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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

La divina comedia (7 page)

como para ésta lo es el triste foso;

justo al borde los pasos detuvimos.

Era el sitio una arena espesa y seca,

hecha de igual manera que esa otra

que oprimiera Catón con su pisada.

¡Oh venganza divina, cuánto debes

ser temida de todo aquel que lea

cuanto a mis ojos fuera manifiesto!

De almas desnudas vi muchos rebaños,

todas llorando llenas de miseria,

y en diversas posturas colocadas:

unas gentes yacían boca arriba;

encogidas algunas se sentaban,

y otras andaban incesantemente.

Eran las más las que iban dando vueltas,

menos las que yacían en tormento,

pero más se quejaban de sus males.

Por todo el arenal, muy lentamente,

llueven copos de fuego dilatados,

como nieve en los Alpes si no hay viento.

Como Alejandro en la caliente zona

de la India vio llamas que caían

hasta la tierra sobre sus ejércitos;

por lo cual ordenó pisar el suelo

a sus soldados, puesto que ese fuego

se apagaba mejor si estaba aislado,

así bajaba aquel ardor eterno;

y encendía la arena, tal la yesca

bajo eslabón, y el tormento doblaba.

Nunca reposo hallaba el movimiento

de las míseras manos, repeliendo

aquí o allá de sí las nuevas llamas.

Yo comencé: «Maestro, tú que vences

todas las cosas, salvo a los demonios

que al entrar por la puerta nos salieron,

¿Quién es el grande que no se preocupa

del fuego y yace despectivo y fiero,

cual si la lluvia no le madurase?»

Y él mismo, que se había dado cuenta

que preguntaba por él a mi guía,

gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.

Aunque Jove cansara a su artesano

de quien, fiero, tomó el fulgor agudo

con que me golpeó el último día,

o a los demás cansase uno tras otro,

de Mongibelo en esa negra fragua,

clamando: "Buen Vulcano, ayuda, ayuda"

tal como él hizo en la lucha de Flegra,

y me asaeteara con sus fuerzas,

no podría vengarse alegremente.»

Mi guía entonces contestó con fuerza

tanta, que nunca le hube así escuchado:

«Oh Capaneo, mientras no se calme

tu soberbia, serás más afligido:

ningún martirio, aparte de tu rabia,

a tu furor dolor será adecuado.»

Después se volvió a mí con mejor tono,

«Éste fue de los siete que asediaron

a Tebas; tuvo a Dios, y me parece

que aún le tenga, desdén, y no le implora;

mas como yo le dije, sus despechos

son en su pecho galardón bastante.

Sígueme ahora y cuida que tus pies

no pisen esta arena tan ardiente,

mas camina pegado siempre al bosque.»

En silencio llegamos donde corre

fuera ya de la selva un arroyuelo,

cuyo rojo color aún me horripila:

como del Bulicán sale el arroyo

que reparten después las pecadoras, t

al corrta a través de aquella arena.

El fondo de éste y ambas dos paredes

eran de piedra, igual que las orillas;

y por ello pensé que ése era el paso.

«Entre todo lo que yo te he enseñado,

desde que atravesamos esa puerta

cuyos umbrales a nadie se niegan,

ninguna cosa has visto más notable

como el presente río que las llamas

apaga antes que lleguen a tocarle.»

Esto dijo mi guía, por lo cual

yo le rogué que acrecentase el pasto,

del que acrecido me había el deseo.

«Hay en medio del mar un devastado

país —me dijo— que se llama Creta;

bajo su rey fue el mundo virtuoso.

Hubo allí una montaña que alegraban

aguas y frondas, se llamaba Ida:

cual cosa vieja se halla ahora desierta.

La excelsa Rea la escogió por cuna

para su hijo y, por mejor guardarlo,

cuando lloraba, mandaba dar gritos.

Se alza un gran viejo dentro de aquel monte,

que hacia Damiata vuelve las espaldas

y al igual que a un espejo a Roma mira.

Está hecha su cabeza de oro fino,

y plata pura son brazos y pecho,

se hace luego de cobre hasta las ingles;

y del hierro mejor de aquí hasta abajo,

salvo el pie diestro que es barro cocido:

y más en éste que en el otro apoya.

Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas

por una raja que gotea lágrimas,

que horadan, al juntarse, aquella gruta;

su curso en este valle se derrama:

forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;

corre después por esta estrecha espita

al fondo donde más no se desciende:

forma Cocito; y cuál sea ese pantano

ya lo verás; y no te lo describo.»

Yo contesté: «Si el presente riachuelo

tiene así en nuestro mundo su principio,

¿como puede encontrarse en este margen?»

Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,

y aunque hayas caminado un largo trecho

hacia la izquierda descendiendo al fondo,

aún la vuelta completa no hemos dado;

por lo que si aparecen cosas nuevas,

no debes contemplarlas con asombro.»

Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan

Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras,

y el otro dices que lo hace esta lluvia.»

«Me agradan ciertamente tus preguntas

—dijo—, mas el bullir del agua roja

debía resolverte la primera.

Fuera de aquí podrás ver el Leteo,

allí donde a lavarse van las almas,

cuando la culpa purgada se borra.»

Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse

del bosque; ven caminando detrás:

dan paso las orillas, pues no queman,

y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»

CANTO XV

Caminamos por uno de los bordes,

y tan denso es el humo del arroyo,

que del fuego protege agua y orillas.

Tal los flamencos entre Gante y Brujas,

temiendo el viento que en invierno sopla,

a fin de que huya el mar hacen sus diques;

y como junto al Brenta los paduanos

por defender sus villas y castillos,

antes que Chiarentana el calor sienta;

de igual manera estaban hechos éstos,

sólo que ni tan altos ni tan gruesos,

fuese el que fuese quien los construyera.

Ya estábamos tan lejos de la selva

que no podría ver dónde me hallaba,

aunque hacia atrás yo me diera la vuelta,

cuando encontramos un tropel de almas

que andaban junto al dique, y todas ellas

nos miraban cual suele por la noche

mirarse el uno al otro en luna nueva;

y para vernos fruncían las cejas

como hace el sastre viejo con la aguja.

Examinado así por tal familia,

de uno fui conocido, que agarró

mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!»

y yo, al verme cogido por su mano

fijé la vista en su quemado rostro,

para que, aun abrasado, no impidiera,

su reconocimiento a mi memoria;

e inclinando la mía hacia su cara

respondí: «¿Estáis aquí, señor Brunetto?»

«Hijo, no te disguste —me repuso—

si Brunetto Latino deja un rato

a su grupo y contigo se detiene.»

Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;

y si queréis que yo, con vos me pare,

lo haré si place a aquel con el que ando.»

«Hijo —repuso—, aquel de este rebaño

que se para, después cien años yace,

sin defenderse cuando el fuego quema.

Camina pues: yo marcharé a tu lado;

y alcanzaré más tarde a mi mesnada,

que va llorando sus eternos males.»

Yo no osaba bajarme del camino

y andar con él; mas gacha la cabeza

tenía como el hombre reverente.

Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino

antes de postrer día aquí te trae?

¿y quién es éste que muestra el camino?»

Y yo: «Allá arriba, en la vida serena

—le respondí— me perdí por un valle,

antes de que mi edad fuese perfecta.

Lo dejé atrás ayer por la mañana;

éste se apareció cuando a él volvía,

y me lleva al hogar por esta ruta.»

Y él me repuso: «Si sigues tu estrella

glorioso puerto alcanzarás sin falta,

si de la vida hermosa bien me acuerdo;

y si no hubiese muerto tan temprano,

viendo que el cielo te es tan favorable,

dado te habría ayuda en la tarea.

Mas aquel pueblo ingrato y malicioso

que desciende de Fiesole de antiguo,

y aún tiene en él del monte y del peñasco,

si obras bien ha de hacerse tu contrario:

y es con razón, que entre ásperos serbales

no debe madurar el dulce higo.

Vieja fama en el mundo llama ciegos,

gente es avara, envidiosa y soberbia:

líbrate siempre tú de sus costumbres.

Tanto honor tu fortuna te reserva,

que la una parte y la otra tendrán hambre

de ti; mas lejos pon del chivo el pasto.

Las bestias fiesolanas se apacienten

de ellas mismas, y no toquen la planta,

si alguna surge aún entre su estiércol,

en que reviva la simiente santa

de los romanos que quedaron, cuando

hecho fue el nido de tan gran malicia.»

«Si pudiera cumplirse mi deseo

aún no estaríais vos —le repliqué—

de la humana natura separado;

que en mi mente está fija y aún me apena,

querida y buena, la paterna imagen

vuestra, cuando en el mundo hora tras hora

me enseñabais que el hombre se hace eterno;

y cuánto os lo agradezco, mientras viva,

conviene que en mi lengua se proclame.

Lo que narráis de mi carrera escribo,

para hacerlo glosar, junto a otro texto,

si hasta ella llego, a la mujer que sabe.

Sólo quiero que os sea manifiesto

que, con estar tranquila mi conciencia,

me doy, sea cual sea, a la Fortuna.

No es nuevo a mis oídos tal augurio:

mas la Fortuna hace girar su rueda

como gusta, y el labrador su azada.»

Entonces mi maestro la mejilla

derecha volvió atrás, y me miró;

dijo después: «Bien oye el precavido.»

Pero yo no dejé de hablar por eso

con ser Brunetto, y pregunto quién son

sus compañeros de más alta fama.

Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno;

de los demás será mejor que calle,

que a tantos como son el tiempo es corto.

Sabe, en suma, que todos fueron clérigos

y literatos grandes y famosos,

al mundo sucios de un igual pecado.

Prisciano va con esa turba mísera,

y Francesco D'Accorso; y ver con éste,

si de tal tiña tuvieses deseo,

podrás a quien el Siervo de los Siervos

hizo mudar del Arno al Bachiglión,

donde dejó los nervios mal usados.

De otros diría, mas charla y camino

no pueden alargarse, pues ya veo

surgir del arenal un nuevo humo.

Gente viene con la que estar no debo:

mi "Tesoro" te dejo encomendado,

en el que vivo aún, y más no digo.»

Luego se fue, y parecía de aquellos

que el verde lienzo corren en Verona

por el campo; y entre éstos parecía

de los que ganan, no de los que pierden.

CANTO XVI

Ya estaba donde el resonar se oía

del agua que caía al otro círculo,

como el que hace la abeja en la colmena;

cuando tres sombras juntas se salieron,

corriendo, de una turba que pasaba

bajo la lluvia de la áspera pena.

Hacia nosotros gritando venían:

«Detente quien parece por el traje

ser uno de la patria depravada.»

¡Ah, cuántas llagas vi en aquellos miembros,

viejas y nuevas, de la llama ardidas!

me siento aún dolorido al recordarlo.

A sus gritos mi guía se detuvo;

volvió el rostro hacia mí, y me dijo: « Espera,

pues hay que ser cortés con esta gente.

Y si no fuese por el crudo fuego

que este sitio asaetea, te diría

que te apresures tú mejor que ellos.»

Ellos, al detenernos, reemprendieron

su antiguo verso; y cuando ya llegaron,

hacen un corro de sí aquellos tres,

cual desnudos y untados campeones,

acechando a su presa y su ventaja,

antes de que se enzarcen entre ellos;

y con la cara vuelta, cada uno

me miraba de modo que al contrario

iba el cuello del pie continuamente.

«Si el horror de este suelo movedizo

vuelve nuestras plegarias despreciables

—uno empezó— y la faz negra y quemada,

nuestra fama a tu ánimo suplique

que nos digas quién eres, que los vivos

pies tan seguro en el infierno arrastras.

Éste, de quien me ves pisar las huellas,

aunque desnudo y sin pellejo vaya,

fue de un grado mayor de lo que piensas,

pues nieto fue de la bella Gualdrada;

se llamó Guido Guerra, y en su vida

mucho obró con su espada y con su juicio.

El otro, que tras mí la arena pisa,

es Tegghiaio Aldobrandi, cuya voz

en el mundo debiera agradecerse;

y yo, que en el suplicio voy con ellos,

Jacopo Rusticucci; y fiera esposa

más que otra cosa alguna me condena.»

Si hubiera estado a cubierto del fuego,

me hubiera ido detrás de ellos al punto,

y no creo que al guía le importase;

mas me hubiera abrasado, y de ese modo

venció el miedo al deseo que tenía,

pues de abrazarles yo me hallaba ansioso.

Luego empecé: «No desprecio, mas pena

en mi interior me causa vuestro estado,

y es tanta que no puedo desprenderla,

desde el momento en que mi guía dijo

palabras, por las cuales yo pensaba

que, como sois, se acercaba tal gente.

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