Judy Moody Está De Mal Humor, De Muy Mal Humor (3 page)

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Authors: Megan McDonald

Tags: #Infantil y juvenil

—¡Mira, creo que he visto brillar algo! —gritó Rocky.

—Stink, has encontrado una roca lunar de verdad, que sí —le animó Judy.

—¡Ya no es uno roca lunar!

—Bueno, ahora tienes algo mejor que una roca lunar —dijo Judy.

—¿El qué?

—Montones y montones de polvo lunar.

Judy y Rocky se tiraban por el suelo de la risa.

—Me voy a casa —Stink recogió a puñados la roca machacada, llenándose los bolsillos de tierra.

Judy y Rocky siguieron riéndose hasta China, corrieron de espaldas a Japón y después fueron a la pata coja dándose palmadas en la cabeza hasta que llegaron a Vic’s.

Una vez allí, juntaron el dinero para comprar una caja de tiritas y aún les sobró para una chuchería a cada uno. No les tocó ningún truco de magia para el collage de Rocky, ni un trol, ni un cómic en miniatura, ni una calcomanía.

—A lo mejor pongo una chuchería en mi collage —dijo Rocky—. ¿Vas a poner tiritas en el tuyo?

—Buena idea, oye.

—Nos quedan cinco centavos, ¿por qué no le compramos un chicle a Stink?

Cuando llegaron frente a la casa de los Moody, Stink les salió al encuentro con un montón de monedas tintineándole en los bolsillos. Había puesto en la puerta un tenderete con bolsas de las de llevar el almuerzo.

—¿Sabéis qué? —gritó Stink—. ¡Desde que volví a casa he ganado tres dólares!

—Imposible —gruñó su hermana.

—Enséñanoslos —exigió Rocky, sin creérselo del todo.

Stink se vació los bolsillos. Contaron doce monedas de veinticinco centavos.

—¿Qué hay en las bolsas? —preguntó entonces Judy—. Ha debido de comprarlo toda la gente de Virginia.

—Eso, ¿qué es lo que vendes?

—Polvo lunar —sonrió Stink.

Mi mascota favorita

Cómo era el Día del Trabajo, no había clase, Judy levantó la vista del collage que estaba haciendo sobre la mesa del comedor.

—Necesitamos una mascota nueva —anunció a toda la familia.

—¿Una mascota nueva? ¿Hay algún problema con Mouse? —preguntó la madre. Mouse abrió un ojo.

—Tengo que elegir MI MASCOTA FAVORITA ¿Cómo voy a hacerlo si sólo tengo una?

—Pues elige a Mouse.

—Mouse es muy vieja y le da miedo todo. Es una mata de pelo que ronronea.

—Espero que NO estés pensando en un perro —intervino el padre.

Mouse saltó de la silla y se estiró.

—A Mouse no le gustaría nada —dijo Judy.

—¿Y un pez de colores? —sugirió su hermano.

Mouse se frotó contra la pierna de Judy.

—Eso si que le gustaría a Mouse. Pero yo había pensado en un perezoso.

—Bien —dijo Stink.

—Son estupendos —Judy le enseñó a su hermano una foco de una revista sobre bosques tropicales—. ¿Ves? Se pasan el día colgados cabeza abajo. Hasta duermen cabeza abajo.

—Tú sí que estás cabeza abajo —le contestó Stink.

—¿Qué comen? —preguntó el padre.

—Aquí pone que comen hojas y vegetales, en general.

—¡Qué fácil! —exclamó Stink.

—Judy, ¿por qué no vamos a la tienda de mascotas? No digo que encontremos un perezoso, pero siempre viene bien echar un vistazo —y mirando su crucigrama, el padre añadió—: A lo mejor me sirve para descubrir un pez de cinco letras que empieza por G.

—Pues vamos todos —propuso la madre.

Judy vio serpientes, loros, cangrejos ermitaños y peces tropicales en lo tienda de mascotas. Hasta vio un pez globo.

—¿Tienes perezosos? —preguntó a la señora de la tienda.

—Lo siento. Ya no quedan.

—¿Qué te parece un tritón o una tortuga? —preguntó el padre.

—¿Has visto los hámsteres? —la madre señaló la jaula donde estaban.

—No me interesan. Aquí no hay nada del bosque tropical.

—A lo mejor tienen algún insecto extraño —dijo Stink.

—Contigo tengo bastante —Judy entrecerró los ojos al mirarle.

Eligieron un ratón sonoro de juguete para Mouse. Al ir a pagarlo, Judy se fijó en una planta verde con dientes que había en el mostrador.

—¿Qué es esto? —preguntó a la dependienta.

—Una Venus atrapamoscas. ¿Ves esos cosas que parecen bocas con dientes? Pues se cierran como trampas. Con el olor que desprende atrae a los insectos y se los come. También puedes darle una pizca de hamburguesa cruda.

—¡Qué curioso!

—¡Cómo mola! —se sorprendió Stink.

—Buena idea —aprobó la madre.

—Nos la llevamos —su padre se dispuso a pagarla.

* * *

Judy colocó la nueva mascota en la mesa de su cuarto, para que le diera la luz. Mouse miraba desde su cesta con un ojo abierto.

—¡Qué ganas tengo de llevar a clase mañana la nueva mascota para la puesta en común! Parece una planta rara del bosque tropical.

—¿Ah sí? —preguntó Stink.

—Pues claro. Figúrate. Puede ser que haya alguna medicina escondida en esos dientes verdes. Cuando sea médica, voy a estudiar estas plantas y descubriré la curación de enfermedades raras.

—¿Cómo la vas a llamar?

—Todavía no lo sé.

—Como le gustan las insectos, puedes llamarla Cabeza de Insecto.

—¡Bah!

Judy regó su mascota nueva, le echó abono en la tierra y cuando se fue Stink, le contó una canción. No se le ocurría ningún nombre que le gustase. Rompecachos era demasiado largo… tal vez Cosa.

—¡Stink! —gritó—. Tráeme una mosca.

—¿Cómo la cazo?

—Una mosca. Te daré diez centavos.

Stink echó una carrera hasta la ventana de detrás del sofá y volvió con una mosca.

—¡No vale! Está muerta.

—Se iba a morir enseguida de todos formas.

Judy levantó la mosca muerta con la punta de una regla y la dejó caer en una de las bocas de la planta. La trampa se cerró al momento, tal como había dicho la señora de la tienda.

—¡Qué curioso! —exclamó Judy.

—¡Toma ya!

—Ahora tráeme una hormiga. Pero que esté viva.

Stink quería volver a ver comer a la Venus atrapamoscas, así que fue a por una hormiga para su hermana.

—¡Toma ya! —gritaron los dos en cuanto se cerró la trampa.

—Es de lo más curioso. Stink, busca una araña o algo así.

—Ya estoy cansado, ¿eh?

—Pues pregúntale a papá o a mamá si tenemos hamburguesas crudas.

Stink puso mala cara.

—Porfa, porfa, y te doy un chicle —suplicó Judy—. Y te dejo darle de comer.

Su hermano corrió a la cocina y volvió con un pedazo de hamburguesa cruda. Metió un trozo grande en la trampa abierta.

—¡Eso es mucho! —chilló Judy cuando ya era demasiado tarde.

La boca se cerró y la hamburguesa se le salía por entre los dientes y caía a la tierra.

—¡¡La has matado!! Te la vas a cargar, Stink. ¡MAMÁ! ¡PAPÁ!

Judy mostró a sus padres el estropicio.

—¡Stink ha matado a mi Venus atrapamoscas!

—Ha sido sin querer… ¡La trampa se cerró muy deprisa!

—No está muerta. Está haciendo la digestión —intervino el padre.

—Seguro que mañana por la mañana abre la boca —dijo conciliadora la madre.

—A lo mejor está durmiendo o algo así —Stink se mostraba algo más esperanzado.

—O algo así —repitió Judy de muy mal humor.

Mi mascota maloliente

Llegó la mañana siguiente. La boca de la planta seguía cenada. Judy trató de abrirla con una hormiga recién capturada.

—Toma —le dijo poniendo vocecita de bebé—. Te gustan las hormigas ¿a que sí?

Pero la boca no se abrió ni un milímetro. La planta no movió ni un zarcillo. Judy lo dejó por imposible. Metió con cuidado la planta en la mochila para llevarla al colegio, con el apestoso trozo de hamburguesa y todo.

En el autobús, le enseñó su mascota nueva a Rocky.

—Me moría de ganas de enseñarles a todos cómo come, pero ya no se mueve. Y además huele.

—¡Ábrete Sésamo! —ordenó Rocky, por emplear alguna fórmula mágica. No sucedió nada.

—A lo mejor se abre con el meneo del autobús —dijo Judy.

Pero ni siquiera eso hizo que su mascota nueva se recuperara.

—Si se me muere, MI MASCOTA FAVORITA sólo puede ser Mouse —se quejó Judy.

Cuando llegaron, el señor Todd propuso nada más empezar la clase:

—A ver, todos, sacad las carpetas de vuestro collage. Voy a daros revistas antiguas para que recortéis fotos durante la próxima media hora. Os quedan tres semanas, pero quiero ver cómo va lo que estáis haciendo.

¡El collage! Estaba tan concentrada en su mascota nueva que se había olvidado de llevar la carpeta al colegio.

Judy Moody miró la carpeta de Frank Pearl por el rabillo del ojo. Había recortado fotos de macarrones (comida favorita), hormigas (mascota favorita) y zapatos. ¿Cómo que zapatos? ¿Es que los zapatos eran los mejores amigos de Frank?

Judy miró su mochila abierta al lado de la silla. La planta seguía con la boca cerrada, pero la mochila entera apestaba. Judy quitó la pajita del zumo y sopló a la Venus atrapamoscas. Ni por ésas. ¡No le iba a dar tiempo a abrirse para la exposición!

—¿Qué me dices? —preguntó Frank.

—¿Qué me dices de qué?

—Que si vas a venir.

—¿Adónde?

—A mi fiesta de cumpleaños. Este sábado que viene no, al otro. Van a venir todos los chicos de nuestra clase. Y mis vecinas Adrian y Sandy.

A Judy Moody le importaba un bledo que fuera el presidente en persona. Olió la mochila. ¡Menuda peste!

—¿Qué llevas en la mochila? —preguntó Frank.

—Lo que a ti no te importa.

—¡Huele a pescado podrido! —exclamó su compañero.

Judy deseó que la Venus atrapamoscas resucitara y le diera tal mordisco a Frank que no celebrase más cumpleaños.

En ese momento, el señor Todd se acercó y le dijo:

—No has recortado fotos, Judy. ¿Tienes la carpeta?

—Pues… o sea… estaba… entonces… es que… no. Anoche me compraron una mascota nueva.

—No irás a decirme que la mascota te comió la carpeta.

—No exactamente. Pero se comió una mosca muerta y una hormiga viva. Y después un trozo de…

—La próxima vez, no te olvides de traer la carpeta a clase, Judy. Oídme todos, mantened las deberes fuera del alcance de los animales.

—Mi mascota nueva no es un animal señor Todd. Ni come deberes, sólo… insectos y hamburguesa cruda.

Sacó la Venus atrapamoscas de la mochila. ¡Judy no se lo podía creer! Ya no tenia el tallo mustio y la boca estaba bien abierta, como si tuviera hambre.

—¡Os presento a Mandíbulas! —exclamó Judy—. MI MASCOTA FAVORITA.

Doctota Judy Moody

¡Por fin! Lo único que podía superar a Mandíbulas era recibir por correo una gran caja marrón a nombre de la DOCTORA JUDY MOODY. Ahora sí que estaba de humor para operar.

—¿Puedo abrirla? —preguntó Stink, saliendo del fuerte que había hecho en el armario.

—¿Qué pone aquí? —Judy señaló la etiqueta.

—Doctora Judy Moody.

—Exacto. Reuní todas las tapas de las cajitas.

—¡Pero yo te traje unas de la enfermera del colegio! —protestó Stink.

—De acuerdo. Puedes ir a por las tijeras.

Stink se las trajo y Judy cortó la cinta adhesiva y abrió las solapas. Mouse se enredó una pata con la cinta. Stink metió las narices de por medio.

—¡Stink! ¡Estoy en plena operación!

Judy retiró el envoltorio de papel y sacó la muñeca.

¡Por fin! Judy la tomó en brazos y le acarició el pelo sedoso y suave. Llevaba unos lazos preciosos en el vestido de hospital azul y blanco, y un brazalete de hospital.

—Se llama Sara Secura —leyó Judy.

—¿Hace algo?

—Aquí dice que, si le das al botón de la cabeza, se pone enferma. Y si le vuelves a dar al botón, se cura. ¿Te enteras?

Judy apretó el botón de la cabeza hasta que le cambió la cara a la muñeca.

—¡Tiene sarampión! —exclamó Stink.

—También habla cuando la abrazas —y abrazó a la muñeca.

—¡Tengo sarampión! —dijo Sara Secura.

Judy apretó el botón hasta que puso otra cara. Y volvió a darle un abrazo.

—¡Tengo varicela! —se quejó ahora Sara Secura.

—Mola —afirmó Stink—. Una muñeca enferma. Con tres caras.

Judy volvió a apretar el botón y abrazó a la muñeca.

—¡Ya estoy mejor! —dijo Sara.

—¿Puedo ponerla enferma y luego bien? —preguntó Stink.

—No. La médica soy yo —Judy abrió el maletín de médico—. Al menos tengo alguien con quien practicar.

—Pero si siempre practicas conmigo.

—Alguien que no se queje.

—Tú también te quejarías si tuvieras que soportar una lámpara y te llenaran de vendas. ¿Por qué no puedo ser yo Elizabeth Blackwell, la primera mujer médica?

—Por la sencilla razón de que eres chico.

—¿Puedo ponerle el brazo en cabestrillo?

—No.

Judy colocó el otoscopio en la oreja de Sara y encendió la luz.

—¿Puedo sacar la sangre de tu maletín?

—Shh, no oigo —puso el estetoscopio a Sara y después a Stink en el pecho—. Hmmm.

—¿Qué? ¿Qué oyes?

—El latido del corazón. Eso sólo puede significar una cosa.

—¿Cuál?

—¡Que estás vivo!

—¿Puedo escuchar los latidos?

—Está bien, está bien. Pero antes tráeme un vaso de agua para mezclar la sangre.

—Tráelo tú.

—No toques nada hasta que yo vuelva. Ni respires.

Stink pulsó el botón de la cabeza de la muñeca en cuanto Judy se dio inedia vuelta. Volvió a apretado: varicela, sarampión, varicela, sarampión, varicela. Stink giró la cabeza para todos los lados cada vez más deprisa.

—¡Uyuyuiii! —se sorprendió.

—¿Qué? —preguntó Judy al volver con un vaso rebosante de agua.

—Se le ha atascado la cabeza.

Judy le quitó a Sara Secura.

—¡Tengo varicela! —dijo Sara.

Judy quiso apretar el botón, pero estaba atascado de verdad. No había manera de moverlo por más que apretase y tirase.

—¡Tengo varicela! ¡Tengo varicela! —repetía Sara Secura sin parar.

—¡Se ha quedado atascada en la varicela! —se quejó Judy.

—No ha sido culpa mía.

—¡Ha sido por tu culpa! Ahora ya no se curará nunca —Judy le tomó el pulso a Sara, le escuchó el corazón y le puso la mano en la frente por si tenía fiebre—. ¡Mi primer paciente y resulta que va a tener varicela toda la vida!

Judy llevó la muñeca a su madre, pero ella no pudo desatascar el botón, ni su padre tampoco consiguió mover la cabeza por más fuerza que hizo.

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