La esquina del infierno (47 page)

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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

—Si no queda más remedio sí, soy capaz.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Quiero decir que dudo mucho de que ella vaya a salir con las manos arriba para que después puedan juzgarla, condenarla y ejecutarla por alta traición. Si intenta hacer daño a alguien de mi equipo, haré todo lo que pueda por matarla. Me imagino que tú piensas lo mismo.

—¿Qué preparación tiene en el manejo de armas?

—He leído su expediente. Tiene mucha. Y toda con las calificaciones más altas en cuanto a ejecución. Corto y largo alcance.

—Y yo que pensaba que no era más que una cara bonita.

Stone la cogió por el hombro.

—Esto es serio, Chapman. No hay tiempo más que para dar lo mejor de uno mismo. Así que déjate de chistes.

Chapman tiró para soltarse.

—Dejaré que mi rendimiento hable por sí mismo. ¿Qué te parece?

Stone desvió la mirada y volvió a vigilar el edificio.

Al cabo de unos minutos recibió una llamada de Finn.

—En posición. No hay movimiento. Dos puntos de entrada. Uno en el centro y otro al este del centro. Parece que está cerrado y supongo que vigilado. Puede que también tengan un sistema portátil de vigilancia. Al menos si yo fuera ellos y hubiese escogido una zona como esta para esconderme lo tendría.

—Estoy de acuerdo contigo, Harry —‌convino Stone‌—. ¿Está Knox ahí?

—Afirmativo. ¿Qué quieres que hagamos?

—Vamos a esperar y ver lo que se pueda ver. Cuando entremos, quiero que sea lo más limpio posible. ¿Hay alguna posibilidad de conseguir el plano del interior del edificio?

—Ya lo he bajado a mi teléfono.

—¿Cómo lo has conseguido con tanta rapidez? —‌preguntó Stone sorprendido.

—Tengo un colega en el Departamento de Urbanismo. Servimos juntos en la Armada.

—Descríbeme la distribución.

Finn se la describió.

—Muchas zonas problemáticas —‌señaló Stone.

—Estoy de acuerdo. Una vez que logremos entrar. Esa será la parte difícil. Me refiero sin ser vistos.

—Sigue vigilando. Infórmame cada treinta minutos.

Stone colgó el teléfono y volvió a mirar la vieja estructura de ladrillo.

Chapman se movió detrás de él.

—¿Y si alguien nos ve en este callejón?

—Pues nos vamos.

—Nunca había estado en Nueva York. No es tan glamurosa como había oído.

—Eso es Manhattan, al oeste, por ahí. La tierra de los ricos y famosos. El Bronx es una experiencia totalmente diferente. Tiene algunos lugares que están bien y otros que no lo están tanto.

—¿Asumo que ya has estado aquí otras veces?

Stone asintió con la cabeza.

—¿Negocios o placer?

—Nunca he viajado por placer.

—¿Y qué hiciste la última vez que estuviste aquí?

Stone ni siquiera intentó contestar a su pregunta. Y por la mirada de ella, estaba claro que Chapman en realidad no esperaba una respuesta.

Sin embargo, su mente se remontó décadas atrás, cuando apretó el gatillo de su rifle de francotirador hecho a medida para acabar con la vida de otro enemigo de Estados Unidos cuando cruzaba la calle con su amante camino del hotel de lujo donde iban a acostarse. Su perdición había sido la orden de ejecución de dos empleados de la CIA en Polonia. Stone le había disparado en el ojo derecho al dar las once de la noche a una distancia de ochocientos metros desde un lugar elevado y con una brisa del norte que le había provocado algún que otro momento de preocupación. La mujer ni siquiera se dio cuenta de lo que sucedía hasta que su amante muerto se estrelló contra la calzada. El departamento de Policía de Nueva York y el FBI local, avisados de lo que iba a pasar, nunca intentaron resolver el caso. Así es como se hacían las cosas entonces. «Mierda —‌pensó Stone‌—, quizá todavía se hagan así.»

Volvió a concentrarse en el edificio de ladrillo incluso cuando su dedo índice se curvó sobre un gatillo imaginario.

93

Seis horas después, Stone y Chapman se habían trasladado a un edificio vacío al otro lado de la calle. Los colchones asquerosos y las jeringuillas usadas indicaban que era un lugar que los drogadictos empleaban para pincharse, aunque parecía que nadie lo había utilizado desde hacía tiempo. Entraron por una puerta trasera y se instalaron para pasar allí el tiempo que hiciese falta. Stone abrió su mochila y le dio a Chapman una botella de agua, una manzana y un mendrugo de pan.

—Tú sí sabes cómo hacérselo pasar bien a una chica, eso no te lo voy a negar —‌fue su único comentario antes de empezar con su «comida».

Un poco más tarde, algo suscitó la atención de Stone, se abrió la puerta del edificio de enfrente y Ming y otro hombre salieron, caminaron calle abajo y giraron a la izquierda. Enseguida se lo comunicó a Finn.

—¿Quieres que les siga? —‌preguntó Finn.

—No. A estas horas probablemente vayan a buscar algo para comer. Han estado dentro todo el día. ¿Crees que puedes mirar el interior por una de las ventanas? Si nuestra información no falla, tiene que haber otros diez ahí dentro además de Friedman, pero me gustaría hacer un recuento más exacto.

—Casi todo el edificio está a oscuras, pero tengo un telescopio de visión nocturna de cuarta generación.

—Ten cuidado, Harry. Estos tipos saben lo que se hacen.

—Recibido.

Veinte minutos más tarde Finn volvió a informarle.

—Hay dos centinelas en el primer piso, en el extremo suroeste. Supongo que tienen las armas preparadas, aunque no se ve ninguna. Los demás deben de estar en los pisos superiores. Eso es lo máximo que puedo hacer con el telescopio.

Knox se puso al teléfono.

—Eh, Oliver, ¿qué dirías si pudiera conseguir una CT?

—¿Una cámara termográfica? ¿Cómo?

—Tengo contactos aquí. Mierda, tenía que haber traído una.

—¿Cuánto puedes tardar en conseguirla?

—Una hora.

—Consíguela.

En el espacio de una hora sucedieron dos cosas. Knox regresó con su cámara termográfica y Ming y su colega volvieron y entraron en el edificio. Llevaban bolsas grandes llenas de lo que parecía comida rápida.

Al cabo de dos minutos Knox telefoneó a Stone.

—Bueno, he enfocado el edificio lo mejor posible. Este aparato está indicado para penetrar a través de la mayoría de los materiales de construcción, así que el ladrillo, el acero corrugado y el bloque de hormigón no suponen ningún problema.

—¿A cuántos ves?

—He captado seis imágenes, todas con SBA —‌dijo Knox refiriéndose a los chalecos antibalas blandos‌—. Bloquea la señal térmica así que destaca bastante.

Stone estaba perplejo.

—¿Solo seis? ¿Estás seguro?

—Un momento. Vale, ahora lo veo, en el tercer piso, tengo una imagen térmica sin SBA.

—¿Sexo?

—Por la silueta parece una mujer.

—Friedman.

—Probablemente, pero yo no he conocido a la dama. De todas formas es imposible hacer una identificación positiva con una IT.

—Gracias, Joe. Harry y tú no os mováis de ahí. —‌Miró a Chapman.

—Bueno, tenemos a los jugadores alineados, el edificio controlado. ¿Entramos a tiros o pedimos refuerzos oficiales?

—¿Tienes algún motivo para seguir insistiendo en el tema?

—Podría decir que me preocupa que nos peguen un tiro. Y la verdad es que me preocupa, pero lo que me preocupa incluso más es que alguno de nosotros tenga la tentación de hacer cosas de las que después podríamos arrepentirnos oficialmente. Bueno, en realidad me preocupa uno en particular. —‌Miró a Stone con expectación.

—Puedes marcharte ahora mismo. Nadie te lo va a impedir.

—No era un ultimátum por mi parte, era un simple comentario pasivo.

—A veces no te entiendo.

—¿Solo a veces? Estoy decepcionada.

—¿Cuántas armas tienes?

—Mi Walther y una Glock. Cuatro cargadores extra. ¿Y tú?

—Suficiente.

—Una metralleta MP-5 o TEC-9 no estaría mal para el combate de cerca.

—Esperemos que esos tipos no piensen lo mismo.

—Sabes que están armados hasta los dientes.

—Quizá sí, quizá no. No es fácil pasearse por la ciudad con un arsenal sin llamar la atención de la policía.

—Puede que lo hayan preparado antes.

—Tal vez.

—Todavía estamos a tiempo de pedir refuerzos.

—Ni siquiera sabemos con seguridad si Friedman está ahí dentro.

—Pero al menos sí que sabemos que hay seis tipos malos. En un edificio donde no deberían estar.

—Bueno, que nosotros sepamos han alquilado el edificio y tienen todo el derecho a estar en él. Por si lo habías olvidado, nosotros tampoco deberíamos estar aquí. Joe y Harry me están haciendo un favor. Y lo mío es algo extraoficial. Tú eres la única que tiene una placa y encima con la cara de la reina. Tardaríamos más de seis meses en explicárselo todo a la poli de aquí y seguramente nos tuvieran encerrados todo ese tiempo.

—En fin, la «reina» ha derogado mi autoridad, pero entiendo tu dilema. ¿Qué hacemos ahora?

—Espero que crean que vamos a hacer «zig».

—Entonces hacemos «zag».

—Hacemos «zag».

Stone cogió el teléfono.

—Preparaos —‌le dijo a Knox‌—. Entramos en una hora.

El «zag» no salió exactamente según el plan. De hecho ni siquiera se acercó al plan. La primera indicación de que iba a ser así fue que ni la puerta principal ni la trasera estaban cerradas con llave. Finn y Knox derribaron la puerta trasera y Stone y Chapman la principal a las dos de la mañana en punto. Los que estaban de guardia se habían dormido. Se despertaron cuando les apuntaron con las pistolas a la cabeza, pero se lo tomaron con filosofía. Para cuando el equipo de Stone llegó a las plantas superiores los otros cuatro hombres ya estaban despiertos y desperezándose.

La segunda indicación de que su plan no iba a funcionar es que los hombres ni siquiera tenían la pistola en la mano. La última es que la mujer que estaba en el tercer piso no era Friedman. Tenía unos veinte años más que ella y parecía borracha. Al menos no consiguieron despertarla. Siguió roncando.

Con una sensación de frustración absoluta, Stone dejó que su ira sacase lo mejor de él. Agarró a Ming por el cuello y lo estampó contra la pared.

—¿Podrías decirme dónde está Friedman?

Ming esbozó una sonrisa intencionada y socarrona.

—Esperaba tu visita —‌respondió con frialdad.

Stone lo soltó lentamente. Ming miró a los otros tres, que le apuntaban con pistolas, y a su equipo. La mujer, tumbada en un viejo catre del rincón, roncaba con fuerza.

—¿Me esperaba a mí? ¿Concretamente a mí?

Ming asintió con la cabeza.

—John Carr —‌repuso. Señaló a Stone‌—. Ese eres tú. Nos dio tu fotografía. Aunque te has disfrazado. Los ojos te delatan.

Stone miró a Finn, después a Knox y por último a Chapman antes de volver a posar su mirada en Ming.

—¿A qué viene todo esto? —‌preguntó Stone.

—Nos ha pagado una buena pasta para que viniésemos aquí, nos quedásemos en este edificio viejo y nos diéramos algunas vueltas, que se nos viese. Nada de peleas. El trabajo más fácil que he hecho en mi vida.

Stone masculló un insulto. Otra vez le había enredado.

Ming interpretó su mirada y sonrió todavía más.

—Me dijo que eras listo. Que no te ibas a creer que se había ido a Miami en tren. —‌Se calló‌—. ¿Una isla desierta? —‌añadió.

—Lo contrario —‌repuso Stone.

—Exacto —‌contestó Ming‌—. Cuando hacemos un trabajo normalmente nos ocultamos más. Con este compro comida con la tarjeta de crédito, porque ella me dice que lo haga así.

«Otra señal que he pasado por alto por las ganas que tenía de pillarla. Ha utilizado mi intuición contra mí.»

—¿Con qué propósito? —‌preguntó Stone.

—Para distraer.

«Dos equipos. Uno asiático y otro ruso. Creía que formaban un muro protector interior y otro exterior. Recurso alternativo. Pero no es así. Ming es una distracción. Entonces, mientras seguíamos a Ming, ¿qué hacía el otro equipo?», pensó Stone.

A Stone se le cayó el alma a los pies.

«Tan obvio. Qué obvio resulta ahora.»

Se controló.

—¿Adónde se los ha llevado? —‌preguntó.

—¿A quién? —‌soltó Chapman.

Stone no apartaba la vista de Ming.

—¿Adónde se ha llevado a mis amigos?

Ming aplaudió.

—Eres bueno. Friedman dijo que seguramente te lo imaginarías.

—¿Adónde? —‌Stone se acercó más a Ming y le apuntó en la frente con la pistola‌—. Dímelo. Ya.

Ming todavía sonreía, pero ahora su expresión denotaba cierta preocupación.

—¿Tienes huevos de apretar el gatillo delante de toda esta gente?

Lentamente Stone amartilló su arma.

—Lo averiguarás en tres segundos. —‌Al cabo de dos segundos, su dedo empezó a descender hacia el gatillo‌—. Si lo toco no hay vuelta atrás. Estás muerto.

—Ella dice que donde empezó todo para ti y para la Triple Seis. Y allí es donde todo terminará. Eso es todo lo que dice. Dice que tú sabrás lo que significa —‌soltó Ming.

—Oliver, ¿sabes de qué está hablando? —‌preguntó Chapman.

Con lentitud, Stone apartó el cañón de la pistola de la frente de Ming.

—Sí, por desgracia sí.

«La Montaña Asesina. Donde todo empezó. Para mí. Y donde todo terminará.»

94

Stone, seguido muy de cerca por la agente Ashburn, caminaba a grandes zancadas por el vestíbulo de la Oficina de Campo de Washington como un avión cuando coge velocidad para despegar. No se detuvo para llamar a la puerta. La abrió de golpe y entró.

El director del FBI alzó la mirada hacia él, sorprendido. Sentado frente a él, en la mesa de la sala de reuniones, se encontraba Riley Weaver.

—¿Qué demonios sucede? —‌exclamó el director.

Stone ni siquiera le miró. Su mirada se posó inmediatamente en Weaver.

—¿Qué le contaste?

—¿Qué dices? —‌espetó Weaver‌—. Por si no lo has notado, Stone, estamos en medio de una reunión.

Stone se acercó a la mesa con una mirada tan amenazadora que Weaver medio se incorporó en la silla, los puños cerrados, el cuerpo encorvado en una postura defensiva por si Stone le atacaba.

—Ashburn, ¿qué está pasando? ¿Por qué le has dejado pasar …? —preguntó el director a gritos.

—¿Qué le dijiste a Friedman sobre mí? —‌gritó Stone.

—Yo no he hablado con ella. Ya te avisé. Si empiezas a acusarme de gilipolleces …

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