La hija de la casa Baenre (14 page)

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Authors: Elaine Cunningham

—Servimos a la diosa del caos —indicó la madre matrona.

—Lloth sea alabada —salmodió la maestra instintivamente—. ¡Pero no tardará en llegar el día en que esa criatura malcriada vaya demasiado lejos!

—Y cuando ese día llegue, Lloth me transmitirá sus instrucciones —gruñó Triel—. ¡Ocúpate de no atreverte a hablar allí donde la Reina Araña no lo hace!

Los ojos de Zeld se abrieron de par en par al darse cuenta de hasta qué punto se había propasado y se dejó caer en una profunda reverencia.

—Te pido tu perdón y el de Lloth —murmuró, y sus dedos se movieron instintivamente para realizar el rito de súplica destinado a evitar caer en desgracia ante la Reina Araña.

—¿Qué tal progresa Liriel en sus estudios? —inquirió la otra, cortando en seco la plegaria de la maestra.

—En algunas cosas sumamente bien —admitió ésta. Su voz era más tranquila ahora y elegía sus palabras con mayor cuidado—. Posee una misteriosa habilidad para aprender y memorizar conjuros. Se rumorea que ha sido adiestrada como hechicera.

Zeld expresó aquel comentario con la inflexión correspondiente a una pregunta, pero Triel sólo respondió con una fría mirada penetrante.

—¿Estáis dejando que avance a su propio ritmo como ordené?

—Lo hacemos, dama matrona. Se ha puesto a prueba a la joven cuidadosamente y hemos descubierto que está lista para avanzar en distintas áreas de estudio. Muestra una sorprendente aptitud para los viajes mágicos. Hoy ha empezado a estudiar los planos inferiores con la clase de duodécimo año. A la velocidad con que aprende, podría ser capaz de convocar a criaturas pequeñas, tal vez incluso andar por los planos, antes de finalizar su primer año. Sin embargo —advirtió Zeld—, Liriel resulta vergonzosamente ignorante en muchas áreas, muy por debajo de los patrones aceptables incluso para una novicia de primer año. Su educación académica ha sido lamentablemente descuidada. No conoce nada de la gran historia de Menzoberranzan, y apenas algo sobre el culto a la Reina Araña. Y si bien comprende el protocolo bastante bien, no tiene ni idea de cómo comportarse entre las filas del clero de Lloth.

—Es tarea vuestra llenar esos huecos —indicó la matrona con frialdad—. Si es cierto que Liriel ha encontrado tiempo para hacer travesuras, entonces eso significa que no se la mantiene debidamente ocupada.

Zeld se quedó rígida, pero sabía muy bien que no debía discutir con la poderosa Triel.

—Tienes mi palabra. La casa Baenre obtendrá otra gran sacerdotisa en un tiempo récord.

—Excelente. Quiero que me mantengáis informada de las actividades de Liriel.

—Oh, estoy segura de que tendrás conocimiento de ellas —repuso la otra en tono seco—. Recuerda que la han puesto en una clase de duodécimo año para estudiar el viaje por los planos. Durante al menos parte del día, Liriel y Shakti Hunzrin serán compañeras de clase.

En la intimidad de su dormitorio, Shakti Hunzrin arrojó su pérfido tridente contra la pared. El impacto del arma y su ruidoso descenso quedaron ahogados por los alaridos rabiosos de la sacerdotisa.

Los siguientes objetos que salieron volando fueron las ropas de la drow. De una forma u otra, sus prendas habían quedado impregnadas del olor del estiércol de rote y la enfurecida mujer las desgarró y lanzó lejos. Fue hacia él baño con pasos lentos y olfateó el agua de la jarra. Al menos eso no había quedado contaminado con el olor, se dijo sombría, y, tras verter un poco de agua en la palangana, empezó a frotarse el cuerpo con una esponja.

En la mente de Shakti no existía la menor duda de quién era responsable de aquel último ultraje. Recordaba la incredulidad y rabia en los ojos de Liriel cuando había ordenado a la nueva alumna que le sirviera durante el desayuno. Shakti había estado en su derecho al hacerlo, sin embargo la joven drow le había negado abierta y descaradamente el respeto que se había ganado durante doce años de duro trabajo en aquella prisión con forma de araña. Y lo que era aún peor, ¡la muy descarada no había sido castigada por ello!

Un ejemplo más, se dijo con amargura, de lo mal gobernada que estaba la ciudad. Las sacerdotisas fijaban las normas y las violaban a voluntad. A los ojos de Shakti, Liriel podía hacer todo lo que se le antojara sólo por el nombre que había heredado. Una Baenre no podía hacer nada mal, por lo que parecía, ni siquiera después de que la vieja matrona hubiera conducido a Menzoberranzan casi a la ruina. Pero fuera lo que fuese lo que los últimos dos días hubieran traído, al menos habían dado a Shakti algo en lo que centrar su rabia, su resentimiento y su frustración. Todo lo que iba mal en Menzoberranzan tenía finalmente un nombre.

Shakti odiaba a Liriel Baenre, y la pureza y fuerza de esa emoción sobrepasaba cualquier cosa que la joven sacerdotisa hubiera experimentado antes. Odiaba a Liriel por haber nacido dentro de la familia real, y por toda la confusión provocada por el largo reinado y la desastrosa guerra de su abuela. Odiaba a la muchacha por su belleza y su instantánea popularidad dentro de la Academia. La odiaba también por su agudo ingenio; siempre que la joven drow andaba por ahí, Shakti tenía la sensación de que se estaba contando alguna gracia de la que ella no se enteraba, y lo que era peor aún, se sentía segura de que ella era el blanco de esa agudeza. Odiaba a la muchacha por su agilidad mental y la facilidad con que aprendía cosas que debieran haberle llevado años de arduo trabajo; pero más que nada, Shakti odiaba a Liriel por la libertad de que había disfrutado durante quince años. A ella le habían obligado a entrar en la Academia al inicio de la pubertad. ¿Por qué había que tratar de un modo distinto a una Baenre? Por todas esas injusticias, se juró la sacerdotisa Hunzrin, Liriel Baenre pagaría muy caro.

La elfa oscura se vistió y armó rápidamente, luego se escabulló por los sinuosos corredores que conducían al dormitorio de las alumnas de primer año. A Liriel, claro está, se le había dado su propia habitación a pesar de que la mayoría de las sacerdotisas tenían que convivir en parejas o tríos hasta su quinto año de estudio. Todas las alumnas de primer año estaban en clase, una lección de varias horas sobre las atrocidades cometidas contra los drows por otros elfos, seguida de la acostumbrada exhortación a extender la gloria de Lloth conquistando primero la Antípoda Oscura y luego exterminando todas las otras razas de elfos. Era un magnífico discurso, se dijo Shakti con amargura y del que, como de costumbre, las sacerdotisas que poseían el poder hacían caso omiso. Cuando Menzoberranzan había ido finalmente a la guerra, lo había hecho contra una lejana colmena de zánganos enanos y ¿qué tenía que ver aquel desastroso intento con el Primer y Segundo Preceptos de Lloth? Menos que nada, rezongó para sí Shakti. Pero aunque no sirviera para nada más, al menos la sesión de adoctrinamiento le concedería la soledad que necesitaba para la tarea que la aguardaba.

Lo que la mujer pensaba hacer era muy arriesgado, pero no estaba de humor para considerar sutilezas. Localizó la habitación de Liriel, luego lanzó un sencillo conjuro para crear una esfera de silencio a su alrededor y, tras lanzar una veloz mirada a sus espaldas, apuntó con su tridente a la puerta. Fuego mágico brotó de las puntas del arma y el portal de piedra se hizo añicos sin emitir el menor sonido; tras apartar a manotazos el polvo y el humo, Shakti penetró en el aposento.

Su rival no había escatimado gastos en lo relativo a comodidades, observó con amargura la sacerdotisa, pues la habitación de la muchacha no era precisamente la celda sobria y funcional de una novicia. El estrecho camastro había sido reemplazado por una cama flotante cubierta de almohadones de seda; una enorme cómoda dorada ocupaba una pared y una mesa baja de estudio estaba equipada con candelabros de plata y toda una provisión de caras velas de sebo. Magníficas obras de arte colgaban de las paredes y los pies de Shakti se hundieron profundamente en una alfombra de incalculable valor mientras avanzaba hacia el cincelado armario. Abrió violentamente la puerta y empezó a examinar las ropas guardadas en su interior. Las túnicas negras ribeteadas de rojo de una novicia colgaban apretujadas contra una pared del armario; la mayor parte del espacio lo ocupaban trajes de fiesta, escandalosas prendas de ropa interior y camisones, y frívolos zapatos de baile.

Shakti arrugó la nariz. No era extraño que le hubieran dado su propia habitación. Sólo con que a la mitad de aquellas ropas se les diera el uso para el que aparentemente estaban destinadas, ninguna compañera de habitación podría dormir o estudiar.

Pero lo que resultó más interesante para la sacerdotisa fueron las prendas de viaje, las resistentes botas y la colección de corazas y armas dispuestas en un ordenado montón. Era concebible que Liriel pudiera hallar tiempo y oportunidades para lucir sus ropas de fiesta sin abandonar Tier Breche, pero aquel equipo era más apropiado para una patrulla por la Antípoda Oscura que para una orgía estudiantil. Sí, era cierto que los alumnos tenían más libertad para abandonar la Academia actualmente, pero también estaba claro que a Liriel se le hacía pasar por Arach-Tinilith con desesperada, casi indecente precipitación. La casa Baenre necesitaba grandes sacerdotisas para reconstruir su poder, o acabaría cayendo de su encumbrada posición de mando, y Shakti dudaba seriamente de que la matrona Triel fuera a aprobar que su preciosa sobrina abandonara Arach-Tinilith por cualquier motivo.

Por primera vez en casi tres días, los labios de la sacerdotisa se curvaron en una sonrisa. Por fin, disponía de un arma que usar contra su nueva adversaria. Tal vez tardaría algún tiempo en pescar a Liriel, pero ahora sabía qué esperar.

Sin duda era imposible, se dijo Liriel en tono cansado, que una drow pudiera morir de aburrimiento, pues el hecho de que estuviera sentada en aquella silla, todavía viva y respirando tras escuchar cuatro horas de rimbombante e incoherente diatriba era amplia prueba de ello.

Para su asombro, las otras sacerdotisas novicias parecían sentirse conmovidas por la conferencia. Murmullos de excitado asentimiento, e incluso algún grito ocasional de «¡Lloth sea alabada!» resonaban en la sala de conferencias. Tal vez las otras mujeres sabían disimular mejor, pero Liriel lo dudaba e incluso, de ser cierto, no deseaba agudizar sus aptitudes dramáticas añadiendo sus propias exclamaciones a los coros generales. Se las apañó para tragarse cada uno de los sarcásticos comentarios que le venían a la mente y eso en sí mismo era una sincera ofrenda de respeto a Lloth. Tal comedimiento resultaba dolorosamente antinatural en la joven.

No obstante, la Academia no era tan mala como había temido. Se le había permitido traer unas cuantas sencillas pertenencias de su casa y tenía acceso ilimitado a la maravillosa biblioteca de libros y pergaminos de hechizos de Arach-Tinilith. Ansiaba explorar, también, los mágicos tesoros de Sorcere, pero tuvo el buen sentido de dejar aquel desafío para otra ocasión. Aparte de las conferencias como en la que en aquellos momentos languidecía, Liriel encontraba las lecciones fascinantes. La magia clerical resultaba especialmente intrigante y quedó claro de inmediato que se hallaba muy por delante de sus compañeras de clase en tal habilidad. Los conjuros mismos eran muy parecidos a los que había lanzado en sus primeros pocos años de estudio como maga, con una importante diferencia: su éxito dependía del favor de Lloth.

Liriel había oído el nombre de la diosa toda su vida, pero la Reina Araña jamás había sido real para ella. Sin embargo, el conjuro de su primer hechizo clerical había cambiado aquello al instante y de un modo espectacular. La joven drow había hecho magia durante años, utilizando sus propios talentos innatos y la ágil mente que se enrollaba alrededor de complicados hechizos como si los engullera de una pieza. Mediante duro trabajo, un buen adiestramiento y montones de dinero despilfarrados en libros y componentes para hechizos, se había convertido en una maga aceptable. Pero ahora, cuando lanzó su primer conjuro clerical, invocó a Lloth y la diosa había respondido.

Aquel momento fue un acontecimiento divino para Liriel. La joven no estaba acostumbrada a depender de nadie y desde sus primeros años había comprendido que en realidad no había nadie allí para ella. Tomaba lo que se le ofrecía, pero en todo aquello que realmente importaba, iba sola y lo sabía. ¡Ahora, de repente, gozaba de la atención de una diosa!

Liriel conocía bien la reputación de Lloth y el destino de aquellos que perdían el favor de la Señora del Caos. Quizás ésta se volvería también contra ella algún día; pero por ahora, Liriel sentía gratitud, incluso un esbozo de afecto, por la Reina Araña. La traición, si llegaba, no sería nada nuevo para ella, de modo que rezó una silenciosa plegaria e hizo todo lo posible por desconectarse de la voz estridente y ampulosa de la maestra. Lloth tendría que leer su corazón y comprender.

La conferencia acabó por fin. Nada tan penoso podía durar eternamente, observó la joven en tono burlón, y abandonó veloz la sala con una nada decorosa precipitación. La siguiente lección fue mucho más de su gusto: el estudio de los planos inferiores. Tal vez no era libre para explorar la Antípoda Oscura o pasear por la ciudad en compañía de sus juerguistas camaradas, pero estaba aprendiendo a examinar otros mundos. ¡Y allí había un gran potencial!

Liriel juró que exploraría por los planos aquel mismo año. Tenía mucho que aprender antes de que fuera posible, pero el proceso era una parte del viaje.

Así pues, mientras sus compañeras de primer año iban a tomar su comida del mediodía, ella regresó presurosa a su habitación para recoger sus rollos de pergamino y su cuenco de visión. Era un recipiente redondo y negro, y perfectamente liso, y serviría hasta que pudiera hacerse con otro creado más a su gusto. Había un excelente artesano en el barrio Hacinas que podía tallar un cuenco de una única pieza de obsidiana y engastarlo en un soporte de plata grabado con runas y escenas de honra a Lloth. Por un momento Liriel se preguntó qué podría suceder si se dejara tal cuenco en la guarida de Zz'Pzora durante un tiempo para que absorbiera la magia de la Antípoda Oscura. Sus ojos bailaron al pensar en qué criaturas podría convocar y qué travesuras podrían realizar juntas.

Entonces la joven drow vio su puerta reventada y su alegre estado de ánimo se disipó como un fuego fatuo agotado. Se aproximó con cautela, lista para lanzar una esfera de oscuridad alrededor de cualquiera que pudiera encontrar, pues aquello haría ir más despacio al intruso y le daría unas décimas de segundo para meditar sobre su siguiente acción. Si bien el planteamiento «mátalos a todos y deja que Lloth los clasifique» funcionaba a la perfección en todas partes, la Academia poseía su propia jerarquía y una telaraña de intrigas que ella no comprendía por completo aún. No sería sensato, por ejemplo, atacar a alguien que registrara su habitación siguiendo órdenes de la maestra Zeld.

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