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Authors: Antón Chéjov

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

La gaviota (7 page)

(Entra Trepliov y se sienta en un escabel, a los pies de Sorin. Masha no aparta de él sus ojos.)

D
ORN
.— No dejamos trabajar a Konstantín Gravílovich.

T
REPLIOV
.— No, no importa.
(Pausa.)

M
EDVEDENKO
.— Permítame una pregunta, doctor: ¿cuál es la ciudad extranjera que más le ha gustado?

D
ORN
.— Génova.

T
REPLIOV
.— ¿Por qué Génova?

D
ORN
.— Hay en las calles de esa ciudad una muchedumbre excepcional. Al atardecer, cuando sales del hotel, la calle está llena de gente, caminas luego entre la muchedumbre sin objetivo alguno, sin rumbo, siguiendo una línea quebrada; vives con la gente, te fundes psíquicamente con ella y empiezas a creer que, en verdad, es posible la existencia de una sola alma universal, semejante a la que un día, en su obra, personificó Nina Zariéchnaia. A propósito, ¿dónde está ahora Zariéchnaia? ¿Dónde está y cómo está?

T
REPLIOV
.— Es de suponer que goza de buena salud.

D
ORN
.— Me han dicho que ha llevado una vida un poco especial. ¿De qué se trata?

T
REPLIOV
.— Es una larga historia, doctor.

D
ORN
.— Cuéntela en pocas palabras.
(Pausa.)

T
REPLIOV
.— Huyó de su casa y se unió a Trigorin. ¿Lo sabía usted?

D
ORN
.— Lo sabía.

T
REPLIOV
.— Tuvo un niño. El niño murió. Trigorin dejó de quererla y volvió a sus antiguos afectos, como era de esperar. De todos modos, nunca había roto sus viejas relaciones en un lado y en otro. Por lo que he podido comprender de lo que se me ha dicho, la vida privada de Nina ha sido un fracaso total.

D
ORN
.— ¿Y en la escena?

T
REPLIOV
.— Según parece, aún ha sido peor. Debutó en un punto de veraneo cerca de Moscú, luego se fue a provincias. En aquel entonces yo no la perdía de vista y durante cierto tiempo la seguí adonde fuera. Representaba siempre papeles importantes, pero lo hacía sin gracia, sin gusto, forzando la voz y gesticulando de manera brusca. Había momentos en que sabía emitir un grito con arte, pero se trataba sólo de momentos.

D
ORN
.— ¿Así pues, talento artístico no le falta?

T
REPLIOV
.— Era difícil de comprender. Probablemente lo tiene. Yo la veía, pero ella no quería verme; en el hotel daba orden de que no se me dejara pasar a visitarla. Yo comprendía su estado de ánimo y no insistía en obtener la entrevista.
(Pausa.)
¿Qué más podría decirle? Después, cuando volví a casa, recibí de ella unas cartas. Eran cartas inteligentes, afectuosas, interesantes; no se quejaba, pero yo me daba cuenta de que era profundamente desdichada; no había línea que no respondiera a un nervio tenso, enfermo. También tenía la imaginación un poco perturbada. Firmaba como «La Gaviota». En
La Sirena
[3]
el molinero dice que es un cuervo. Así ella, en sus cartas, repetía siempre que es una gaviota. Ahora está aquí.

D
ORN
.— ¿Cómo se entiende, aquí?

T
REPLIOV
.— En la ciudad, en una hostería. Hace ya cinco días que se aloja allí. Yo he ido a verla, y también ha ido María Ilínichna, pero no recibe a nadie. Semión Semiónovich afirma que ayer, después del almuerzo, la vio, en el campo, a dos verstas de aquí.

M
EDVEDENKO
.— Sí, la vi. Ella iba en dirección opuesta, hacia la ciudad. La saludé y le pregunté por qué no venía a hacernos una visita. Me contestó que vendría.

T
REPLIOV
.— No vendrá.
(Pausa.)
Su padre y su madrastra no quieren saber nada de ella. Han puesto guardas en todas partes para que no la dejen acercarse ni siquiera a la finca.
(Se aparta con el doctor hacia la mesa de escribir.)
¡Qué fácil, doctor, ser filósofo en el papel y qué difícil serlo en la realidad!

S
ORIN
.— Era una muchacha encantadora.

D
ORN
.— ¿Qué?

S
ORIN
.— Digo que era una muchacha encantadora. El consejero de Estado Sorin hasta estuvo enamorado de ella cierto tiempo.

D
ORN
.— ¡Viejo Don Juan!

(Se oyen risas de Shamráiev.)

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— Me parece que los nuestros han vuelto de la estación…

T
REPLIOV
.— Sí, oigo a mamá.

(Entran Arkádina y Trigorin; tras ellos, Shamráiev.)

S
HAMRÁIEV
.—
(Entrando.)
Todos nosotros envejecemos, nos vamos apergaminando bajo la acción de los elementos, pero usted, mí muy respetable señora, sigue tan joven… Blusa clara, viveza… gracia…

A
RKÁDINA
.— Otra vez quiere que el maleficio me persiga. ¡Ah, qué enojoso es usted!

T
RIGORIN
.—
(A Sorin.)
¡Muy buenas, Piotr Nikoláievich! ¿Qué es eso de estar siempre malucho? ¡Eso no está bien!
(Al ver a Masha, alegremente.)
¡María Ilínichna!

M
ASHA
.— ¿Me ha reconocido?
(Le estrecha la mano.)

T
RIGORIN
.— ¿Casada?

M
ASHA
.— Hace mucho.

T
RIGORIN
.— ¿Feliz?
(Saluda a Dorn y a Medvedenko; luego, indeciso, se acerca a Trepliov.)
Irina Nikoláievna me ha dicho que usted ya ha olvidado lo pasado y que no me guarda rencor.
(Trepliov le tiende la mano.)

A
RKÁDINA
.—
(Al hijo.)
Mira, Boris Alexéievich ha traído la revista con tu nuevo relato.

T
REPLIOV
.—
(Tomando la revista; a Trigorin.)
Gracias. Es usted muy amable.
(Se sientan.)

T
RIGORIN
.— Sus admiradores le mandan saludos… En Petersburgo y en Moscú se interesan mucho por usted y siempre me están haciendo preguntas acerca de su persona. Quieren saber cómo es, cuántos años tiene, si es moreno o rubio. No sé por qué, todos creen que usted ya no es joven. Y nadie sabe cuál es su verdadero nombre, pues todo lo publica bajo seudónimo. Usted es misterioso como la Máscara de Hierro.

T
REPLIOV
.— ¿Viene usted por mucho tiempo?

T
RIGORIN
.— No, pienso regresar a Moscú mañana mismo. Es necesario. He de terminar pronto una novelita y, además, he prometido dar algo para una antología. En una palabra, siempre la misma historia.

(Mientras ellos hablan, Arkádina y Polina Andréievna colocan en medio de la estancia una mesa de juego y la abren; Shamráiev enciende unas velas, acerca unas sillas. Sacan del armario un juego de lotería.)

T
RIGORIN
.— El tiempo no me ha recibido con mucha amabilidad. El viento es endiablado. Mañana por la mañana, si se calma, iré a pescar en el lago. A propósito, he de dar un vistazo al jardín, y al lugar en que se presentó su obra, ¿recuerda? Tengo ya maduro un tema, necesito sólo refrescar en la memoria el lugar de la acción.

M
ASHA
.—
(A su padre.)
¡Papá, deja que mi marido tome el caballo! Ha de volver a casa.

S
HAMRÁIEV
.—
(Remedándola.)
El caballo… a casa…
(Severo.)
Tú misma lo has visto: acabamos de mandarlo a la estación. No es posible arrearlo otra vez.

M
ASHA
.— Pero hay otros caballos…
(Al ver que su padre calla, hace un gesto con la mano.)
Tratar contigo…

M
EDVEDENKO
.— Iré a pie. Masha. La verdad…

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.—
(Suspirando.)
¿A pie, con este tiempo?…
(Se sienta a la mesa de juego.)
Hagan el favor, señores.

M
EDVEDENKO
.— Total, no son más que seis verstas… Adiós…
(Besa la mano a su mujer.)
Adiós, mamá.
(La suegra le tiende de mala gana la mano para que se la bese.)
No habría molestado a nadie, pero el pequeñuelo…
(Sale; camina como una persona que se siente culpable de algo.)

S
HAMRÁIEV
.— No te preocupes, llegará. No es ningún general.

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.—
(Dando unos golpes sobre la mesa.)
Por favor, señores. No perdamos el tiempo, que pronto nos llamarán a cenar.
(Shamráiev, Masha y Dorn se sientan a la mesa.)

A
RKÁDINA
.—
(A Trigorin.)
Cuando llegan las largas veladas otoñales, aquí se juega a la lotería. Mire: este juego de lotería es vicio, lo usaba ya nuestra difunta madre cuando jugaba con nosotros, de pequeños. ¿No quiere echar una partida, mientras esperamos la hora de cenar?
(Arkádina y Trigorin se sientan a la mesa.)
Es un juego aburrido, pero si uno se acostumbra, no se da cuenta.
(Sirve tres cartones a cada uno.)

T
REPLIOV
.—
(Hojeando la revista.)
Su novelita la ha leído, pero la mía… ni siquiera ha contado las páginas.
(Pone la revista sobre la mesa de escribir, luego se dirige hacia la puerta de la izquierda; al pasar cerca de su madre, le da un beso en la cabeza.)

A
RKÁDINA
.— ¿Y tú, Kostia?

T
REPLIOV
.— Perdona, no tengo ganas… Voy a dar una vuelta.
(Sale.)

A
RKÁDINA
.— La puesta es de diez kopeks. Ponga por mí, doctor.

D
ORN
.— Hecho.

M
ASHA
.— ¿Han puesto todos? Empiezo… ¡Veintidós!

A
RKÁDINA
.— Bien.

M
ASHA
.— ¡Tres!…

D
ORN
.— Eso es.

M
ASHA
.— ¿Han puesto el tres? ¡Ocho! ¡Ochenta y uno! ¡Diez!

S
HAMRÁIEV
.— No corras.

A
RKÁDINA
.— Qué acogida me hicieron en Járkov, ¡madre mía!, aún la cabeza me da vueltas.

M
ASHA
.— ¡Treinta y cuatro!
(Tras la escena tocan un vals melancólico.)

A
RKÁDINA
.— Los estudiantes me tributaron una ovación… Tres cestas de flores, dos coronas y miren…
(Se quita un broche del pecho y lo arroja sobre la mesa)

S
HAMRÁIEV
.— Vaya, es cosa buena…

M
ASHA
.— ¡Cincuenta!

D
ORN
.— ¿Cincuenta exactos?

A
RKÁDINA
.— Yo llevaba un vestido maravilloso… En eso del vestir, sé lo que me hago.

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— Kostia está tocando. Se siente triste, el pobre.

S
HAMRÁIEV
.— En los periódicos le atacan mucho.

M
ASHA
.— ¡Setenta y siete!

A
RKÁDINA
.— ¿Para qué hacer caso?

T
RIGORIN
.— No tiene suerte. No hay modo de que llegue a encontrar su propio tono. Siempre escribe cosas raras, vagas, a veces parecen desvaríos. Ni un personaje real, vivo.

M
ASHA
.— ¡Once!

A
RKÁDINA
.—
(Mirando a Sorin.)
Petrusha, ¿te aburres?
(Pausa.)
Duerme.

D
ORN
.— El consejero de Estado duerme.

M
ASHA
.— ¡Siete! ¡Noventa!

T
RIGORIN
.— Si yo hubiera vivido en una finca como ésta, junto a un lago, ¿acaso me habría puesto a escribir? Habría sofocado en mí esta pasión y no habría hecho otra cosa que pescar.

M
ASHA
.— ¡Veintiocho!

T
RIGORIN
.— ¡Es un placer tan grande pescar un gobio o una perca!

D
ORN
.— Pues yo creo en Konstantín Gavrílovich. Algo hay en él. ¡Algo hay! Piensa por medio de imágenes, sus relatos son vivos, tienen colorido y yo los siento profundamente. La pena está en que no se plantea problemas concretos. Causa impresión, nada más, y sólo con impresiones no se llega muy lejos. Irina Nikoláievna, ¿está usted contenta de que su hijo sea escritor?

A
RKÁDINA
.— Figúrese que aún no he leído nada. Nunca tengo tiempo…

M
ASHA
.— ¡Veintisiete!
(Trepliov entra silenciosamente y se dirige a su mesa de escribir.)

S
HAMRÁIEV
.—
(A Trigorin.)
En nuestra casa, Boris Alexéievich, ha quedado una cosa suya.

T
RIGORIN
.— ¿Cuál?

S
HAMRÁIEV
.— Una vez Konstantín GavríIovich mató una gaviota y usted me encargó que la hiciera disecar.

T
RIGORIN
.— No lo recuerdo.
(Pensando.)
¡No lo recuerdo!

M
ASHA
.— ¡Sesenta y seis! ¡Uno!

T
REPLIOV
.—
(Abre la ventana y se pone a escuchar.)
¡Qué oscuridad! No comprendo por qué me siento tan intranquilo.

A
RKÁDINA
.— Kostia, cierra la ventana, se nota aire.
(Trepliov cierra la ventana.)

M
ASHA
.— ¡Ochenta y ocho!

T
RIGORIN
.— La partida es mía, señores.

A
RKÁDINA
.—
(Alegremente.)
¡Bravo, bravo!

S
HAMRÁIEV
.— ¡Bravo!

A
RKÁDINA
.— Este hombre siempre tiene suerte, en todas partes.
(Se levanta.)
Ahora vamos a comer alguna cosa. Nuestra celebridad hoy no ha almorzado. Después de cenar continuaremos.
(A su hijo.)
Kostia, deja tus manuscritos, vamos a comer.

T
REPLIOV
.— No quiero, mamá; no tengo ganas.

A
RKÁDINA
.— Como quieras.
(Despierta a Sorin.)
¡Petrusha, a cenar!
(Toma a Shamráiev del brazo.)
Le voy a contar cómo me recibieron en Járkov…

(Polina Andréievna apaga las velas de la mesa; luego ella y Dorn empujan el sillón. Todos se van por la puerta de la izquierda; en escena queda sólo Trepliov, sentado a su mesa de escribir.)

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