Judy Moody Está De Mal Humor, De Muy Mal Humor (2 page)

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Authors: Megan McDonald

Tags: #Infantil y juvenil

Otra de las peores cosas del primer día de clase era que todo el mundo volvía del verano con camisetas en las que ponía: DISNEY WORLD O SEA WORLD O JAMESTOWN: TIERRA DE POCAHONTAS. Judy rebuscó en todos los cajones, incluso en el de los jerséis y el de la ropa interior… Nada, no había camisetas con dibujos.

Al final, se puso un pantalón de pijama con rayas de tigre y arriba una vieja camiseta lisa.

—¡Se ha puesto un pijama! —se sorprendió su hermano Stink cuando la vio bajar—. ¡No se puede ir al colegio en pijama!

Stink se pensaba que ya lo sabía todo porque iba a empezar Segundo. Judy lo fulminó con una de sus famosas miradas de trol.

—Puede cambiarse después de desayunar —dijo la madre.

—He hecho huevos fritos por ser el primer día de clase —cambió de tema el padre—. Tienes pan para untar.

A Judy no le hizo ninguna ilusión, además se le había roto la yema. Puso el huevo temblón en la servilleta que tenía sobre las piernas para que se lo comiera Mouse.

—Se ha acabado el verano y yo sin ir a ninguna parte —se quejó Judy.

—Has ido a casa de la abuela Lou —contestó su madre.

—Pero eso es un rollo, está aquí mismo, en Virginia. Además, no he comido perritos calientes, ni he montado en la montaña rusa, ni he visto ballenas…

—Pero sí has montado en los coches de choque —repuso la madre.

—Ya, de bebés. Los del centro comercial…

—Y has ido de pesca y has comido tiburón —continuó el padre.

—¿Ha comido tiburón? —preguntó Stink.

—¿Que he comido tiburón? —repitió Judy.

—Sí. ¿Te acuerdas de lo que compramos en el mercado porque no habíamos pescado nada?

—¡He comido tiburón! —exclamó Judy Moody.

Se fue corriendo a su cuarto y se quitó la camiseta. Sacó un rotulador de punta gorda y dibujó un tiburón con la boca abierta y llena de dientes. HE COMIDO TIBURÓN, escribió en mayúsculas.

Judy salió disparada al autobús, sin esperar a Stink ni tampoco a que su padre le diera un beso ni su madre un abrazo. Tenía prisa por enseñar su nueva camiseta a Rocky.

Ya casi se había olvidado de su mal humor, cuando vio a su amigo practicando trucos de magia con las cartas en la parada del autobús. Llevaba una camiseta azul con unas letras muy bonitas y un dibujo de la montaña rusa del Monstruo del Lago Ness.

—¿Te gusta mi camiseta nueva? —preguntó él—. Me la compré en el Jardín Botánico.

—Pues no —dijo Judy, aunque sí que le había gustado.

—Pues a mi tu tiburón, si —y como ella no contestó nada, pregunto—: ¿Estás enfadada o qué?

—O qué —repitió Judy Moody.

¡Grrr!

El profesor, el señor Todd, estaba en la puerta dando la bienvenida a todos cuando Judy llegó a la clase de Tercero.

—Hola, Judy.

—Hola, señor Todo —saludó ella partiéndose de risa.

—A ver, todos, haced el favor de colgar las mochilas en las perchas y dejar los bocadillos en las cajoneras.

Judy Moody echó un vistazo a la clase.

—¿Tienes un erizo que se llame Roger? —le preguntó al profesor.

—Pues no, pero tenemos una tortuga que se llama Tucson. ¿Te gustan las tortugas?

¡Que si le gustaban! Pero se contuvo.

—No, me gustan las ranas.

Volvió a reírse otra vez.

—Rocky, tú siéntate junto a la ventana y tú, Judy, aquí delante —indicó el señor Todd.

—Ya lo sabía yo… —dijo Judy, desilusionada.

Examinó su nuevo pupitre de la primera fila. Nada de pegatinas con su nombre.

Para colmo y como se esperaba, a su lado pusieron a Frank Pearl, famoso por tomar cola de pegar. Miró de reojo a Judy y le enseñó cómo podía doblarse el pulgar; después Judy le sacó la lengua enrollada.

—¿A ti también te gustan los tiburones? —preguntó él, pasándole un sobre blanco con su nombre.

Frank no la dejaba en paz desde que bailaron juntos en la fiesta de primavera de la escuela infantil. En Primero, le envió cinco tarjetas por San Valentín. En Segundo, le llevó pasteles en Halloween y el Día de Acción de Gracias. Y ahora, el primer día de Tercero, le venía con una invitación a su fiesta de cumpleaños. Judy miró la fecha ¡y resulta que todavía faltaban tres semanas! ¡Ni un tiburón podía desanimarlo!

—¿Me dejas mirar tu mesa? —preguntó Judy.

Él se aparto. Ni rastro de cola de pegar.

El señor Todd se puso en mitad de la clase. En la pizarra había escrito con letras grandes: PIZZA CON DOBLE DE QUESO.

—¿Vamos a comer pizza? —preguntó extrañada Judy.

—No, vamos a hacer un ejercido —el señor Todd se llevó el dedo a las labios como si fuera un secreto—. Ya veréis. ¡Venga! ¡A ver, todos! ¡Escachad! Vamos a hacer algo diferente para empezar el curso, y así conocernos mejor. Vais a preparar un collage sobre vosotros, sobre cómo sois. Podéis dibujar o recortar fotos, y pegar en el collage lo que os apetezca, con tal de que sirva para que los demás sepan qué os gusta.

¡Un collage sobre uno mismo! A Judy le sonó a chiste, pero no dijo nada.

—Entonces ¿no hay que dibujar el árbol de familia? —preguntó Jessica Finch.

—Voy a pasaros una lista con ideas sobre lo que podríais incluir, como vuestra familia. También os daré una carpeta para guardar las cosas que queráis poner en vuestro collage. Nos dedicaremos a esto hasta el mes que viene. A finales de septiembre cada uno tendrá la oportunidad de contar a los demás quién es.

En las clases de Matemáticas y de Sociales, Judy no pensó más que en una cosa: en sí misma. Judy Moody, la estrella de su propio collage. A lo mejor Tercero no iba a ser un curso tan malo. —A ver, todos. Ahora toca Lengua.

—Puaf, Lengua —dijo Judy en voz baja volviendo a ponerse de mal humor.

—Puaf, Lengua —repitió Frank Pearl. Judy le puso los ojos bizcos.

—Sacad una hoja de papel y escribid cinco palabras con las letras que hay en la pizarra: PIZZA CON DOBLE DE QUESO.

«¿Mola Lengua, eh?», decía la nota que Frank acababa de pasarle a Judy.

«No», se escribió ella en la mano, y se la enseñó.

Judy sacó los lápices Gruñón. Todos llevaban pintada una cara de mal genio. En la caja ponía: «LÁPICES GRUÑÓN, para cuando estés de un humor de perros. ¿Habías visto alguna vez unos lápices que parecen haberse levantado de la cama con el pie izquierdo?».

Perfecto. Los lápices Gruñón podían inspirarla. Encontró las palabras «pino», «pico» y «palo» escondidas en lo que había escrito el señor Todd en la pizarra. Sin embargo, apuntó: (1) no (2) no (3) no (4) no y (5) no.

—¿Quién quiere decir las palabras que ha encontrado? —preguntó el profesor.

Judy levantó la mano como un resorte.

—A ver, Judy.

—¡NO, NO, NO, NO, NO!

—Eso es sólo una palabra. Hacen falta cuatro más. Ven a escribirlas a la pizarra.

Judy Moody no escribió «pino», «pico» o «palo», sino «queda» y «débil».

—¡También «mona»! —gritó Rocky.

—No hay «m» —dijo Frank Pearl.

Judy escribió «bizco».

—Otra palabra más —dijo el señor Todd.

«Lobo».

—¿Sabes formar una frase con esas palabras, Judy? —preguntó el señor Todd.

«El lobo débil queda bizco».

La clase soltó una carcajada. Frank se rió tan fuerte que le salió un ronquido.

—Vaya, Judy… Parece que no estás de muy buen humor hoy —se percató el señor Todd.

—No… ¡Grrr! —dijo Judy Moody.

—¡Pues qué pena! Iba a preguntar si alguien quería bajar al despacho y subir la pizza. Es una sorpresa de bienvenida.

—¿Pizza? ¡Pizza! ¿De verdad? —la clase bullía de emoción.

Judy Moody quería subir la pizza para quedarse con ese plástico en forma de mesa que ponen para que la masa no se pegue a la tapa de la caja.

—Entonces ¿quién quiere subir la pizza hoy? —pregunto el señor Todd.

—¡Yo! —chilló Judy.

—¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!—gritaron todos a la vez, sacudiendo las manos y saltando.

Rocky levantó la mano sin decir ni pío.

—¿Quieres subir tu la pizza, Rocky?

—¡Claro!

—¡Qué cara! —dijo Judy.

Cuando Rocky volvió con la pizza, todos comenzaron a comer en silencio sus diminutas porciones mientras escuchaban al señor Todd leer un libro sobre un perro que comía pizza con chorizo.

Cuando termino de leer, Judy le pregunto:

—Señor Todd, ¿puedo quedarme con la mesita de la pizza?

—Más que una mesita, es una miniatura. No se me había ocurrido…

—Es que las colecciono —explicó Judy.

La verdad es que todavía no había empezado. Hasta la fecha había coleccionado veintisiete mariposas nocturnas muertas; un puñado de costras; una docena de palillos de dientes; cientos de tiritas de fantasía (porque necesitaba la tapa de los estuches); una caja llena de partes de cuerpos (¡de muñecas!), entre las cuales había tres cabezas de la Barbie; y cuatro gomas de borrar sin estrenar, en forma de bate de béisbol.

—Vamos a hacer una cosa —propuso el señor Todd—. Te la daré si eres capaz de venir mañana a clase de buen humor. ¿Qué te parece?

—Bien… Sí, sí, sí, sí, ¡SÍ!

Dos cabezas mejor que una

Judy estaba enseñando a Mouse a caminar sobre las patas traseras, cuando llamaron por teléfono.

—¿Diga?

No contestó nadie.

—¿Diga? —repitió Judy al vacío.

—¿Eres tú, Judy? ¿Te dejan venir a mi fiesta? —preguntó Frank Pearl. ¡Pero si le acababa de dar la invitación hacía tan sólo dos días!

—Se ha confundido de número —respondió rápidamente Judy, y colgó.

Agitó delante de Mouse la mesita de pizza colgada de un hilo. El teléfono volvió a sonar.

—¿Es la casa de los Moody?

—Ahora no, Frank. Estoy en medio de un importante experimento.

—De acuerdo. Adiós.

El teléfono sonó por tercera vez.

—El experimento aún no ha terminado —chilló Judy por el auricular.

—¿Qué experimento? —preguntó Rocky.

—Da igual —dijo Judy.

—Vayamos a Vic's —propuso Rocky—. Quiero comprar cosas para mi collage.

Vic's era el supermercado situado al final de la cuesta, donde había una máquina de la suerte que daba unos premios molones, como calcomanías y trucos de magia.

—Espera que pregunte —y se volvió hacia su madre—. Mamá, ¿puedo a ir a Vic's con Rocky?

—Claro.

—¡Claro! —repitió Judy, tirando la mesita de la pizza a Mouse.

—Yo también voy —soltó Stink.

—No, tú no.

—Puede ir perfectamente con Rocky y contigo —la madre le dirigió una mirada que lo decía todo.

—Pero es que no sabe cruzar China y Japón por el camino —protestó Judy.

Sólo Rocky y Judy sabían que el primer paso de cebra era China y el segundo, Japón.

—Seguro que podéis enseñarle —propuso la madre.

—¡Enséñame! —suplicó Stink.

—Nos vemos en la alcantarilla —confirmó Judy por el auricular.

La alcantarilla quedaba justo a mitad de camino entre las casas de Judy y Rocky, lo habían medido en verano con una cuerda muy larga.

Salió disparada por la puerta y Stink la siguió.

Rocky tenía un dólar; Judy, otro más y Stink, seis centavos.

—Juntando todo el dinero tenemos para ocho premios —dijo Rocky.

—Dos cabezas son mejor que una. ¿Lo pillas? —se rió Judy, mientras estiraba el billete que había sacado del bolsillo y señalaba la cabeza de George Washington.

—Pues yo tengo seis cabezas —añadió Stink, enseñando los centavos.

—¡Porque eres un monstruo! ¿Te enteras? —Judy y Rocky soltaron una carcajada.

Pero con eso, Stink no tenia suficiente ni para una chuchería…

—Se os van a picar los dientes como os comáis ocho chucherías —insistió Stink—. Dadme dos a mí, por lo menos.

—Es para un premio —le dijo Judy.

—Con dos dólares tenemos la posibilidad de ganar un truco de magia —explicó Rocky—. Me hace falta uno para el collage.

—¡Eh, espera!… —le interrumpió Judy—. Acabo de acordarme. Necesito mi dólar para comprar tiritas.

—Las tiritas son un rollo —saltó Stink—. Además ya tienes un montón. Papá dice que tenemos en el cuarto de baño más tiritas que la Cruz Roja.

—Pero es que yo quiero ser médica. ¡Como Elizabeth Blackwell, la primera mujer médica de Estados Unidos! Construyó su propio hospital. Sabía operar y curar y todo eso.

—¡Y todo eso! ¡Puaf! —se burló Stink.

—Te has pasado todo el verano juntando tapas de cajas de tiritas —intervino Rocky—. Creía que con eso bastaba para que te enviasen la muñeca.

—Claro. Y ya la pedí en julio, pero todavía estoy esperando a recibirla. Lo que necesito ahora es un microscopio. ¡Con él se puede mirar la sangre, las costras y todas esas cosas!

—¿Cuándo llegamos a China? —preguntó de repente Stink.

—Todavía estamos en la calle Jefferson —le explicó Rocky.

—Pues vamos a buscar piedras hasta que lleguemos a China —propuso Stink.

—Vale, a ver quién encuentra la mejor —a Rocky le pareció bien la idea.

Los tres se pusieron a mirar el suelo mientras caminaban. Judy encontró cinco guijarros rosas y una papeleta de la suerte que decía: «Te va a llegar dinero». Rocky encontró una pieza azul de Lego y una piedra con un agujero en el centro, ¡una piedra de la suerte…!

—¡He encontrado un diamante negro! —exclamó Stink.

—Es carbón —contestó Judy.

—Vidrio —rectificó Rocky.

—¡Espera! —se dirigió Judy a Rocky poniendo los ojos bizcos—. Creo que es una roca lunar. ¿Verdad, Rocky?

—Sí, está muy claro.

—¿Cómo lo sabéis?

—Porque tiene cráteres —le explicó Judy a su hermano.

—¿Y cómo ha llegado aquí? —preguntó éste, incrédulo.

—Ha caído del cielo.

—¿De verdad?

—De verdad —respondió Rocky—. Tengo una revista donde cuentan que una vez cayó una roca lunar y formó un agujero en Arizona.

—Y el profesor nos enseñó el curso pasado una roca lunar que había golpeado a un perro en Egipto. En serio, tienes mucha suerte —contó Judy—. Las rocas lunares tienen millones de años de antigüedad.

—Según mi revista, por fuera son de polvo y por dentro brillan —añadió Rocky.

—Entonces sólo hay una manera de aseguramos de que es una roca lunar —Judy buscó una piedra grande por los alrededores. Luego golpeó la de Stink y dejó la roca lunar hecha pedazos.

—¡La has machacado! —Stink protestó muy enfadado.

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