiros cinco osos y algunos otros animales. El escándalo estalló en la prensa rumana y, obviamente, rápidamente dio la vuelta al mundo a través de Internet.
-Apenas unos meses después, en enero de 2005, la prensa austriaca dio a conocer una nueva cacería del monarca español en la región de Graz, adonde había llegado expresamente desde Madrid en avión privado y, como siempre, con una muy apreciable comitiva de guardaespaldas.
-En octubre de 2006, y a pesar de que poco tiempo antes diversos diputados del Parlamento español habían planteado engorrosas preguntas al Gobierno socialista sobre estas escapadas del rey, éste volvió a las andadas. Esta vez se fue a Rusia, a abatir otro oso. El diario moscovita
Konmersant
publicó una carta del técnico responsable de la caza en la provincia rusa de Vólogda, donde había tenido lugar la «cacería», en la que explicaba con todo detalle cómo se desarrolló ésta. Consistió básicamente en colocar delante del rey a un «bondadoso y alegre oso» del zoo local, llamado «Mitrofán», transportado en una jaula y emborrachado previamente con vodka y miel, para que el monarca lo abatiese de un tiro. El técnico también señalaba en su misiva que con estas prácticas «se transforma la caza en una payasada sangrienta». Ni que decir tiene que el titular periodístico consiguiente: «El rey de España viaja a Rusia a matar un oso drogado», corrió como la pólvora por el mundo entero, limitándose la Casa Real española a poner en duda que el oso estuviera drogado.
-Y en el puente de mayo de 2007 llegó la guinda del pastel cinegético que cada poco tiempo se monta el monarca español. Su real figura desapareció como por ensalmo durante las minivacaciones de la Fiesta del Trabajo y tuvieron que pasar tres largos días antes de que acudiera a la clínica Ruber de Madrid a conocer a su octava nieta, que era la segunda hija de Felipe y Letizia. Lo hizo, además, con cara de pocos amigos, olvidándose de los periodistas que hacían guardia en la puerta del sanatorio y desairando públicamente a la propia reina Sofía y al jefe de su Casa, el señor Aza. Resultó entonces bastante obvio que alguien le había aguado la fiesta al rey de todos los españoles «recomendándole» su pronto regreso a Madrid. La prensa española independiente, vía Internet, habló enseguida de cacería secreta, esta vez en el lejano Kazajistán, aunque no faltó algún medio digital que sugirió la posibilidad de que la real ausencia se hubiera debido a alguna tardía aventura galante del otrora fogoso
Juanito
, aprovechando la circunstancia de que su esposa se encontraba en Moscú despidiendo a su amigo del alma Rostropovich. Esto último a mí, la verdad, no me parece nada probable, pues con lo «fondón» que está ya este hombre y con la voluminosa barriga que porta (que ha sobrepasado hace tiempo la barrera de seguridad del cinturón de su pantalón y avanza, retadora, por encima de él) no parece que esté ya para seducir a fémina alguna. Claro que si los fondos reservados de Presidencia del Gobierno o del Ministerio del Interior ayudan un poquito…
Pues ante todas estas barrabasadas y auténticos disparates cinegéticos del rey de España, que en los últimos años vienen escandalizando, vía Internet, al mundo entero, cabría hacerse bastantes preguntas. Las primeras resultan obvias e imperativas: ¿Este hombre está en sus cabales? ¿No estará loco? ¿Es o no un adicto a la pólvora y, en consecuencia, un potencial asesino en serie? ¿No convendría llevarle con cierta urgencia, utilizando, por supuesto, fondos reservados, ante alguna celebridad internacional en el tratamiento de adicciones tan peligrosas para evitar que, acostumbrado a matar (a asesinar más bien) osas preñadas, bisontes europeos de la tercera edad y osos borrachos, un mal día se le crucen los cables, agarre una de las escopetas de última generación que posee y se líe a tiros por los alrededores de La Zarzuela con mujeres embarazadas, ancianos decrépitos o borrachos humanos? Acciones terroríficas éstas, sin duda, pero que, sin embargo, no le supondrían problema alguno con la justicia terrenal (con la celestial quizá sí, pero con confesarse antes de morir asunto resuelto) puesto que la gloriosa y modélica Constitución Española (la de ahora, la del 78, no la de Chindasvinto) considera su figura como inviolable y no sujeta a responsabilidad penal alguna.
Otras preguntas que sobre la conducta atípica de este cazador real con base en La Zarzuela nos podríamos hacer todos los españoles son las siguientes: ¿Cuánto cuestan estas salidas secretas («privadas», según el condescendiente Gobierno español de turno) del rey para darle gusto al dedo matando animales protegidos a golpe de talonario? ¿Quién paga todo esto? ¿En qué aviones se desplaza? ¿Militares, privados, de líneas comerciales? ¿Informa alguna vez al Gobierno de la nación, antes de escaparse en secreto, del carácter y finalidad de estas mascaradas asesinas?
Yo, lógicamente, me voy a permitir contestar a continuación a todo esto, que para algo me decidí a escribir el presente libro: El flete de un avión (militar o civil) de gran capacidad, tal como el Airbus que utiliza el rey en estos momentos y que está especialmente acondicionado para su disfrute (dormitorio, baño, despacho, salones…), para un desplazamiento de tres o cuatro días a cualquier «país gamberro» del Centro o Este europeo, no baja de los 60.000-80.000 euros, y eso tirando siempre por lo bajo, si contabilizamos todos los gastos necesarios para que la operación sea un éxito: combustible, mantenimiento, amortización del aparato, tasas de aeropuerto, servicios de seguridad, escoltas, dietas del personal desplazado… etc., etc. A la pregunta subsiguiente de quién o quiénes pagan todo esto, yo respondería sin pestañear que todos los españoles con nuestros impuestos, independientemente de que la aeronave utilizada sea militar o privada (lo de viajar en líneas aéreas comerciales no es muy frecuente que digamos en la familia real española, que utiliza con asiduidad los aviones oficiales para sus desplazamientos privados), pues en el primer caso lo pagaremos a través de los fondos que recibe el Ministerio de Defensa para el entretenimiento y uso operativo del Escuadrón de Transporte VIP del Ejército del Aire, y, en el segundo, a través de la asignación que el Ministerio de Hacienda le paga todos los años al monarca y que en estos momentos ronda los 8 millones de euros.
En cuanto a si nuestro rey cazador informa previamente al Gobierno de sus escapadas cinegéticas, conociendo al personaje y al actual jefe del Ejecutivo, señor Rodríguez Zapatero, que parece adorar la figura del actual jefe del Estado como si fuera la de su célebre abuelo militar, muerto en defensa de la República (ya en su momento dijo aquello, tan absurdo y comentado, de que Juan Carlos era todo un «rey republicano»), yo diría que ni hablar del asunto. ¡Bueno es el campechano Borbón de nuestra historia para pedirle permiso (que sí se lo pedía y con bastante humildad, por cierto, al señor Aznar) al «niñato ZP» (la denominación no es mía), al que, cuando intenta ponerse digno, no duda en enviar a descansar a La Mareta, en Canarias, o a Doñana, en Sevilla, para que no le moleste y recargue baterías.
Desde luego, cuando este hombre (me estoy refiriendo, ¡cómo no!, al todavía rey Juan Carlos) caiga en desgracia ante el pueblo español, para lograr lo cual está haciendo últimamente grandes esfuerzos personales, seguro que su escapada al exilio no será tan pacífica e inocua para él como la protagonizada por su abuelo Alfonso XIII en abril de 1931, vía base naval de Cartagena. Es muy probable que, vistas las andanzas de todo tipo que ha protagonizado durante los ya largos treinta años de su reinado: 23-F, los GAL, aumento espectacular de su patrimonio personal, aceptación de regalos multimillonarios, desprecio a la Constitución durante determinados eventos… etc., etc., tenga que responder ante la justicia antes de largarse al extranjero con viento fresco en compañía de su abultada familia. Una justicia que entonces ya no estará maniatada, ni frenada, ni ninguneada por una Constitución
sui generis
que, desde luego, no habrá servido para dotar de vivienda digna a cada uno de los ciudadanos españoles, pero sí al último Borbón, al inefable
Juanito
, como patente de corso, como un auténtico, singular y extemporáneo derecho de pernada.
¡Ah! Y yo me permitiría advertirle a nuestro amado rey, a través de estas sinceras líneas, que cuando llegue, ¡que llegará!, ese dramático momento de desgracia institucional para la monarquía que él representa, no intente poner pies en polvorosa utilizando el helicóptero Puma adscrito a la Casa Real desde el tejado de La Zarzuela, al estilo de la última escapada de los
marines
norteamericanos desde las azoteas de su Embajada en Saigón; tratando con ello de eludir sus graves responsabilidades… Porque muchos ciudadanos españoles, yo desde luego entre ellos, acudiremos allí con toda presteza para impedirle la escapada y llevarle de las orejas al juzgado de guardia mas cercano. ¡Palabra de honor!