La canción de Nora (22 page)

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Authors: Erika Lust

Tags: #Erótico

Cuando entró en el coche (con una cierta dificultad por culpa de la falda), Xavi no pudo evitar un silbido de admiración.

—Joder,
chérie
, tú siempre estás preciosa, pero hoy… hoy tienes algo diferente. Pareces…

Nora le interrumpió.

—Una profesora sexy, ¿verdad?

Xavi se echó a reír.

—Algo así, una profesora sexy y un poco putón que hace que las madres prohíban a sus maridos ir a buscar a los niños al colegio, y con la que los alumnos más mayores fantasean en sus sueños húmedos. Incluso algunas madres fantasean con ella, y hasta la directora se muere de ganas de tumbarla encima de su mesa y quitarle las braguitas, darle unos azotes, enseñarle cómo se trata a las niñas malas…

Dalmau se estaba embalando solo, e intentó meter la mano en la entrepierna de Nora mientras cogía la avenida del Paralelo. Pero su estrechísima falda no se lo puso fácil, y Nora, que era extremadamente prudente con el tráfico, tampoco le dejó seguir mucho más allá.

—Déjate de pelis porno baratas, caballerete, y cuéntame dónde me llevas, que me muero de curiosidad.

—Vamos a una fiesta —le anunció Dalmau muy contento, encendiendo un cigarrillo—. Seguramente la fiesta más exclusiva que hay en este país. Una fiesta secreta que solo se da una vez cada dos años, en la que solo pueden entrar pocas, muy pocas personas, bajo estricta invitación directa, y donde todo lo que pasa es alto secreto. Llevo años oyendo hablar de esto y queriendo asistir, y este año por fin me han invitado. Todavía no me lo puedo creer.

Nora no supo cómo tomarse esa información, pero de entrada se asustó un poco. Sabiendo cómo le fascinaba a Dalmau ser miembro de clubs superselectos y privados, el sitio donde se dirigían podía ser desde una reunión de los Illuminati hasta el puñetero rodaje de una
snuff movie
.

—A ver, ¿pero de qué va exactamente esto? Porque ahora no tengo muy claro si quiero ir o no… —desconfió.

—¡Claro que quieres ir! Todo el mundo quiere ir alguna vez en su vida a una fiesta tipo
Eyes Wide Shut, darling
. Hay gente que paga cantidades obscenas por entrar en ella. Va a ser la mejor fiesta del año, estoy seguro.

Aunque no compartía del todo la emoción de su acompañante, tampoco quiso ser una agorera. Mientras él fumaba un cigarrillo tras otro, Nora se dedicó a elucubrar sobre el tipo de evento que habría al final del misterioso viaje.

Pararon el coche delante de una casa enorme con una valla altísima de la zona alta, donde aparentemente no había nadie. Cuando Dalmau hizo una llamada telefónica, las puertas se abrieron con algún sistema mecánico, dejando a la vista un sendero ligeramente iluminado por luces de muy baja potencia. Era imposible encontrar aquello si no sabías dónde ibas, estaba claro que fueran quienes fueran los que estaban montando ese tinglado no querían que los encontraran.

Al final del caminito, una mujer de unos cuarenta años vestida con una chaqueta de esmoquin, tacones altos y unos minishorts de lentejuelas les pidió los móviles y las llaves del coche. Llevaba el pecho, todavía firme y bien conservado, completamente al aire, y dos
piercings
decoraban sus pezones.

—A la salida se los devolveremos —les informó muy amablemente—. Pero no se permiten los dispositivos electrónicos. Lo que pasa en Villa Roissy debe quedarse en Villa Roissy.

La referencia a la famosa novela
Historia de O
más el trajecito de la recepcionista le dieron a Nora una pista de por dónde iba la exclusivísima fiesta. Decidió seguir adelante con el experimento, o, mejor dicho, ya era tarde para arrepentirse. Entraron por la puerta y los dos se quedaron con la boca abierta.

El lugar era una mezcla alocadísima de todos los tipos de decoración barrocos y rococó que uno se pudiera imaginar. Los sillones Luis XV compartían espacio con las cómodas Biedermeier, tapices de colores pastel representando escenas de alto contenido sexual entre sátiros, faunos y otros seres mitológicos cuya existencia Nora desconocía decoraban las paredes.

Había figuras de mármol representando angelitos con penes gigantescos y otras doradas y de un color cobre más apagado, todas de Venus desnudas con atributos sexuales desproporcionados y tetas mucho más acordes a la época de Pamela Anderson.

En medio, una fuente con el típico angelito meón de la que brotaba algo que parecía champán y en la que retozaban dos gemelas desnudas (excepto por dos tiras de cinta aislante en los pezones), rozándose obscenamente con la figura y restregando su sexo justo por encima de donde brotaba el líquido, en un ejercicio de masturbación artística extremadamente estético.

Nora estaba absolutamente alucinada.

Había visto, como todo el mundo,
Eyes Wide Shut
y casi todo le había parecido un bodrio menos la escena de la fiesta. Le habían contado que estas sociedades existían, pero siempre había sido «un amigo de un amigo de un amigo». Y, claro, jamás había pensado que se podía encontrar con esto en la ciudad en la que vivía.

Una pelirroja auténtica como ella con lentillas en forma de ojos de serpiente y unas botas de pitón como única vestimenta se acercó a ofrecerles un chupito de tequila, que Nora y Xavi aceptaron. Les dio el vaso y un trocito de limón, pero en lugar de darles también la sal la depositó en la punta de sus pezones. Nora pensó que necesitaba varios chupitos más antes de enfrentarse a esa situación, y decidió beberse el chupito a palo seco y darse la vuelta para no poner a Xavi en un compromiso.

Diferentes escenas se desarrollaban en el salón principal. Además de la fuente había una copa gigante llena de un líquido transparente a modo de Dry Martini donde una chica menuda, guapísima y con la cabeza rapada se masturbaba con un vibrador que para Nora era un poco demasiado grande. Otras dos morenas impresionantes se lamían la una a la otra mientras hacían numeritos y cabriolas en un trapecio.

En una pasarela que iba de lado a lado de la sala, una chica hacía un
striptease
llevando una serpiente albina sobre sus hombros. Más allá, una mujer de una edad bastante avanzada pero aspecto impecable, embutida en un traje de látex de aspecto militar, paseaba con correa a un señor al que le sobraban algunos quilos e intentaba desesperadamente lamerle las botas, a lo que ella respondía con patadas que le animaban todavía más.

Pero no solo había mujeres semidesnudas y dispuestas a cumplir cualquier fantasía, sino que por allí también paseaban los cuerpos masculinos más impresionantes que Nora hubiera visto nunca. Exhibiéndose, contoneándose y bailando, repartiendo piezas de sushi directamente en la boca de algunos invitados y dejando que otros las comieran encima de sus pubis, tan bien rasurados que parecía que allí no hubiera habido nunca vello.

Nora volvió a buscar a Xavi, que ya llevaba una copa de champán en la mano y le ofrecía otra a ella.

—¿Damos una vuelta por las habitaciones? —le propuso, con ganas de saber lo que había detrás de las diferentes puertas que rodeaban la habitación principal.

Xavi no se lo pensó ni un momento y la cogió de la mano. Por el camino Nora se tomó dos tequilas más sin limón ni nada, cogiéndolos directamente de la bandeja, pensando que le hacían falta.

La chica de los pezones salados ni se inmutó.

En la primera habitación en la que entraron, media docena de chicas japonesas de aspecto excesivamente juvenil hacían las veces de plato mientras otros tantos hombres lamían cucharadas de nata de diversas partes de sus cuerpos. Una de ellas, que dirigió la vista durante un segundo a Nora, tenía una mirada de aburrimiento tan evidente que fue la pista que a esta le faltaba para ver que aquello era mucho más un negocio que una fiesta privada de aires orgiásticos.

La otra pista que Nora necesitaba para descubrir la verdad sin ser de la Interpol era que lo único que distinguía esa fiesta de la de la película de Kubrik era una pequeña parte de los asistentes, que destacaban entre tanto cuerpo perfecto y lleno de Botox, silicona y horas de gimnasio. Una serie de señores de mediana edad que se comían a las chicas (y a los chicos) con los ojos y a veces, directamente, también con la boca.

Cuando volvió a buscar a la chica del tequila, se dio cuenta de que Dalmau había desaparecido de su lado. Estaba claro que no la había llevado a esa fiesta como su novia, sino como una acompañante sin más, y a ella le parecía la mar de bien.

Se paseó por aquí y por allá, mirando con curiosidad los diferentes comportamientos de los asistentes a la fiesta. Si te fijabas un poco, estaba claro quién había ido allí a trabajar y quién a que se lo trabajaran. La actitud de unos y de otros los delataba. Y, a la gran mayoría, también el aspecto físico.

Pero Nora todavía no había visto nada que la impresionara especialmente en esa especie de Moulin Rouge porno que la rodeaba. Al menos, nada que la pusiera suficientemente cachonda como para pensar en follar, lamer o ser lamida. Cogió una fusta y azotó un poco a una rubita que se lo pidió, casi por compromiso, y se escaqueó en cuanto pudo.

Entró en otra de las habitaciones, donde bailaban una pareja de chicos prácticamente desnudos. Solamente llevaban unos calzoncillos negros de estilo clásico y unas Converse. A Nora le hizo gracia un estilismo ligeramente
rock and roll
entre tanto numerito circense, y se quedó a ver qué pasaba.

Los dos chicos se parecían tanto que podrían haber sido hermanos, algo que se podría decir también de la gran mayoría de hombres que pululaba por la sala. Todos ellos tenían los cuerpos más increíbles que Nora había visto nunca, parecían hechos con Photoshop, como de mentira. No había visto hombres así más que en alguna película porno gay que había robado de casa de Henrik.

Los dos chicos se le acercaron, y Nora estuvo a punto de salir corriendo, pero al final se quedó. Los dos empezaron a bailar a su alrededor, a rozarla, a frotarse contra ella. Aunque hubiera jurado que eso no iba a pasarle, Nora estaba empezando a ponerse ligeramente nerviosa. Salió con prisa de la habitación y volvió a la sala principal en busca de una copa.

La cogió y siguió con su investigación, dirigiéndose al siguiente cuarto. Allí se encontró con Xavi, sentado en un sofá con dos chicas con peluca eduardiana, corsé y la cara empolvada de blanco, una a cada lado. Antes de darse cuenta de la presencia de Nora, se estaba dejando acariciar por ellas de una manera bastante evidente, y sus manos estaban posadas una en cada pubis, pero cuando la vio entrar se puso tenso y se apartó.

Nora sonrió, se apoyó en la pared y le hizo un gesto cómplice con la mano en la que tenía la copa, mientras le guiñaba un ojo, animándole a seguir. Tanto Dalmau como sus acompañantes entendieron a la primera lo que quería decir. Las chicas parecían encantadas de que su
partner
fuera un atractivo treintañero y no un anciano, y se dedicaron a él con todas sus energías.

Mientras una de ellas le desabrochaba la camisa y le lamía el pecho, la otra le acariciaba el paquete por encima del pantalón. A Nora, que seguía disfrutando de su copa, a dos metros escasos de la escena, esto le estaba poniendo cachonda de una manera nueva, extraña.

Mientras una de las chicas acariciaba el sexo de la otra, que a su vez estaba abriendo la cremallera del pantalón de Xavi, se dio cuenta de que la escena le gustaba para verla, pero no tenía ninguna intención de participar. Era bonito ver tres cuerpos jóvenes y agraciados entregándose al placer. Era excitante observar cómo Xavi la miraba a ella mientras otra mujer tenía su polla en la boca. Mientras, la otra chica se masturbaba, tendida en el sofá, mientras Xavi le pellizcaba los pezones.

La escena apenas duró cinco minutos, en los que los ojos de Xavi no se despegaron de los suyos. Dándose cuenta de que su presencia allí no le permitía ser del todo libre para dejarse ir, Nora decidió salir y cerrar la puerta.

Aunque no hubiera tocado a nadie, y nadie la hubiera tocado a ella, experimentó un tipo de placer hasta entonces desconocido.

Y claro, ahora que lo había probado quería más.

Cogió otra copa (y ya iban unas cuantas) y volvió a la habitación de los chicos, que seguían bailando al ritmo de la música, exactamente igual que antes. Y seguían estando solos.

Cuando se acercaron a bailar con ella de nuevo, Nora acarició sus cuerpos musculosos con la punta de los dedos. Parecían dioses griegos, demasiado perfectos para ser de verdad. Intentaron arrimarse a ella de nuevo, pero Nora cogió la mano de uno y la de otro y las juntó.

Los empujó suavemente, animándoles a que bailaran más juntos. Y entonces se besaron. Se besaron con ganas, se comieron a besos. Esa era la relación sexual más auténtica que Nora había visto en toda la fiesta. Se apoyó, de nuevo, en la pared con su copa.

Los chicos la miraron una vez más, con ojos anhelantes, como pidiéndole permiso para hacer lo que se morían de ganas de hacer.

Y Nora, por supuesto, se lo dio.

Uno de ellos, un poco más delgado que el otro, se agachó y tocó con suavidad el impresionante miembro que asomaba bajo la ropa interior de su compañero de baile, su compañero sexual, quién sabe si su compañero en la vida. Le bajó los calzoncillos con cuidado y, mientras le miraba a los ojos con una ternura fuera de toda duda, empezó a hacerle una mamada. Se metía la polla hasta el fondo, con glotonería, y cuando la tenía dentro del todo, Nora notaba cómo ella también se ahogaba un poquito.

Con la mano derecha le acariciaba el escroto, y a medida que se acercaba al orgasmo su compañero le cogía la cabeza y se apretaba con más fuerza.

En ningún momento dejaron de mirarse a los ojos, ni siquiera en el instante en el que el más alto eyaculó en la boca del otro, apretando los glúteos perfectos en repetidas ocasiones.

Nora se dio cuenta de que lo que estaba viendo no era sexo, era amor, y de repente se sintió algo violenta. Salió de la habitación cerrando la puerta, y fue al lavabo sola.

«La loca que va al lavabo a hacerse un dedo en una orgía, esa soy yo», pensó justo antes de correrse. Sin saber muy bien por qué, le entraron unas ganas locas de irse en ese mismo instante. «Supongo que es como cuando estás viendo una película porno y ya has tenido un orgasmo. Todo pierde el sentido, ¿para qué seguir viéndola entonces?».

Salió dispuesta a irse sola, pero de camino a la puerta se encontró con Xavi, que también parecía un poco incómodo —o satisfecho— y con ganas de marcharse. En vez de conducir directamente a su casa y usar la excusa de lo difícil que era aparcar en el Born, Dalmau le preguntó si le invitaba a subir. Nora, sorprendida, dijo que sí, y realmente les costó bastante aparcar.

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