No fue sino hasta muchos años después que me di cuenta de que Jon Azure Cruz había mentido y la víctima de su mentira había sido Lukyan. Yo podía dañarlos. Y lo hice.
Fue bastante simple. El obispo tenía amigos en el gobierno y en los medios de comunicación. Con la ayuda de un poco de dinero en los lugares apropiados, logré poner a varios amigos de mi lado. Entonces expuse a Cruz en el sótano, alegando que había usado sus poderes psíquicos para alterar las mentes de los seguidores de Lukyan. Mis amigos fueron sensibles a las acusaciones. Los guardianes efectuaron una redada, tomaron al telépata Cruz bajo custodia y posteriormente lo llevaron a juicio.
Era inocente, por supuesto. Mis acusaciones eran puras tonterías; los telépatas humanos pueden leer las mentes cuando se hallan próximos al sujeto, pero muy poca cosa más. Sin embargo, son muy escasos y se los teme en demasía; y Cruz era lo suficientemente horrendo como para que fuera fácil transformarlo en una víctima de la superstición. Finalmente fue absuelto y abandonó la ciudad de Ammadon y tal vez Arion mismo, con rumbo desconocido.
Pero nunca fue mi intención el que lo condenaran. Con los cargos era suficiente.
Comenzaron a aparecer las primeras grietas en la mentira que él y Lukyan habían elaborado juntos. Es difícil alcanzar la fe, y muy fácil perderla, y la más mínima duda puede erosionar los cimientos de la creencia más poderosa.
El obispo y yo trabajamos duro para sembrar nuevas dudas. No resultó tan fácil como había creído. Los Mentirosos habían hecho un buen trabajo. Ammadon, como la mayoría de las ciudades civilizadas, poseía un gran bagaje de conocimientos, un sistema de computadoras que reunía a las escuelas, las universidades y las bibliotecas en una red común y acercaba esa sabiduría combinada a quien la necesitara.
Cuando chequeé mis datos, pronto descubrí que las historias de Roma y de Babilonia habían sido sutilmente alteradas; además, existían tres listados para Judas Iscariote —uno para el traidor, uno para el santo y uno para el rey-conquistador de Babilonia—. También se mencionaba su nombre en relación con los Jardines Colgantes y había una entrada para algo llamado el Código Judas.
Y de acuerdo con la biblioteca de Ammadon, los dragones se habían extinguido en la Tierra cerca de la época en que había vivido Cristo.
Por fin purgamos todas esas mentiras y las borramos de la memoria de la computadora, aunque tuvimos que citar autoridades en media docena de mundos no cristianos antes de que los bibliotecarios y académicos se convencieran de que las diferencias eran algo más que una mera preferencia religiosa.
Para ese entonces, la Orden de San Judas se había marchitado bajo la cruda luz de la exposición pública. Lukyan Judasson se había vuelto flaco y furioso y al menos tres de sus iglesias habían cerrado.
La herejía nunca murió por completo, por supuesto. Siempre habrá creyentes, no importa lo que pase. Y por eso aún hasta hoy
El Camino de la Cruz y el Dragón
se sigue leyendo en Arion, en la ciudad de porcelana de Ammadon, entre los murmullos de los Susurros-Al-Viento.
Arla-k-Bau y
La Verdad de Cristo
me llevaron de regreso a Vess un año después de mi partida. El arzobispo Torgathon al fin me concedió la licencia que había pedido, antes de enviarme a luchar contra nuevas herejías. Y así gané mi victoria y la Iglesia continuó igual que antes y la Orden de San Judas fue totalmente aplastada. El telépata Jon Azure Cruz había estado equivocado, me dije en ese entonces. Había subestimado en mucho el poder de un Caballero Inquisidor.
Más tarde, sin embargo, recordé sus palabras. No puedes dañarnos, Damián. ¿A nosotros? ¿A la Orden de San Judas? ¿O a los Mentirosos?
Mintió deliberadamente, me dije, sabiendo que yo seguiría adelante y destruiría
El Camino de la Cruz y el Dragón
, sabiendo, también, que no podría ni tocar a los Mentirosos, que no me atrevería siquiera a mencionarlos. ¿Cómo podría hacerlo?
¿Quién me creería? ¿Una inmensa conspiración a través de las estrellas tan antigua como la misma historia? Huele a paranoia, y yo no tenía prueba alguna.
El telépata mintió para beneficio de Lukyan, para que me dejara ir. De eso estoy seguro, ahora. Cruz arriesgó mucho para convencerme. Al fracasar, estuvo dispuesto a sacrificar a Lukyan Judasson y su mentira, meros peones en un juego mayor.
Así me fui, llevando el conocimiento de que carecía de fe, excepto por una fe ciega en la verdad —la verdad que ya no podía hallar en mi Iglesia. Lo supe durante el año de descanso que pasé leyendo y estudiando en Vess y Cathaday y el Mundo de Celia.
Finalmente regresé a la cámara de recepción del arzobispo y me detuve ante Torgathon Nueve-Klariis Tûn calzado con mis peores botas.
—Señor Comandante —le dije—. No puedo aceptar ningún otro trabajo. Pido que se me releve del servicio activo.
—¿Por qué causa? —retumbó la voz de Torgathon, mientras la piscina salpicaba débilmente.
—He perdido la fe —le dije con sencillez.
Se quedó mirándome largo tiempo, los ojos sin pupilas parpadeando impacientes. Al fin dijo:
—Su fe es un asunto entre usted y su confesor. Lo único que a mí me interesa son los resultados. Ha realizado excelentes trabajos, Damián. No puede retirarse; no le permitiremos que renuncie.
La verdad nos hará libres.
Pero la libertad es fría, vacía, aterradora, y las mentiras son cálidas y hermosas. El año pasado la Iglesia me otorgó una nueva nave espacial. La bauticé
Dragón
.
FIN