La carretera (10 page)

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Authors: Cormac McCarthy

Tags: #Ciencia Ficción, #Drama

De un fuerte empujón sacó al chico por la trampilla. Salió él también y luego asió la puerta y la cerró dejándola caer de golpe y se volvió para levantar al chico del suelo donde había quedado despatarrado pero el chico estaba ya de pie ejecutando su pequeña danza del terror. Quieres hacer el favor de darte prisa, dijo entre dientes. Pero el chico no dejaba de señalar algo que había fuera de la ventana y cuando miró hacia allí se quedó paralizado. Cuatro barbudos y dos mujeres venían hacia la casa atravesando el campo. Agarró al chico de la mano. Dios mío, dijo. Corre. Corre.

A la carrera por la casa hasta la puerta principal y escalones abajo. Cuando iban por la mitad del camino de grava tiró del chico hacia el campo. Se volvió para mirar atrás. Estaban parcialmente resguardados por los restos de la alheña pero sabía que tenían unos minutos a lo sumo y quizá ni siquiera eso. Al final del campo se precipitaron a unos carrizos secos y de allí salieron a la carretera y cruzaron hacia el bosque del otro lado. Agarró con más fuerza todavía la muñeca del chico. Corramos, susurró. Tenemos que correr. Miró hacia la casa pero no pudo ver nada. Si estaban bajando por el camino de grava lo verían correr con el chico entre los árboles. Este es el momento. Este es el momento. Se dejó caer al suelo y lo atrajo hacia él. Chsss…, dijo. Chsss…

¿Nos van a matar? ¿Papá?

Chsss…

Permanecieron tumbados en la hojarasca y la ceniza con el corazón que se les salía de la boca. Él no tardaría en toser. Se habría tapado la boca pero una mano se la tenía cogida el chico y no se la soltaba y con la otra mano empuñaba la pistola. Tuvo que concentrarse mucho para ahogar la tos al mismo tiempo que intentaba escuchar. Hizo un hueco en las hojas moviendo la barbilla, para ver si venían. No levantes la cabeza, susurró.

¿Vienen?

No.

Se arrastraron por la hojarasca hacia lo que parecía terreno más bajo. Se detuvo para escuchar, abrazando al chico. Pudo oírlos hablar en la carretera. Una voz de mujer. Luego los oyó en las hojas secas. Agarró la mano del chico y le encajó la pistola. Coge esto, susurró. Cógela. El chico estaba aterrorizado. Le pasó un brazo por la cintura y lo abrazó. Su cuerpo tan flaco. No te asustes, dijo. Si te encuentran vas a tener que hacerlo. ¿Entiendes? Chsss… Nada de llorar. ¿Me oyes? Ya sabes cómo hacerlo. Te la metes en la boca y apuntas hacia arriba. Rápido y con decisión. ¿Lo has entendido? Deja de llorar. ¿Lo has entendido?

Creo que sí.

No. ¿Lo has entendido?

Sí.

Di sí papá, lo he entendido.

Sí papá, lo he entendido.

El hombre le miró. La imagen del terror. Le quitó la pistola. No, no lo entiendes, dijo.

No sé qué he de hacer, papá. No sé qué he de hacer. ¿Tú dónde estarás?

Déjalo.

No sé qué he de hacer.

Chsss… Estoy aquí a tu lado. No me voy.

¿Prometido?

Prometido. Pensaba salir corriendo. Para ver si me seguían y me los llevaba de aquí. Pero no puedo abandonarte.

Papá…

Chsss… Baja la cabeza.

Tengo tanto miedo…

Chsss…

Permanecieron tumbados a la escucha. ¿Eres capaz de hacerlo? ¿Cuando llegue el momento? Cuando llegue el momento no habrá momento que valga. El momento es ahora. Maldice a Dios y muere. ¿Y si la pistola no dispara? Tiene que disparar. ¿Y si no dispara? ¿Podrías aplastar ese cráneo amado con una piedra? ¿Existe dentro de ti un ser semejante del cual tú no sabes nada? ¿Es posible? Estréchalo entre tus brazos. Así. El alma es ágil. Atráelo hacia ti. Dale un beso. Rápido.

Esperó. Con el revólver niquelado en la mano. Estaba a punto de toser. Puso todo su empeño en aguantarse la tos. Intentó escuchar pero no pudo oír nada. No te abandonaré, susurró. No te dejaré nunca. ¿Entiendes? Tumbado en la hojarasca abrazando al niño. Empuñando el revólver. Durante el largo crepúsculo y ya de noche. Una noche fría y sin estrellas. Mejor. Empezó a creer que tenían una oportunidad. Solo hay que esperar, dijo en voz baja. Mucho frío. Intentó pensar pero su cerebro naufragaba. Se sentía muy débil. Mucho hablar de correr pero él no podía correr. Cuando la verdadera negrura los rodeó por completo aflojó las correas de la mochila y sacó las mantas y las extendió encima del chico y al poco rato el chico ya dormía.

Durante la noche oyó espantosos chillidos procedentes de la casa e intentó taparle los oídos al chico con las manos y al rato los gritos cesaron. Se quedó a la escucha. Pasando por los carrizos hacia la carretera había visto una caja. Como una especie de casa de muñecas. Comprendió que era allí donde ellos estaban vigilando la carretera. Tumbados a la espera y tocando el timbre de la casa para que salieran sus compañeros. Se quedó dormido y despertó. ¿Qué era eso que venía? Pasos en la hojarasca. No. Solo el viento. Nada. Se incorporó y miró hacia la casa pero solo pudo ver oscuridad. Sacudió al chico para despertarlo. Vamos, dijo. El chico no respondió pero él supo que estaba despierto. Retiró las mantas y las sujetó encima de la mochila. Vamos, susurró.

Echaron a andar por el bosque oscuro. Había luna más arriba de la capa de nubes y pudieron al menos ver los árboles. Avanzaban tambaleándose como borrachos. Si nos encuentran nos matarán, ¿verdad, papá?

Chsss… No hables.

¿Verdad, papá?

Chsss… Sí. Nos matarán.

No tenía idea de qué dirección habían tomado y su temor era que pudieran girar en círculo y terminar otra vez en la casa. Trató de recordar si sabía algo al respecto o si eran solo habladurías. ¿Hacia qué dirección iba la gente cuando se extraviaba? Quizá dependía de los hemisferios. O de la lateralidad. Finalmente se quitó de la cabeza la idea de que pudiera haber algo que rectificar. Su mente lo traicionaba. Fantasmas desaparecidos durante un millar de años alzándose lentamente de su sueño. Rectificar eso. El chico daba brincos de frío. Pidió que lo llevara a cuestas con frases apenas entredichas y el hombre se lo subió a los hombros y al momento el chico se quedó dormido. Supo que no podría cargar con él mucho tiempo.

Despertó temblando violentamente en el lecho de hojas en la oscuridad del bosque. Se incorporó al tiempo que palpaba a tientas al chico. Dejó la mano apoyada en sus flacas costillas. Calor y movimiento. Latidos de corazón.

Cuando volvió a despertarse había luz casi suficiente para ver. Apartó la manta y se puso de pie y por poco no cayó. Mantuvo el equilibrio e intentó ver a su alrededor en el bosque gris. ¿Cuánto trecho habían recorrido? Caminó hasta un promontorio y una vez arriba quedó en cuclillas mirando cómo clareaba. Un amanecer reacio, un mundo frío y oscuro. A lo lejos lo que parecía un pinar, pelado y negro. Un mundo incoloro de alambre y crepé. Volvió a donde estaba el chico y lo despertó e hizo que se incorporara. La cabeza le vencía hacia delante. Tenemos que irnos, dijo. Tenemos que irnos.

Cargó con él campo a través, parando para descansar cada cincuenta pasos contados. Cuando llegó a los pinos se arrodilló y dejó al chico sobre el arenoso humus y lo tapó con las mantas y se sentó a mirarlo. Parecía algo salido de un campo de exterminio. Famélico, extenuado, enfermo de miedo. Se inclinó para darle un beso y se levantó y fue hasta el lindero del bosque y luego recorrió todo el perímetro para ver si estaban a salvo.

Hacia el sur al otro lado de los campos pudo ver el perfil de una casa y un granero. Más allá de los árboles la curva de una carretera. Un camino largo con hierba muerta. Hiedra muerta a todo lo largo de un muro y un buzón y un cercado paralelo a la carretera y los árboles muertos al fondo. Todo frío y silencioso. Amortajado en la niebla carbónica. Regresó y se sentó al lado del chico. Era la desesperación lo que lo había llevado a tanta negligencia y supo que eso no podía repetirse. Pasara lo que pasase.

El chico dormiría horas y horas. Pero si se despertaba se quedaría aterrorizado. Había ocurrido otras veces. Pensó en despertarlo pero sabía que luego no se acordaría de nada. Le había enseñado a echarse en el bosque como un cervatillo.

¿Durante cuánto tiempo? Al final se sacó la pistola del cinturón y la dejó a su lado debajo de las mantas y se levantó y se puso en camino.

Se aproximó al granero desde la loma que había más arriba, deteniéndose para observar y escuchar. Avanzó entre las ruinas de un viejo huerto de manzanos, negros tocones retorcidos, hierba muerta hasta las rodillas. Se detuvo en el umbral del granero y escuchó. Luz pálida a través de los listones. Pasó junto a las polvorientas casillas. Situado en mitad de la crujía del granero aguzó el oído pero no oyó nada. Empezó a subir al henil por la escalera y tan débil estaba que dudó si sería capaz de llegar arriba. Fue hasta el gablete que había al fondo del henil y miró hacia el campo por la ventana. El terreno roturado muerto y gris, la cerca, la carretera.

Había balas de heno en el suelo y separó de ellas un puñado de semillas y se sentó a masticarlas sobre los talones. Duras, secas y polvorientas. Algo nutritivo debían de tener. Se levantó e hizo rodar dos de las balas por el suelo del henil y las dejó caer a la crujía. Sendos golpes sordos. Polvo. Se acercó al gablete y estuvo observando lo que se veía de la casa más allá de la esquina del granero. Luego volvió a bajar por la escalera.

La hierba entre la casa y el granero no parecía pisada. Se llegó hasta el porche. La mosquitera podrida y medio caída. Una bicicleta de niño. La puerta de la cocina estaba abierta. Cruzó el porche y se quedó parado en el umbral. Paneles de contrachapado alabeados por la humedad. Viniéndose abajo. Una mesa roja de fórmica. Fue a abrir la puerta de la nevera. Había algo en uno de los estantes, cubierto de un pelo gris. Cerró la puerta. Desperdicios por todas partes. Cogió una escoba de un rincón y hurgó en el suelo con el mango. Se subió a la encimera y pasó la mano por el polvo que había sobre los armarios. Una ratonera. Un paquete de algo. Sopló para quitar el polvo. Eran unos polvos con sabor a uva para preparar refrescos. Se guardó el paquete en el bolsillo de la chaqueta.

Recorrió todas las habitaciones de la casa. No encontró nada. Una cuchara en una mesita de noche. Se la metió en el bolsillo. Pensó que quizá habría ropa en un armario o alguna sábana o manta pero no había nada. Volvió a salir y fue hasta el garaje. Examinó las herramientas. Rastrillos. Una pala. Tarros con clavos y tornillos en un estante. Un cúter. Lo sostuvo a la luz y examinó la hoja y lo dejó donde estaba. Luego lo volvió a coger. En una lata de café había un destornillador y con él abrió el mango del cúter. Contenía cuatro hojas nuevas. Extrajo la hoja gastada y la dejó en el estante y colocó una de las nuevas y volvió a atornillar el mango y retiró la hoja y se guardó el cúter en el bolsillo. Luego cogió el destornillador y se lo guardó también.

Salió del granero. Tenía un pedazo de tela en el que pretendía juntar más semillas de las balas de heno pero al salir del granero se detuvo y se quedó escuchando el viento. Un crujido de hojalata arriba en algún punto del tejado. Aún olía a vaca y se quedó allí de pie pensando en las vacas y se dio cuenta de que se habían extinguido. ¿Era verdad? En alguna parte quizá había una vaca que alguien cuidaba y alimentaba. ¿Era eso posible? ¿Alimentarla con qué? ¿Conservarla para qué? Más allá de la puerta el viento hacía chirriar ligeramente la hierba fenecida. Salió y se quedó mirando el pinar donde el chico dormía. Cruzó el huerto y luego se detuvo otra vez. Había pisado algo. Retrocedió un paso y se arrodilló y apartó la hierba con las manos. Era una manzana. La cogió y la puso a la luz. Dura, marrón y arrugada. La limpió con la tela y dio un mordisco. Seca y casi sin sabor. Pero manzana al fin y al cabo. Se la comió entera, con semillas y todo. Sostuvo el tallo con el pulgar y el índice y lo soltó. Luego se puso a caminar despacio por la hierba. Sus pies estaban todavía envueltos en restos de la americana y tiras de plástico. Se sentó y deshizo los nudos y se metió las envueltas en el bolsillo y recorrió las hileras descalzo. Para cuando llegó al final del huerto tenía cuatro manzanas más y se las guardó en un bolsillo y volvió. Examinó todas las hileras hasta que hubo dibujado un rompecabezas en la hierba. Tenía más manzanas de las que podía acarrear. Exploró los espacios entre los troncos y se llenó los bolsillos hasta el borde y apiló manzanas en la capucha de su parka detrás de la cabeza y unas cuantas más encima del brazo pegado al pecho. Las amontonó junto a la puerta del granero y se sentó allí para envolver sus pies entumecidos.

En el ropero contiguo a la cocina había visto un viejo cesto de mimbre lleno de frascos de conserva. Puso el cesto en el suelo y sacó los tarros y luego volcó el cesto y dio unos golpes para quitar la tierra. Se quedó quieto. ¿Qué había visto? Un caño de desagüe. Un espaldar. La oscura serpiente de una parra muerta que bajaba por él como la trayectoria de una empresa en un gráfico. Se incorporó y volvió a la cocina y salió al patio y se quedó mirando la casa. Sus ventanas reflejando el día gris y anónimo. El caño bajaba por la esquina del porche. Tenía todavía el cesto en la mano y lo dejó en la hierba y volvió a subir los escalones. La cañería bajaba por el poste de la esquina hasta un depósito de hormigón. Apartó los desperdicios y los trozos de mosquitera podrida que había sobre la tapa. Volvió a entrar en la cocina y agarró la escoba y salió y barrió la tapa y dejó la escoba apoyada en el rincón y levantó la tapa del depósito. Dentro había una bandeja llena de un cieno gris que bajaba del tejado mezclado con un abono de hojas y ramitas secas. Levantó la bandeja y la depositó en el suelo. Debajo había grava blanca. Retiró la grava con la mano. El tanque estaba lleno de carbón vegetal, restos de tallos y ramas enteros quemados en efigie de los propios árboles. Volvió a colocar la bandeja. En el suelo había una anilla verde de latón. Alcanzó la escoba y barrió la ceniza. Había marcas de sierra en las tablas del suelo. Barrió bien las tablas y se arrodilló y metió dos dedos en la anilla y levantó la compuerta y la abrió del todo. Allá abajo en la oscuridad había una cisterna llena de un agua tan dulce que pudo incluso olería. Se tumbó boca abajo y estiró el brazo. Casi rozaba el agua. Se abalanzó un poco más y volvió a estirar el brazo y cogió un poco de agua con la palma de la mano y la olió y la probó antes de beber. Se quedó allí tendido mucho rato, pescando agua a mano y llevándosela a la boca. En su memoria absolutamente nada tan bueno ni de lejos.

Volvió al ropero y regresó de allí con dos de aquellos tarros y un viejo cazo esmaltado en azul. Limpió el cazo y lo sumergió hasta llenarlo de agua y con ella limpió los tarros. Luego estiró el brazo y hundió uno de los tarros hasta que estuvo lleno y lo izó chorreando. Qué transparente era el agua. Sostuvo el tarro a la luz. Un pequeño fragmento aislado de sedimento enroscándose dentro del tarro sobre algún lento eje hidráulico. Inclinó el tarro para beber y bebió despacio pero aun así casi se bebió el tarro entero. Se sentó allí con el estómago hinchado. Podría haber bebido más pero no lo hizo. Vertió el agua que quedaba en el otro tarro y lo enjuagó y luego llenó los dos tarros y volvió a poner la tapa de madera sobre la cisterna y se levantó y con los bolsillos llenos de manzanas y los tarros en la mano se dispuso a atravesar los campos en dirección al pinar.

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