La corona de hierba (27 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

—Cuando tenía tu edad —dijo—, mi madre no me hacía caso. Era a causa de Roma; hace poco me di cuenta de que Roma me estaba afectando de igual modo. Por eso nos hemos venido a vivir al campo Y vamos a estar aquí hasta que
tata
vuelva. ¡Soy feliz porque soy libre, Servilia! No quiero pensar en Roma.

—A mí me gusta Roma —replicó Servilia, sacando la lengua a los distintos platos—. Tío Marco tiene un cocinero mejor.

—Ya encontraremos un cocinero que te guste, si eso es lo que te preocupa. ¿Es lo que más te preocupa?

—No. Los obreros.

—Bueno, dentro de un mes o dos habrán acabado y estaremos tranquilas. Mañana… —comenzó a decir, recordando de pronto—, no, pasado, iremos a pasear las dos.

—¿Por qué no mañana? —protestó Servilia.

—Porque necesito otro día para mí sola.

—Estoy cansada, mamá —dijo Servilia levantándose de la silla—. ¿Puedo irme a la cama?

Y así comenzó el año más feliz en la vida de Livia Drusa, una época en la que lo único que importaba era el amor, y el amor se llamaba Marco Porcio Catón Saloniano; una pequeña reserva de ese amor era para Servilia y Lilla.

No tardaron en acordar una rutína, pues, naturalmente, Catón no pasaba muchos días en la casa de campo tusculana, o no los había pasado hasta conocer a Livia Drusa. Era imperativo encontrar un lugar de cita más seguro, un sitio en el que no pudiese sorprenderlos ningún campesino o algún pastor y en el que Livia Drusa pudiera lavarse y acicalarse. Catón lo solventó expulsando a una familia que vivía en una casita aislada dentro de sus tierras, anunciando a todo el mundo que iba a utilizarlo como lugar de estudio, pues pensaba escribir un libro. El libro se convirtió en pretexto para todo, en particular para sus largas ausencias de Roma, lejos de su esposa. Siguiendo los pasos de su abuelo, la obra iba a ser un minucioso compendio de la vida rural romana, incluyendo todos los ritos, hechizos, preces, supersticiones y costumbres de naturaleza religiosa, para concluir con una exposición de las técnicas y métodos de la agricultura moderna. En Roma, a nadie le extrañó, dados los antecedentes familiares de Catón.

Siempre que podía ir a Tusculum se veían a la misma hora todas las mañanas, pues Livia Drusa se las había reservado para ella, ya que las niñas estaban ocupadas con sus lecciones. Se separaban, con gran aflicción, a mediodía. Incluso cuando Marco Livio Druso acudía a ver cómo estaba su hermana y a supervisar las reformas de la casa, ella seguía dando sus «paseos». Naturalmente, era tan evidente y sencilla su felicidad, que Druso no podía por menos de aplaudir el buen sentido de su hermana por haberse ido a vivir allí, mientras que si hubiera dado muestras de nerviosismo o mala conciencia, sí que habría dado en pensar algo. Pero Livia Drusa jamás traslucía el menor nerviosismo, puesto que pensaba que sus relaciones con Catón eran justas, correctas y limpias; merecidas y correspondidas.

Naturalmente que hubo dificultades, sobre todo al principio. Para Livia Drusa, la principal eran los dudosos antepasados de su amado, aunque eso ya no le importaba tanto como cuando Servilia Cepionis le había dicho quién era, pero seguía reconcomiéndola. Menos mal que no era tan tonta como para decírselo abiertamente; lo que hacía era buscar la manera de sacar a colación el tema de modo que él viera que no le subestimaba por ello, aunque así era. ¡No, no lo hacía con aires de superioridad ni con malevolencia! Era simplemente por el pesar que le producía la seguridad de su impecable estirpe, por el deseo de que él pudiese ser también beneficiario de aquel desahogo social tan romano.

Su abuelo era el ilustre Marco Porcio Catón el Censor. De estirpe latina rica, los Porcios Priscos habían tenido suficiente preminencia social para tener a su cargo durante varias generaciones los caballos públicos de los caballeros de Roma ya antes del nacimiento de Catón el Censor; pero, aunque gozaban de plena ciudadanía y de la condición de caballeros, vivían en Tusculum más que en Roma y no habían mostrado aspiraciones por ocupar cargos públicos.

Pronto descubrió Livia Drusa que su amado no consideraba en absoluto dudosa su ascendencia, pues, como le dijo:

—Ese mito tiene su origen en el carácter de mi abuelo, que se hizo pasar por campesino cuando un exquisito patricio le hizo un desprecio siendo cadete a los veintisiete años, en la primera guerra contra Aníbal; se complació tanto en aquella farsa, que nunca la descubrió, y pensamos que hizo muy bien, pues si los hombres nuevos surgen y caen en el olvido, a Catón el Censor no le olvidará nadie.

—Lo mismo puede decirse de Cayo Mario —dijo apocada Livia Drusa.

Su amado se sobresaltó como si le hubiera mordido.

—¿Ése? Él sí que es un auténtico hombre nuevo, un campesino! ¡Mi abuelo tenía
antepasados
! Sólo era un hombre nuevo en el sentido de que fue el primero de la familia que entró en el Senado.

—¿Cómo sabes que tu abuelo simplemente se fingía campesino?

—Por las cartas suyas que conservamos.

—¿Y la otra rama de la familia no es la que conserva sus papeles? Al fin y al cabo es la rama más antigua.

—¿Los Licinianos? ¡Ni los nombres! —contestó Catón en tono de disgusto—. Es la rama de los Saloníanos, la nuestra, la que brillará en el futuro cuando los historiadores hablen de la Roma de nuestra época. ¡Somos nosotros los auténticos descendientes de Catón el Censor! ¡Nosotros no nos damos aires de finos! ¡Hacemos honor a la clase de hombre que era Catón el Censor, Livia Drusa!

—Que se fingía campesino.

—¡Efectivamente! Un auténtico romano rudo, audaz, sincero, apegado a la tradición! —replicó Catón con los ojos brillantes—. ¿Sabes que bebía el mismo vino que sus esclavos? Nunca enlució las alquerías ni las villas, ni tenía tapices ni telas púrpura en su casa de Roma, y jamás pagó más de seis mil sestercios por un esclavo. Nosotros, los Salonianos, hemos seguido esa tradición y vivimos igual que él.

—¡Oh! —exclamó Livia Drusa.

Pero él no advirtió su consternación porque estaba obcecado en explicar a su joven y amada Livia lo fantástico que había sido Catón el Censor.

—¿Cómo iba a haber sido realmente un campesino si fue el mejor amigo de Valerio Flaco y, cuando se trasladó a Roma, el mejor orador y abogado de todos los tiempos? Nadie le ha superado; estuvo muy por encima de especialistas como Craso Orator, y el viejo Mucio Escévola el Augur afirma que su retórica era única y que nadie ha sido capaz de utilizar mejor el aforismo y la hipérbole. ¡Y mira sus soberbios escritos! Mi abuelo fue educado a lo grande, hablaba y escribía latín con tal perfección, que jamás tuvo necesidad de hacer un borrador.

—Ya veo que tendré que leer algo de él —dijo Lívia Drusa con un ligerísimo retintín, pues su tutor no había considerado a Catón digno de su interés.

—¡Hazlo! —se apresuró a decir Catón, abrazándola y atrayéndola entre sus piernas—. Empieza por el
Carmen de Moribus
, que te dará una idea de la clase de hombre moral que era y qué profundamente romano. Desde luego, fue el primer Porcio que llevó el
cognomen
de Catón, pues hasta entonces los Porcio ostentaban el de Prisco; ¿te das cuenta de lo antiguo que es nuestro linaje que a él le llamaban el Antiguo? ¡Figúrate que el abuelo de mi abuelo tuvo que pagar el coste de cinco caballos públicos muertos en combate por Roma mientras él era el encargado!

—Lo que me importa es lo de Saloniano, no lo de Prisco ni lo de Catón. Salonio era un esclavo celtíbero, ¿no?, mientras que la rama más antigua dice descender de una Licinia noble y de la tercera hija del gran Emilio Paulo y de la Cornelia mayor de los Escipiones.

Ahora era él quien ponía ceño, pues el razonamiento denotaba sin lugar a dudas la presunción de Livia. Pero ella le miraba con ojos adorables y él estaba muy enamorado; no era culpa de la pobrecilla el que no le hubiesen informado debidamente respecto a los Porcios Catones. Tendría que ponerla él al corriente.

—No ignorarás la historia de Catón el Censor de Salonia —dijo, apoyando la barbilla en su hombro.

—No la conozco,
meum mel
. Cuéntamela, por favor.

—Mi abuelo no se casó por primera vez hasta los cuarenta y dos años. Ya entonces había sido cónsul, obtenido una gran victoria en la Hispania Ulterior y celebrado un triunfo, ¡pero no era codicioso! jamás tomó su parte de los botines ni vendió a los prisioneros para embolsarse el dinero. Él lo daba todo a los soldados, y sus descendientes siguen mostrándole afecto por ello —dijo Catón, tan orgulloso de su abuelo que había perdido el hilo de la historia.

—Así que fue a los cuarenta y dos años cuando se casó con la noble Licinia —se aprestó ella a recordarle.

—Exacto. De ella sólo tuvo un hijo, Marco Liciniano, aunque parece ser que la adoraba y no sé por qué no tuvieron más hijos. En fin, al morir Licinia mi abuelo tenía setenta y siete años y tomó a una esclava de la casa como compañera de lecho. En la casa vivían su hijo Liciniano y la mujer de éste, la dama de alta cuna que tú has mencionado; aquello los ofendió, pues parece ser que no hizo de ello ningún secreto y la esclava se movía por la casa como si fuese la dueña. Pronto se supo en Roma lo que sucedía, porque Marco Liciniano y Emilia Tercia se encargaron de comentarlo. A todos menos a Catón el Censor. Pero, claro, él se enteró de que estaban pregonándolo por toda la ciudad, y en lugar de preguntarles por qué no le habían dicho nada a él, lo que hizo fue despachar tranquilamente a la esclava una buena mañana y dirigirse al Foro sin decir que ya no estaba la mujer.

—¡Qué cosa tan extraña! —comentó Livia Drusa.

Catón prosiguió sin replicar.

—Catón el Censor tenía un cliente llamado Salonio, un celtíbero de Salo, que había sido uno de sus escribas esclavos.

»—¡Eh, Salonio! —exclamó mi abuelo al llegar al Foro—. ¿Has encontrado ya marido para tu preciosa hija?

»—Pues no
, domine
—contestó Salonio—, pero tened la certeza de que cuando encuentre un buen hombre para ella os lo llevaré para que me deis vuestra opinión y la aprobación.

»—No tienes que seguir buscando —replicó mi abuelo—. Tengo un buen marido para ella, ¡alguien excepcional! Buena fortuna, fama intachable, excelente familia, todo lo que puedas desear. Salvo que me temo que tiene los dientes algo largos, aunque está sano, eso sí, pero hasta el más considerado no tendría más remedio que decir que es un hombre muy viejo.

»—
Domine
, si la elección es vuestra, ¿cómo no iba a complacerme? —dijo Salonio—. Mi hija nació siendo yo esclavo vuestro y su madre era también esclava vuestra. Cuando me disteis el gorro de liberto, tuvisteis la bondad de hacer libre a toda mi familia. Pero mi hija sigue estando a vuestro servicio, como yo, mi esposa y mi hijo. Perded cuidado que Salonia es una buena chica y se casará con quien os hayáis tomado la molestia de buscarle, pese a la edad que tenga.

»—¡Sensacional, Salonio! —exclamó mi abuelo—. ¡Soy yo!

—¡Qué mal lenguaje! —comentó Livia Drusa, rebulléndose—. Creía que el latín de Catón el Censor era impecable.


Mea vita, mea vita
, ¿es que no tienes sentido del humor? —inquirió Catón, mirándola—. ¡Lo decía como una gracia, porque quería quitarle hierro, nada más! Salonio se quedó pasmado, y no podía creerse que le ofreciesen una alianza matrimonial con una casa noble en la que se contaban un censor y un triunfo.

—No me extraña que se quedara pasmado —dijo Livia Drusa.

—Mi abuelo —prosiguió Catón— le reiteró que hablaba en serio y trajeron a la tal Salonia, que se casó inmediatamente con él porque era un día propicio. Pero cuando Marco Liciniano se enteró, un par de horas más tarde, porque el hecho se difundió por toda Roma, reunió un grupo de amigos y fueron a ver a Catón el Censor.

»—¿Es porque desaprobábamos que tuvierais una esclava por querida por lo que deshonráis más nuestra casa dándome semejante madrastra? —inquirió Liciniano, muy enojado.

—¿Cómo puedo deshonrarte, hijo mío, si estoy a punto de demostrar lo hombre que soy engendrando más hijos a mi avanzada edad? —replicó mi abuelo con regio ademán—. ¿Preferirías que me hubiese casado con una mujer noble estando más cerca de los ochenta que de los setenta? Semejante alianza no sería adecuada. Me caso con la hija de mi liberto, un matrimonio adecuado a mi edad y mis necesidades.

—¡Qué cosa tan excepcional! —dijo Livia Drusa—. No cabe duda de que lo hizo para vejar a Liciniano y a Emilia Tercia.

—Es lo que creemos los Salonianos —añadió Catón.

—¿Y siguieron viviendo todos en la misma casa?

—Por supuesto. Marco Liciniano murió poco después, aunque la opinión de la gente fue que se debió a un ataque al corazón. Con ello, Emilia quedó sola en la casa con su suegro y su nueva esposa Salonia, suerte más que merecida, en mi opinión. Como su padre había muerto, no tenía casa donde ir.

—Y Salonia engendró a tu padre —dijo Livia Drusa.

—Efectivamente —contestó Catón Saloniano.

—¿Y no te afecta ser el nieto de una mujer que nació esclava? —inquirió Livia Drusa.

—¿Por qué tendría que afectarme? —replicó Catón, perplejo—. Todos tenemos un origen y tengo entendido que los censores mostraron su acuerdo con la tesis de mi abuelo Catón el Censor en el sentido de que su sangre tenía nobleza de sobra para ennoblecer la sangre del esclavo que fuese. Nunca han impedido el acceso de los Salonianos al Senado. Salonio era de estirpe gala; si hubiera sido griego, mi abuelo jamás habría hecho semejante cosa, porque detestaba a los griegos.

—¿Y tú has enlucido las alquerías? —inquirió Livia Drusa, comenzando a achucharse contra él.

—Claro que no —contestó él, ya enfebrecido.

—Ahora ya sé por qué tenemos que beber un vino tan malo.

—¡
Tace
, Livia Drusa! —replicó Catón, tumbándola boca arriba.

La existencia de un amor tan grande que sus partícipes consideran perfecto suele llevar a indiscreciones, a comentarios imprudentes que propician su descubrimiento; pero Livia Drusa y Catón Saloniano prosiguieron las relaciones con eficaz secretismo. Naturalmente, de haber estado en Roma las cosas habrían sido muy distintas, pero, por fortuna, el aletargado Tusculum permaneció ignorante del jugoso escándalo que se estaba fraguando.

Al cabo de un mes, Livia Drusa se percató de que estaba encinta, y bien sabía que el hijo no era de Cepio, porque el mismo día en que el esposo había salido de Roma ella tenía la menstruación, dos semanas más tarde yacía en brazos de Marco Porcio Catón Saloniano y cuando llegó el momento no se le produjo el período. por sus dos embarazos anteriores conocía de sobra los indicios de la gravidez, y ahora los presentaba todos. Iba a tener un hijo de su amante Catón, no de su esposo Cepio.

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