La hija de la casa Baenre (11 page)

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Authors: Elaine Cunningham

El bote chocó contra el agua del fondo en una perfecta zambullida y se hundió hacia las profundidades. Cuando el descenso empezó a perder velocidad por fin, Liriel salió de la embarcación y nadó hacia arriba. Salió a la superficie y aspiró aire medio asfixiada, luego se dirigió a la rocosa orilla con poderosas y uniformes brazadas. Rodó de espaldas sobre el terraplén y se quedó allí tumbada, agotada pero triunfante. ¡Había sobrevivido a otra carrera más!

Tras unos instantes de descanso para recuperar el aliento, la joven se sentó y examinó los alrededores con orgullo. La catarata finalizaba en un largo y gélido estanque rodeado por las rocosas paredes de una gruta profundamente enterrada. Cuevas y nichos estaban desperdigados por doquier, pidiendo a gritos ser explorados. Una misteriosa luz azul y verde inundaba la caverna, pues allí las rocas emitían el extraño poder radiactivo que sólo se daba en la Antípoda Oscura. Tales lugares de poder, conocidos como
faerzress
, eran muy valorados por los drows y celosamente custodiados. Aquél le pertenecía únicamente a Liriel, y ésta lo ganaba de nuevo cada vez que realizaba el traicionero trayecto.

Un seco murmullo metálico brotó de las profundidades de una cueva cercana, un sonido parecido al de una cota de mallas arrastrada sobre roca. Luego se oyó el veloz chasquido de unas garras, el enojado rugido de alguna criatura enorme que se disponía a expulsar a la invasora de su hogar. Liriel se puso en pie de un salto justo en el mismo instante en que el dragón de las profundidades surgía de su guarida.

Fyodor se dejó caer contra la rocosa pared del túnel, y sus ojos se cerraron de mutuo acuerdo. Resultaba extraño, se dijo, que la oscuridad no se intensificara cuando cerraba los ojos. Los abrió y cerró varias veces y no consiguió discernir la menor diferencia. Jamás en su vida había contemplado tal oscuridad, ni siquiera en la noche invernal más oscura. Lo envolvía de un modo más asfixiante que los estrechos túneles por los que había avanzado a trompicones o que toneladas de tierra y piedra amontonadas sobre su cabeza. Así pues, aquello era la Antípoda Oscura.

Podía oír las tenues y cada vez más débiles pisadas de los ladrones drows, pero era incapaz de discernir de dónde provenía el sonido, pues éste jugaba malas pasadas allí abajo, rebotando en los muros de los túneles y resonando a través de la piedra. Las pisadas también quedaban distorsionadas por otros ruidos: el goteo constante del agua, el repiqueteo de rocas y tierra sueltas al caer, el veloz correteo de pequeñas criaturas que no veía. Los túneles eran tan sinuosos, estaban tan llenos de recodos e inesperadas pendientes y ascensiones, que Fyodor ni siquiera podía decir si los drows estaban por encima o por debajo de él. Puede que fuera un magnífico rastreador en su propia tierra, pero se hallaba muy, muy lejos de su hogar.

Tras varios instantes de debate interno, el joven palpó en su mochila y sacó un bastón y un pedazo de tela. Ató la tela alrededor del extremo del bastón, luego alargó la mano hacia el frasco guardado en el interior de su faja. Vertió con cuidado un poco de líquido sobre la tela, y luego rebuscó en la bolsa para localizar el pedernal y la chispa.

Las chispas iluminaron la oscuridad como relámpagos y la antorcha se encendió. Bajo la repentina explosión de luz, Fyodor obtuvo su primera visión de la Antípoda Oscura.

—Por la madre de todos los dioses —musitó con una mezcla de horror y asombro.

Se hallaba en una cueva, más grande de lo que nunca hubiera imaginado. El techo describía un arco muy por encima de su cabeza, y largas y retorcidas agujas de piedra descendían en picado hacia el suelo. El sendero que seguía tenía un sólido muro de roca a lo largo de un lado y un precipicio perpendicular en el otro, y justo unos pasos más allá de donde se encontraba, el camino descendía cientos de metros hacia el interior de un desfiladero. En el otro extremo de la línea divisoria había una cortina de roca llena de agujeros que recordaba un panal gigantesco. Tras ella Fyodor distinguió más senderos que ascendían tortuosamente por las empinadas paredes del farallón y aberturas que no podían ser otra cosa que más túneles. Maravillosos puentes construidos de piedra y magia salvaban el desfiladero a diferentes niveles. Aquel lugar era un cruce de caminos construido a través de incontables siglos por culturas extrañas e incognoscibles, y su inmensidad y complejidad abrumaban al joven como ni siquiera podía hacerlo la oscuridad.

No obstante, dejó de lado tales pensamientos y siguió adelante con su búsqueda y, dejándose caer sobre una rodilla, examinó el suelo de roca. Por fin encontró una marca: una única gota de aguanieve casi derretida. Los ladrones drows habían pasado por allí.

Fyodor siguió el rastro de humedad cada vez más imperceptible hasta el interior de un túnel lateral, sabiendo mientras lo hacía que cada paso lo aproximaba más a la muerte. No tenía ni idea de dónde estaba, ni conocía modo alguno de regresar a la superficie una vez que hubiera recuperado el precioso amuleto. Había penetrado en la Antípoda Oscura totalmente consciente del peligro —a decir verdad, también de la aparente futilidad— de aquella conducta, pero ¿qué otra elección tenía? Sin el amuleto moriría. A lo mejor su hora tardaría un año en llegar; a lo mejor llegaría mañana mismo.

Sin advertencia previa, una gigantesca criatura con aspecto de insecto apareció en el círculo de luz de la antorcha de Fyodor. De un tono verde oscuro y con una longitud de metro y medio, el monstruo parecía el infernal producto de un cruce entre una araña y un escorpión. No tenía ojos que el joven pudiera ver, pero su excitado chirriar dejó bien claro que percibía la presencia del hombre. Unas antenas largas como látigos tantearon a un lado y a otro en busca de su presa, y las enormes pinzas de sus patas delanteras cubiertas de púas se abrieron y cerraron con fuerza varias veces con el mismo sonido que trampas de acero al cerrarse.

Tal vez, meditó Fyodor sombrío, su hora había llegado.

Liriel permaneció totalmente inmóvil mientras el dragón de las profundidades avanzaba lentamente hacia ella. Las dos fauces llenas de afilados dientes de la criatura goteaban anticipándose al banquete, y sus dos cabezas se balanceaban al andar. Aquel dragón era un fenómeno, un raro producto de la extraña radiación de la Antípoda Oscura. Más pequeño que la mayoría de los de su raza —tan sólo quince metros desde la punta de sus dos cabezas astadas hasta la punta de su única cola— la criatura estaba cubierta de relucientes escamas moradas que emitían su propia luz sobrenatural.

La bestia de dos cabezas empezó a describir un círculo alrededor de Liriel, como un lagarto doméstico jugando con una sentenciada rata. La cabeza de la derecha lucía una expresión de fatigada resignación, la de la izquierda, una maliciosa, aunque ligeramente atontada, sonrisa.

—Pequeña sí es —gorjeó la cabeza sonriente del dragón, mirando de pies a cabeza a la oscura joven elfa—. Apenas suficiente para molestarse en compartirla. Yo me comeré a ésta, y tú te puedes comer al siguiente drow que aparezca, ¿de acuerdo?

—No seas tan idiota —espetó la cabeza de la derecha con una voz profunda y áspera, pero femenina—. Llevamos a cabo este ridículo juego cada vez que viene. Empieza a estar muy visto. ¡Cómete a la drow o no te la comas, y acabemos con esto!

—Hola, Zz'Pzora —saludó Liriel, dirigiéndose a las dos cabezas y extendiendo las manos para mostrar que no llevaba armas—. Os he traído las golosinas de costumbre.

—¿Y un vestido para mí? —inquirió ansiosa la cabeza izquierda—. ¡Necesitaré algo que ponerme para asistir a la próxima cena de Suzonia!

—Salimos tan poco... —dijo con seco sarcasmo la cabeza derecha, poniendo los ojos en blanco—. Y es tan importante que quedemos bien.

La joven reprimió una sonrisa. La hembra de dragón estaba claramente confusa, pero a menudo resultaba bastante divertida. Las dos cabezas poseían personalidades distintas y bien definidas que casi siempre chocaban entre sí. La cabeza izquierda era vanidosa y frívola, y le gustaba fantasear sobre efectuar visitas a las ciudades de la Antípoda Oscura y retozar en la superficie. La personalidad de la cabeza derecha era más típica de los dragones. Amaba la soledad, los tesoros y los objetos mágicos. Aquella cabeza era la más despierta de las dos, y poseía un ingenio agudo y una lengua sarcástica. Mientras que todos los dragones eran peligrosos e imprevisibles, Zz'Pzora tenía un cierto toque de demencia añadido para hacer las cosas más interesantes. Aun así, Liriel había llegado a considerar a la criatura una amiga. Puede que una amiga enorme, peligrosa e imprevisible, pero no más traicionera que cualquiera de los otros compañeros de la joven drow.

—Voy a buscar vuestras cosas ahora —indicó, señalando en dirección al agua. El bote había salido a la superficie y flotado casi hasta la orilla. Las dos cabezas de la hembra de dragón asintieron con avidez.

Liriel tardó sólo unos minutos en remolcar la embarcación y desenvolver su carga. La criatura devoró veloz los mariscos, mientras las dos cabezas discutían todo el tiempo respecto a los bocados más deliciosos. La testa izquierda lanzó un chillido de gozo al ver el vestido desechado de la joven y suplicó a su compañera que se uniera a ella en El Cambio. Los dragones de las profundidades eran metamorfoseadores natos y podían adoptar a voluntad tanto el aspecto de reptil como el de drow. La apariencia drow de Zz'Pzora no poseía más que una cabeza, pero incluso aquella forma no podía otorgar al ser el anhelo de su cabeza izquierda de disfrutar de compañía. La drow-dragón tenía facciones nada drows: redondos ojos oscuros; una nariz chata, y gruesos labios fruncidos. Su piel mantenía el brillante tono morado de las escamas del dragón y proyectaba la misma tenue luz morada de siempre. Cualquiera que fuera su aspecto Zz'Pzora resultaba, por no decir otra cosa peor, llamativa.

Indiferente a tales limitaciones, la hembra de dragón con aspecto de drow se introdujo en el vestido y, luego, con las manos apoyadas en las caderas, paseó por la orilla en una atrevida parodia de los andares provocativos de una seductora.

—Te queda muy favorecedor, Zip —murmuró Liriel, esforzándose por evitar que la risa se reflejara en su voz—. Suzonia se moriría de envidia.

Con un suspiro de satisfacción, la drow-dragón se dejó caer junto a la muchacha, lista para escuchar unos cuantos chismorreos, y Liriel le contó historias sobre su vida en Menzoberranzan: la sucesión de fiestas, las intrigas sociales, incluso el incidente con Bythnara Shobalar.

Una expresión de desasosiego apareció en el morado rostro elfo de la hembra de dragón.

—De modo que una hechicera murió para conseguirme los
pyrimos
. ¡Ojalá me lo hubieras dicho antes! —dijo con la voz profunda y áspera de la personalidad de su cabeza derecha; pero antes de que Liriel pudiera responder, el rostro de la drow-dragón se torció en una sonrisa maliciosa—. Si me lo hubieras dicho, ¡los habría devorado con más gusto aún! —intervino la parte que pertenecía a la cabeza izquierda—. En especial si algunos de esos pescados hubieran comido...

—Tengo que regresar ahora —anunció bruscamente la joven, pues aquello era excesivo incluso para ella—. ¿Dónde están mis armas?

La Zz'Pzora con aspecto de drow señaló en dirección a una pequeña cueva. Una luz azulada se vertía al exterior, marcando el lugar como una fuente especialmente poderosa de la radiante energía.

Liriel se agachó y penetró en el reducido recinto. Allí encontró la bolsa que había dejado con la hembra de dragón dos años atrás. La abrió con impaciencia y sacó un pequeño objeto de metal en forma de araña; las ocho patas estaban perfectamente proporcionadas y dispuestas a intervalos idénticos, y cada una terminaba en una punta afilada. La joven tomó el arma por una pata y lo arrojó a la pared de la cueva. Las patas se hundieron en la piedra.

—Perfecto —musitó.

Con su letal puntería, una daga arrojada podía ocuparse de la mayor parte de criaturas de carne y hueso; aquella nueva arma era capaz de perforar el caparazón de más de un monstruo de la Antípoda Oscura. La elfa oscura desprendió la araña de metal de la roca con su cuchillo, pues no deseaba perder ni uno solo de sus nuevos juguetes, y luego ató la bolsa de hechizadas arañas arrojadizas a su cinturón.

Antes de abandonar la gruta, recogió fragmentos de escamas que se habían desprendido o roto del cuerpo de la hembra de dragón. Las escamas de un dragón de las profundidades era un componente para hechizos raro y valioso y, una vez disueltas en ácido, podían usarse para fabricar la apreciada tinta siempre negra utilizada por los hechiceros drows. Puesto que la pensión que recibía ni empezaba a cubrir sus gastos, Liriel se había ingeniado un lucrativo negocio. Aquellos pedazos de escamas le proporcionarían oro suficiente para financiar más aventuras, comprar más libros y aprender más conjuros.

La elfa se despidió rápidamente de Zz'Pzora y las dos amigas se encaminaron al extremo opuesto de la caverna. Allí, en una pequeña oquedad escondida, colgaba una eslinga de cuero. Liriel se sentó y aspiró con fuerza. Sobre su cabeza se alzaba un largo y recto conducto. La abertura se hallaba demasiado lejos para que pudiera verla, pero sabía por experiencia que la conduciría a un punto situado muy cerca de la entrada a la corriente de agua. Ella y Zz'Pzora habían instalado una serie de cuerdas y poleas en aquel conducto, y la hembra de dragón subiría a Liriel de inmediato y devolvería el bote a su punto de partida cuando tuviera tiempo.

Todavía con el aspecto de drow, Zz'Pzora sujetó las cuerdas. El primer tirón de la criatura lanzó a Liriel hacia lo alto con una violenta sacudida y, mientras la drow se elevaba en una serie de veloces acelerones seguidos por largas y torturantes pausas, ésta deseó fervientemente no haber agotado sus hechizos de levitación por aquel día. No había forma de saber cuándo la maliciosa y caótica personalidad de la hembra de dragón podría derrotar a la cabeza más sensata y el suelo quedaba muy lejos. Al pie del pozo yacían los aplastados restos de viejos huesos, un silencioso testimonio del destino sufrido por otras criaturas que habían caído —o a las que habían arrojado— al pozo.

Pero, una vez más, Liriel realizó el ascenso sin incidentes ni traiciones. Dejó caer tres guijarros que indicaron a la hembra de dragón que había llegado sana y salva, luego sacó su nuevo libro de conjuros de la mochila y desenvolvió las pieles que lo protegían del deterioro y el agua. El libro contenía un hechizo que le permitiría establecer un portal hasta un lugar conocido de su elección. Eligió la Torre de los Hechizos Xorlarrin.

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