La cruzada de las máquinas (71 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

—Sí, Norma. —La voz de Zufa tenía un algo de admonitorio, como si intuyera consecuencias que ellos aún no podían imaginar—. Quizá necesites ayuda para no perder tu humanidad.

Venport solo hacía que pensar en la bellísima persona que Norma había sido siempre por dentro, y esperaba que la esencia de aquella destacable mujer no se hubiera perdido durante la transformación física.

—Te prometo una cosa, Aurelius —dijo Norma—. A partir de ahora tu vida no volverá a ser aburrida.

Fuera, mientras miraba aquella extensión de marismas heladas y arbustos grises, a Venport no le pareció que su nueva base de operaciones fuera gran cosa. Pero Norma extendió los brazos y describió lo que veía para Kolhar.

—Estas llanuras indómitas serán perfectas como zona de aterrizaje, almacenamiento y para las instalaciones necesarias para el mantenimiento. Podemos construir mil naves tan grandes como queramos, inmensos cargueros espaciales, y poderosas naves de guerra.

Le habló de aquel inmenso proyecto de construcción, de lagos y marismas que habría que desecar, ríos que habría que desviar. Venport no quería ni pensar en la cantidad increíble de trabajadores que necesitarían, de materiales extraplanetarios, de maquinaria pesada… y la inimaginable inversión que aquello exigiría. La miró, sintiendo que un extraño temor le carcomía.

—¿Y… el coste?

—Astronómico —dijo Norma, riendo entre dientes por su ocurrencia—. Pero los beneficios serán algo sin precedentes. Te lo garantizo. Nuestras naves serán más veloces que ninguna nave convencional de la actualidad. Los mercaderes de la competencia se irán a la bancarrota tratando de seguir nuestro paso.

—Piensa en tu deber como patriota, Aurelius —agregó Zufa—, no solo en los beneficios. Estas naves transportarán a las fuerzas de la Liga por el espacio en segundos, y eso nos permitirá desconcertar a las máquinas. No sabrán dónde apareceremos la próxima vez. Al menos, podremos ganar la guerra.

Venport tragó con dificultad.

—Me canso solo de pensarlo. Pero ¿cómo voy a comprometer tantísimos recursos sin saber dónde está mi socio? Nadie sabe dónde está Keedair.

—Tienes que decidir lo que consideres más correcto, Aurelius —replicó Norma—. Tú sabes lo que tienes que hacer. No podemos esperar. La Yihad no puede esperar.

Venport miró a la más joven de las dos mujeres, pero no fue su increíble belleza lo que vio. En su intensa mirada reconoció a la vieja Norma, su querida amiga, y supo que no podía fallarle.

—Nunca he dejado de creer en ti —dijo—. Pagaré lo que haga falta.

La noche siguiente, Venport cenó con Norma en su cabaña. Zufa ya se había metido de lleno en las actividades necesarias para poner en marcha la inmediata construcción de los astilleros. Sus recelos personales hicieron que los dejara solos.

Al principio, Venport se sintió abochornado e incómodo, pero luego no le importó. El solo quería estar con Norma y no dejaba de maravillarse por haberla encontrado con vida, a pesar de sus temores.

Tenían un agradable fuego encendido, y estaban disfrutando de una comida que Zufa les había mandado con los primeros trabajadores contratados para el equipo inicial de construcción. La pareja estaba sentada a la mesa, frente a frente, comiendo perdiz de la estepa asada con menta y patatas dulces de Kolhar, servidas con vino salusano de importación con un toque de melange. Venport sabía que pronto tendría que vigilar cada céntimo que invertía allí, pero jamás escatimaría en una comida especial con Norma.

Cuando miraba su rostro, aún no acababa de creer lo que veía. Era increíblemente hermosa, aunque cuando veía a la vieja Norma en sus gestos, en la delicada curva de su sonrisa, su anhelo era mucho mayor.

—No tenías que cambiar tu aspecto por mí —le dijo—. Ya te había pedido que te casaras conmigo tal como eras.

Ella rió, como si no se le hubiera pasado por la imaginación rehacer su cuerpo de aquella forma para ser más atractiva a sus ojos.

—Me limité a rehacer mi cuerpo basándome en los mejores rasgos genéticos de mi línea materna. —Sin embargo, mientras hablaba, apartó la mirada y Venport supo que sí se le había ocurrido—. Pero me alegra que te guste el resultado.

Se sentaron juntos sobre una alfombra blanca ante el fuego.

—Esto es un escenario típicamente romántico, ¿verdad? —preguntó Norma—. Siempre imaginaba así a los amantes. Nunca pensé que algún día me pasaría a mí, y desde luego no con un hombre tan increíble como tú.

Venport le sonrió y dio algunos sorbos a su vaso de vino.

—No soy nada del otro mundo, Norma. —El genio de Norma le intimidaba, pero a veces, como en aquellos momentos, le parecía increíblemente inocente e ingenua. La miró por encima del borde de su vaso—. ¿Estás tratando de seducirme?

Ella pareció realmente sorprendida; su voz sonó algo decepcionada.

—¿Tanto se me nota? No lo estoy haciendo nada bien, ¿verdad?

—El romanticismo es un arte, querida mía. No es que yo tenga mucha experiencia, pero te puedo enseñar un poco. —Venport se acercó y la cogió entre sus brazos; ella pareció derretirse contra su cuerpo. Toda la torpeza de Norma desapareció—. Tu madre me eligió como compañero de apareamiento por mis rasgos genéticos, pero en ese aspecto le fallé.

El día anterior, cuando supo que Zufa Cenva esperaba un hijo del Gran Patriarca, sintió una punzada de pesar al recordar los años que habían pasado juntos, las veces que había tratado de dar a la gran hechicera una hija digna. Pero todos sus embarazos acabaron en aborto.

No quería pensar en aquello. No en aquellos momentos.

Norma alzó el mentón.

—Nuestros hijos no serán una decepción, Aurelius. Yo me encargaré personalmente, manipulando cada célula si es necesario.

Venport la miró, luego miró hacia las cortinas de encaje que tapaban las ventanas. En el extenso llano del exterior, pronto empezarían los trabajos de construcción, bajo un implacable programa.

—¿Cómo vas a tener tiempo para hijos? ¿Estás segura de que no será un sacrificio demasiado grande para ti?

Norma le dedicó una mirada tan penetrante que a Venport le pareció que podía mirar a través de sus ojos y ver su pensamiento.

—No me importa, es una parte importante de la vida de una mujer. No quiero desaprovechar esta oportunidad.

Venport la besó en la boca; luego se apartó y la miró con dulzura, empapándose del intenso y apasionado azul de sus ojos. Trató de analizar lo que él mismo sentía, separándolo de lo que siempre había sentido por la otra Norma. Sí, no podía negar que, ahora que empezaba a acostumbrarse a aquella figura más hermosa, el deseo era mayor… y eso le hizo sentirse avergonzado. Si realmente la amaba, ¿qué importancia podía tener su apariencia?

Entonces se dio cuenta de que Norma había escogido esa apariencia para complacerle.

—Eres el único hombre que se ha fijado en mí —le dijo ella—. No sé muy bien qué hay que hacer ahora.

—Confía en mí, en eso sí te puedo ayudar. —Y le acarició el pelo largo y rubio.

74

En mis investigaciones acerca de la cultura humana, me he encontrado con familias no tradicionales y padres que no estaban genéticamente vinculados a los hijos que tenían a su cargo. Nunca había entendido plenamente el sentido de estas relaciones, hasta que empecé a trabajar con Gilbertus Albans.

E
RASMO
,
Diálogos de Erasmo

Erasmo andaba arriba y abajo por su estudio, pisando los círculos cobrizos que el sol que se filtraba por una gruesa ventana dejaba en el suelo. El robot se dio cuenta de que, estableciendo un paralelismo con el comportamiento de los humanos, podía decirse que estaba algo nervioso. El material ya estaba preparado, pero era la primera vez que pasaba por una prueba así con Gilbertus. Según indicaban los estudios acerca de la vida doméstica de los humanos y las culturas antiguas, aquello era un rito de pasaje para el hombre joven.

Si al menos pudiera delegar la tarea… Pero Erasmo no tenía una mujer que se responsabilizara de estas cosas. ¿Una esclava tal vez? No, no quería que nadie desbaratara los progresos que había logrado con su joven pupilo.

El robot había considerado el problema con detenimiento y había tratado de buscar la mejor manera de abordar aquel asunto tan delicado con el joven. Para una máquina pensante, aquello no tenía ningún misterio, no era más que una curiosidad biológica, un proceso natural confuso e ineficaz. Pero para muchos humanos parecía ser algo especial, incluso místico.

No tenía ninguna lógica. Era como si una máquina se sintiera reacia a hablar del concepto de software y hardware, de inteligencia artificial, de la forma en que se fabricaban, ensamblaban y conectaban las diversas máquinas… la miríada de métodos posibles para duplicar e intercambiar las esferas de actualización.

El acto de la creación.

Sobre su escritorio ornamentado, el robot tenía dibujos y literatura sobre el tema. Había dos maniquís humanos apoyados en un sofá, abrazados. Podía haberse limitado a utilizar un esclavo y una esclava de las cuadras para que hicieran una demostración, pero eso habría sido demasiado fácil. Erasmo quería saber lo que significa ser humano, no quería eludir sus deberes
paternos
.

Los humanos llamaban a esta función corporal
sexo
, y había otras palabras, algunas de las cuales no se consideraban aceptables en un entorno educado según los antiguos escritos de diferentes civilizaciones. A Erasmo esto también le parecía curioso. ¿Cómo es posible que una simple palabra ofenda?

El robot pronunció diversas palabras que aludían al acto de copular, dejando que cada una brotara libremente de sus labios de metal líquido para comprobar su efecto. Repitió algunas de ellas, las que socialmente se consideraban menos aceptables. Nada. No le hacían ningún efecto. Sencillamente, no entendía a qué venía tanto revuelo.

El funcionamiento de las máquinas pensantes era mucho más sencillo y directo… salvo el de un robot curioso como él. Tantas preguntas y enigmas podían resultar muy decepcionantes.

Erasmo había empezado a investigar la naturaleza humana porque las complejidades de la especie le parecían interesantes y extrañas. Él quería asimilar las partes del cerebro y la conciencia humanos que quedaron fuera cuando diseñaron las primeras máquinas de inteligencia artificial. Pero, desde luego, no tenía ningún deseo de convertirse en humano. Él quería lo mejor de los dos mundos.

El joven Gilbertus había abierto la mente del robot a nuevos aspectos de su investigación. Curiosamente, conforme el proyecto avanzaba, Erasmo empezó a descubrir más cosas acerca de su relación con el joven adoptado (que tenía aproximadamente doce años) cuando sus hormonas se hicieron más activas. Dos años atrás, cuando aceptó el desafío de Omnius, en ningún momento pensó en términos de padre e hijo. Al principio parecía totalmente absurdo, imposible en un sentido fisiológico y emocional. Pero conforme enseñaba al joven e iba observando sus progresos, empezó a sentirse orgulloso de lo que veía y todo encajó.

De forma casi espontánea.

Entre los dos se había formado un curioso vínculo, y disfrutaban enormemente de la compañía del otro, con unas pocas y notables excepciones. Los experimentos sobre el pánico que Erasmo había realizado en las cuadras de los esclavos no funcionaron muy bien, pero quizá con el tiempo eso cambiaría. Sorprendentemente, Erasmo descubrió que aprendían el uno del otro. Con todas las investigaciones que había realizado hasta la fecha, estaba seguro de poder afrontar aquella tarea sin ningún problema. Si por lo menos pudiera superar aquella inexplicable inquietud…

¿Se habría instalado algún reducto del puritanismo de los humanos en sus programas operativos? Eso lo explicaría, o quizá experimentaba aquella sensación artificial porque deseaba sentirla para comprender mejor el dilema al que históricamente debían enfrentarse los padres humanos.

Erasmo siempre era puntual, en cambio el chico siempre llegaba tarde. Con frecuencia se distraía con otros asuntos, se entregaba con cierta fascinación a experiencias y objetos y después se lo contaba a su mentor. El robot lo consideraba un defecto, pero totalmente humano.

Oyó un golpecito seco en la puerta, que se deslizó y se abrió. Un joven desgarbado entró lentamente, con el pelo de color de paja revuelto y el rostro enrojecido. Evidentemente, había ido hasta allí corriendo.

—Llegas tarde, como siempre. —Erasmo puso una expresión severa en su rostro de metal líquido.

—Lo siento, señor Erasmo. Pero esta vez solo son nueve minutos. Ayer fueron…

—Empecemos nuestra lección sin más dilaciones. —Erasmo quería acabar con aquello—. Te he preparado algunos dibujos, además de explicaciones detalladas y demostraciones acerca de la procreación del humano. Espero que te resulten instructivos.

El joven parecía curioso, pero no incómodo.

—¿Es otra clase de biología? ¿Vamos a diseccionar algo?

Hasta la fecha, Erasmo solo había diseccionado los cuerpos de animales inferiores ante el joven, pero algún día pasaría a los humanos. Tenía que tomárselo con calma, no quería provocar su rechazo ni tratar de hacerlo avanzar demasiado deprisa. Algunas de las reacciones de Gilbertus a la violencia demostraban excesiva sensibilidad.

—No… esta vez no. Por ahora trataremos solo la teoría de la reproducción biológica, aunque puedo arreglarlo para que pongas las técnicas en práctica si sientes esa necesidad.

El joven asintió y observó con atención mientras el robot se dirigía hacia el sofá para examinar los maniquís, anatómicamente muy correctos, que había preparado.

—Como verás, aquí tenemos dos figuras humanas básicas, macho y hembra. Van vestidos con ropas tradicionales, y exteriormente son una reproducción exacta. —Hizo una señal al joven—. Acércate, por favor. Como habrás notado, el hombre y la mujer se están abrazando, y él tiene la boca cerca de la oreja de ella.

Obedientemente, Gilbertus siguió al robot plateado y miró con atención la escena. Erasmo trató de centrar sus pensamientos y mantener la compostura.

—Los maniquís no están dotados de mecanismos para realizar una simulación completa, así que tendrás que imaginar lo que sigue. Parece ser que se trata de un paso necesario para un correcto ritual de cortejo. El hombre besa la oreja a la mujer, la lame y luego le promete amor eterno. Tradicionalmente, esto hace que la mujer entre en celo. —Miró al joven con expresión severa—. ¿Hasta aquí lo has entendido?

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