La hija de la casa Baenre (7 page)

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Authors: Elaine Cunningham

—Sí —respondió ella en voz tensa y sin inflexiones.

Lo sabía muy bien. Y por fin, el frenético parloteo del drow empezó a tener sentido. Él realmente no sabía nada del ataque de Bythnara; todo lo que había visto era a Liriel matando a su amante, y su única preocupación ahora era su propia supervivencia. El asesinato —porque eso era a los ojos de Syzwick— era perfectamente aceptable, incluso loable, entre los elfos oscuros, siempre y cuando no pudiera probarse. Syzwick era un testigo, y esperaba realmente ser eliminado, de modo que suplicaba por su vida, y prometía jurar que Liriel había actuado en defensa propia.

¡Qué irónico que al hacer eso el drow estuviera diciendo la verdad!, se dijo ella como aturdida. Pero jamás conseguiría convencerlo realmente de ello. Ni tampoco, por motivos que no acababa de comprender por completo, deseaba ella intentarlo.

—Bythnara resbaló y cayó al agua —dijo por fin.

La frente de Syzwick se arrugó perpleja, y aguardó a que Liriel se explicara. Cuando ésta no lo hizo, aceptó la mentira con un enérgico cabeceo.

—Bythnara se había inclinado para coger un pez cuando el bote dio contra uno de esos remolinos —dijo, improvisando—. Empezamos a dar vueltas en círculo. Ella perdió el equilibrio y cayó. Intentamos cogerla, sin embargo los
pyrimos
cayeron sobre ella con demasiada velocidad.

Contuvo la respiración mientras aguardaba la respuesta de la mujer. Poco a poco, una sombría sonrisa fue apareciendo en el rostro de Liriel, y Syzwick soltó un suspiro de profundo alivio.

—Una cosa más.

—Cualquier cosa —juró él con fervor.

—Planear una acción requiere pensar en muchas cosas; tú lo sabes. Pero una vez hecho, intenta que todo sea sencillo, ¿de acuerdo?

—Bythnara resbaló y cayó —repitió él, tras permanecer silencioso unos instantes.

—Buen chico —repuso en tono seco—. También debes tener en cuenta que los
pyrimos
pueden matar en más de un modo. No me gustaría que uno de mis invitados a la cena contrajera, digamos, una indigestión fatal.

—No diré una palabra —prometió—. Jamás.

Liriel asintió, y su sonrisa ocultó más de lo que le gustó reconocer.

—En ese caso, regresemos con estos peces a Menzoberranzan.

Liriel se dijo que estaba siendo uno de esos días en que nada parecía salir según los planes. Su intención había sido devolver a Syzwick a la ciudad junto con la mayor parte de la captura de
pyrimos
, luego regresar a la Antípoda Oscura para hacer negocios con el resto del material tóxico. Tenía varios tratos que cerrar, algunos conjuros que aprender, una clase práctica a la que asistir, unas cuantas cuentas que ajustar y una cita con cierto mercenario; todo ello antes de que se iniciaran las festividades de la noche. En resumen, se suponía que iba a ser un día de lo más corriente.

Primero tuvo lugar el «accidente» de caza; luego, justo cuando abandonaba su casa —un castillo en miniatura en Narbondellyn que su padre le había dado en su vigésimo primer cumpleaños— la alarma silenciosa de su anillo Baenre empezó a vibrar.

Liriel frunció el entrecejo, molesta, mientras rebuscaba en el fondo de su bolsa para localizar el anillo. Se suponía que debía lucir la sortija a todas horas, pero ella jamás llevaba anillos; sus largas y bien proporcionadas manos eran uno de sus rasgos favoritos, y le gustaba adornarlas con complicados tatuajes pintados y reluciente esmalte de uñas, pero se negaba a llevar anillos. Podía competir en el lanzamiento de cuchillos con el mejor asesino de tabernas y, aunque la mayoría de drows sostenía que las joyas no perjudicaban su puntería, Liriel se decía que ya corría suficientes riesgos sin añadir aquel escollo en concreto.

Encontró el anillo y lo apretó con fuerza en la mano. Sí, allí estaba: una silenciosa alarma mágica, sincronizada sólo con sus sentidos. Lo había oído únicamente en otra ocasión, cuando se le entregó el anillo hacía un par de docenas de años. Todos los nobles de Menzoberranzan llevaban una insignia de su casa; la casa Baenre iba un poco más lejos y mantenía a cada uno de sus miembros sujeto por una traílla mágica, de modo que, en cuanto sonaba la alarma, se suponía que el Baenre en cuestión debía dejarlo todo y correr a la fortaleza familiar. Hasta ahora, Liriel había sido dispensada de tales comparecencias. Farfullando imprecaciones, la joven ensilló su montura lagarto y la espoleó en dirección a la mansión ancestral.

La casa Baenre era una residencia imponente. Las formaciones naturales de roca ya resultaban sorprendentes de por sí, pero a lo largo de los siglos las matronas Baenre habían añadido complejas esculturas, cúpulas bulbosas resaltadas con fuegos fatuos y una verja mágica en forma de telaraña tejida supuestamente por la misma Lloth. En opinión de Liriel, resultaba un poco excesivo; la decadencia resultaba agradable y estaba bien, pero aquello era una exageración.

La entrada se abrió de par en par cuando se acercó y una fila de soldados Baenre le dedicó una profunda reverencia. Una sirvienta ogresa se adelantó presurosa para hacerse cargo de su montura, y una escolta de ocho mujeres armadas —la selecta guardia de la madre matrona— la condujo por las sinuosas salas hacia el centro mismo del castillo: la capilla Baenre. Aquello empezaba a oler muy mal, se dijo la joven con expresión sombría mientras avanzaba bajo la sombra de calor de su escolta.

Una reunión más impresionante aguardaba su llegada en la capilla. Había dos sacerdotisas poderosas: Sos'Umptu, guardiana de la capilla, con su tétrica túnica de sacerdotisa y su rostro cansino y piadoso, y Triel, la recién ascendida madre matrona. De las dos, Liriel prefería con mucho a la aburrida y desaliñada Sos'Umptu, pues aunque la guardiana apenas abandonaba su amada capilla, al menos mostraba fervor por algo. Triel, por otra parte, era una araña de dos patas: fría, totalmente práctica y despiadadamente eficiente. Gomph permanecía en pie, muy tieso, junto a sus hermanas, y Liriel se animó al ver a su padre hasta que reparó en su expresión sombría. Y alzándose por encima de los hermanos Baenre estaba una gigantesca ilusión mágica, un tributo a Lloth que se transformaba sin cesar para pasar del aspecto de enorme araña negra al de hermosa mujer drow. Gomph había creado aquella ilusión hacía unos cincuenta años para aplacar a la anterior matrona y se rumoreaba que aquel tributo a la Reina Araña había comprado la vida del impío archimago, que había enojado a su madre con demasiada frecuencia. Lo que resultaba menos conocido era que había modelado la imagen de la drow a imagen y semejanza de su amante de aquel momento. Liriel no recordaba el rostro de su madre, fallecida mucho tiempo atrás, pero su propio parecido con la araña-drow era extraño e inquietante. La joven drow aspiró con fuerza y penetró en la capilla.

—Aquí estás por fin —indicó Triel con voz fría.

—A tus órdenes, tía Triel —saludó Liriel con una profunda reverencia.

—Matrona Triel —reprendió Sos'Umptu con aspereza, con el agravio ante tal falta de respeto claramente escrito en el rostro. La mujer tomó aliento y se dispuso a lanzar su acostumbrada diatriba.

Pero Triel agitó una mano para acallar a su hermana, luego se inclinó al frente y clavó en Liriel una larga y escrutadora mirada.

—Se me ha comunicado que has celebrado hace ya tiempo tu vigésimo quinto aniversario. Sin embargo no te has inscrito en la Academia como marca la costumbre y la ley para todos aquellos de sangre noble. Son casi quince años desperdiciados en frivolidades, cuando debieras haberte preparado para servir a la casa Baenre.

—He usado bien ese tiempo —declaró Liriel, alzando la barbilla y contemplando a la matrona cara a cara—. Mi padre —prosiguió con énfasis, dirigiendo una veloz mirada intencionada al archimago— se ocupó de que recibiera las mejores enseñanzas mágicas posibles.

—No has estudiado en Sorcere —señaló Triel, nombrando la escuela de magia.

—Técnicamente no —reconoció ella.

Gomph se había negado a apadrinarla en Sorcere, alegando que por ser el único miembro del sexo femenino allí y su hija, sería objetivo de muchas intrigas y acarrearía excesivas controversias. Tras prometerle que no sufriría la falta de tal adiestramiento, utilizó su poder y riqueza para conseguirle los mejores tutores y le proporcionó una generosa renta que le permitía adquirir todos los libros y componentes para hechizos que le apetecieran. La muchacha dirigió una veloz mirada a su padre, esperando recibir su apoyo, pero la expresión reservada del archimago le indicó que no podía esperar ayuda por su parte.

—No obstante he estudiado con varios de los maestros de Sorcere. Mi tutor actual es Kharza-kzad Xorlarrin —añadió, nombrando a un poderoso hechicero que se especializaba en la creación de varitas de combate.

—Según todos los informes —resopló Triel en tono burlón—, ¡tú has estado instruyendo al viejo rote, no lo contrario! Los alardes de Kharza-kzad se han extendido desde Sorcere a Melee-Magthere e incluso a Arach-Tinilith. Tus proezas han sido la comidilla de la Academia.

«También las tuyas», pensó Liriel con furia. Era bien sabido que la sacerdotisa no había tomado jamás consorte, y oscuros murmullos sugerían que los gustos de la madre matrona eran bastante pervertidos incluso para los patrones drows. Pero mencionar tales asuntos en voz alta resultaría muy poco sensato, y tampoco veía Liriel ninguna razón para confirmar o negar aquello de lo que alardeaba su tutor, así que respondió al hostigamiento de Triel con una mirada de soslayo.

La matrona Baenre dirigió una ojeada al rostro ceñudo de Gomph, y una sonrisa apenas perceptible elevó las comisuras de sus labios.

—De hecho —prosiguió con suavidad—, creo que podría decirse que hay muchos que aguardan impacientes el día en que finalmente asistas a la Academia.

Vaya. La miserable bruja había mostrado por fin sus armas. A Liriel se le cayó el alma a los pies, pero sabía que no existía modo de evitar el golpe que se avecinaba. Podía imaginar destinos peores, y le costaría aceptar la pérdida de libertad, aunque lo cierto era que disfrutaba con el estudio de la magia. Y los alardeos de Kharza, si bien totalmente falsos, le evitaban la molestia de establecer una reputación como amante de las juergas. Entraría en la Academia con todos los honores, por así decirlo.

—¿Cuándo? —preguntó sin tapujos.

—Teniendo en cuenta que llevas un retraso de quince años, no existe una prisa especial. Mañana estará bien —contestó Triel, y sus ojos rojos relucieron con malicioso regocijo.

—Como ordenes, tía Triel —asintió Liriel—. Me presentaré en Sorcere antes de que Narbondel llegue a su punto medio.

—Me temo que no lo has entendido bien, querida criatura. —La sonrisa de la matrona se ensanchó al añadir con falsa dulzura—: Te presentarás en Arach-Tinilith.

—¿Qué?

La palabra brotó de los labios de Liriel en un alarido de rabia e incredulidad, y la joven giró en redondo para mirar a su padre. El archimago alzó una mano y la expresión de su rostro era tan severa que las protestas y ruegos de su hija murieron antes de ser pronunciados.

—Es la costumbre de la ciudad y el deseo de la matrona Triel —anunció él en tono protocolario.

Con grandes dificultades, la joven drow consiguió asentir. Furiosa con la sacerdotisa por enviarla a la escuela clerical, se sentía casi tan rabiosa consigo misma por caer en la repugnante trampa que la vieja araña le había tendido. Triel le había hecho creer deliberadamente que iría a Sorcere, cuando desde el principio la matrona había tenido la intención de enviarla a la escuela clerical. Liriel no prestó demasiada atención a las instrucciones y despedida de su tía, y sólo percibió vagamente la mano de su padre sobre el hombro, conduciéndola sin demasiados miramientos fuera de la capilla.

Se encontraban casi en la puerta cuando Triel la llamó por su nombre. Paralizada aún por la conmoción, la joven se volvió para contemplar a su pariente de más edad. Toda apariencia de jovialidad había desaparecido del rostro de la matrona, y Liriel quedó estupefacta ante la triunfal y gélida malicia de los ojos entrecerrados de su antagonista.

—Escucha con atención, muchacha: una vez en la Academia seguirás las mismas normas que cualquier otra novicia. Se espera mucho de ti. Sobresaldrás en tus estudios, mantendrás el honor de la casa Baenre y obtendrás el favor de Lloth, o no sobrevivirás. Es así de sencillo. —Dedicó a Gomph una mirada maliciosa, y a Liriel una sonrisa helada—. Pero te queda una última noche para ir de juerga. Que te diviertas.

—Que te diviertas —parodió ella con amargura mientras recorría con su padre el vestíbulo—. Esto, proviniendo de alguien cuya idea de la diversión implica azotar a la gente con serpientes.

Su blasfemo comentario arrancó una risita escandalizada a Gomph.

—Debes aprender a contener tu lengua —la reconvino—. Entre las maestras de la Academia no es común el sentido del humor.

—¡Bien que lo sé! Padre, ¿realmente debo convertirme en sacerdotisa? —inquirió—. ¿No puedes hacer algo para detenerlo?

Liriel comprendió que sus palabras eran un error en cuanto las pronunció. Todo aquel que señalara al orgulloso y frustrado Gomph que existían límites a su poder no tardaba en desaparecer del mundo de los vivos. Pero el esperado exabrupto no se produjo.

—Es mi deseo que te conviertas en sacerdotisa —respondió el archimago con frialdad.

Mentía, desde luego, y no hacía ningún esfuerzo por ocultarlo. ¿Acaso no era el futuro de la joven digno siquiera de aquel pequeño esfuerzo?

—Posees muchas aptitudes —continuó él— y como sacerdotisa podrías lograr muchas cosas.

—Para mayor gloria de la casa Baenre —repuso ella en tono amargo.

—Eso también —asintió Gomph, enigmático; luego permaneció en silencio un buen rato, como si sopesara con cuidado sus próximas palabras—. ¿Sabes por qué se nos tolera a los hechiceros en Menzoberranzan?

Liriel lanzó una veloz y sobresaltada ojeada a su progenitor.

—¿Para prácticas de tiro?

—¡No seas impertinente conmigo! —le espetó el archimago—. Es importante que lo comprendas. Considera esto: Lloth es la única deidad reconocida en la ciudad y sus sacerdotisas gobiernan virtualmente sin oposición. ¿Para qué necesita Menzoberranzan varones, excepto para procrear más sacerdotisas? ¿Por qué conceder a los varones el poder de utilizar magia?

—Muy pocas mujeres drows, al menos en Menzoberranzan, poseen la clase de talento mágico innato necesario para la hechicería —respondió ella.

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