La canción de Nora (26 page)

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Authors: Erika Lust

Tags: #Erótico

Pero Matías parecía jugar en otra liga, al menos en ese momento.

Sus gestos eran más tiernos que lascivos, y parecía no atreverse a ir mucho más allá, como si el recuerdo de lo que había pasado la última vez le paralizara de alguna manera.

Se levantó de la silla y acomodó en ella a Nora. Sin mediar palabra, le quitó la ropa interior y separó sus piernas, poniéndolas encima de sus hombros, en una postura que la dejaba totalmente expuesta.

Nora no sabría decir el tiempo que Matías le dedicó a su sexo. Ni tampoco dónde y cuándo había aprendido a hacer aquello. Pero después de tener un orgasmo de esos que empiezan en el pubis pero se expanden a todos los puntos del cuerpo y hacen que tiemblen manos y piernas y que se pronuncien los nombres de dioses en los que no crees, necesitaba de manera imperiosa tenerle dentro.

No es que lo necesitara, es que lo
NECESITABA
.

En su vida había sentido tal urgencia por nada. Lo quería aquí y ahora, y así se lo hizo saber.

—Fóllame —susurró con la voz entrecortada—. Ahora. Ahora mismo.

Se alegró de ver que Matías rebuscaba en su cartera en busca de un preservativo y que él mismo se lo ponía después de bajarse los pantalones y sentarse en una silla frente a la jadeante Nora.

Aunque era una de las pollas más grandes y bonitas que había visto en su vida, Nora no pensaba en esta parte de la anatomía de Matías hasta que la tenía delante. Recordaba sus besos, sus caricias, su olor a madera de Chipre y los músculos que tenía a ambos lados de la ingle, pero no su polla. Y eso estaba bien, porque cada vez que la reencontraba experimentaba la misma mezcla de alegría y sorpresa que la primera vez.

Nora sonrió al verla (esperándola, a su entera disposición), se pasó la lengua por los labios y se acercó a Matías. Empujó la silla hasta arrinconarla entre una mesa y la pared y se sentó encima de Matías.

No tuvo que hacer ningún esfuerzo para que entrara en ella a la primera. Estaba más que preparada para recibirle, y soltó un gruñidito de emoción. Empezó a marcar el ritmo con las caderas, poniendo especial cuidado en no hacer ningún movimiento brusco que los acabara mandando a los dos al suelo.

Esta limitación de movimientos resultó ser la fórmula ideal para conseguir un roce que le hizo sentirle como nunca lo había hecho antes. El placer era muy intenso y la tensión en las piernas —que no podía ceder bajo riesgo de acabar ambos en el suelo— multiplicaba su placer por diez, por cien, por mil.

«Esto ya lo he pensado antes», se dijo, sorprendida de poder pensar en algo mientras tenía un orgasmo brutal y explosivo.

Y unos segundos después, y mientras le mordía un poco demasiado fuerte en el hombro, Matías se corrió también.

Se quedaron mucho tiempo quietos, juntos y fuertemente abrazados. En parte por no romper el precario equilibrio que les permitía mantener la verticalidad y en parte porque ninguno de los dos quería que ese momento se acabara.

Pero el teléfono de Nora volvió a sonar, y tuvo que moverse para cogerlo.

—Nora, ya sé que me has dicho que no, pero no son horas de trabajar, y como a veces soy un inconsciente capaz de no hacerte caso, he pasado a buscarte. Estoy abajo… —le dijo Xavi entre risitas al otro lado de la línea.

Nora balbuceó como pudo algo que sonó como «dame cinco minutos, apago el ordenador y ya bajo», mientras recogía su ropa, desperdigada por el suelo. Matías, con una sonrisa triste y mirando al suelo, también empezó a vestirse. Cuando Nora estaba ya saliendo de la sala, Matías sintió que tenía que decir algo, pero no sabía qué.

—Nora, tenemos que hablar, ¿vale?… —Nora volvió a entrar en la sala y sin decir palabra dio a Matías dos besos en las mejillas, y bajó las escaleras a toda velocidad para que Xavi creyera que el rubor que coloreaba sus mejillas era por haber ido corriendo y no por ninguna otra cosa.

Cuando abrió la puerta del coche, sonaba Coldplay a toda pastilla. Aunque pasaron casi todo el camino a casa hablando de los amigos de Xavi, de sus novias embarazadas, sus yates y sus viajes, justo cuando entraban en el garaje no pudo evitar hacer una pregunta que sonó demasiado forzada.

—¿Y quién se ha quedado trabajando contigo hasta tan tarde?

Nora tenía dos posibilidades: mentir o decir la verdad. Si mentía, también había una bifurcación: podían pillarla o no hacerlo. Si Xavi la pillaba, cualquier sospecha que tuviera se vería confirmada al momento, así que después de pensárselo durante un par de segundos más de lo necesario, dijo el
nombre
. Y ese fue el momento que Xavi escogió para destapar su particular caja de los truenos. Sin acusar a Nora directamente de nada, le dijo que no le gustaba que pasara tanto tiempo con Matías. Que sabía lo que había sentido —tiempo pasado, notó Nora— por el argentino y que no le parecía considerado de cara a él, «que soy tu pareja ahora», recalcó, que tuvieran una relación tan cercana.

—Nora, lo siento, pero me pone enfermo. No soy celoso, pero esto me supera. Mírate, joder, seguro que está loco por ti, ¿qué hombre en su sano juicio no estaría loco por ti?

Xavi prosiguió su monólogo, especialmente ferviente gracias al alcohol y los celos. Nora aprovechó una pausa para quitarle hierro al asunto, hacerse un poco la ofendida —tal vez un poco demasiado— y dar el tema por finalizado.

Durante el fin de semana Xavi, consciente de que se había expuesto más de lo necesario, buscaba todas las maneras posibles de congraciarse con ella. Y Nora, quizás por la culpa de los cuernos, se dejó querer y se aplicó para dar a Dalmau una de las mejores sesiones de sexo de su historia común. Quizás estaba tan excitada por lo especial y morboso de la situación, pero lo cierto es que pese a la aventura decidió mandar un mensaje de texto a Matías: «Fue solo lo que fue, yo estoy con Xavier y tu con Virginie. Punto, ¿ok?».

Cuando el lunes entró en montaje, Matías aún no había llegado, y cuando lo hizo, no dio ninguna serial de complicidad, o al menos Nora no la recibió. A medida que pasaba el día era más evidente que no tenía nada que decirle, incluso evitó mirarla directamente las dos veces que coincidieron en un pasillo cara a cara. La historia se repetía, una vez más. Lo suyo era como el porno, una vez habían conseguido placer de ello, perdía todo el interés.

Y Nora se dio cuenta de que tampoco pasaba nada.

Su vida no era ni mejor ni peor que hacía tres días, no había descubierto nada que no supiera antes, y solo esperaba que eso la hiciera más fuerte y poco a poco fuera perdiendo el interés.

O que ambos tuvieran las agallas y la discreción suficientes para ser, simplemente, amantes.

Mejor todavía: que el destino fuera bueno con ella y mandara a Matías a vivir a otro continente. Total, tampoco tenía mucho tiempo que perder: el estreno estaba a la vuelta de la esquina y aún quedaba mucho trabajo que hacer. Las dos semanas siguientes trabajó con energías renovadas: veía la luz al final del túnel y eso la ponía a tope.

Por otro lado, el momento de hacer pública la película era un poco como desnudarse delante de un montón de críticos, dispuesta a que la hicieran trizas (o no). Y eso, para qué negarlo, también la ponía un poco a tope, le daba un chute de miedo y emoción que le ponía el estómago del revés durante unos segundos. Como Charlie Brown cuando pensaba en la rubita panocha y, sin venir a cuento, daba un salto.

El tiempo cuando no duermes bien es muy extraño. O al menos la percepción que tienes de él. Es elástico, se acorta o se alarga siguiendo criterios propios que poco tienen que ver con la realidad. Y antes de que la nueva Nora-zombie se diera cuenta, la película estaba acabada y la noche del estreno había llegado.

Dos días antes del día más importante de su vida había decidido que no era el momento de hacerse la super-heroína, y aceptó un par de tabletas de Orfidal que Xavi llevaba meses ofreciéndole y que hasta ahora no había querido probar porque «ella no tomaba pastillas de esas». El efecto fue inmediato y demoledor; el sueño, profundo y reparador, y Nora volvió a tener la cara como la de un bebé y el cerebro completamente funcional. Para que Xavi pudiera entender cómo se sentía, el único símil que se le ocurrió fue que «estaba como si se hubiera quitado unas gafas sucias y mal graduadas». Dedicó casi todo el día del estreno a desayunar, hacerse la manicura y ponerse al día con Lola, que estaba rompiendo con Bea y se planteaba una mudanza a Berlín, donde Henrik le había ofrecido «trabajo y apoyo moral», según sus propias palabras.

La idea de que una de las pocas amigas que le quedaban se fuera también la puso muy triste, pero cuando Lola la vio cambiar la cara, le aseguró que no tenía nada decidido y escogió quedarse con esta idea para no sabotearse el día.

Después paseó un rato sola por la ciudad, sin rumbo, algo que le encantaba, pero que últimamente no había tenido tiempo de hacer.

Tampoco tenía mucho con lo que entretenerse para que los nervios desaparecieran: la estilista de la película se ocupaba de su vestido, los peluqueros y maquilladores del resto de su imagen. Así que se presentó en el hotel de cinco estrellas cercano al cine —donde un par de horas después harían el
photocall
y la fiesta del estreno— a la hora que le tocaba y se dejó hacer.

Viendo la que había montada a su alrededor —mientras un peluquero con mucha pluma convertía su melena en una colección de rizos demasiado perfectos para su gusto—, Nora empezó a ser consciente de que todo ese tinglado era por ella.

Por ella y por su película.

Y en ese preciso momento un escalofrío de auténtico terror le recorrió la columna vertebral, y se encerró en el baño, temblorosa, a llamar a Henrik, que tenía el billete para ir al estreno reservado, pero tuvo que cancelar en el último momento por un viaje relámpago que le surgió a Nueva York. «Justo ahora, que es cuando más necesito a mis amigos», pensó Nora.

Tampoco había podido asistir al estreno la abuela Maruja porque estaba un poco pachucha y, según ella, ya no tenía el cuerpo para viajes. Habían venido, eso sí, su hermano y su madre. Aunque la presencia de la madre de Nora, Inga, no contribuyó exactamente a ayudar a Nora a relajarse. Inga era una sueca de sesenta años, elegante, sofisticada y extremadamente exigente y perfeccionista. Hacía unas horas habían tenido un fuerte enfrentamiento por el vestido que usaría Nora para el estreno, pues su madre consideraba que tenía demasiado escote.

Hubo además dos sorpresas en el estreno: una que sorprendió positivamente a Nora y otra que la puso un pelín nerviosa. La primera sorpresa era un ramo de flores de su padre, acompañado de una tarjea con un mensaje que la hizo estremecerse. La segunda fue la presencia inesperada de Carlota, una jugada de reconciliación arriesgada por parte de Lola, que incomodó a Nora. La mentalidad nórdica le permitió a Nora ser diplomática y saludar a su antigua amiga con dos besos, aunque en el fondo una ola de emoción confusa la recorría por dentro. Nikolas la ayudó a escaparse de la incómoda situación y se llevó a Carlota a charlar con su madre.

Cuando acabó de hablar con Henrik, lo suficientemente reconfortada como para enfrentarse al mundo, hacía ya rato que varios miembros del
staff
y su familia la estaban buscando por todas partes. Las limusinas que iban a llevar al reparto principal hasta el cine estaban a punto de salir, y solo faltaba ella. Hacía tiempo que no veía a los actores protagonistas (la inglesa no pudo asistir «por problemas de agenda», y todos respiraron aliviados al enterarse, Nora la primera), aunque echó de menos a Lola, que decidió ir al cine por su cuenta.

«Yo paso de eso, tía. Total, yo no soy nadie, a mí me da corte. Además, mira qué jovenzuelos y guapos son todos, mira estas niñas. Lo dicho, yo paso, que voy a parecer su abuela», le había dicho esa misma mañana.

Por desgracia Nora no tenía esa opción, y cogiendo de la mano a dos de sus actrices principales, se ajustó el vestido y se subieron a la limusina.

Durante el corto trayecto hasta el cine, estaban tan nerviosas que ni siquiera dijeron nada, solo daban pequeños sorbitos de unas copas de Moét no demasiado frío que el chófer les había ofrecido antes de ponerse en marcha.

La entrada en el cine fue algo compleja, ya que gran cantidad de fans de la cantante inglesa, que habían acudido allí buscando una foto o un autógrafo de su ídolo, se agolpaban en la puerta sin saber que ella no asistiría al estreno. Había periodistas, fotógrafos y flashes, Nora se sintió importante.

Cuando consiguió llegar a la primera fila del cine, donde algunos miembros de la productora y del equipo tenían que pronunciar unas palabras antes del pase, se encontró con Xavi, que conversaba animadamente con Virginie, quien llevaba los labios pintados de rojo y un vestido cortísimo que la hacía parecer muy sexy, algo que sorprendió a Nora.

Xavi, que era un hombre al que le quedaban especialmente bien los trajes y la ropa de gala, iba vestido con una americana ajustada de dos botones y una pajarita negra brillante. Estaba recién afeitado, llevaba una manicura impecable y, cuando se acercó a besarle, olía como si acabara de salir de la ducha.

Así era él: elegante, clásico, limpio, perfecto. Tal vez demasiado para Nora.

Matías, a su lado, parecía ausente y ni se molestaba en participar en la conversación. Su indumentaria era mucho menos cuidada, aunque en su línea iba bastante elegante. Vaqueros negros de tiro bajo, camisa sin cuello con un par de botones desabrochados, una de sus míticas chaquetas saharianas, esta vez en verde caqui tirando a oscuro. Tenía el pelo largo y barba, y al darle dos besos aspiró su aroma áspero, como a tabaco y madera.

Parlamentos, aplausos, más parlamentos, más aplausos.

Nora, que en
petit comité
no se cortaba un pelo y soltaba arengas interminables con bastante gracia que generaban aplausos entre la audiencia (generalmente beoda, todo hay que decirlo), se sentía bastante desprotegida hablándole a un público numeroso, y en ese cine había por lo menos ochocientas personas.

En las primeras filas, una mezcla de caras conocidas del cine, el teatro y la televisión, miembros del equipo técnico, amigos, profesionales del sector y alguna que otra
socialité
de las que no se pierden una. Más atrás, periodistas que tomaban notas cada vez que el paso de alguien conocido por el pasillo levantaba una ola de murmullos. Hasta donde le alcanzaba la vista, gente, gente y más gente.

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