La búsqueda del dragón (23 page)

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Authors: Anne McCaffrey

Terry trató de reprimir una carcajada; lo que surgió fue una risita ligeramente histérica.

Todos se sobresaltaron al oír el estruendoso gargarismo que era la risa de Fandarel. Casi derribó a F'lar cuando golpeó jovialmente al caudillo del Weyr entre los omóplatos, sin dejar de reír.

—Me das de plazo... hasta que se haga de noche... antes... ineficacia... —jadeó el Herrero, entre bramido y bramido.

—Este hombre se ha vuelto loco. Le hemos presionado demasiado —dijo F'lar.

—Tonterías —replicó Lessa, mirando al convulsionado Herrero con ojos severos—. Lo que ocurre es que no ha dormido, y conociéndole como le conozco me atrevería a asegurar que tampoco ha comido, obsesionado con su trabajo. ¿Me equivoco, Terry?

La expresión del rostro de Terry, que no se atrevió a contestar, le dio la respuesta.

—Entonces, despierta a las cocineras. Incluso él —y Lessa apuntó con su dedo pulgar al exasperante Herrero— tendría que llenar ese corpachón de comida una vez a la semana.

La insinuación de que el Herrero era un dragón no se le escapo a Terry, que esta vez empezó a reír de un modo incontrolable.

—Las despertaré yo misma. Los hombres sois una pandilla de inútiles —se quejó Lessa, dirigiéndose hacia la puerta.

Terry le cerró el paso, dominando su risa, y alargó la mano hacia un botón situado en la base de una caja cuadrada adosada a la pared. En voz alta, pidió comida para el Herrero y otras cuatro personas.

—¿Qué es eso? —preguntó F'lar, fascinado. Aquello no parecía capaz de enviar un mensaje hasta Telgar.

—¡Oh! Es un altavoz. Muy eficaz —dijo Terry con una maliciosa sonrisa—, si uno puede aullar como el Maestro Artesano. Los tenemos en todos los talleres. Nos ahorran muchas idas y venidas.

—Algún día los instalaré de manera que podamos canalizar el mensaje hacia la única zona con la que deseamos hablar —añadió el Herrero, secándose los ojos—; Ah, pero un hombre puede dormir a cualquier hora. Una risa restablece el alma.

—¿Es esa la escritura a distancia de la que vas a hacernos una demostración? —preguntó el caudillo del Weyr, francamente escéptico.

—No, no, no —le tranquilizó Fandarel, en tono casi irritado, señalando un complicado artilugio a base de alambres y cerámica—. ¡Este es mi escritor a distancia!

Lessa y F'lar no vieron absolutamente nada que justificara el tono de orgullo de Fandarel.

—La caja de la pared parece más eficaz —dijo finalmente F'lar, inclinándose a tocar con un dedo la mixtura contenida en uno de los tarros.

El Herrero lo impidió, agarrándole de la mano.

—Eso quemaría tu piel tan rápidamente como el agenothree puro —exclamó—. Está basado en la misma solución. Ahora fíjate. Esos tubos contienen bloques de metal, uno de zinc y otro de cobre, en una solución diluida de ácido sulfúrico que hace que el metal se disuelva de manera que se produzca una reacción química. Esto nos da una forma de actividad a la que he dado el nombre de reacción química energética. La que producida puede ser controlada en este punto —y deslizó un dedo a lo largo de un brazo de metal suspendido sobre una extensión de delgado material grisáceo, unido a unos cilindros por ambos extremos. El Herrero hizo girar una manija. Los tarros empezaron a burbujear suavemente. Golpeó el brazo con un dedo y una serie de seriales rojas de distintas longitudes aparecieron en el material, que avanzó lentamente—. Mira, esto es un mensaje. E1 arpista adaptó y amplió su código de tambores, una secuencia y longitud de líneas diferentes para cada sonido. Un poco de práctica, y pueden leerse tan fácilmente como palabras escritas.

—No veo la ventaja de escribir un mensaje aquí —y F'lar señaló el rodillo—. Cuando dijiste...

El Herrero dejó asomar a su rostro una ancha sonrisa.

—Ah, pero mientras yo escribo con esta aguja, otra aguja en casa del Maestro Minero en Crom o en el Artesanado de Igen repite la línea simultáneamente.

—Eso sería más rápido que el vuelo de un dragón —susurró Lessa, asombrada—. ¿Qué decían esas líneas? ¿A dónde iban?

Inadvertidamente, tocó el material con su dedo, apartándolo rápidamente para un rápido examen. En su dedo no había ninguna señal, pero en el papel apareció una mancha roja.

E1 Herrero tranquilizó a Lessa.

—Ese material no es peligroso. Se ha limitado a reaccionar a la acidez de tu piel.

F'lar se echó a reír.

—¿Acidez? ¡Una prueba de tu predisposición, querida!

—Pon el dedo tú y veremos lo que pasa —sugirió Lessa, con ojos llameantes.

—Ocurriría lo mismo —observó el Herrero en tono didáctico—. El rodillo está hecho de una sustancia natural, tornasol, que se encuentra en Igen, Keroon y Tillek. Siempre la hemos utilizado para comprobar la acidez de la tierra o de soluciones. Dado que la reacción química energética es ácida, el tornasol cambia naturalmente de color cuando la aguja toca su superficie, permitiéndonos así leer el mensaje.

—¿No dijiste algo acerca de la necesidad de tender alambre? Explica eso.

El Herrero alzó un cable de fino alambre que estaba enganchado al aparato y que salía por la ventana hasta un poste de piedra. F'lar y Lessa observaron que había una hilera de aquellos postes dirigiéndose hacia las lejanas montañas y, cabía suponer, al Artesanado Minero del Fuerte de Crom.

—Este conecta la maquina del escritor a distancia de aquí con el de Crom. Ese otro llega hasta Igen. Puedo enviar mensajes indistintamente a Crom o a Igen, o a los dos lugares, ajustando este disco.

—¿A cuál de los dos has enviado ese? —preguntó Lessa, señalando las líneas.

—A ninguno de los dos, mi Dama, ya que la maquina no estaba transmitiendo. Tenía el disco ajustado para recibir mensajes, no para enviarlos. Es muy eficaz, desde luego.

En aquel momento, dos mujeres, vistiendo el pesado atavío de piel de wher de los herreros, entraron en la estancia cargadas con bandejas de humeante comida. Una de las bandejas era exclusivamente para el Herrero, ya que la mujer le hizo una seña con la cabeza mientras depositaba la pesada bandeja sobre un soporte evidentemente destinado a recibirla sin dificultar el trabajo en la bandeja de arena, debajo. La mujer hizo otra seña a Lessa mientras pasaba por delante de ella, ordenando con un gesto perentorio a su compañera que esperase en tanto que ella despejaba un espacio en la mesa. Lo hizo barriendo con la mano lo que tenía delante, sin que pareciera importarle lo que podía desarreglar o romper. Sacudió la superficie libre con un trapo, indicó a la otra que depositara la bandeja, y luego las dos mujeres desfilaron ante Lessa, sin que la Dama del Weyr, asombrada ante aquella manera de servir, pudiera pronunciar una sola palabra.

—Veo que tienes a tus mujeres muy bien adiestradas —comentó F'lar jovialmente, captando y sosteniendo la indignada mirada de Lessa—. No hablan, no pierden el tiempo en florituras, no incordian reclamando la atención...

Terry dejó oír una risita mientras quitaba de una silla un montón de ropa abandonada y le indicaba con un gesto a Lessa que se sentara. F'lar levantó del suelo un taburete caído, en tanto que Terry pescaba con el pie otro que había rodado debajo de la larga mesa, sentándose con una naturalidad que demostraba lo familiarizado que estaba con aquellas improvisadas comidas.

Ahora que tenía comida delante de él, el Herrero le estaba dedicando una atención absoluta y exclusiva.

—Entonces, el problema que retrasa el proceso es el tendido del alambre —dijo F'lar, aceptando el klah que Lessa les servía a Terry y a él—. ¿Cuánto tardaste en tenderlo desde aquí hasta Crom, por ejemplo?

—No dedicamos todo nuestro esfuerzo a la tarea —respondió Terry, en vista de que el Maestro Herrero tenía la boca demasiado llena para hablar—. Los postes fueron instalados por los aprendices de los dos Artesanados y por algunos habitantes del Fuerte dispuestos a robar unas cuantas horas de sus propias tareas. Además, la fabricación de alambre adecuado es muy lenta y laboriosa.

—¿Hablasteis con el Señor Larad? ¿No os hubiera prestado algunos hombres?

Terry hizo una mueca.

—El Señor del Fuerte de Telgar está más interesado en el número de lanzallamas que podemos fabricar para él, o en los terrenos que puede destinar a nuevas plantaciones para disponer de más comida.

Lessa había bebido un sorbo de klah, y apenas logró tragar el agrio brebaje. El pan estaba amazacotado y a medio cocer, la carne dura y mal guisada, pero lo mismo Terry que Fandarel comían con gran apetito. El servicio deficiente podía disculparse... siempre que lo que se sirviera fuera comestible.

—Si esta es la comida que Larad os entrega a cambio de los lanzallamas, yo la rechazo —exclamó—. ¡Hay que ver! Incluso la fruta está podrida.

—¡Lessa!

—Me maravilla que puedas trabajar como trabajas, si tienes que sobrevivir con esto —continuó Lessa, ignorando la llamada de atención de F'lar—. ¿Cómo se llama tu esposa?

—¡Lessa! —repitió F'lar, en tono más apremiante.

—No tengo esposa —murmuró el Herrero, pero el resto de su frase salió más como migas de pan que palabras, y tuvo que limitarse a agitar la cabeza de lado a lado.

—Bueno, incluso un ama de llaves debería ser capaz de dirigir esto un poco mejor.

Terry tragó la comida que tenía en la boca antes de explicar:

—Nuestra ama de llaves cocina bastante bien, pero tiene también una gran habilidad para hacer legibles las pieles que hemos estado estudiando, repasando con tinta las palabras borrosas, de modo que eso es lo que ha estado haciendo en vez de ocuparse de guisar.

—Seguramente que alguna de las otras mujeres...

Terry hizo una mueca.

—Hemos estado tan necesitados de ayuda, con todos esos proyectos adicionales —y señaló el aparato de escritura a distancia—, que todo el mundo se ha convertido en artesano...

Terry se interrumpió, al ver la consternación reflejada en el rostro de Lessa.

—Bueno, a mí me sobran mujeres en las Cavernas Inferiores. Enviaré aquí a Kenalas y a sus dos hijas en cuanto un verde pueda transportarlas. Y —añadió Lessa enfáticamente, apuntando con su dedo índice al Herrero—, tendrán órdenes estrictas de no hacer nada en el artesanado, absolutamente nada...

Terry pareció francamente aliviado y apartó a un lado el trozo de carne que había estado devorando, como si sólo ahora descubriera lo mucho que le repugnaba.

—Entretanto —continuó Lessa, con una indignación que resultaba cómica para F'lar, que sabía quién se encargaba realmente de los asuntos domésticos del Weyr de Benden— voy a preparar un poco de klah decente. ¡No comprendo cómo podéis tragar un mejunje tan amargo como éste! –y se encaminó hacia la puerta, con la jarra en la mano, sin dejar de rezongar, para regocijo de sus oyentes.

—Bueno, Lessa tiene razón —dijo F'lar riendo—. Esto es peor que lo peor que el Weyr ha tenido nunca.

—A decir verdad, no me había dado cuenta hasta ahora —declaró Terry, observando su plato con aire entre divertido y asombrado.

—No es preciso que me lo jures.

—A mí me mantiene en forma —dijo el Herrero plácidamente, acercando a sus labios su copa medio llena de klah.

—En serio, ¿tan escasos andáis de hombres que tenéis que recurrir también a vuestras mujeres?

—De hombres exactamente no, sino de personas que posean la destreza y el interés que requieren algunos de nuestros proyectos —se apresuró a decir Terry, saliendo en defensa de su Maestro Artesano.

—No quiero que veas ninguna censura en mis palabras, Maestro Terry —dijo F'lar, limando aristas.

—Hemos dedicado también mucho tiempo a la revisión de los antiguos Archivos —continuó Terry, todavía a la defensiva. Señaló el montón de pieles acumuladas en el centro de la mesa—. Hemos encontrado respuestas a problemas que no sabíamos que existían y con los que aún no nos hemos enfrentado. . .

—Y ninguna respuesta al mayor de nuestros problemas —añadió Fandarel, apuntando al cielo con su pulgar.

—Nos ha llevado mucho tiempo sacar copias de esos Archivos —continuó Terry solemnemente—, debido al mal estado en que se encuentran: la mayoría son ilegibles...

—Apuesto a que hemos perdido más de lo que hemos salvado. En algunas pieles, de tanto manosearlas, el mensaje estaba borrado.

Los dos herreros parecían estar recitando fragmentos de una queja perfectamente ensayada.

—¿Nunca se os ocurrió acudir al Maestro Arpista en busca de ayuda para transcribir vuestros Archivos? —preguntó F'lar.

Fandarel y Terry se miraron, desconcertados.

—Ya veo que no. La autonomía no es una exclusiva de los Weyrs. ¿No habláis unos con otros los Maestros Artesanos? —La sonrisa de F'lar encontró eco en el robusto Herrero recordando las palabras de Robinton la noche anterior—. Sin embargo, el Taller del Arpista suele estar repleto de aprendices, destinados a copiar lo que Robinton encuentra para ellos. De modo que podrían haberos descargado de ese peso.

—Sí, eso hubiera representado una gran ayuda —convino Terry, viendo que el Herrero no formulaba ninguna objeción.

—Pareces dubitativo... o vacilante. ¿Piensas acaso en algún secreto del Artesanado que hay que proteger?

—Oh, no. Ni el Maestro Herrero ni yo nos atenemos a fórmulas cabalísticas e inviolables, transmitidas en el lecho de muerte de padres a hijos...

El Herrero resopló con tanta fuerza que una de las pieles que coronaban el montón voló hasta el suelo.

—¡Nada de hijos!

—Eso está muy bien cuando uno puede contar con morir en la cama y en una época determinada —dijo Terry—, pero al Maestro Herrero y a mí nos gustaría que todos los conocimientos fueran asequibles a todos los que los necesitaran.

F'lar miró con mayor respeto al ayudante de Fandarel, una figura casi enana al lado de su jefe. Sabía que el Maestro Herrero confiaba plenamente en la capacidad y en el tacto de Terry. Siempre podía contarse con él para llenar las lagunas de las esquemáticas explicaciones o instrucciones de Fandarel, pero era evidente que Terry tenía ideas propias, coincidieran o no con las de de su Maestro.

—Los conocimientos correrían menos peligro de perderse entonces —continuó Terry, con menos pasión pero con el mismo fervor—. Y el desarrollo sería mucho más rápido, dado que nos ahorraríamos algunas de las pruebas y de los tanteos, a veces a ciegas, que ahora nos vemos obligados a realizar, trabajando independientemente.

—Saldremos adelante —dijo Fandarel, complementando con su inefable optimismo la volubilidad de Terry.

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