La berlina de Prim (8 page)

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Authors: Ian Gibson

Tags: #Histórica, Intriga

—Además hay algo que no debemos olvidar —dijo el hijo—. Y es que entre los detenidos en relación con el asesinato estuvo el ayudante de Montpensier, el coronel Solís Campuzano, muy conocido en Sevilla. Esto lo tendrá que investigar, Patrick, se comentó muchísimo en los diarios.

Boyd sintió dentro, de repente, el «calor blanco», así lo llamaba, que siempre le asediaba cuando recibía una pista clave para algún aspecto de su trabajo de periodista.

—¡El ayudante de Montpensier! ¿Y por dónde andará ahora? ¿O está todavía en la cárcel?

—No, no, lo soltaron —respondió el hijo—. Es extremeño, de Villafranca de los Barros, cerca de Zafra, y me imagino que está allí.

—La familia de mi madre es de aquellos contornos —terció Cipriana Álvarez—. Solís es un personaje muy conocido en toda la comarca.

—Tenía una propiedad a unos seis kilómetros de Sevilla, en Castilleja de la Cuesta, al lado de otro palacio de Montpensier —añadió Machado Álvarez—. Pero me parece que la vendió cuando dejó el servicio del duque. Nos podemos enterar.

—Yo estoy convencido, lo digo otra vez —insistió el padre— de que el asesinato de Prim se concibió aquí en Sevilla, en el palacio del duque, en San Telmo, y se ajustó en aquella infecta taberna.

—¡Pero bueno! —exclamó Cipriana Álvarez—. Vamos a continuar hablando en la mesa, si les parece, que ya es hora.

Pasaron al comedor todavía conversando.

—Parece demostrado que el atentado estaba previsto para el 24 de diciembre, antes de que Amadeo hubiera salido de La Spezia —siguió Machado Núñez, ya sentado a la cabecera de la mesa—. Ellos creían que, al llegar la noticia a Italia, Amadeo no embarcaría. Lo creían y con razón, porque seguramente, al recibirla, no se habría atrevido a venir a este volcán a punto de explotar.

—Estoy de acuerdo —convino el hijo—. No era todavía rey, sólo rey electo, no había jurado aún la Constitución. Con Prim muerto no habría venido.

—No, no habría venido —asintió Machado Núñez—. Bueno, no sé qué pasó, pero no lograron llevar a cabo el atentado el 24 de diciembre. Y luego, el 27, pese a tantos trabucos, no mataron a Prim en el acto. En los tres días que continuó tuvo tiempo de sobra, como dije antes, para conseguir que Topete se comprometiera a recibir al rey en Cartagena. Y Topete, leal a Prim pese a su amistad con Montpensier, y horrorizado por lo ocurrido, no dudó en cumplir lo prometido.

—Pero ¡tenemos que comer, nos honra con su presencia un invitado! —insistió Cipriana Álvarez—. Manuela —le dijo a la criada—, sirve ya el gazpacho, por favor.

—Tienes razón, Cipriana —se disculpó Machado Núñez—. Sólo un pequeño
addendum
y lo dejamos. Y es que, mire, Patrick, el día 24, fecha en que estaba convenido que se iba a cometer el crimen, Montpensier se presentó ante el capitán general de Andalucía, aquí en Sevilla, con su uniforme militar, y le ofreció su colaboración para mantener el Orden Público ante el rumor de que habían asesinado a Prim. Admirable previsión del señor duque, ¿eh? Se merece el título de profeta, además de los otros muchos que tiene, porque sabía el día 24 lo que no sucedió hasta el 27.

La mesa se había puesto con esmero: mantel de Holanda, platos de típica cerámica popular sevillana, con predominio de amarillos y azules, un jarrón con flores recién cortadas… Desde una jaula colgada en la terraza llegaba por el balcón abierto el canto de un jilguero. Patrick elogió el buen gusto de la señora de la casa. Y añadió:

—Sé por su marido que usted, además de su afición a la pintura y a la cocina, es una apasionada estudiante de la cultura popular. Y que su hijo es su mejor discípulo.

—Sí, sí, buen discípulo de mi madre soy —ratificó Antonio—. Pero desde hace un año he tenido que abandonar mis cantes y mis cuentos y dedicarme a mi profesión de abogado. Además soy juez municipal, algo que me roba mucho tiempo, y también tengo algunas clases en la universidad.

—Aquí para ganar unas perras todo el mundo necesita tres empleos —apostilló el padre—. Y ahora más que nunca, los tiempos son muy difíciles.

—Así es —dijo el hijo—. Mas no por ello dejo de frecuentar al pueblo ni de apuntar coplas. Ya tengo una colección extraordinaria que en su momento publicaré. En Andalucía, Patrick, abres un grifo y no sale agua sino una copla. Y otra y otra. Ya volveré a mis estudios en cuanto pueda. Mire —se le ocurrió de repente—, tiene que venir conmigo una noche a escuchar cante jondo, que es lo más grande que tenemos en Andalucía. ¿Sabe lo que es?

—No, no tengo idea.

—Le explico. El cante jondo es el producto del contacto en que vive la clase baja nuestra con los gitanos, que, si bien son andaluces, siguen siendo un pueblo misterioso y desconocido que llegó aquí hace siglos. Ellos creen que son oriundos de Egipto («gitano» es contracción de «egiptano»), pero en realidad proceden de la India. Sus cantes son profundamente melancólicos y la gente los escucha en medio de un silencio religioso, como en éxtasis.

Los ojos de Machado Álvarez se le habían metido para adentro. Luego, como volviendo de un viaje lejano, dijo:

—No le haga caso a mi voz, que no soy cantaor.

Empezó a hacer palmas y, después de concentrarse unos segundos, arrancó, hierático, moviendo expresivamente las manos:

Por la Iglesia Mayor

no pueo pasar,

porque me acuerdo de la mare mía

y me echo a llorar.

—¡Olé! —profirieron los padres.

—¡Olé! —exclamó la criada.

—¡Olé! —corroboró Patrick.

Machado Álvarez se mostraba dispuesto a seguir. Ya se le había presentado otra copla.

—Ésta la canta divinamente mi amigo Silverio —dijo.

Por Dios, si me muero

mira que te encargo

que te pongas un pañuelo negro

por siquiera un año.

—¡Olé! —prorrumpieron esta vez los cuatro al unísono.

—Muchos de estos cantes conservan voces gitanas —explicó el padre—. «Undebé», por ejemplo, que es Dios, o «ducas». Las «ducas» son las penas, las penas hondísimas, las penas negras del alma gitana.

Como un inspirado, reaccionó el hijo:

Yo sé que contigo

no me he e lográ;

por eso mis ducas

nunca van a menos

siempre van a má.

Todos volvieron a aplaudir, entusiastas.

—El pueblo y la cultura popular son lo mejor que tenemos en España —sentenció Cipriana Álvarez—. El pueblo y su cultura, tan despreciada por quienes se consideran superiores al tener un título universitario. A mí, mi infancia entre la gente del campo, en Extremadura, con sus coplas y sus canciones y sus refranes llenos de sabiduría, y luego mi tío Agustín Durán, que coleccionaba romances; bueno, todo ello influyó mucho en mí y me formó. España tiene un caudal riquísimo de cultura popular, Patrick, sobre todo Andalucía.

—Esto lo descubrió el bueno de Jorge Borrow cuando vino por aquí del País de Gales con sus biblias protestantes —añadió Machado Núñez—. Oyó unos cantes que le dejaron pasmado. Y no sólo entre los gitanos. Antonio, tienes que llevar a Patrick a escuchar a Silverio.

—Sí, sí, papá, le llevaré, no te preocupes. Para que conozca lo más grande que tenemos aquí. ¿Cuándo piensa irse a Madrid, señor Boyd?

—La semana que viene tiene que ser. No sé, el lunes, el martes…

—Bueno, hablaré con Silverio. Es medio italiano, se llama Franconetti de apellido. Actúa en un café cantante, el Apolo, en la plaza de San Pedro. Seguro que nos invita. Es muy amigo mío.

La conversación siguió luego por otros rumbos: Irlanda, lo que ocurría en París, la amenaza de Alemania, la reina Victoria (¿era verdad que tenía un amante a escondidas en una de sus fincas escocesas?)… Pero no había manera de evitarlo, no tardó en volver a España y a los críticos momentos que vivía la República.

—Es que en realidad no tenemos todavía República —explicó Machado Núñez a Boyd—, estamos instalados una vez más en la interinidad. Lo que tenemos son Cortes Constituyentes republicanas, pero todavía no Constitución. Nos gobierna, de hecho, la monárquica de 1869, y toda la administración está llena de reaccionarios, de gentes que no quieren para nada la República. Empezando con la judicatura. Es decir, el armazón del Estado es todavía monárquico. Y lo tenemos que desmantelar cuanto antes porque, si no, tendremos otra vez en casa a los Borbones.

—Mi padre tiene razón —dijo Machado Álvarez—. Hay que darse prisa. Pero la tarea es casi imposible. Tiemblo al decirlo, pero creo que estamos abocados al fracaso. Acabamos de salir del absolutismo, llevamos siglos como esclavos, y no sabemos lo que es la democracia, la responsabilidad personal. ¡Y queremos ya todas las libertades! A veces pienso que cada español constituye un reino de taifas. La situación es extremadamente grave y puede degenerar muy pronto en un caos total si no procedemos con suma precaución. Estoy muy preocupado, de verdad.

Ya estaban con los postres. El catedrático salió del comedor y volvió con una carpeta.

—Tengo algo aquí para que usted lo vea —le dijo a Patrick—. Algo muy especial. Son cinco o siete números de un periodiquillo de fines del año setenta titulado
El Combate
. Su director fue José Paul Angulo, un diputado republicano que predicaba la rebelión armada contra Prim y a quien acusan algunos de haber sido uno de los asesinos.

—Sé quién es —dijo Patrick—. Parece ser que está en Buenos Aires. Mis compañeros en Londres están tratando de localizarlo.

—¡Un forajido! —exclamó el hijo.

—Fue muy amigo de Prim en el exilio —prosiguió Machado Núñez—, luego estuvo con él en los primeros momentos de la Revolución, pero cuando se votó la Constitución monárquica se convirtió en su peor adversario. Es de Jerez de la Frontera, y tiene muchísimos seguidores en Andalucía. Fue uno de los protagonistas de la fracasada sublevación federal del 69 y por aquí anduvo a la cabeza de una numerosa partida. Prim sofocó con mano dura la intentona y desterró a sus jefes, entre ellos a Paul. Pero luego, en un gesto típico de él, los amnistió.

—¿Los amnistió?

—Sí —intervino Cipriana Álvarez—, decidió amnistiarlos. Y volvieron casi todos. Fue un detalle generoso que, naturalmente, no le agradeció ninguno de ellos, ninguno, empezando con Paul Angulo.

—Siempre se ha rumoreado que Paul participó en el asesinato de Prim —continuó Machado Núñez—. Incluso que volvió del exilio con el propósito explícito de llevarlo a cabo. Es posible. El amor que antes profesaba al general se había convertido en odio. Dijo barbaridades de él en el Congreso. Y desapareció inmediatamente después del atentado. Si pudiera localizarlo tal vez le contaría algo, aunque desde luego no sería toda la verdad. Y habría que andar con mucha cautela, es un elemento violento.

Le pasó la carpeta a Patrick.

—También hay dos números de un periódico republicano moderado,
La Igualdad
. Verá enseguida la diferencia. Mañana o pasado lo comentamos. No le digo más por ahora, mejor que los lea primero y forme su propia opinión. He marcado con lápiz algunos pasajes de
El Combate
que me parecen de especial relevancia.

—No sabe usted cuánto se lo agradezco.

—Y otra cosa —añadió el catedrático de ciencias naturales con una sonrisa—. Los ánsares volverán dentro de un mes o así al Coto de Doñana y no hay que olvidar nuestra proyectada excursión a las marismas. Yo no la olvido. Usted no puede regresar a Inglaterra sin haber cumplido antes su sueño, sin haber estado en las dunas al amanecer. Y yo no debo faltar a la palabra dada.

—De acuerdo. Yo, encantado de la vida. Pero primero tengo mucho que hacer en Madrid.

—Todo ello precisa de una buena organización. Después de ver los ánsares nuestro plan es continuar hasta el palacio de Doñana, donde estuvo conmigo Peter Falkland. Y desde allí, a la mañana siguiente, a la finca que tiene cerca de El Rocío el marido de una gran amiga nuestra, Araceli Domínguez.

—Es un marquesito rico —explicó el hijo—. Se llama Benito y está obsesionado con Tarteso, que, no sé si usted lo sabe, se encuentra debajo de las marismas, o por lo menos así lo dicen algunos historiadores y arqueólogos. Desde la finca de Benito y Araceli volveremos todos a Sevilla.

—Benito es bastante amigo de Montpensier —dijo el padre—, que también posee una finca cerca de El Rocío, pero mucho más grande.

—Montpensier tiene palacios y fincas por todos lados, señor Boyd —terció Cipriana Álvarez—: en Villamanrique de la Condesa, en Castilleja de la Cuesta, en Sanlúcar… en Francia, en Portugal, en Italia, en Inglaterra… Además sabe sacarles rentabilidad. Dicen que es uno de los hombres más ricos de Europa.

Ya se iban levantando de la mesa.

—¿Qué proyecto tiene usted para mañana, señor Boyd? —le preguntó Machado Álvarez.

—Subir a la Giralda. Lo iba a hacer ayer, pero el amigo Gago me desbarató la empresa.

—Si me permite le acompañaré y le explicaré unas cosas que tal vez le resulten útiles. ¿Le recojo en la fonda a las once?

Boyd aceptó agradecido la propuesta. Se trataba de gente a todas luces extraordinaria, culta, simpática, a la vez andaluza y europea. Era una bendición tenerlos como amigos y cómplices.

Al despedirse llevaba bajo el brazo la carpeta con
El Combate
y
La Igualdad
.

Capítulo 11

Otra vez en su habitación Patrick durmió una larga siesta —hacía todavía calor— y, cuando despertó, abrió la carpeta que le había entregado Machado Núñez.

Cada número de ambos diarios constaba de cuatro páginas. Debajo de la cabecera de
El Combate
, después del nombre de Paul Angulo, al cual seguían los de sus colaboradores, se leía: «¡Viva la República Democrática Federal!». El subtítulo de
La Igualdad
decía, sencillamente: «Diario Republicano Federal». Ya de entrada la diferencia de tono era evidente.

Empezó con el número inaugural de
El Combate
, correspondiente al 1 de noviembre de 1870. Contenía una violenta diatriba, visceralmente antimonárquica, dirigida, con pluma brillante y mordaz, contra quienes, a juicio del autor —que Patrick suponía no podía ser otro que el propio Paul—, traicionaban desde el Congreso el espíritu de la sublevación de 1868. A la cabeza de los enemigos figuraba «el antirrevolucionario general Prim». «El partido republicano —leyó— ha apurado, durante dos años, el cáliz de la amargura, y es ya la hora de la reparación social… La miseria ha llegado ya a su colmo. La Revolución de septiembre, agravando en vez de resolver la crisis económica y social que la provocara, ha llevado la confusión a las conciencias, la inmoralidad a la administración y el desorden a la sociedad. Parece increíble que el pueblo pueda aguantar más… El trabajador busca trabajo y no lo encuentra, pide pan y se lo niegan. Las familias, acosadas por las necesidades más perentorias de la vida, se dispersan. “¿Qué va a ser de nosotros?”, se preguntan. “¿Quién nos salvará?”.»

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