Como en Salvia, algunos de los habitantes se asomaban por las ventanas para quejarse del escándalo.
—¡No mires atrás! —gritó el muchacho.
Lan también se sentía al límite de sus fuerzas; no estaba segura de si podría aguantar ese ritmo durante mucho más tiempo, pero tenía que intentarlo. Había llegado demasiado lejos para abandonar ahora, justo cuando se encontraba a tan sólo un par de calles del Límites Seguro de la ciudad.
La guardia de Mezvan los acosaba por un frente, y la de Nicar, por el otro.
Estaban a punto de alcanzarlos. De pronto, un soldado rundarita disparó su arpón y la muchacha, al esquivar el proyectil, dio un resbalón que la precipitó por el boquete de un cobertizo.
—¡Ahhh! —chilló.
Nao no lo dudó un instante y se introdujo de inmediato en el oscuro taller donde había caído su amiga.
—¿Estás bien?
—¡Ay! ¡Ayyy! —se quejó Lan, frotándose las posaderas mientras se ponía en pie—. Sí… pero estoy segura de que me saldrá un buen moretón —dijo quejumbrosa—. ¿Nos han visto?
—Creo que sí —respondió preocupado, aún con la respiración acelerada.
El chico se puso en cuclillas y apoyó la espalda contra la pared, después apretó los puños para tratar de contener el dolor y cerró los ojos, que se ocultaban tras su cabello empapado de sudor. Estaba tan pálido que Lan temió que fuera a desmayarse de un momento a otro, así que se acercó a él y lo agarró de la mano.
En ese instante, el Secuestrador entró en escena.
—Los guardias están subiendo por un edificio contiguo, no tardarán en alcanzarnos —les advirtió.
—¡Son muy rápidos! No sé si lo conseguiremos —lamentó Lan.
—Tenéis que llegar hasta el Límite —dijo Nao—. Yo sólo quería asegurarme de que todo salía bien, de que lograbais alcanzar el punto de encuentro acordado con los Corredores —explicó, mientras se presionaba el costado izquierdo para esconder que la camiseta empezaba a teñirse de rojo—. Está muy cerca, sólo tenéis que llegar hasta la pasarela que tuerce a la derecha.
—Está bien —dijo, separándose apenada de su amigo. Los dedos de Nao aún se encontraban entrelazados con los suyos —Gracias por… por todo —musitó con voz rota.
La joven inspiró fuerte para recuperar fuerzas y se dirigió a una pequeña puerta, la única que parecía haber en ese taller.
—Lan —Esta vez la retuvo el Errante.
—¿Qué ocurre? —pregunto extrañada.
—Tu pelo… no te queda del todo mal así.
Lan abrió la boca con intención de decir algo, pero finalmente se contuvo. Estaban sumidos en la penumbra y apenas se distinguía la forma de sus rostros. No podía asegurar si el chico la estaba mirando fijamente, si trataba de animarla, si sus palabras eran un cumplido o una inoportuna broma. Por un instante, se sintió extraña. Bien. Se acarició un mechón de su pelo recién cortado y pensó que el sacrificio había valido la pena. Era la primera vez que el Secuestrador le decía una cosa así. El enfado por haberla intentado convencer de que se mantuviera al margen se esfumó.
Nao dijo de pronto:
—¡Lan, aléjate de él!
La chica se mostró desconcertada
—¡Lan! ¡Sus ojos están brillando! —especificó su amigo.
Nao se puso en pie con gran esfuerzo y trató de interponerse entre ella y el Secuestrador.
Lan distinguió las pupilas plateadas del Errante brillando intensamente en la oscuridad y se llevó las manos a la boca, completamente aterrada.
—¡Esto no puede estar pasando! —exclamó la muchacha.
—¿Qué es lo que ocurre? —exigió saber Nao, ya que nunca había visto los ojos de un Errante reaccionando a las Partículas.
—De un momento a otro… —explicó el Secuestrador— se va a romper la Quietud.
—No puedo dejar que te vayas con él, ¡es demasiado peligroso! —dijo el joven.
—Ya no hay vuelta atrás, Nao. Es…
—Tranquilo, la protegeré con mi vida —la interrumpió el Errante—. Te lo prometo.
—Si no nos vamos ya… será demasiado tarde —les apremió Lan.
Nao clavó su mirada en la del Secuestrador de forma desafiante y le advirtió:
—Más te vale… porque si no, no importará dónde te escondas, te buscaré por todo el Linde y acabaré contigo.
Se levantó una suave brisa. Nao entendió que el tiempo jugaba es su contra y les cedió el paso. Rápidamente, el Secuestrador derribó la puertecilla de una patada y salieron al tejado del primer piso.
Lan ya estaba corriendo cuando se giró para ver por última vez a su amigo retorciéndose de dolor en la oscuridad. Los guardias lo habían rodeado, su silueta se hacía cada vez más pequeña.
Una espesa niebla empezó a engullir Rundaris lentamente. Llovía a cántaros. Ácido.
La guardia de la ciudad empleaba todo tipo de redes y artilugios de largo alcance para derribarlos, pero ellos lograban esquivarlos una y otra vez. De pronto, Lan golpeó la cabeza con una de las piedras de cuarzo candil que brillaban en el interior de los faroles y dejó que la Esfera rodara hasta el suelo.
—¡Oh, nooo! —lamentó.
La muchacha trató de alcanzarla, quedando colgada de una endeble tubería.
—¡Laaan! —se alarmó el Errante.
La chica estiró sus músculos tanto como pudo y finalmente logró alcanzar una de las escaleras cercanas. El Secuestrador ya había recuperado la Esfera y ahora sólo quería asegurarse de que Lan estuviera bien. La muchacha aterrizó contra el suelo golpeándose un hombro, pero pudo ponerse en pie sin complicaciones. Instantes después, una flecha le atravesó la ropa.
—Estoy bien —Se avanzó a su compañero.
Los ojos del Errante seguían brillando, cada vez con más intensidad. Una peligrosa nube de Partículas surgió del suelo, cimbreando como avispas luminiscentes, y Lan se cubrió con su pañuelo.
—La ruptura es inminente.
Los faroles de las calles se apagaron de forma progresiva, dejando la ciudad completamente a oscuras. La guardia de Mezvan se protegió las vías respiratorias y los Caminantes de la Estrella formaron un pequeño grupo, similar a una jauría de lobos acechando en la noche; sus ojos resplandecían de forma aterradora.
—Estamos perdidos —maldijo la muchacha.
Todo empezó a temblar y el caos se adueño de la situación.
—¡Aquí! —escucharon a lo lejos.
—¿Padre?
El Verde y los dos Corredores rundaritas aparecieron al final de la calle, tal y como estaba previsto. Los Corredores montaban sus respectivos wimos, mientras que el padre del Secuestrador manejaba un extravagante vehículo a vapor diseñado por Embo.
—¡Vamos! Entregadme la Esfera. ¡Tenemos que salir de aquí cuanto antes!
—¡Padre! —se alegró el Secuestrador.
Lan y el muchacho corrieron el último tramo dispuestos a alcanzar el artilugio y desaparecer cuanto antes, pero los guardias ubicados en los tejados fueron más rápidos y lanzaron sus boleadoras, aprisionando a los wimos y logrando derribar a El Verde y el resto de Corredores.
—¡Padreee!
Cuando el Secuestrador llegó, pudo comprobar que, aunque su padre había perdido el conocimiento, aún seguía con vida.
Lan miró fijamente a los ojos al muchacho, rogándole coraje. Él asintió. Con sumo cuidado, dejó a su padre estirado en el suelo y recuperaron la bolsa de cuero que llevaba amarrada a la espalda. Luego guardaron la Esfera en su interior y comprobaron que se encontraban a tan sólo unos pocos pasos del Límite Seguro. Tan pronto como lo cruzaran, estarían a salvo y ni Caminantes ni rundaritas se atreverían a seguirlos en plena ruptura.
Por fin decidieron reanudar la marcha y se subieron al vehículo, pero uno de los guardias de Mezvan, que se había adelantado al resto, se lanzó contra Lan, sujetándola de un tobillo y haciéndola caer al suelo.
—¡Lan! —exclamó el muchacho, dirigiéndose furioso hacia el soldado.
—¡No! —gritó ella—. ¡No lo toques! —le rogó—. ¡No lo hagas! —avisó, consciente de que podría matarlo.
A pesar de las súplicas de la chica, el Secuestrador avanzó dispuesto a asestarle una fuerte patada al guardián cuando, de repente, una extraña sombra se interpuso entre los dos:
—Libera a la chica —exigió con voz descompuesta.
—¡De eso, ni hablar! —se negó el soldado, aprisionándola por la espalda.
El resto de sus hombres se replegaron tras él.
—Te ordeno que la sueltes —insistió.
—Pero ¿quién te crees que eres?
De pronto, la sombra golpeó dramáticamente dos piezas de cuarzo candil y por fin reveló su rostro jaspeado.
—¡Tú!
—Liberadla de una vez —dijo, desenvainando su oxidado paraguas como si se tratara de una espada.
—Pero… su padre dijo que…
—Mi padre es un tarado —sentenció, como si hubiera deseado pronunciar esa frase durante largo tiempo.
El guardián pensó en liberar a su presa, pero poco después comprendió que no tenía por qué obedecer a aquel hombre, aunque se tratara del hijo del rey…
—No —se plantó.
Timot miró a uno y otro lado analizando la situación. Estaba empapado de arriba abajo, ayudando a huir al Errante y la salviana de la ciudad de su padre; si no moría en la ruptura, estaba perdido de todas formas. El hijo del rey puso los ojos en blanco, alzó su paraguas metálico y asestó un fuerte golpe en la cabeza al soldado: ¡Talaaán!, sonó como una campana.
Rápidamente, la muchacha recogió del suelo el morral con la Esfera y se puso en pie, agradeciendo a Timot lo que había hecho por ellos.
—¡Hasta mis soldados me han perdido el respeto! —exclamó, fingiéndose indignado—. Si algún día heredo esta tierra… van a cambiar muchas las cosas.
Lan saltó decidida sobre el vehículo y apresuró a su amigo.
—¡Arranca!
Tenían que alcanzar el Límite antes de que la Quietud se rompiera definitivamente.
—¡Mi padre! —El chico se detuvo—. No puedo dejarlo…
Lan lo miró preocupada. El muchacho se giró buscando a El Verde y descubrió que éste había recuperado el conocimiento. Estaba vivo, aunque gravemente herido en el suelo. Su padre le clavó la mirada y asintió levemente con la cabeza, como aprobando que se marcharan sin él. El muchacho se despidió por última vez y cruzó el Límite Seguro junto a Lan, dejando a su paso una espesa nube de vapor.
Y, una vez más, el paisaje se transformó a su alrededor. Ahora, el destino del Linde estaba en sus manos.
Entre la aurora y el hielo
F
río, mucho frío. Seguía siendo de noche, pero ya no quedaba rastro de la ciudad de Rundaris. Bajo sus pies, se extendía una enorme masa de hielo que amenazaba con resquebrajarse en cualquier momento. Sobre sus cabezas, brillaba la luna llena rodeada por hermosos doseles de color verde; la aurora boreal.
—¿Estás bien? —se preocupó el chico.
—Sí… yo… sólo… —dijo Lan, recuperando el aliento—. Sólo necesito descansar un poco.
Los acontecimientos se habían precipitado. Nada había salido según lo previsto. El Verde tendría que haber recogido la esfera cerca del Límite para huir con algunos de los corredores que habían decidido desobedecer a Mezvan mientras ellos dos se escondían junto a Embo. Sin embargo, Lan y el joven errante cargaban ahora con toda la responsabilidad. Aquella se había convertido en su misión. Tenían el mapa, pero se encontraban completamente solos ante un paisaje descorazonador.
El muchacho se puso en pie y dijo:
—No es muy inteligente quedarse ahí sentada sobre el hielo. Creo que lo mejor será seguir avanzando hasta encontrar algo de tierra firme.
Lan suspiró hastiada y echó de menos el artilugio mecánico que se habían visto obligados a abandonar horas atrás. Embo había hecho un gran trabajo diseñando un vehículo capaz de desplazarse a través del desierto y toda clase de terrenos escarpados, pero no había contado con que su peso podría ser un impedimento a la hora de avanzar sobre el hielo. Desgraciadamente, aparecieron en una placa muy endeble que se fracturo tan pronto como llegaron, engullendo el vehículo y salvándose ellos por los pelos.
Lan envolvió su cuello con el pañuelo y luego agradeció vestir la gruesa capa que había utilizado para pasar desapercibida durante su incursión en el campamento de los Errantes. Ya no tenían nada de que esconderse. La guardia y los Caminantes se habían esfumado junto con la ciudad y probablemente se encontraban lejos, muy lejos, tal vez incluso en la otra punta del planeta. La huida había terminado.
—Es… raro, ¿verdad? —El chico trató de entablar conversación.
—¿El qué?
—Esto. Todo esto —dijo—. Me refiero a que… no sé. —Se encogió de hombros—. Tú y yo juntos, completamente solos, perdidos… en el hielo.
Aunque no supo expresarlo con claridad, Lan sabía a qué se refería.
—Sí, supongo que sí —respondió escueta.
Tenían miedo, a perderse, a fracasar, a decepcionar a todos los que habían depositado su esperanza en ellos. Su teoría se basaba en conjeturas, nadie les aseguraba que una vez llegaran al Templo todo se resolvería por arte de magia. Se habían dejado llevar por una minúscula posibilidad que otros habían desechado, y eso los inquietaba.
Lan decidió mostrarse fuerte; no quería ser una carga para el Errante, así que avanzó sin rechistar mientras su mente se inundaba de imágenes: la persecución, las lágrimas de Mona, la mirada preocupada de El Verde y, sobre todo, el beso de Nao. Presintió que iba a tener mucho tiempo para reflexionar sobre todo aquello.
Caminaron durante largo rato, pero seguían sin ver el final de la vasta extensión de hielo. El chico se detuvo y abrió el morral de su padre. En su interior había un surtido de cachivaches, los viales que contenían la sustancia, algunas provisiones y, envuelta en un trapo, la Esfera.
El secuestrador la sacó con cuidado, dejándola en el suelo, frente a sus pies.
—¿Sabes cómo funciona? —le preguntó ella.
—Creo que sí. Lo he visto hacer cientos de veces.
—De todas formas, no parece muy complicado.
—No lo es —confirmó—. Sólo tienes que dejarla en un lugar más o menos estable y presionar aquí —indicó el Errante, pulsando el circulo grabado en su punto más alto.
—¿Eso es todo? —preguntó, resultándole demasiado fácil.
La Esfera empezó a vibrar con un fuerte traqueteo. En su interior se accionaron los cientos de engranajes que controlaban aquella complicada maquina.
—Ahora sólo hay que esperar.
Lan contempló el artilugio maravillada mientras se calentaba las manos con su aliento. El objeto empezó a dar vueltas sobre su propio eje y después reconfiguró su superficie como si se trata de un incomprensible puzle. Cuando por fin terminó, el traqueteo se detuvo, y entonces el chico se agachó para recogerla.