La esquina del infierno (21 page)

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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

—Ya me apañaré. No quiero que vosotros os … —‌dijo con voz cansina.

—¡Qué! —‌exclamó‌—. ¿No quieres que nosotros qué? ¿Nos preocupemos por lo que te pasa? ¿Pretendes que vayamos a tu funeral y nos preguntemos «¿y si?»? ¿De verdad pensabas que iba a funcionar?

Stone se sentó a su lado y se guardó la pistola en la cinturilla.

—No, supongo que no.

—Menos mal, porque he venido a decirte que vamos a ayudarte, te guste o no.

—¿Cómo? ¡No podéis inmiscuiros en una investigación del FBI!

—Yo no lo llamaría «inmiscuirse». ¿Y desde cuándo estás en contra de implicarte en investigaciones oficiales? Que yo sepa, te dedicas precisamente a eso.

—Esta vez es distinto.

—¿Por qué? ¿Porque ahora trabajas para el Gobierno? No veo la diferencia. Y puesto que el Gobierno no está muy contento contigo en estos momentos, yo diría que necesitas un poco de ayuda extraoficial.

—De todos modos sigo preguntándome qué podéis hacer vosotros.

—Eso nunca nos ha impedido actuar. —‌Se volvió hacia él y adoptó un tono menos agresivo‌—. Lo único que digo es que queremos ayudarte. Igual que hiciste tú conmigo y con todos los demás en nuestro querido Camel Club.

—Pero ya me habéis pagado con creces lo que hice por vosotros. De no ser por vosotros, habría muerto en Divine.

—Esto no es un concurso, Oliver. Soy tu amiga. Siempre podrás contar conmigo.

Stone exhaló un suspiro.

—¿Dónde están los demás?

—Fuera, en el coche.

—Me lo imaginaba. ¿Quieres ir a buscarlos? Pondré más café al fuego.

—No te molestes. También hemos traído el desayuno.

Annabelle se levantó mientras él la miraba ligeramente divertido.

—Larga vida al Camel Club —‌dijo ella.

40

Tardó casi tres horas, pero Stone acabó poniéndoles al corriente del caso. Finn, Reuben y Caleb se sentaron en sillas alrededor del escritorio de Stone mientras que Annabelle se encaramó a él. Alex Ford no les había acompañado porque estaba de servicio.

—O sea que han pillado a uno de los terroristas —‌dijo Caleb.

—Eso parece —‌respondió Stone.

—No te veo muy convencido —‌dijo Finn. Llevaba una cazadora azul oscuro, vaqueros, botas polvorientas y su Glock.

—Todas las pruebas están ahí —‌dijo Stone‌—. De hecho, hay demasiadas.

—¿El FBI lo ve así? —‌preguntó Reuben.

—No lo sé, ahora mismo no gozo precisamente de su aprecio.

—Si no fue el tío de los árboles, ¿quién fue? —‌interrumpió Annabelle‌—. Si lo que insinúas es que le tendieron una trampa, menuda trampa.

—Totalmente de acuerdo. —‌Stone estaba a punto de decir algo cuando llamaron a la puerta.

Era Chapman. Entró y vio a los demás.

—Al final he entrado en razón y he pedido a mis amigos que nos ayuden.

Chapman los repasó con la mirada.

—¿Que nos ayuden cómo? —‌preguntó con tono escéptico.

—En la investigación.

—¿Y a qué agencia pertenecen?

—Yo trabajo en la Biblioteca del Congreso —‌se atrevió a decir Caleb.

Chapman se lo quedó mirando boquiabierta.

—Y que lo jures.

Caleb se quedó pasmado.

—¿Cómo dices?

Chapman se dirigió a Stone.

—¿Qué coño pasa aquí?

—Anoche hablé con McElroy. Me dio el archivo del FBI sobre el incidente de Pensilvania. Lo he repasado. Con ellos.

—¿Con tus amigos? ¿Que van a ayudarnos? —‌dijo lentamente, como si no se creyera sus propias palabras‌—. ¡Un puto bibliotecario!

—En realidad soy especialista en libros raros. En mi campo, eso es como ser James Bond —‌replicó Caleb con dignidad.

Chapman sacó la pistola a una velocidad envidiable y se la presionó a Caleb en la frente.

—Pues en mi campo, hombrecito, eso no significa una mierda.

Apartó la pistola cuando Caleb parecía estar a punto de sufrir un ataque al corazón.

—¿Puedo elegir? —‌preguntó Chapman.

—¿Sobre qué? —‌preguntó Stone.

—Sobre lo de trabajar con ellos.

—Si quieres seguir trabajando conmigo tendrás que trabajar con ellos.

—La verdad es que tenéis una forma muy original de hacer las cosas.

—Pues sí —‌convino Stone‌—. Entonces, ¿quieres que te ponga al corriente del informe del FBI? A no ser que McElroy ya te haya hecho los honores.

Al cabo de veinte minutos, Chapman estaba al corriente del contenido del informe y del escepticismo de Stone con respecto a sus conclusiones.

—Y si no fue Kravitz, ¿quién fue? —‌preguntó.

—Eso es lo que tenemos que averiguar. Pero quizá me equivoque y el FBI esté en lo cierto.

—¿Y esto cómo lo vamos a hacer? ¿Con el conocimiento y la cooperación del FBI?

—Yo diría que sin su conocimiento ni su cooperación —‌repuso Stone.

Chapman apartó a Caleb de la silla y se dejó caer en ella.

—Vale. ¿Tienes un poco de whisky?

—¿Por qué?

—Porque ya que voy a infringir la ley y el juramento que hice al incorporarme al cuerpo, preferiría hacerlo con un talante más relajado, si no te importa.

—No tienes por qué hacerlo, agente Chapman —‌dijo Stone‌—. Este plan es responsabilidad mía. Tu jefe lo entenderá a la perfección si se lo explico. Entonces podrás retirarte tranquilamente.

—¿Y entonces qué? ¿Me embarcan de vuelta a mi querida Gran Bretaña?

—Algo así.

—Pues va a ser que no. Los asuntos pendientes me sacan de quicio.

Stone sonrió.

—Lo entiendo.

Chapman se inclinó hacia delante.

—¿Qué hacemos ahora?

—Un plan, que irá cambiando, en el que nadie salga malparado —‌declaró Stone con firmeza.

—Ni tú ni nadie puede garantizar tal cosa, Oliver —‌apuntó Annabelle.

—Entonces un plan que permita la máxima protección para todos vosotros.

—No suena muy divertido que digamos, la verdad —‌dijo Reuben.

Chapman lo miró interesada.

—¿Entonces estás dispuesto a morir por la causa?

Él la miró con expresión desafiante.

—Estoy dispuesto a morir por mis amigos.

—Me gusta tu forma de pensar, Reuben —‌reconoció Chapman, que le hizo un guiño.

—Pues tengo muchas más cosas que podrían gustarte, MI6.

Caleb había observado este intercambio con una sensación de frustración creciente. Se volvió hacia Stone.

—¿Podemos hacer algo ahora?

—Sí —‌contestó Stone‌—. Lo cierto es que tengo algo para cada uno de vosotros que pondrá en práctica vuestras fortalezas.

Caleb miró a Chapman.

—A mí me suele tocar lo peligroso.

—¿Ah, sí? —‌dijo ella, confundida.

—Es mi sino, supongo. Algún día tendrías que venir en coche conmigo. Creo que eso lo explica todo. Soy temerario de verdad. Pregúntale a Annabelle.

—Oh, sí —‌reconoció Annabelle‌—. Si quieres volverte loca, pásate un par de días yendo a toda pastilla por carreteras comarcales con Don Veloz mientras parlotea sin cesar sobre algún escritor muerto del que solo él ha oído hablar.

—Qué tentador —‌dijo Chapman‌—. Algo así como roerse el brazo para pasar el rato.

—Caleb —‌dijo Stone‌—, quiero que investigues en la biblioteca todos los eventos que se celebrarán en Lafayette Park a lo largo del próximo mes.

Chapman frunció los labios mientras observaba a Caleb, que se había sonrojado.

—Para eso yo iría por lo menos con dos metralletas, colega.

Stone comunicó el resto de encargos a los demás. Antes de marcharse, Annabelle le dio un abrazo.

—Me alegro de volver a nuestras raíces.

Chapman fue la última en marcharse.

—Me reuniré contigo en el parque dentro de tres horas.

—¿De verdad te fías de esta gente?

—Les confiaría mi vida.

—¿Quiénes son? Dime la verdad.

—El Camel Club.

—¿El Camel Club? ¿Qué coño es eso?

—Lo más importante de mi vida —‌repuso Stone‌—, aunque se me olvidó temporalmente.

41

—Pareces desconcertado, agente Garchik.

Stone y Chapman se acercaban al agente de la ATF mientras este inspeccionaba la zona de Lafayette Park.

Sobresaltado, se volvió hacia ellos.

—Lamento la pérdida de Tom Gross —‌dijo en cuanto se reunieron‌—. Parecía una buena persona.

Stone asintió, mientras Chapman se limitó a fruncir el ceño. Llevaba el pelo revuelto y daba la impresión de haber dormido con la ropa puesta. Y así había sido, apenas dos horas. Stone, por el contrario, se había afeitado, duchado y planchado los pantalones y la camisa.

—También creía que los de su bando le vigilaban. ¿Tienes la misma impresión?

Garchik miró nervioso a su alrededor.

—¿Cómo lo has sabido?

—Pienso en lo altamente improbable, luego lo llevo hasta lo prácticamente imposible y a menudo suelo llegar a la verdad, sobre todo en esta ciudad. —‌Observó al hombre. Garchik tenía los ojos inyectados en sangre y llevaba la ropa tan arrugada como la de Chapman‌—. Pero eso no es lo único que te preocupa, ¿verdad?

—Antes fardabas de saber de qué tipo de bomba se trataba rápidamente —‌añadió Chapman‌—. Desde entonces no hemos tenido noticias tuyas. ¿Acaso las instalaciones ultramodernas te han fallado?

—¿Podemos hablar en otro sitio? Este lugar empieza a producirme escalofríos.

Los tres fueron caminando hasta una tienda de
bagels
. Stone y Chapman pidieron sendas tazas grandes de café. Garchik se limitó a retorcer cucharillas de plástico y no le hizo ningún caso a la botella de zumo de naranja que había comprado.

Tras dar un sorbo al café, Stone habló:

—¿Te sientes cómodo hablando aquí?

—¿Qué? Sí, supongo que sí.

—Puedes confiar en nosotros, agente Garchik —‌añadió Chapman.

El hombre soltó una risa apática.

—Me alegro. Pensaba que se me había agotado la lista de personas en quienes puedo confiar.

—¿Qué ha ocurrido para que te sientas así? —‌preguntó Stone.

—Cosillas. Informes que no vuelven. Pruebas que no están donde deberían. Clics en el teléfono cuando lo descuelgo. Cosas raras en el ordenador del trabajo.

—¿Nada más? —‌preguntó Stone.

—¿Te parece poco? —‌espetó Garchik.

—No, no me parece poco. Solo me pregunto si eso es todo.

Garchik tomó un poco de zumo. Dejó la botella y respiró hondo.

—La bomba.

—¿Qué pasa?

—Algunos de los elementos no son habituales en los artefactos explosivos.

—¿A qué te refieres?

—Ciertas combinaciones especiales que supusieron una sorpresa.

—¿Quieres decir que eran indetectables? —‌preguntó Chapman enseguida.

—No, eso sería imposible. Las bombas necesitan ciertos elementos. Capuchones explosivos, para empezar. Esta bomba tenía todo eso, por lo menos encontramos fragmentos que lo demostraban.

—¿Entonces qué?

—También encontramos otras cosas.

—¿Qué cosas? —‌preguntó Chapman cada vez más mosqueada.

—Cosas que nadie ha averiguado todavía qué coño son, por eso las llamo «cosas».

—¿Quieres decir que encontrasteis escombros del explosivo que sois incapaces de identificar?

—Más o menos es lo que quiero decir, sí.

—¿Cuál es la postura oficial de la ATF al respecto? —‌preguntó.

—¿Postura oficial? —‌Garchik se rio entre dientes‌—. La postura oficial es que están oficialmente desconcertados y cagados de miedo. Incluso hemos pedido ayuda a la NASA para ver si encuentran una explicación.

—¿La NASA? Entonces, ¿qué implica todo esto? —‌preguntó Chapman.

—No lo sé. Nadie lo sabe. Por eso hay tanto secretismo al respecto. Probablemente ni siquiera debería habéroslo dicho. Rectifico: no debería habéroslo dicho.

Stone cavilaba al respecto mientras jugueteaba con la taza de café.

—¿El agente Gross lo sabía?

Garchik lo miró con desconfianza.

—Sí, lo sabía. Yo mismo se lo dije. Era el investigador jefe, al fin y al cabo, tenía derecho a saberlo.

—¿Y cómo reaccionó?

—Me dijo que lo mantuviera informado. Creo que tenía otras cosas en mente.

—¿Le dijiste a alguien que se lo habías contado?

Garchik entendió qué insinuaba.

—¿Crees que lo mataron por lo que yo le conté?

—Es posible.

—Pero ¿quién se enteró?

—Es difícil de decir, porque no sabemos si se lo contó a alguien o no. Así pues, ¿le contaste a alguien que le habías informado?

—Se lo expliqué a un par de personas de la ATF. Tengo que rendir cuentas ante mis superiores —‌añadió con aire desafiante.

—Por supuesto. ¿Has estado en el tráiler en el que vivía John Kravitz?

—Sí. Analizamos el material para explosivos que encontramos allí.

—¿Y concordaba con los restos del parque?

—Sí. Aunque era un sitio raro para guardar el material.

—¿Quieres decir debajo del tráiler? —‌preguntó Stone.

—Sí.

—Humedad —‌dijo Chapman‌—. No es buena para ese tipo de material.

—Cierto —‌convino Garchik‌—. Además era difícil acceder a él. —‌Se movió incómodo en el asiento‌—. Mirad, no soy ningún gallina. Me he infiltrado en milicias y bandas y he sobrevivido. Pero a lo que no estoy acostumbrado es a vigilar a los de mi bando. Eso hace que me cague en los pantalones.

—A mí me pasaría lo mismo —‌reconoció Stone.

—¿Qué crees que está pasando aquí?

—Hay algún traidor en algún sitio —‌respondió Stone‌—. Y la gente lo sabe. Así que intentan dar con él.

—O sea que básicamente nos tienen a todos vigilados.

—Exacto. El único problema es que uno de los vigilantes sea el traidor.

—Que Dios se apiade de nosotros si es el caso —‌sentenció Garchik‌—. Entonces, ¿qué debo hacer?

—Mantén la cabeza gacha, limita las conversaciones telefónicas y con tus colegas y si cualquier otra agencia se cuela en tu camino, hazte el tonto.

—En la ATF somos muchos. No soy el único que está al corriente de esto.

Stone se levantó.

—Dadas las circunstancias, yo no contaría con que eso sea positivo.

Dejaron a Garchik en la tienda de
bagels
con aspecto atribulado y se encaminaron de nuevo al parque.

—¿Y qué me dices de tu legendario Camel Club? ¿Ya han empezado a trabajar? —‌preguntó Chapman.

Stone consultó la hora.

—Pues de hecho más o menos ahora mismo.

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