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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

La divina comedia (33 page)

así un cordero en medio de la gula

de fieros lobos, por igual temiendo;

y así estaría un perro entre dos gamos:

No me reprocho, pues, si me callaba,

de igual modo suspenso entre dos dudas,

porque era necesario, ni me alabo.

Callé, pero pintado mi deseo

en la cara tenía, y mi pregunta,

era así más intensa que si hablase.

Hizo Beatriz lo mismo que Daniel

cuando aplacó a Nabucodonosor

la ira que le hizo cruel injustamente;

Y dijo: «Bien conozco que te atraen

uno y otro deseo, y preocupado

tú mismo no los dejas que se muestren.

Te dices: "Si perdura el buen deseo,

la violencia de otros, ¿por qué causa

del mérito recorta la medida?"

También te causa dudas el que el alma

parece que se vuelva a las estrellas,

siguiendo la doctrina de Platón.

Estas son las cuestiones que en tu velle

igualmente te pesan; pero antes

la que tiene mas hiel he de explicarte.

El serafín que a Dios más se aproxima,

Moisés, Samuel, y aquel de los dos Juanes

que tú prefieras, y también María,

no tienen su acomodo en otro cielo

que estas almas que ahora se mostraron,

ni más o menos años lo disfrutan;

mas todos hacen bello el primer círculo,

y gozan de manera diferente

sintiendo el Soplo Eterno más o menos.

Si aquí los viste no es porque esta esfera

les corresponda, mas como indicando

que en la celeste ocupan lo más bajo.

Así se debe hablar a vuestro ingenio,

pues sólo aprende lo que luego es digno

de intelecto, a través de los sentidos.

Por esto condesciende la Escritura

a vuestra facultad, y pies y manos

le otorga a Dios, mas piensa de otro modo;

y nuestra Iglesia con figura humana

a Gabriel y a Miguel os representa,

y de igual modo al que sanó a Tobías.

Lo que el Timeo dice de las almas

no es similar a lo que aquí se muestra,

mas parece que diga lo que siente.

Él dice que a su estrella vuelve el alma,

pues desde allí supone que ha bajado

cuando natura su forma le diera;

y acaso lo que piensa es diferente

del modo que lo dice, y ser pudiera

que su intención no sea desdeñable.

Si él entiende que vuelve a estas esferas

de su influjo el desprecio o la alabanza,

quizá a alguna verdad el arco acierte.

Torció, mal comprendido, este principio

a casi todo el mundo, y así Jove,

Mercurio y Marte fueron invocados.

Menos veneno encierra la otra duda

que te conmueve, porque su malicia

no podría apartarte de mi lado.

El que nuestra justicia injusta sea

a los ojos mortales, argumento

es de fe, no de herética perfidia.

Mas como puede vuestra inteligencia

penetrar fácilmente esta verdad,

como deseas, he de darte gusto.

Aun cuando aquel que la violencia sufre

a quien la fuerza nada le concede,

no están por ello estas almas sin culpa:

pues, sin querer, la voluntad no cede,

mas hace como el fuego, si le tuerce,

aunque sea mil veces, la violencia.

Si se doblega, pues, o mucho o poco,

sigue la fuerza; y así hicieron éstos,

que al lugar santo regresar pudieron.

Si su deseo firme hubiera sido,

como fue el de Lorenzo en su parrilla,

o con su mano a Mucio hizo severo,

a su camino habrían regresado

del que sacados fueron, al ser libres;

mas voluntad tan sólida es extraña.

Y por esta razón, si como debes

la comprendes, se rompe el argumento

que te habría estorbado aún muchas veces.

Mas ahora se atraviesa ante tus ojos

otro obstáculo, tal que por ti mismo

no salvarías, sin cansarte antes.

Yo te he enseñado como cosa cierta

que no puede mentir un alma santa,

pues cerca está de la verdad primera;

y después escuchaste de Piccarda

que Constanza guardó el amor del velo;

y así parece que me contradice.

Muchas veces, hermano, ha acontecido

que, huyendo de un peligro, de mal grado

se hacen cosas que hacerse no debieran;

como Almeón, que, al suplicar su padre

que lo hiciera, mató a su propia madre,

y por piedad se hizo despiadado.

En este punto quiero que conozcas

que la fuerza al querer se mezcla, haciendo

que no tengan disculpa las ofensas.

La Voluntad absoluta no consiente

el daño; mas consiente cuando teme

que en más penas caerá si lo rehúsa.

Así, cuando Piccarda dijo aquello

de la primera hablaba, y yo de la otra;

y las dos te dijimos la verdad.»

Fluyó así el santo río que salía

de la fuente en que toda verdad mana;

así mis dos deseos se aplacaron.

«Oh amada del primer Amante, oh diosa,

cuyas palabras —dije así me inundan,

y enardecen, que más y más me avivan,

no son mis facultades tan profundas

que a devolverte don por don bastasen;

mas responda por mí Quien ve y Quien puede.

Bien veo que jamás se satisface

sino con la verdad nuestro intelecto,

sin la cual no hay ninguna certidumbre.

Cual fiera en su cubil, reposa en ella

en cuanto que la alcanza; y puede hacerlo;

si no, frustra sería los deseos.

Por ello nacen dudas, cual retoños,

al pie de la verdad; y a lo más alto,

cima a cima, nos lleva de este modo.

Esto me invita y esto me da fuerzas

a preguntar, señora, reverente,

aún por otra verdad que me es oscura.

Quiero saber si pueden repararse

los votos truncos con acciones buenas,

que no pesaran poco en la balanza.»

Y Beatriz me miró, llenos sus ojos

de amorosas centellas tan divinas,

que, vencida, mi fuerza dio la espalda,

casi perdido con la vista en tierra.

CANTO V

«Si te deslumbro en el fuego de amor

más que del modo que veis en la tierra,

tal que venzo la fuerza de tus ojos,

no debes asombrarte; pues procede

de un ver perfecto, que, como comprende,

así en pos de aquel bien mueve los pasos.

Bien veo de qué forma resplandece

la sempiterna luz en tu intelecto,

que, una vez vista, amor por siempre enciende;

y si otra cosa vuestro amor seduce,

de aquella luz tan sólo es un vestigio,

mal conocido, que allí se refleja.

Quieres saber si con otras ofrendas,

halla reparo quien rompe su voto,

tal que en el juicio su alma esté segura.»

Así Beatriz principio dio a este canto;

y como el que el discurso no interrumpe,

prosiguió así sus santas enseñanzas:

«El don mayor que Dios en su largueza

hizo al crearnos, y el que más conforme

está con su bondad, y él más lo estima,

tal fue la libertad del albedrío;

del cual, a los que dio la inteligencia,

fueron y son dotados solamente.

Ahora verás, si tú deduces de esto,

el gran valor del voto, si se hace

cuando consiente Dios lo que consientes:

porque al cerrar el pacto Dios y el hombre

se hace holocausto de aquel gran tesoro,

que antes te dije; y lo hace un acto suyo.

¿Así pues qué reparo se hallaría?

Si piensas que usas bien lo que ofreciste,

con latrocinios quieres dar limosna.

Ya lo más importante te he explicado;

mas puesto que la Iglesia los dispensa

y esto a lo que te digo contradice,

en la mesa es preciso que aún te sientes,

pues el seco alimento que comiste,

para su digestión requiere ayuda.

Abre tu mente a lo que te revelo

y guárdalo bien dentro; pues no hay ciencia

si lo que has aprendido no retienes.

Dos cosas intervienen en la esencia

de este gran sacrificio: una es la cosa

que se ofrece; y la otra el pacto mismo.

Esta segunda nunca se cancela

si no es cumplida; y con respecto a ella

antes te hablé con toda precisión:

por ello los hebreos precisaron

el seguir ofreciendo, aunque la ofrenda

se pudiera cambiar, como ya sabes.

La otra, que te mostré como materia,

bien puede ser de un modo que no hay yerro

si por otra materia se permuta.

Mas la carga no debe transmutarse

libremente, y precisa de la vuelta

de la llave amarilla y de la blanca;

y sabrás que los cambios nada valen,

si la cosa dejada en la cogida

como el cuatro en el seis no se contiene.

Y por ello a las cosas tan pesadas

que la balanza inclinan por sí mismas,

satisfacer no puede otra ninguna

No bromeen con el voto los mortales;

sed fieles; mas no hacerlos ciegamente,

como Jefté ofreciendo lo primero;

quien hubiera mejor dicho "Mal hice",

que hacer peor cumpliéndolo; y tan necio

podrás llamar al jefe de los griegos,

por quien lloró Ifigenia su belleza,

y con ella las necios y los sabios

que han escuchado de tal sacrificio.

Sed, cristianos, más firmes al moveros:

no seáis como pluma a cualquier soplo,

y no penséis que os lave cualquier agua.

Tenéis el viejo y nuevo Testamento,

y el pastor de la Iglesia que os conduce;

y esto es bastante ya para salvaros.

Si otras cosas os grita la codicia,

¡sed hombres, y no ovejas insensatas,

para que no se burlen los judíos!

¡No hagáis como el cordero que abandona

la leche de su madre, y por simpleza,

consigo mismo a su placer combate!»

Así me habló Beatriz tal como escribo;

luego se dirigió toda anhelante

a aquella parte en que el mundo más brilla.

Su callar y el mudar de su semblante

a mi espíritu ansioso silenciaron,

que ya nuevas preguntas preparaba;

y así como la flecha da en el blanco

antes de que la cuerda quede inmóvil,

así corrimos al segundo reino.

Allí vi tan alegre a mi señora,

al encontrarse en la luz de aquel cielo,

que se volvió el planeta aún más luciente.

Y si la estrella se mudó riendo,

¡yo qué no haría que de mil maneras

soy por naturaleza transmutable!

Igual que en la tranquila y pura balsa

a lo que se les echa van los peces

y piensan que es aquello su alimento,

así yo vi que mil y aún más fulgores

venían a nosotros, y escuchamos:

«ved quién acrecerá nuestros amores».

Y así como venían a nosotros

se veía el placer que las colmaba

en el claro fulgor que desprendían.

Piensa, lector, si lo que aquí comienza

no siguiese, en qué forma sentirías

de saber más un anhelo angustioso;

y verás por ti mismo qué deseo

tenía de saber quién eran éstas,

cuando las vi delante de mis ojos.

«Oh bien nacido a quien el ver los tronos

del triunfo eternal fue concedido,

antes de que dejase la milicia.

de la luz que se extiende en todo el cielo

nos encendemos; por lo cual, si quieres

de nosotros saber, sáciate a gusto.»

De este modo una de esas almas pías

me dijo; y Beatriz: «Habla sin miedo,

y cree todas las cosas que te diga.»

«Bien puedo ver que anidas en tu propia

luz, y que la desprendes por los ojos,

porque cuando te ríes resplandecen;

mas no quien eres, ni por qué te encuentras

alma digna, en el grado de la esfera

que a los hombres ocultan otros rayos.»

Esto dije mirando a aquella lumbre

que primero me habló; y entonces ella

se hizo más luminosa que al principio.

Y como el sol que se oculta a sí mismo

por la excesiva luz, cuando disipa

el calor los vapores más templados,

al aumentar su gozo, se ocultó

en su propio fulgor la santa imagen;

y así me respondió, toda encerrada

del modo en que el siguiente canto canta.

CANTO VI

«Después que Constantino volvió el águila

contra el curso del cielo, que ella antes

siguió tras el esposo de Lavinia,

más de cien y cien años se detuvo

en el confín de Europa aquel divino

pájaro, junto al monte en que naciera;

a la sombra de las sagradas plumas

gobernó el mundo allí de mano en mano,

y así cambiando vino hasta las mías.

César fui, soy el mismo Justiniano

que quitó, inspirado del Espíritu,

lo excesivo y superfluo de las leyes.

Y antes de que a esta obra me entregara,

una naturaleza en Cristo sólo

creía, y esta fe me era bastante;

mas aquel santo Agapito, que fue

sumo pastor, a la fe verdadera

me encaminó con sus palabras santas.

Yo le creí; y claramente veo

lo que había en su fe, como tu ves

en la contradicción lo falso y cierto.

Y en cuanto que eché andar ya con la Iglesia,

por gracia a Dios le plugo el inspirarme

la gran tarea y me entregué de lleno;

y a Belisario encomendé las tropas,

quien gozó tanto del favor del cielo,

que fue señal de que en él reposara.

Ahora ya he contestado a tu primera

pregunta: mas me obliga a que te añada

su condición algunas otras cosas,

para que veas con cuánta injusticia se

mueve contra el signo sacrosanto

quien de él se apropia o quien a él se opone.

Mira cuánta virtud digno le hizo

de reverencia; ya desde la hora

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