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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

La Guerra de los Dioses (41 page)

34

¡No soy nada!

Palin estaba cerca de Tas. El kender había dejado de lanzar pullas a sus enemigos. Daba la impresión de que el hombrecillo trataba de estimular el valor perdido, algo totalmente insólito en un kender.

—¡No tengo miedo! —gritó—. ¡Sólo estoy... enfadado! De verdad que me estáis cabreando, así que... ¡retroceded! Yo... —Su voz cambió, sonó estrangulada—. ¡Alto, no sigáis! ¿Se puede saber qué estáis haciendo? ¡Dejad de adoptar mi aspecto!

Palin no había estado mirando a las criaturas, ya que se encontraba absorto pensando en su hechizo, lo cual significaba que visualizaba en su mente las palabras que debía pronunciar. El resto de su atención estaba dividida entre Tasslehoff y Usha, que ya se encontraba en la pinada.

Al oír el grito de Tas, Palin miró directamente, por primera vez, a los seres de sombras.

Y ya no pudo apartar la vista. Se encontró observándose fijamente a sí mismo. Palin estaba frente a él.

—¿Quién eres? —demandó el joven mago con voz temblorosa. Miró a los ojos del ser y no vio nada, ni siquiera su propio reflejo—. ¿Qué eres?

—¿Quién eres? ¿Qué eres? —remedó, burlón, el ser.

—Soy yo —repuso Palin, pero mientras hablaba, sintió que empezaba a disiparse.

El ser de sombras estaba absorbiendo la vida de su cuerpo.

—Eres nada —le dijo la criatura, hablando con la boca de Palin—. Naciste de la nada, y volverás a la nada.

¡Aparta la vista!,
le llegó la advertencia de Raistlin, vibrando a través del cayado.
¡Mira a otro lado! ¡No lo mires a los ojos!

Palin intentó apartar la vista de su propia imagen, pero fue incapaz. La contemplaba fijamente, ensimismado. Las palabras del hechizo quedaron borradas por gotas de oscuridad que cayeron en su mente como gotas de lluvia sobre papel, haciendo que todo recuerdo, todo el conocimiento de sí mismo, se emborronara, se corriera, se volviera confuso e indiscernible y empezara a resbalar y a desaparecer lentamente.

Tuvo la vaga impresión de oír a Usha gritar su nombre, «Palin», y se preguntó, ofuscadamente, quién era esa persona.

* * *

—¡Palin! —gritó Usha desde el centro de la pinada.

Los seres de sombras se aproximaban al joven mago, se deslizaban sigilosamente hacia Tasslehoff. Ahora, la muchacha apenas veía nada del kender, a excepción de la parte inferior de sus llamativas calzas amarillas y su copete.

—¡Palin! ¡Tas! ¡Alejaos! ¡Corred!

Pero ninguno de ellos se movió; ni siquiera reaccionó a sus palabras. Palin estaba contemplando fijamente a los seres con aquella horrible expresión de terror.

—¡Deprisa, muchacha, o los dos están perdidos! —gritó Dougan.

—¿Qué... qué puedo hacer? —preguntó, desesperada, Usha. Su bolsa, con todos los artefactos mágicos que los irdas le habían dado, se había quedado tirada, lejos, a los pies de Dougan, y no quedaba tiempo para volver a recogerla.

—¡La Gema Gris! —chilló Dougan—. ¡Intenta atraparlos con la Gema Gris! Te ayudaré muchacha. ¡Puedes hacerlo!

Usha no las tenía todas consigo sobre eso, pero no se le ocurría otra cosa. Tenía que actuar deprisa. La oscuridad se estaba tragando a Palin y casi tenía envuelto a Tasslehoff.

Sosteniendo una mitad de la Gema Gris en cada mano, Usha se deslizó sigilosamente hacia los seres de sombras.

—¡No los mires, muchacha! —advirtió Dougan—. ¡Hagas lo que hagas, no los mires!

Usha no quería mirarlos. Cada vez que su vista pasaba fugaz sobre ellos, la joven se estremecía de terror de pies a cabeza. Fijó los ojos en Palin, en su amado rostro, ahora contraído por el pavor.

Y entonces, de repente, Usha estaba de pie ante sí misma.

La muchacha parpadeó, sorprendida y aterrada.

—¡No mires sus ojos, muchacha! —aulló el enano—. ¡No lo hagas!

Usha miró a Palin, se concentró en él, hizo caso omiso de la voz del ser que intentaba atraerla hacia su oscuridad. Con la cabeza vuelta, extendió las manos a ciegas y arremetió con la Gema Gris a la imagen de sí misma.

Un horrible, doloroso, entumecedor frío le heló los dedos. Estuvo a punto de soltar la joya. El dolor era insoportable, como si por sus venas corrieran agujas de hielo. Estaba perdiendo el sentido, cayendo hacia la oscuridad.

—¡Atrápalo! —ordenó Dougan— ¡Mételo dentro de la joya!

Desesperadamente, Usha cerró con un golpe las dos mitades de la Gema Gris.

El frío se tornó calor.

La oscuridad se hizo luz.

Los seres de sombras desaparecieron.

Usha miró a su alrededor, aturdida, preguntándose si realmente habían estado allí. Bajó la vista hacia la Gema Gris, que sostenía apretada entre sus manos, y empezó a temblar.

Dougan llegó a todo correr, jadeando y resoplando, sus gruesas botas metiendo ruido y levantando nubes de sofocante ceniza.

—¡Bien hecho, muchacha! Bien hecho. Ahora los tenemos. —En un murmullo para sí dijo:— Por lo menos, algunos de ellos. —Luego se apresuró a añadir:— Yo la cogeré. —Y le arrebató a Usha la Gema Gris.

La joven había querido la joya antes, pero ahora estaba más que satisfecha de librarse de ella.

—¿Palin? —dijo con ansiedad mientras agarraba al mago de la manga—. Palin, ¿te encuentras bien?

El joven miraba fijamente al frente, con aquella espantosa expresión impresa en su pálido semblante. El sonido de la voz de Usha, el contacto de su mano, hizo que girara la cabeza lentamente.

—Palin.
Soy
Palin.

La muchacha le echó los brazos al cuello.

Él la abrazó, estrechándola contra sí, con los ojos cerrados, el cuerpo tembloroso.

Dougan se inclinó sobre Tasslehoff.

El kender había caído de rodillas; todavía tenía la cucharilla sujeta en la mano, y sollozaba mientras repetía una y otra vez:

—¡No soy nada! ¡No soy nada! ¡No soy nada!

—¡Eh, chico! ¡Se han marchado! —llamó Dougan mientras palmeaba al kender en la espalda con la sana intención de reanimarlo, pero que tuvo el efecto de dejarle los pulmones casi sin aire.

Tas se puso a toser y a resollar y a parpadear. Al ver a Dougan, esbozó una vaga sonrisa.

—Ah, hola.

—¿Me reconoces, muchacho? —preguntó el enano con ansiedad.

—Pues claro. Eres Reorx.

Dougan sacudió la cabeza.

—Dejemos eso ahora. Lo importante es si sabes quién eres tú. ¿Lo recuerdas, muchacho?

Tasslehoff soltó un suspiro de alivio y contento que empezó en la punta de sus calzas amarillas y lo recorrió cálidamente por todo el cuerpo. Abrió los brazos al máximo.

—¡Sí que lo sé! ¡Soy yo! ¡Yo!

La Gema Gris estaba en las manos del enano, que de repente parecía muy viejo. Le temblaban los dedos, tenía el rostro macilento y ajado. Se había quitado el sombrero con la llamativa pluma y lo había dejado a un lado. Sus ropas estaban cubiertas de ceniza, llevaba los botones desabrochados, las puntillas colgando. Sostuvo la gema y la contempló con tristeza mientras inhalaba profunda, temblorosamente.

—Recuerdo bien el día en que la creé —dijo—. Una parte minúscula de Caos, eso era todo cuanto quería, todo cuanto necesitaba. Nada más que unos cabellos, o un trocito de uña, para expresarlo en términos mortales. Pero Él andaba rondando por allí, fisgoneando, como siempre. Nuestro mundo, el mundo que habíamos creado sin contar con Él, funcionaba ya para entonces, ¿comprendéis? No podía soportarlo. El desorden, la confusión, la anarquía... Habría disfrutado viendo nuestra creación hundiéndose en todo eso.

»
Sobre todo detestaba mi forja. Dar forma, concebir, producir cosas, era un anatema para Él. La destrucción: eso era lo que le gustaba.

»
Él mismo tenía muchos hijos, pero, de todos, tres eran sus preferidos: Paladine, Takhisis y Gilean. Les dio gran poder, y después se puso furioso cuando lo utilizaron; y, a su modo de ver, lo utilizaron para contrariarlo, para oponerse a sus designios, para hacer un mundo y después poblarlo con seres vivientes, a los que dieron la vida infundiéndoles el aliento de los dioses, para que así pudieran continuar creando, construyendo, ordenando. Ninguno de sus otros hijos se había atrevido jamás a intentar algo así. No podía soportarlo.

»
Deseaba destruirlo, pero éramos demasiado poderosos y se lo impedimos. Él había proporcionado a sus hijos los medios para hacerlo, ¿comprendéis? ¡Y cómo lo lamentaba ahora! Despreciaba a Paladine y Takhisis, los dos que siempre habían anhelado el orden, tramando e intrigando para conseguirlo. Gilean era su hijo favorito, pero resultó ser una triste decepción para Él.

»
Fue a causa de Gilean, creo, por lo que Caos contuvo el deseo de destruir al principio el mundo recién poblado. Pensó que Gilean se ocuparía de que Él lo reinara. Pero Gilean había tenido siempre una inclinación estudiosa, con la nariz metida en un libro, reacio a que lo molestaran. Y, así, Paladine y Takhisis lo hicieron a su modo, y el equilibrio fue cambiando hacia uno u otro lado, con Gilean en medio, pasando páginas. —Dougan contempló los dos fragmentos de la joya, sopesándolos y observando intensamente el centro hueco.

»
Dicen que lo atrapé dentro, que intenté agarrar una pequeña fracción de Caos para meterla aquí y acabé introduciendo la totalidad. La gema tenía que ser un apuntalamiento, ¿comprendéis? Haría lo que Gilean, absorto en sus libros, no estaba haciendo. El plan me pareció bueno en aquel momento. Quizá, si lo hubiera pensado bien... Pero no lo hice, y el asunto acabó como acabó.

»
Pero mi intención no era atraparlo. No.

»
Él lo hizo adrede. Vio su oportunidad y la aprovechó. Se coló en la gema justo antes de que yo la sellara. Fue Él mismo quien se remontó y sobrevoló por todo el mundo, cambiando esto y alterando aquello, sumiendo en el desorden todo lo que habíamos hecho. Y qué bien lo estaba pasando: guerras, el Cataclismo, sus hijos luchando entre ellos... Y entonces van los irdas y le estropean la diversión, ¿comprendéis? Rompieron la gema y acabaron con su juego. Así que ahora brama, despotrica y se encoleriza, y, puesto que ya no puede influir en el mundo, lo destruirá. Ésa es la verdad del asunto, a mi modo de ver.

El enano asintió con la cabeza enérgicamente, y, apoyando la gema sobre sus rodillas con cuidado, se enjugó el sudor del rostro con la mano.

Palin rebulló, inquieto.

—Así que tú no tienes la culpa —dijo—. Ni Paladine ni Takhisis. Nadie la tiene, al parecer. Todo eso está muy bien, pero supongo que poco importará si hay o no un culpable cuando nuestro mundo esté roto como esta maldita gema y todos estemos muertos y olvidados.

—Cierto, muchacho —manifestó Dougan broncamente.

—Pero tiene que haber algún modo de que podamos derrotar a Caos —comentó Tasslehoff—. Ahora hemos recuperado la Gema Gris. Supongo que no podría sostenerla un momentito, ¿eh? Te la devolvería enseguida...

—¡Apártate! —ordenó Dougan ferozmente mientras apretaba la joya contra su pecho y lanzaba al kender una mirada furibunda—. ¡Vamos, vete allí! No, más atrás. Más...

—Si me alejo más, caeré por el borde de la isla —protestó Tas.

—¡Vete con viento fresco! —rezongó el enano.

—Quédate donde estás —dijo Palin al kender—. Mira, Dougan o Reorx o quienquiera que seas, ¡tenemos que hacer algo!

—La joya destruyó a los seres de sombras —señaló Usha con tono esperanzado.

—No a todos —la corrigió Dougan—. No creo que diera resultado. Los seres de sombras se extenderán sobre el mundo como la más oscura noche, empezando por la Torre del Sumo Sacerdote. Es allí donde Caos imagina que puede golpear con mayor fuerza a sus dos hijos más poderosos, Paladine y Takhisis, ¿comprendéis? Una vez que estén destruidos ambos, y eso ocurrirá si la Torre del Sumo Sacerdote cae, entonces enviará a sus legiones de demonios por el resto del mundo.

—Entonces deberíamos ir a la torre —dijo Palin, frustrado—. Podemos utilizar la Gema Gris para ayudar a los caballeros a derrotar a Caos...

—Los caballeros ya tienen ayuda, chico, aunque quizá no lo sepan. Los otros dioses no se han quedado de brazos cruzados, y sus fuerzas están actuando por todo Ansalon. Pero ésta —Dougan acarició la Gema Gris—, ésta es la clave de todo. Si mi idea funciona, podremos detenerlo y mandarlos a Él y a sus huestes bien lejos.

—Tienes un plan, entonces —dijo Palin.

—¿Dices que queréis hacer algo? —preguntó el enano, mirándolo con expresión astuta.

—Por supuesto —repuso el joven, impaciente—. Queremos hacer cuanto sea posible.

—¿Incluso si es algo tan peligroso que lo más probable es que no salgáis con vida? ¿O que incluso si sobrevivís habréis cambiado para siempre?

—¡Yo voy también! —intervino Tasslehoff, levantando la mano—. ¡Raistlin dijo que podía ir!

—Correré el riesgo. —Usha miró hacia atrás, a los pinos muertos, donde habían estado los seres de sombras—. Nada puede ser peor que eso.

—¿Qué te apuestas? —gruñó el enano.

—Por lo que dices, todo el mundo en Ansalon se enfrentará al peligro. Queremos correr su misma suerte. ¿Qué tenemos que hacer?

Dougan levantó las dos mitades de la Gema Gris, una en cada mano.

—Tenéis que capturar a Caos, volver a meterlo dentro.

—¡Estás loco! —exclamó Palin con voz ahogada—. ¡Eso es algo imposible para nosotros! ¡No somos dioses!


Es
posible, muchacho. Lo he planeado todo. He hablado con los demás y creen que puede funcionar. En cuanto a nosotros, los dioses, tenemos nuestros propios problemas. Paladine ha accedido a ayudarnos si sobrevive. En cuanto a Takhisis, a pesar de su situación desesperada, sigue luchando para dominar el mundo. Haría mucho mejor si luchara por su propia supervivencia, pero está tan ciega de ambición que no lo ve. Se está combatiendo en la Torre del Sumo Sacerdote. —Dougan soltó un suspiro borrascoso.

»
Tal vez Takhisis aún pueda ganar. Si lo hace, por fin estará en la cima. Pero tal vez se encuentre a sí misma en la cima de un gran montón de cenizas.

35

El Guerrero Oscuro.

Conspiración.

La naturaleza del enemigo

Los caballeros combatían bajo el rojo ardiente del sol que no se ponía. La chillona luz teñía las hojas de sus espadas y las puntas de sus lanzas como si llamearan. Los Caballeros de Takhisis se habían concentrado para defender la Torre del Sumo Sacerdote contra un enemigo espantoso, letal.

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