La hija de la casa Baenre (13 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Alegremente ajena al hecho de que su futuro se estaba decidiendo en la Torre de los Hechizos Xorlarrin, Liriel se apresuró a regresar a su casa en Narbondellyn para preparar su última noche de juerga. Organizaba una fiesta aquella noche en una mansión que se alquilaba para tales acontecimientos y, puesto que un pequeño ejército de criados se ocupaba de los detalles, ella sólo tenía que hacer acto de presencia y divertirse.

La joven drow permaneció sentada con insólita paciencia mientras una criada experta peinaba sus cabellos con docenas de diminutas trenzas, y luego enroscaba y sujetaba los trenzados mechones para obtener un conjunto elaboradamente artificioso. Liriel acostumbraba a dejar sus cabellos sueltos, pero aquella noche necesitaba un peinado que resistiera cualquier cosa. Su vestido para la velada era también duradero y diseñado para el movimiento. De un blanco níveo y de corte atrevido, el traje tenía varias aberturas largas en la falda para que pudiera disfrutar al máximo de su pasión por el baile. Las festividades de la noche incluirían una
nedeirra
—un salvaje concurso de danza acrobática—, que Liriel iniciaría con un baile en solitario. La muchacha adoraba la libertad, la sensación de rítmico vuelo que sentía al bailar y, en su mente, el resto del festejo nocturno, aunque agradable, sería algo soso comparado con la
nedeirra
.

Cuando Liriel llegó a la mansión alquilada, sus amigos ya estaban reunidos allí. Era costumbre entre los invitados llegar temprano, a fin de mezclarse entre ellos para conspirar y beber vino verde con especias, y la llegada del anfitrión o anfitriona era la señal tradicional para que diera comienzo el baile. La joven Baenre penetró en la estancia con el acompañamiento de un lento y vibrante tamborileo. La
nedeirra
daba comienzo.

Todos los ojos estaban fijos en ella cuando empezó a golpear el suelo con el pie en un rítmico contrapunto al tambor. Sus brazos iniciaron un complicado movimiento sinuoso, y uno a uno los otros tambores se unieron a la música, así como extraños instrumentos de percusión que sólo los drows conocían. Entonces una flauta de voz grave empezó a tocar una extraña e irresistible tonada, una melodía que habían entonado los elfos en las Tierras de la Luz, muchos siglos atrás. Aquellos elfos que llevaban ya tanto tiempo muertos no habrían reconocido su canción ahora; su extraña magia se había modificado y alterado para reflejar a los seres que ahora la interpretaban. Hermosa todavía, la música retenía todo el misterio de la raza elfa y nada de su alegría, pues los drows habían olvidado aquella emoción. Pero sabían lo que era el placer y eran capaces de perseguirlo salvajemente en un intento de llenar ese vacío en sus espíritus elfos que no querían reconocer.

El compás de la música se aceleró y, por encima del abrupto y sincopado ritmo de los tambores, las flautas gimieron y se elevaron en una sobrenatural melodía. Liriel giraba sobre sí misma y saltaba al compás de la música, y su cuerpo se agachaba y balanceaba mientras llamaba con las manos a los expectantes drows. Luego, con un repentino fogonazo de fuego mágico, la oscura danzarina quedó perfilada en un fuego fatuo del más puro blanco. Era la señal que todos aguardaban, y el resto de drows se lanzó a la pista de baile.

Incluso en el baile, los elfos oscuros competían entre sí. Algunos utilizaban su habilidad natural para levitar a fin de realizar complicados saltos en el aire. Otros dejaron de lado las acrobacias y se entregaron directamente a la seducción, intentando atraer tantos ojos ávidos como les era posible con sus movimientos ondulantes y sensuales. No obstante, dejando de lado el estilo, todos los drows escuchaban atentamente mientras bailaban; dentro de la elaborada melodía se ocultaban claves que indicaban lo que iba a suceder. El ritmo era irregular, con fuertes redobles que aparecían inesperadamente, casi al azar, y aquellos que no entendían bien la música corrían el peligro de perder el compás. Cualquier drow que diera un tropezón era recubierto de inmediato con un fuego fatuo por uno de los hechiceros que circundaban la pista de baile y vigilaban con atención mientras los elfos oscuros daban vueltas, saltaban y pateaban el suelo. Los bailarines así marcados debían abandonar la pista bajo un coro de comentarios mordaces y risas burlonas. Pero su diversión no se estropeaba por completo, puesto que todos permanecían en los laterales para apostar sobre quién sería el siguiente en seguirlos.

La música sonaba interminable, con muy pocos de los hábiles drows errando el complejo compás. Los rostros color ébano brillaban sudorosos y algunos bailarines empezaron a quitarse prendas. En ocasiones, una
nedeirra
continuaba hasta que muchos de sus bailarines se desplomaban agotados, pero Liriel tenía otros planes para la noche y, desde su puesto en el centro de la pista de baile, hizo una señal para que finalizara la música.

Uno de los hechiceros contratados flotó por encima de los danzantes. Sus manos tejieron un hechizo y, en respuesta, la música empezó a adquirir velocidad, acelerando hasta alcanzar un ritmo imposible. La magia afectó también a los bailarines y sus pies mantuvieron el compás de la vibrante música. Empezaron a girar cada vez más deprisa y un fuego fatuo multicolor se encendió alrededor de cada elfo oscuro, convirtiendo la
nedeirra
en un frenesí de luces danzantes hasta que, por fin, los tambores se unieron en un redoble y las flautas se alzaron en una última nota aguda. Entonces, súbitamente, la habitación quedó silenciosa y a oscuras.

Fue un conjuro espectacular y los drows aplaudieron encantados. A continuación, como era costumbre tras una
nedeirra
, los bailarines empezaron a quitarse sus galas. Los sirvientes particulares se adelantaron presurosos para recoger las prendas desechadas.

Los invitados fueron acompañados, sin sentirse cohibidos por estar desnudos, al interior de otra habitación. Aquélla era una estancia de techo bajo cuyas paredes, suelo y techo estaban acribilladas de respiraderos por los que se vertían a su interior vapores perfumados que limpiaban a los bailarines y calmaban sus extenuados miembros. La dirección e intensidad del flujo de vapor cambiaba constantemente: en un momento dado efectuaba masajes con cortas y vibrantes ráfagas, al siguiente acariciaba la piel de los elfos oscuros con una suave y sensual brisa. Mientras el vapor bañaba a los drows con una sucesión de sensaciones agradables, éstos deambulaban por la sala, tal vez flirteando o tendiendo trampas de múltiples capas para sus rivales en el escalafón social o simplemente tomando sorbos del luminoso vino verde
ulaver
que contenían sus copas.

Cuando el último chorro de vapor se apagó, los elfos oscuros penetraron en grupos de cuatro o cinco por las innumerables puertecitas que recorrían la estancia. Allí, en pequeñas habitaciones privadas, se relajarían en divanes, intercambiarían chismorreos y se anotarían puntos en conversación ingeniosa mientras hábiles criados les daban masaje con aceites perfumados. El masaje era uno de los placeres favoritos en las fiestas y lo más parecido a la relajación que podía conseguir el siempre cauteloso drow.

Liriel renunció a su masaje para deambular de habitación en habitación, sacando partido de los pequeños grupos y el inusual estado de ánimo relajado para charlar con sus invitados. Sus amigos no sabían que los abandonaría al día siguiente, pero a cada uno le dedicó una sobrentendida despedida. A su manera. La mayoría de las veces, repentinos chillidos y carcajadas marcaban el paso de la joven. A los elfos oscuros les encantaban los sortilegios: insignificantes hechizos inofensivos lanzados para gastar bromas a sus compañeros, y con su adiestramiento mágico Liriel sobresalía en tal deporte. Por donde pasaba, las manos amorosas se tornaban gélidas o el aceite perfumado cambiaba de fragancia para convertirse en el perfume distintivo de un odiado rival. Los drows, con su oscuro y perverso sentido del humor, no consideraban una reunión completa sin tales bromas y aquella noche Liriel no había ahorrado trucos para darles satisfacción.

Bastante más tarde, satisfechos y vestidos con nuevas prendas de fiesta, los invitados se reunieron en otra sala para cenar. Fue un elegante acontecimiento con varios cambios de platos, cada uno servido con un vino intenso y distinto. La conversación se tornó estridente tras la sopa y aquí y allá unos cuantos drows se deslizaron bajo las mesas para reflexionar sobre los acontecimientos de la velada o forjar nuevas alianzas sociales. La expectación general se aceleró al extenderse el rumor de que se serviría
pyrimo
como plato final. Las fiestas como aquélla a menudo finalizaban en un desenfrenado festejo y un plato de
pyrimo
casi garantizaba que la celebración alcanzaría vertiginosas cotas de desenfreno.

Y así fue.

Y así prosiguió, hasta que sonó la campana que indicaba el final de la última ronda. Por ley y por costumbre, las fiestas terminaban al inicio de un nuevo día.

Liriel permaneció de pie en la puerta de la mansión que había alquilado y contempló cómo se ayudaba —o introducía, según el caso— a sus invitados a subir a literas mágicas o carruajes tirados por lagartos. Más tarde, los sirvientes que había contratado arrojarían a los convidados con menos capacidad de movimiento a la calle, donde serían recogidos por sus esclavos y conducidos en carros a sus casas. Aquellos drows que todavía disfrutaban de una parte de su agudeza remolonearon en pequeños grupos por la mansión y la calle, reacios a que acabara la noche.

De repente, el ruidoso y tambaleante grupo de festejantes quedó en silencio y sus diferentes transportes dejaron paso a un disco flotante que lucía la insignia de la casa Baenre. El mágico asiento flotó hacia la casa en impresionante silencio y Liriel sintió un nudo en la garganta al verlo acercarse. Corría por la vida a una velocidad que pocos podían seguir, sin embargo aquel instante la había atrapado.

¡Y qué poco confiaba Triel en su palabra! La matrona había amenazado con enviar a alguien para llevar a la joven a la Academia si se retrasaba, pero según las cuentas de Liriel, le quedaban horas. Sin embargo, sentada en el mágico transporte estaba ni más ni menos que Sos'Umptu, el fiel lagarto faldero de Triel y al parecer su lugarteniente.

El disco flotante se detuvo ante las puertas de la mansión y la guardiana de la capilla Baenre descendió. Su rostro se crispó con expresión ultrajada mientras se abría paso por entre la gente y la basura, y casi se abalanzó sobre su escandalosa sobrina.

—¡No había visto jamás tan frívolos excesos ni un comportamiento tan vergonzoso! —la reprendió.

—¿Es cierto eso? —inquirió Liriel, con los ojos muy abiertos en fingida inocencia—. En ese caso, deberías salir más.

6
Arach-Tinilith

H
ay que hacer algo con esa mocosa Baenre! —vociferó Zeld Mizzrym.

La sacerdotisa temblaba de cólera y bajo los pliegues negros y morados de su túnica su pecho se elevaba y descendía con rítmica indignación.

La matrona Triel Baenre se recostó en su sillón y estudió a la maestra a cargo de las alumnas de primer año. Su enarcada ceja advertía a la enojada drow que se anduviera con cuidado.

—¿De qué se ha acusado a mi sobrina esta vez? —preguntó, recalcando intencionadamente el parentesco.

—Más travesuras —rechinó Zeld, que al parecer estaba demasiado enojada para percibir el retintín—. Esta mañana Shakti Hunzrin encontró un campo de hongos creciendo bajo su cama, sobre el fertilizante apropiado, añadiría yo.

Triel suspiró. Liriel llevaba menos de tres días dentro del recinto en forma de araña, y ya se la suponía autora de casi una docena de pequeñas travesuras. Era muy buena, Triel tenía que reconocérselo, pero temía que la joven fuera demasiado lejos. Una bromista menos hábil habría sido atrapada ya en plena acción, y algún día Liriel también daría un paso en falso. Triel tenía planes para la talentosa muchacha, planes que no incluían convertirla en una estatua de ébano para enseñar a las otras alumnas los méritos de observar el decoro.

—¿Puedes demostrar que Liriel estuvo involucrada? —preguntó con frialdad.

—No, supongo que no —respondió la maestra, tras una vacilación—. Pero Shakti se mantiene inflexible en sus acusaciones y tiene el derecho a acusar y censurar a una alumna más joven.

Triel volvió a suspirar. No era raro que las sacerdotisas novicias desarrollaran entre ellas rivalidades académicas, venganzas personales y odios. De hecho, tales cosas resultaban un excelente adiestramiento para la vida fuera de la Academia y pocas veces se reprimían. Pero aquello empezaba a convertirse en un problema. Si bien Shakti Hunzrin no era la única víctima de Liriel, empezaba a convertirse en su blanco predilecto. No es que a nadie le importara, pues la familia de Shakti no era un poder importante, e incluso algunos de los plebeyos acaudalados miraban por encima del hombro la ocupación de la familia Hunzrin, considerando con pedantería que los nobles granjeros eran poco más que destripaterrones encumbrados. Shakti tampoco ayudaba, con su omnipresente tridente y sus interminables y aburridos monólogos sobre el cuidado y la cría de los rotes. Por añadidura, la joven Hunzrin carecía por completo de sentido del humor, era vengativa con sus semejantes y despiadadamente depravada en su trato con criados y alumnos más jóvenes. Las humillantes bromas que se le habían gastado habían saldado una docena de cuentas pendientes y proporcionado a Liriel gran número de silenciosos aplausos. En resumen, la vida en Arach-Tinilith no había resultado nada aburrida.

Justo la noche anterior, el servicio religioso se había visto alterado cuando Shakti —una alumna diligente y laboriosa que se aproximaba lentamente a la categoría de gran sacerdotisa— se había aproximado al altar para ofrecer el sacrificio nocturno. El tridente mágico de la drow había seguido a la joven, con las puntas moviéndose en una maliciosamente exacta imitación de sus característicos andares contorneantes. Liriel había negado cualquier participación, desde luego, pero Triel no se dejó engañar; aunque no había gran cosa que la matrona pudiera hacer al respecto, pues por extraño que pareciera, Lloth no se había sentido molesta. Parecía que incluso a una diosa maligna le gustaba un poco de humor negro de vez en cuando. Con el tiempo la caprichosa Reina Araña se cansaría sin duda de las payasadas de la joven drow, pero por el momento la picara muchacha era una novedad, y disfrutaba del pleno favor de Lloth.

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