La cruzada de las máquinas (45 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Ahora que ya no trabajaba para él y no la tenía pegada a sus faldas, a Tío Holtzman no le sorprendió que Norma Cenva hubiera caído en el olvido tan deprisa. No había vuelto a pensar en ella desde hacía un año, desde que Aurelius Venport negoció la finalización de sus servicios para él. Holtzman sonrió.
Menudo hombre de negocios.
¿En qué estaría pensando?

Aunque Norma tenía una incomparable experiencia matemática y científica, sencillamente, era incapaz de ver las posibilidades de sus propios descubrimientos. El genio solo es una parte de la ecuación; también es importante saber qué hacer cuando descubres algo significativo. Y ahí es donde Norma siempre había fallado.

Ah, bueno, ahora trabajaba por su cuenta, ya no era una carga económica para él, aunque los pagos iniciales de VenKee en concepto de beneficios por los globos de luz habrían pagado los gastos de esa mujer mil veces. ¿Cómo podían ser todos tan ingenuos?

Venport había ofrecido a lord Bludd una bonita suma a cambio de un grupo de
esclavos con conocimientos técnicos
para que trabajaran en los nuevos talleres de Norma —¿río arriba?—, así que el savant le había cedido feliz un grupo entero de zensuníes y zenshiíes problemáticos. De todos modos, después del cierre de los astilleros del delta, Holtzman tampoco sabía qué hacer con tantos trabajadores… hasta que un esclavo descontento tuvo el descaro de enfrentarse al mismísimo lord Bludd. El noble reprendió a Holtzman por no tener controlados a sus trabajadores, y él se quedó la mar de contento mandando a aquellos agitadores con Norma Cenva.

Estaba contento porque se había deshecho de ellos. Y de Norma. Todo arreglado.

Pero, en cierto modo, se sentía algo decepcionado por haber perdido a aquella enanita. Los primeros años que pasó de aprendiza en Poritrin, él y Norma formaban un buen equipo, y el savant se había beneficiado ampliamente de la ayuda entusiasta de la joven. Pero luego se dedicó a sus tonterías durante muchos años, sin darse cuenta de que a veces es bueno abandonar proyectos matemáticos costosos e inútiles que no llevan a ninguna parte.

Aun así, quería que Norma supiera que no le guardaba rencor. Desde hacía años, de vez en cuando le mandaba educadamente alguna invitación para sus recepciones, pero Norma siempre las rechazaba con la excusa de que estaba
demasiado ocupada
. La pequeña mujer nunca comprendió que se pueden lograr más avances con la política y los contactos que mediante la investigación directa.

Por suerte, sus nuevos ayudantes deseaban dejar huella en la historia. Su trabajo hacía que su posición como savant estuviera asegurada.

Si le preguntaban en público, Holtzman decía invariablemente que Norma le había servido bien, que había sido una ayudante competente con ocasionales momentos de clarividencia. Aquel caballeroso gesto de modestia y generosidad fomentaba el aura del inventor. Entonces sonreía y desviaba la conversación hacia sus logros personales.

Conforme pasaba el tiempo, cada vez pensaba menos en Norma Cenva.

Dejar de estar en boca de todos no preocupaba a Norma en absoluto. Ella estaba totalmente feliz trabajando en las salas de cálculo, aislada, supervisando diariamente los avances en la fabricación de los componentes del nuevo motor efecto Holtzman.

Nunca había entendido las maquinaciones, y tampoco le importaban. Su mayor preocupación era el trabajo en sí, trabajar en un concepto sin preocuparse de las implicaciones políticas, el ego o las exigencias de la sociedad.

El dinero para financiar su proyecto provenía de VenKee Enterprises, los esclavos que trabajaban para ella eran suyos y el equipo de seguridad de Tuk Keedair procedía del exterior de Poritrin. No había ningún motivo para que alguien se fijara en su trabajo en aquel laboratorio, lejos de miradas curiosas.

Pero al socio tlulaxa la seguridad le preocupaba mucho más que a Norma. Al principio, Keedair propuso utilizar un sistema holográfico para ocultar los edificios que estaban en la superficie y la abertura de la cueva situada en la cascada seca. Pero con tantos equipos de fabricación y construcción, con tantos materiales que viajaban río arriba y el movimiento constante de comida y suministros, era imposible que el nuevo complejo de investigación pasara inadvertido. Así que, en vez de eso, Keedair confió en que sus guardas ahuyentaran a cualquier curioso o intruso, aunque se les veía bastante aburridos yendo arriba y abajo por el hangar y los terrenos adyacentes, durante sus interminables patrullas.

Norma no tardaría en acabar. Esperaba tener el prototipo de nave para plegar el espacio antes de que Aurelius Venport volviera de Arrakis. Siempre que pensaba en aquel maravilloso hombre sonreía. Le echaba mucho de menos. Aún no podía creer que le hubiera dado un regalo tan especial antes de irse. Y la pregunta vacilante que le hizo y la expresión de sus ojos parece que le sorprendieron a él tanto como a ella…

Quizá cuando lograra completar el sueño que había dominado sus pensamientos desde el inicio de la Yihad, podría contestar a la pregunta de Aurelius. Le quería con todo su corazón, pero no se había dado cuenta. Durante toda su vida había dejado sus emociones al margen. Pero nunca más lo haría. Cuando Aurelius volviera a Poritrin, las cosas cambiarían.

Aunque primero…

La base de su trabajo, el anticuado y enorme carguero, estaba colocado sobre una plataforma en el interior del hangar. Era lento y viejo, y no servía para el comercio de mercancías porque no podía mantener la velocidad de otros mercantes espaciales altamente competitivos. Pero era lo que Norma necesitaba.

En aquellos momentos, rodeada por el bullicio y el estruendo del hangar de construcción, Norma estaba en pie sobre una plataforma suspensora por encima del casco. Tomaba nota mentalmente mientras supervisaba el trabajo de una cuadrilla de zensuníes que estaban haciendo modificaciones técnicas en la nave, siguiendo las instrucciones que ella les daba diariamente.

Los trabajadores se movían por el interior del inmenso casco, comunicándose a gritos entre ellos, utilizando sus herramientas. La parte de popa se había abierto y habían extraído los motores anticuados; parte de la zona destinada al cargamento se había, reconfigurado para dar cabida a los nuevos componentes diseñados por Norma. Después de décadas. Norma por fin veía el final del camino, y le daba vértigo.

Aurelius estaría orgulloso de ella.

Aunque Norma basaba su plan para plegar el espacio en fórmulas matemáticas exactas y leyes físicas demostradas, aquellos conceptos no eran más que piezas de algo mucho más importante, un diseño intrincado y casi etéreo que no podía plasmarse sobre el papel o verse como un todo. Al menos no todavía. Se estaba formando en su mente.

Cada día progresaba basándose en el trabajo del día anterior, y con frecuencia pasaba la noche en vela, modificando y volviendo a calcular, instalando un panel modular aquí, una espiral magnética o un prisma de cuarzo de Hagal allá. Como si fuera un gran chef, añadía los ingredientes que se le ocurrían, con una intuición avivada por las pruebas teóricas. Los pensamientos llegaban con una fuerza cada vez mayor, como si recibiera inspiración divina.

El savant Holtzman se reiría de mí si propusiera algo así.

Conforme los trabajos avanzaban, se empezaron a hacer controles de calidad y pruebas siguiendo las rigurosas especificaciones de Norma. Cada elemento debía funcionar a la perfección.

Viendo cómo sus innovadores motores tomaban forma allá abajo, Norma sintió un arrebato de entusiasmo. Había mucho en juego, no solo por ella y por VenKee Enterprises, sino para la humanidad entera.

Las implicaciones de aquel notable avance tecnológico irían mucho más allá de la derrota de las máquinas pensantes. Los motores que podían plegar el espacio cambiarían la raza humana y remodelarían el futuro. Las consecuencias se sucedían una tras otra en su imaginación, aumentando su capacidad para asimilarlas. En momentos como aquel, cuando Norma llevaba su capacidad mental a extremos increíbles para un humano, rezaba para que aquello no le hiciera perder la razón.

Pero si conseguía solventar los obstáculos tecnológicos de aquella empresa, ella y quienes la apoyaban podrían viajar entre sistemas estelares exponencialmente más deprisa de lo que permitía la tecnología actual. Eso ayudaría enormemente al ejército de la Yihad, y Norma estaba totalmente convencida de que les permitiría conseguir por fin la victoria.

Además, Aurelius obtendría un negocio como nunca había soñado. Estaba impaciente por que volviera; para hablar con él de ésto y de mucho más.

46

Protege cada aliento, pues lleva consigo el calor y la humedad de tu vida.

Advertencia zensuní para los niños

Bajo el saliente de la cueva, Selim miró con orgullo a sus endurecidos seguidores; luego miró a Marha con una expresión próxima al amor. La joven estaba llena de energía y determinación, exuberancia combinada con sentido común. Durante casi dos años, había sobresalido entre todos ellos y se había convertido en alguien indispensable.

—Arrakis es nuestro porque lo hemos tomado —anunció Selim—. Hemos aprendido a sobrevivir en las circunstancias más duras, sin depender de la benevolencia de extraños ni del comercio con intrusos extraplanetarios.

Cogió a Marha de la mano y la ayudó a levantarse; se quedaron cara a cara, mirándose a sus ojos color azul especia.

—Marha, has demostrado que eres un miembro digno de nuestra banda, pero me complace aceptarte también como esposa… si me quieres.

Marha había llegado allí como admiradora, seguidora y forajida y ahora sería su compañera. Ella había trabajado más duro y había seguido las visiones de Selim con mayor dedicación que nadie.

Y había dejado muy claro ante todos, incluido Selim, que nadie más que ella podía ser una esposa apropiada para el legendario líder.

Una semana atrás, Marha se presentó ante Selim al alba, cuando estaba mirando por la abertura de la roca, contemplando el mar de dunas. Marha se acercó a él y le arrojó a los pies un collar de fichas tintineantes que resonaron en la pequeña cueva.

Cientos de fichas de especia arrebatadas a mujeres esperanzadas que trabajaban en los campos de melange. Muchas, muchas más que el número que el naib Dhartha había impuesto a los suyos para poder casarse.

Selim, consciente del valor que demostraba al verle como su esposo además de como líder, sonrió.

—¿Cómo puedo rechazar una oferta como esta?

Ahora Marha le sonrió, dejando al descubierto unos dientes blanquísimos. Su rostro parecía radiante; la cicatriz en forma de media luna de su ceja izquierda resaltaba en su rostro arrebolado.

—Desde muy jovencita, cuando escuchaba embobada las historias acerca del gran Montagusanos, he soñado con este momento. Sí, por supuesto que te quiero como esposo, Selim.

Mientras el líder de los forajidos hacía orgulloso el anuncio, su teniente Jafar, ataviado con un destiltraje, salió solo a las arenas desiertas. Todos podían ver a aquel hombre demacrado y entregado desde la entrada de la cueva. Después de colocarse en el lugar elegido, Jafar empezó a aporrear el tambor; los forajidos oyeron el sonido apagado por la distancia. La expectación de todos iba en aumento; Selim permaneció en silencio y observó.

Después de haber tocado el tambor lo suficiente para asegurarse de que acudiría un gusano, el teniente se puso el tambor bajo el brazo y echó a correr velozmente por las dunas. En el inmenso espacio abierto que quedaba a su espalda, aparecieron señales que indicaban que un gusano se acercaba ondeando.

Sin aliento, Jafar llegó a una zona de rocas, pero en lugar de trepar a un lugar seguro, se quedó en el lindero de arena, golpeando la piedra con un martillo metálico. El gusano se dirigió hacia el lugar de donde provenían las vibraciones, pero no podía acercarse más a la barrera de roca que, como un iceberg, seguía extendiéndose muy por debajo de la superficie. Finalmente, se elevó con la boca abierta, buscando, mostrando unos dientes minúsculos y cristalinos. El polvo y la arena caían desde su cuerpo segmentado. La criatura emitió un rugido que sonó como el viento seco de una pesada tormenta.

Selim alzó la voz y gritó al límite de sus fuerzas.

—Shai-Hulud, escúchame. Te he convocado para que seas testigo. —Acercó a Marha a su lado para que quedara a la luz junto a él—. Declaro que esta mujer es mi esposa, y que ella me acepta. A partir de este día, estamos casados. Que nadie lo ponga en duda.

Los vítores de los forajidos resonaron de forma ensordecedora por la cueva. Incluso el gusano se elevó más, como si los estuviera bendiciendo; luego volvió a sumergirse entre las dunas, levantando un surtidor de arena, y huyó a su tesoro oculto de melange.

Aquella noche los bandidos celebraron el acontecimiento con miel y exóticas delicias robadas de las caravanas que volvían de Arrakis City. En sus fiestas consumían grandes cantidades de melange, hasta que sus cabezas daban vueltas y sus ojos brillantes convertían los rostros y cuanto les rodeaba en un suave borrón. Estaban unidos por el polvo rojo especial que desechaban los gusanos de arena, un polvo que era la esencia del mismísimo Shai-Hulud.

La gente se desinhibió, y muchos hombres y mujeres se convirtieron en nuevos amantes en los pasadizos oscuros de las cuevas. Más tarde, cuando la celebración terminara, todos volverían a su absorbente misión. Pero por una noche se dejaron llevar por la especia.

Con Marha a su lado, Selim viajó por los senderos de la melange, pasando por umbrales abiertos al futuro. Intuía su presencia, esa alma deslumbrante y ese corazón cálido que se habían convertido en una parte inseparable de él.

Pero para aquel viaje Selim debía ir solo.

En el muro del fondo de la cueva había misteriosas runas escritas hacía mucho tiempo por exploradores olvidados. Nadie sabía qué significaban, pero Selim había hecho sus propias interpretaciones, y sus seguidores no las cuestionaban.

Con ayuda de la melange, Selim veía muchas cosas ocultas para el mundo real.

Y ahora, por primera vez, veía el verdadero alcance del reto que tenía ante él, la inmensidad de tiempo en la que se libraría aquella batalla. Vio que no se trataba solo de una lucha entre él y su odiado naib Dhartha, ni un conflicto que pudiera resolverse durante su vida. Había ido demasiado lejos. La tentación y la dependencia de la especia habían sobrepasado el límite y un simple hombre no podría detenerla.

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