La cruzada de las máquinas (10 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Mientras que él había logrado un destino más o menos estable y se sentía medianamente feliz con su familia, el torturado amigo de Ishmael había sido transferido docenas de veces. Gritando para hacerse oír por encima del estruendo de los astilleros, Aliid le había hablado de su mujer, a la que quería apasionadamente, y de su bebé recién nacido, al que casi ni recordaba: diez años atrás, uno de los supervisores lo descubrió adulterando el combustible de una gran muela de una mina; como castigo, lo separaron de su grupo de trabajo y lo enviaron a la otra punta de Poritrin.

Aliid no había vuelto a ver a su mujer, y nunca había podido coger a su hijo en brazos. Con razón era tan agrio y agresivo. Pero aunque él era el único responsable de su situación, no le interesaban las amonestaciones de Ishmael. En opinión de Aliid, los únicos culpables eran los habitantes de Poritrin. ¿Por qué iban a importarle las vidas de la gente que tripulaba aquellas naves?

Extrañamente, a los supervisores y a los responsables de la construcción de los barcos tampoco parecía importarles mucho la calidad, como si les preocupara más que se hiciera el trabajo deprisa que asegurar su funcionamiento. O su seguridad.

Ishmael volvió a su trabajo con diligencia. No merecía la pena hurgar demasiado en detalles o preguntas que pudieran suscitar la ira de los supervisores. El tiempo pasaba más fácilmente si por fuera se mostraba como un hombre anodino y ocultaba su identidad muy adentro. Por la noche, cuando recitaba sutras para sus seguidores zensuníes, recordaba la vida en Harmonthep, cuando escuchaba cómo su abuelo recitaba esas mismas escrituras…

De pronto empezaron a sonar las sirenas del cambio de turno y la intensidad de las luces aumentó en el interior de la ruidosa refinería. Las chispas caían al suelo como minúsculos meteoros y las poleas subían la maquinaria hasta el techo de las naves. Las voces que bramaban desde los altavoces no eran más que un galimatías en medio del estrépito general. Supervisores uniformados iban a un lado y a otro por las diferentes secciones, dirigiendo a las cuadrillas hacia las plataformas.

—Lord Niko Bludd concede a toda la gente de Poritrin, incluidos los esclavos, esta hora de relajación y contemplación, para conmemorar la victoria de la civilización sobre el barbarismo, el triunfo del orden sobre el caos.

El alboroto de la refinería y los astilleros menguó. Las cuadrillas de esclavos interrumpieron sus conversaciones y miraron hacia los altavoces. Los supervisores estaban sobre elevadas plataformas, dedicándoles miradas furiosas para asegurarse de que prestaban atención.

El anuncio continuó, ahora con mayor claridad. Era un mensaje de lord Bludd.

Hoy hace veinticuatro años que mis dragones pusieron fin al levantamiento violento e ilegal encabezado por el criminal Bel Moulay. Este individuo engañó a nuestros esclavos, confundiéndolos con promesas irracionales que los arrastraron a una lucha desesperada y absurda. Afortunadamente, nuestra civilización logró restablecer el orden.

Hoy es el aniversario de la ejecución de ese hombre perverso. Celebramos los triunfos de la sociedad de Poritrin y la Liga de Nobles. Todos los humanos debemos dejar a un lado nuestras diferencias y combatir a nuestro enemigo común, las máquinas pensantes.

Aliid frunció el ceño, tratando de contenerse. Ishmael sabía muy bien qué estaba pensando. Al trabajar en la industria armamentística, los esclavos contribuían involuntariamente a la lucha contra Omnius. Y sin embargo, para los cautivos, los esclavistas de Poritrin eran tan perversos como las máquinas… solo que de otra forma.

Esta noche, todos los habitantes de Poritrin están invitados a los festejos. Piroflores y cuadros celestes serán arrojados desde unas plataformas en el río. Los esclavos podrán mirar, siempre y cuando permanezcan en las zonas asignadas. Si trabajamos en colaboración y aunamos nuestras fuerzas, Poritrin se asegurará la victoria sobre Omnius y se liberará de las máquinas pensantes. Que ningún hombre olvide lo mucho que nuestra raza puede lograr.

El mensaje terminó y los supervisores aplaudieron religiosamente, pero los esclavos tardaron un poco en lanzar sus vítores. Detrás de la barba negra la expresión de Aliid se ensombreció, y volvió a cubrirse el rostro con el trapo; Ishmael no creía que los responsables de las cuadrillas de trabajo hubieran reparado en su expresión de odio.

Cuando cayó la noche y los esclavos volvieron a su campamento en la marisma, lord Bludd inició los extravagantes festejos. Cientos de globos fosforescentes se elevaron al cielo. La música flotaba sobre el río. A pesar de las dos décadas que llevaba en Poritrin, a Ishmael, que estaba sentado con su mujer y sus dos hijas, aquellas melodías le parecían atonales y extrañas.

Los nobles de Poritrin se consideraban seguidores del navacristianismo, bucólico y descafeinado, pero su fe no se extendía a la vida diaria. Tenían sus festividades y abrazaban los arreos propios de la religión, pero las clases altas de Poritrin hacían muy poco para demostrar su fe. Durante siglos, la economía se había basado en el trabajo de los esclavos, desde que dejaron atrás la compleja tecnología y renunciaron a cualquier cosa que les recordara a las máquinas pensantes.

Los esclavos aprendieron a arañar cualquier pequeño momento o recuerdo que podían. Las hijas de Ishmael, Chamal y Falina, estaban fascinadas por el espectáculo, pero él permanecía en silencio junto a su esposa, sumido en sus pensamientos. La celebración le hizo pensar en las brutales medidas que adoptaron los dragones contra los insurgentes dos décadas atrás. Lord Bludd obligó a los esclavos a presenciar la ejecución del líder rebelde, y él y Aliid vieron horrorizados cómo los verdugos desnudaban a Bel Moulay y lo hacían pedazos. Aquel levantamiento había dado a los esclavos una leve esperanza, pero la muerte de su valiente líder destrozó sus espíritus y dejó una profunda cicatriz en sus corazones.

Finalmente, Ishmael se reunió con otros esclavos para realizar una ceremonia en memoria de Bel Moulay. Vio que Aliid también estaba allí, porque éste necesitaba su compañía, necesitaba recordar el trágico suceso que había marcado de forma tan acusada sus infancias.

Mientras Ishmael citaba los familiares sutras que prometían la llegada de la libertad y el paraíso, Aliid permaneció en pie junto a Ozza, moviéndose con nerviosismo. No hicieron caso del fantasmagórico sonido de la música y los estallidos de las piroflores. Finalmente, haciendo uso de las mismas palabras que utilizaba con frecuencia —demasiada frecuencia—, Ishmael dijo a sus oyentes:

—Dios nos promete que un día nuestro pueblo será libre.

Los ojos oscuros de Aliid reflejaban el resplandor del fuego. Habló en voz baja pero clara, y sus palabras hicieron que Ishmael se sintiera inquieto:

—Pues esto es lo que yo os prometo: que un día tendremos nuestra venganza.

9

La invención es una forma de arte.

T
IO
HOLTZMAN
, discurso de aceptación
de la Medalla al Valor de Poritrin

Mientras aquel ejército de naves se construía a toda prisa en Poritrin, el savant Holtzman trabajaba en Salusa Secundus. El legendario inventor estaba en el interior de un laboratorio, aislado en una de las zonas más seguras, andando arriba y abajo con las manos en las caderas, frunciendo el ceño con cara de desaprobación. Era la imagen que mostraba cuando la gente esperaba que hiciera algo importante.

Se suponía que aquellas inmensas instalaciones gubernamentales, con las paredes blindadas y un sistema eléctrico que no estaba conectado al resto del sistema de Zimia, eran seguras y estaban protegidas. Se suponía que el Omnius que tenían preso estaba bajo control.

Pero aquel laboratorio no estaba como a Holtzman le habría gustado. Él prefería elegir personalmente sus herramientas de diagnóstico, los sistemas de análisis y a los esclavos, a quienes podía culpar convenientemente cuando las cosas salían mal. Holtzman, un hombrecito menudo con barba entrecana, se preciaba de saber gestionar los recursos. El savant estaba seguro de poder proporcionar a aquellos científicos militares de la Yihad un buen asesoramiento. Si las palabras le fallaban, quizá tendría que remitir el asunto a los muchos y entusiastas ayudantes que tenía en Poritrin. Siempre encontraban la forma de impresionarle.

Desde el otro lado de las barreras transparentes de seguridad, el equipo de observadores del cuerpo legislativo seguía todos sus movimientos; también la pensadora Kwyna, que una vez más había sido apartada de su tranquilo lugar de contemplación en la Ciudad de la Introspección. Holtzman podía intuir la ira y el miedo de aquellas personas, a pesar de las barreras.

Una gelesfera plateada flotaba ante él, brillando, girando en el aire en el campo suspensor invisible. Aquella encarnación de la supermente estaba totalmente a su merced. En otro tiempo aquella proximidad le habría inspirado un profundo temor, y en cambio ahora el gran enemigo de la raza humana parecía tan poca cosa… ¡Un juguete! Podía coger la compleja esfera con una mano.

La gelesfera plateada contenía una copia completa de la supermente informática, aunque la versión estaba un poco desfasada. Durante el ataque atómico a la Tierra, cuando se inició la Yihad, Vorian Atreides la capturó en una nave robot que trataba de huir. A lo largo de los años, el
prisionero
de la Liga les había proporcionado una valiosa información acerca de los planes y las reacciones de la máquina pensante.

Los programas de la supermente habían sido copiados, diseccionados y examinados por expertos en cibernética de la Liga. Por norma, todos los datos se consideraban sospechosos, porque cabía la posibilidad de que Omnius los hubiera distorsionado a propósito, aunque en principio un engaño de esa clase era imposible para la mente informática.

El ejército de la Yihad había emprendido algunas de sus operaciones militares basándose en la información extraída de la copia de la supermente. Cuando lanzaron una ofensiva contra Bela Tegeuse, cubierto siempre de nubes, consiguieron especificaciones detalladas del Omnius cautivo. Pero el encuentro terminó de forma no concluyente.

Ahora, tras veintitrés años sin actualizaciones, los datos almacenados en la supermente estaban desfasados. El Omnius cautivo fue incapaz de prevenirles del nuevo ataque de la flota robótica contra Zimia —aunque ese segundo intento fue abortado por el primero Xavier Harkonnen—, ni les preparó para la inesperada matanza de Honru, que costó la vida a tantos colonos indefensos. Aun así, había sido de ayuda.

Holtzman se rascó su gruesa mata de pelo mientras veía girar la esfera en el aire.
A pesar de sus limitaciones, nos puede dar pistas. Solo hay que saber interpretarlas correctamente.

—Erasmo alababa con frecuencia la infinita creatividad de la mente humana —dijo una aburrida voz informatizada desde los altavoces conectados a la esfera— pero vuestros interrogatorios se han vuelto tediosos. Después de tantos años, ¿no habéis aprendido ya de mí todo lo que vuestras pequeñas mentes pueden asimilar?

Holtzman metió una mano en el bolsillo de su bata blanca.

—Verás, no estoy aquí para distraerte, Omnius. En absoluto.

Holtzman llevaba años comunicándose con aquel Omnius, pero nunca lo había hecho con tanto empeño. En las semanas que llevaba concentrado en aquella nueva tarea, el renombrado inventor no había logrado ningún adelanto, a pesar de sus pasados éxitos en otros campos. Esperaba no haberse metido en un callejón sin salida por culpa de las expectativas irreales de todos.

Trató de volver atrás, recordando cuándo había sucedido cada cosa. Hacía un cuarto de siglo que invitó a la joven genio Norma Cenva a trabajar con él. En aquel entonces era una jovencita de quince años, canija y poco agraciada, un patito feo comparado con la belleza escultórica de su madre, la poderosa hechicera de Rossak. Pero Holtzman había leído algunos de los innovadores artículos de la joven y decidió que tenía mucho que ofrecer.

Norma no le decepcionó. Al principio. Trabajaba diligentemente y desarrollaba un extraño esquema tras otro. Los eficaces campos descodificadores de Holtzman protegían planetas enteros de las máquinas pensantes, pero Norma propuso adaptar el concepto y crear descodificadores portátiles para utilizarlos con propósitos ofensivos en los Planetas Sincronizados. Norma también utilizó sus ecuaciones de campo para concebir las ahora ubicuas plataformas suspensoras; luego llegaron los globos de luz, unas luces que nunca perdían intensidad. No eran más que una fruslería, juguetes, aunque eran muy populares y provechosos.

Durante ese mismo período, Holtzman y su patrocinador, lord Niko Bludd, desarrollaron y comercializaron los escudos personales, que proporcionaron beneficios a Poritrin con la misma rapidez con que las naves de la Liga podían llevarles informes de las cuentas del banco central. Por desgracia, al final la explotación comercial de los globos de luz se les escapó de las manos. Simplemente, Norma Cenva compartió las especificaciones con su amigo Aurelius Venport, que explotó ampliamente aquellos artefactos a través de su empresa, VenKee Enterprises.

Pero la cuestión era que el concepto de suspensor y de los globos de luz había sido desarrollado por aquella ingenua mujer cuando estaba trabajando a las órdenes de Holtzman, utilizando las ecuaciones de campo de Holtzman. Lord Bludd ya había presentado una querella ante el tribunal de la Liga exigiendo que se restituyeran todos los beneficios que VenKee Enterprises había ganado mediante el uso no autorizado de una tecnología patentada. Sin duda, ellos ganarían.

En aquellos momentos, mientras observaba la esfera flotante como un mago tratando de descifrar un hechizo, el savant se preguntó qué habría hecho Norma de haber estado allí. Haciendo caso omiso de sus consejos, Norma dedicó años de esfuerzo a reconfigurar un conjunto de ecuaciones derivadas del innovador trabajo que él había realizado. No quiso explicarle los detalles porque, según dijo, él no los habría entendido. Aquellos comentarios despectivos lo irritaron, pero supo ponerlos en su contexto. A pesar de haber hecho algunas aportaciones en el campo de la investigación militar, Norma estaba perdiendo de vista lo realmente importante: se estaba convirtiendo en una ayudante inútil.

Holtzman había tenido una paciencia infinita con ella, pero lo cierto es que se sentía bastante desencantado. No tenía elección, así que poco a poco la apartó de sus otros proyectos y buscó otros ayudantes, inventores jóvenes y brillantes que buscaban una oportunidad. Para él, aquel entusiasta y ambicioso equipo de ayudantes entregados, llenos de ideas e ingenuidad, eran una prioridad. Así pues, el savant trasladó a Norma Cenva del lugar que ocupaba en la torre principal a unos talleres situados más abajo, junto a los muelles. Y a ella ni siquiera pareció importarle.

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