La búsqueda del dragón (26 page)

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Authors: Anne McCaffrey

—¿Lo has pasado mal con Raid y Sifer?

—Ojalá sólo fuera eso, F'nor. Ellos se avienen a razones —y F'lar informó a su hermanastro de lo que Lytol, Robinton y Fandarel le habían contado el día anterior.

—Brekke tenía razón al decir que había surgido algo realmente importante —dijo F'nor más tarde—. Pero...

—Sí, esa noticia es un bocado difícil de tragar, de acuerdo, aunque nuestro Maestro Herrero, siempre eficiente, tiene lo que podría ser una respuesta, no sólo para la vigilancia de las Hebras sino también para establecer unas comunicaciones decentes con todos los Fuertes y Talleres de Pern. De un modo especial teniendo en cuenta que no podemos conseguir que los Antiguos asignen caballeros fuera de los Weyrs. Hoy he presenciado una demostración del aparato, y vamos a instalar uno para los Señores de los Fuertes en la boda de Telgar. . .

—¿Esperarán las Hebras hasta entonces?

F'lar se encogió de hombros.

—Podrían ser el mal menor, francamente. Las Hebras han demostrado ser más flexibles en su comportamiento que los Antiguos, y menos fastidiosas que los Señores de los Fuertes.

—Uno de los problemas fundamentales entre los Fuertes y los Weyrs son los dragones, F'lar, y esos lagartos de fuego podrían facilitar las cosas.

—Eso es lo que estaba pensando antes, teniendo en cuenta que la joven Mirrim había Impresionado a tres. Eso es realmente asombroso, incluso tratándose de una muchacha criada en un Weyr.

—A Brekke le gustaría Impresionar a un dragón combatiente —dijo F'nor en tono casual, observando atentamente el rostro de su hermanastro.

F'lar le miró con aire desconcertado, y luego echó la cabeza hacia atrás y estalló en una carcajada.

—¿Imaginas... la reacción... de T'ron? —logró articular.

—Lo suficiente para ahorrarme tu versión, pero el lagarto de fuego podría actuar de intermediario, por así decirlo... Además, esos animalitos, si se demuestra que son susceptibles a un adiestramiento adecuado, podrían mantener a los Fuertes en contacto con los Weyrs.

—«Si... si». ¿Hasta qué punto son similares a los dragones los lagartos de fuego?

F'nor se encogió de hombros.

—Como ya te he dicho, son Impresionables... si bien no parecen poseer el sentido de la discriminación, aunque –señaló a Mirrim y luego sonrió maliciosamente— detestaron a Kylara a simple vista. Son esclavos de sus estómagos, aunque después de nacer ese es un rasgo muy dragonil. Responden al afecto y al halago. Los propios dragones admiten el parentesco y no parecen sentir celos de los animalitos. Yo puedo detectar emociones básicas en los pensamientos del mío, y en términos generales inspiran afecto a aquellos que los cuidan.

—¿Y pueden ir al inter?

—Grall, mi pequeña reina, lo hizo. En lo que respecta a masticar pedernal, no puedo aventurar una opinión. El averiguarlo es cuestión de tiempo.

—Un tiempo del que no disponemos —murmuró F'lar, apretando los puños y moviendo dubitativamente la cabeza.

—Si pudiéramos encontrar una nidada endurecida, con los polluelos a punto de nacer, antes de esa boda... eso, combinado con el aparato de Fandarel... —Y F'nor dejó en el aire el resto de la frase.

F'lar se puso en pie con aire decidido.

—Me gustaría ver a tu reina. ¿Le has puesto el nombre de Grall?

—Eres un dragonero de los pies a la cabeza, F'lar —rió F'nor, recordando lo que había dicho Brekke—. Recuerdas perfectamente el nombre del lagarto, pero el de la muchacha... No importa, F'lar. Grall está con Canth.

—¿Hay alguna posibilidad de que puedas llamarla... desde aquí?

F'lar consideró aquella intrigante posibilidad, pero agitó la cabeza.

—Sería inútil, está dormida.

Lo estaba, enroscada en el hueco junto a la oreja izquierda de Canth. Tenía el vientre hinchado por la comida de la mañana, y F'nor lo frotó con aceite. Grall se dignó levantar dos párpados, pero no se despertó del todo, de manera que no vio ni al visitante adicional ni a Mnementh que la estaba observando. El dragón la encontró muy interesarte.

—Un verdadero encanto. Lessa querrá uno de esos animalitos, estoy seguro —murmuró F'lar, sonriendo, mientras saltaba del antebrazo de Canth, al que se había encaramado para observar a la pequeña reina—. Espero que crecerá un poco. Canth podría bostezar y tragársela inadvertidamente.

Nunca
, y el comentario del pardo no necesitó ser transmitido al caballero bronce.

—Si pudiésemos calcular cuanto tiempo se tardaría en adiestrarlos, suponiendo que sean adiestrables... Pero el tiempo es tan inflexible como un Antiguo.

F'lar miró a su hermanastro directamente a los ojos, sin ocultar por más tiempo la profunda preocupación que le embargaba.

—No del todo, F'lar —dijo el caballero pardo, sosteniendo la mirada del caudillo del Weyr—. Como tú has dicho, lo peor es la enfermedad en nuestros propios...

La metálica y estridente llamada de un dragón, anunciando un ataque de las Hebras, interrumpió a F'nor a media frase. El caballero pardo estaba a punto de encaramarse a su dragón, reaccionando instintivamente a la alarma, cuando F'lar le agarró del brazo.

—No puedes luchar contra las Hebras con una herida sin cicatrizar, F'nor. ¿Dónde guardan el pedernal aquí?

Por muchas quejas que F'lar pudiera tener de la condescendencia de T'bor en el Weyr Meridional, tuvo ocasión de comprobar que la respuesta de los elementos de combate fue inmediata. Los dragones poblaron el cielo antes de que la alarma se hubiera desvanecido en el aire. Otros dragones surgieron de sus Weyrs mientras los jinetes aprestaban equipos y pedernal. Las mujeres y los niños del Weyr estaban en las cuevas de suministros, llenando bolsas. Se había enviado un mensaje al poblado marítimo en el que pescadores de Ista y Tillek habían establecido una colonia. Actuaban como equipo de tierra. Cuando F'lar estuvo equipado y en el aire, T'bor empezaba a dar las coordenadas.

Las Hebras estaban cayendo en el oeste, a orillas del desierto, donde el terreno era pantanoso y donde la frondosa hierba estaba salpicada de aromos enanos y pequeños arbustos. Para las Hebras, el terreno fangoso era ideal para amadrigarse, ya que en él encontraban organismos suficientes para alimentarse mientras proliferaban y se extendían.

Los escuadrones, en correcta formación, penetraron en el inter a una orden de T'bor. Y, en un abrir y cerrar de ojos, los dragones planearon de nuevo en un aire sofocante y empezaron a despedir llamas contra los espesos racimos de Hebras.

T'bor había señalado una entrada a baja altura, lo cual mereció la aprobación de F'lar. Pero el movimiento de los escuadrones era ascendente buscando Hebras a niveles cada vez más altos a medida qué eliminaban el peligro inmediato a niveles inferiores. La gente del Weyr y los convalecientes reforzaron el grupo de pescadores como equipo de tierra, pero F'lar pensó que necesitaban más apoyo debajo de ellos. Sólo había tres reinas combatiendo, ¿y dónde estaba Kylara?

F'lar dirigió a Mnementh en un vuelo rasante en el preciso instante en que llegaban los equipos de tierra, amontonados en los dragones de transporte, y chamuscando cualquier masa de hierba que pareciera moverse. No dejaban de gritar, preguntando dónde se encontraba el Borde de vanguardia de la Caída, y F'lar dirigió a Mnementh al este por el norte. Mnementh obedeció, pero bruscamente viró hacia el norte, con la cabeza casi rozando la vegetación. Frenó su vuelo de un modo tan repentino que casi derribó a su jinete. Planeó, observando el suelo con tanta atención que F'lar se inclinó sobre el gran cuello para averiguar lo que le atraía. Los dragones podían ajustar el foco de sus ojos lo mismo para grandes distancias que para mirar muy de cerca.

Algo se ha movido... alejándose
, dijo el dragón.

Los remolinos de aire que producía al desplazarse aplastaban la hierba contra el suelo. Y entonces F'lar Vio los diminutos agujeros, de bordes ennegrecidos, causados por las Hebras en las hojas de los arbustos. Forzó su mirada, tratando de distinguir algún indicio de madrigueras de tierra removida, de agostamiento de la lujuriante vegetación. Pero los arbustos, la hierba y la tierra permanecían completamente inmóviles.

—¿Qué se ha movido?

Algo brillante. Ha desaparecido

Mnementh se posó en el suelo, con sus patas hundiéndose en el rezumante terreno. F'lar se apeó y examinó de cerca los arbustos. ¿Era posible que las Hebras hubieran hecho aquellos agujeros durante una caída anterior? No. Las hojas se hubieran desprendido mucho antes. Inspeccionó la hierba a su alrededor. Ni una señal de madrigueras. Sin embargo, habían caído Hebras —y tenía que haber sido en esta Caída—, habían perforado hojas, hierba y árboles en una amplia zona... y se habían desvanecido sin dejar rastro. ¡No, era imposible! Cuidadosamente, ya que las Hebras podían morder a través de guantes de piel de wher, F'lar excavó en torno al arbusto que le había llamado la atención. La tierra desplazada hervía de diminutas lombrices, retorciéndose entres las gruesas raíces, pero no había ni rastro de Hebras

Intrigado, F'lar alzó la mirada en respuesta a una llamada de los planeantes cadetes.

Quieren saber si éste es el Borde de la Caída de las Hebras
, informó Mnementh a su jinete.

—Tiene que estar más hacia el sur —respondió F'lar, levantando el brazo hacia los cadetes y señalándoles aquella dirección. Luego contempló de nuevo la tierra removida, las lombrices enterrándose frenéticamente huyendo de la luz del sol. Con una gruesa rama sin corteza escarbó en los hoyos practicados por las patas de Mnementh, buscando cavidades que significaran infestaciones de Hebras—. Tiene que estar más hacia el sur. No lo entiendo. —Arrancó un puñado de hojas de un arbusto y las examinó atentamente—. Si esto hubiera ocurrido hace algún tiempo, la lluvia habría lavado los bordes de los agujeros. Y las hojas dañadas habrían caído.

Empezó a avanzar hacia el sur, y ligeramente al este, tratando de averiguar dónde habían comenzado a caer exactamente las Hebras. En todas partes, el follaje revelaba que habían pasado por allí, pero F'lar no encontró ninguna madriguera.

Cuando localizó Hebras ahogadas en las salobres aguas de una charca pantanosa, tuvo que considerar aquello como el Borde de vanguardia. Pero no quedó satisfecho, y en sus investigaciones se hundió en el fango hasta el punto de que Mnementh tuvo que acudir en su ayuda.

Estaba tan absorto en las anomalías de esta Caída que no se dio cuenta del paso del tiempo. En consecuencia, quedó algo desconcertado cuando T'bor apareció encima de él, anunciando el final de la Caída. Y los dos hombres se sintieron alarmados cuando el jefe del equipo de tierra, un joven pescador de Ista llamado Toric, constató que la Caída había durado dos horas escasas desde su descubrimiento.

—Una Caída breve, lo sé, pero no hay nada encima, y Toric dice que los equipos de tierra están limpiando los escasos sectores que resultaron alcanzados —dijo T'bor, más bien complacido por la eficaz actuación de su Weyr.

Todos sus instintos le decían a F'lar que algo no marchaba como era debido. ¿Podían haber cambiado sus hábitos las Hebras tan drásticamente? F'lar no tenía ningún precedente. Siempre caían en períodos de cuatro horas... pero era evidente que el cielo estaba despejado.

—Necesito tu consejo, T'bor —dijo F'lar, y su voz sonó tan preocupada que llevó al otro a su lado instantáneamente.

F'lar recogió un poco de agua salobre en el hueco de su mano, mostrándole a T'bor los filamentos de Hebras ahogadas.

—¿Habías observado esto alguna vez?

—Sí, en efecto —respondió T'bor en tono jovial, visiblemente aliviado—. Ocurre aquí todas las veces. En estas charcas tan poco profundas las Hebras no encuentran peces para comer.

—Entonces, ¿hay algo en las aguas pantanosas que acabe con ellas?

—¿Qué quieres decir?

Sin contestar a la pregunta, F'lar arrancó unas hojas del arbusto más próximo a él y se las mostró a T'bor. Sin darle tiempo a reaccionar de su asombro, señaló el camino por el que había venido, donde los equipos de tierra avanzaban sin utilizar ni una sola vez sus lanzallamas.

—¿Quieres decir que todo está así? ¿Hasta dónde?

—Hasta el Borde de la Caída de las Hebras, una hora de camino andando rápidamente —respondió F'lar, con el ceño fruncido—. Mejor dicho, allí es donde supongo que está el Borde.

—He visto arbustos y hierbas marcadas así en esos deltas pantanosos más cerca del Weyr —admitió T'bor lentamente, con el rostro pálido a pesar del bronceado de su piel—, pero pensé que simplemente estaban. chamuscadas. Hemos localizado tan pocas infestaciones... y no había madrigueras.

T'bor estaba impresionado.

Orth dice que no ha habido infestaciones
, informó Mnementh quedamente, y Orth volvió fugazmente unos ojos brillantes hacia el caudillo del Weyr de Benden.

—¿Y las Hebras cayeron siempre durante tan breve espacio de tiempo? —quiso saber F'lar.

Orth dice que esta es la primera vez, aunque la alarma ha llegado con retraso
.

T'bor giró unos ojos atormentados hacia F'lar.

—No ha sido una Caída breve, entonces —dijo, casi esperando que le contradijeran.

En aquel preciso instante Canth viró para tomar tierra. F'lar reprimió una frase malsonante cuando vio el lanzallamas en la espalda de su hermanastro.

—Eso ha sido la Caída más anormal que he presenciado nunca —gritó F'nor después de saludar a los dos caballeros bronce—. No pudimos acabar con todas en el aire, pero no hay ni rastro de madrigueras. Y hay Hebras muertas en todas las charcas. Supongo que tendríamos que estar agradecidos. Pero no lo entiendo.

—No me gusta, F'lar —dijo T'bor, sacudiendo la cabeza—. No me gusta. Las Hebras no eran esperadas aquí hasta dentro de unas semanas, y no en esta zona, además.

—Al parecer, las Hebras caen cuando y donde se les antoja.

—¿Se les antoja? ¿Cómo pueden elegir las Hebras? —preguntó T'bor, con la rabia de un hombre asustado—. ¡Carecen de inteligencia!

F'lar alzó la mirada hacia los cielos tropicales, tan brillantes que la funesta Estrella Roja, baja en el horizonte, no era visible.

—Si la Estrella Roja se desvía durante Intervalos de cuatrocientas Revoluciones, ¿por qué no una variación en la manera de caer?

—¿Qué haremos, entonces? —preguntó T'bor, con una nota de desesperación en su voz —. ¡Hebras que perforan y no se amadrigan! ¡Hebras cayendo fuera de pauta y sólo por espacio de dos horas!

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