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Authors: Carlos Sisí

Tags: #Fantástico, #Terror

La hora del mar (79 page)

—¡Lo hemos hecho, tío! —dijo uno de los hombres acercándose a Lando—. ¡Les hemos echado de aquí!

Lando se rascó la cabeza. No podía creer que hubiera sido por ellos. La cabeza le decía que tenía que haber sido otra cosa, pero qué… no podía ni imaginarlo siquiera. Al final, se dejó contagiar del espíritu del resto de sus compañeros. Sólo unos instantes después, levantaba un puño victorioso por encima de las cabezas de todos.

¡Victoria para los humanos!

La experiencia fue distinta a la de la primera vez.

Tan pronto comenzó la sesión, Pichou había hablado dentro de su cabeza, y la onda transmitida fue tan fuerte que le hizo recordar los puñetazos de Koldo. Cayó hacia atrás, con sangre brotando de la nariz.

De alguna forma, consiguieron convencerle para que lo intentara de nuevo. A Thadeus no le gustaba. No le gustaba en absoluto que hubiera salido sangre de sus fosas nasales sin que hubiera habido contacto físico alguno. Por lo que él sabía, Pichou podía toser y provocarle un aneurisma cerebral. Y el francés era una cosa; al menos lo conocía un poco, y se suponía que trabajaba para el gobierno francés. Había venido con los chicos buenos del ejército, pero el otro tipo… Todo lo que sabía era que se llamaba Merardo (¿qué clase de nombre era ése?) y que lo habían encontrado en el interior de algún tipo de nave espacial. Hasta podía ser uno de Ellos.

Sin embargo, no tenía muchas opciones. Era eso, o permanecer mirando el blanco intenso de aquella pelota de golf gigante por el resto de los días amén.

Así que se sentó otra vez.

La segunda tentativa fue mucho mejor. Sin embargo, tenía la sensación de que alguien estaba masajeando su cerebro. Era como deslizarse por un rallador, y eso le provocaba náuseas. Estaba ya a punto de dejarlo cuando esa sensación desapareció.

De repente, sólo era un hombre con los ojos cerrados.

Empezó a relajarse.

Tan pronto alcanzó ese estado, empezó a oír sonidos extraños en su cabeza. Como había dicho Merardo, era como escuchar una conversación a través de un vaso. Había algo… un discurso, un contenido, una cadencia que parecían formar palabras, pero no las entendía.

Y de pronto, como el sonido de una radio que capta finalmente una esquiva emisora, una sola palabra brotó inesperadamente, alta y clara, en su cabeza.

—¡Sed bienvenidos!

Era una voz femenina, suave y llena de una dulce musicalidad. Thadeus ni siquiera se asustó cuando la escuchó brotar en su cabeza, tan agradable era. Tampoco pensó en el hecho fascinante de estar contactando con una civilización extraterrestre; estaba como hipnotizado. Si alguna vez había existido un Valhalla donde los guerreros que habían perecido en combate iban a disfrutar de mil favores divinos, era aquél.

—¡Gracias!
—respondió Pichou—.
¡Y hola!

—Qué momento tan especial
—dijo la voz—.
Estamos muy sorprendidos y excitados.

—Nosotros también. Nos alegramos mucho de saber que el sentimiento es mutuo.

—Creíamos que no lo conseguiríais
—dijo la voz.

—¿Contactar?

La voz rió alegremente. Su risa sonaba como el agua fresca que fluye por un río tranquilo.

—¡Claro que no! Esto ha sido circunstancial, y no es en absoluto relevante. Nos referimos al salto. El salto a la siguiente fase.

—¿Hemos saltado a otra fase?

Otra vez la risa se oyó en su cabeza, llenándola tan por completo que su cuerpo tuvo el acto reflejo de sonreír.

—¡Sois tan jóvenes! Naturalmente. Todos estamos en alguna fase, incluso nosotros. Como individuos, aún no lo sabéis, pero habéis dado un gran paso.

—¿Cuándo ha ocurrido eso?

—Hace unos minutos.

—¿Y en qué fase estábamos antes?

—En la primera, como tantas otras civilizaciones en todo el universo. La Primera Fase comienza cuando una especie consigue dominar los cielos usando máquinas de su invención. En ese momento, ponemos mucho interés en todo lo que hacen. Es el principio de algo importante. El siguiente nivel se alcanza cuando una especie adquiere conciencia de su propio planeta como parte de ella misma. Los dos formáis parte de una misma cosa. En vuestro caso, nos sorprendía que ni siquiera tuvierais un símbolo que os unificara. Es la demostración más clara de lo solos que os sentís: no hace falta ningún símbolo porque no tenéis conciencia no ya de vuestro planeta, sino de lo que os une al universo. Pero, como he dicho antes, acabáis de dar un gran salto, uno espiritual, que os diferencia esencialmente de muchas otras especies.

—Y eso, ¿ha ocurrido hace unos minutos? —preguntó
Pichou. La perplejidad era evidente en su tono de voz. La voz volvió a reír.

—Así es. Es un proceso que ya no tiene marcha atrás. Lo que habéis conseguido hoy implicará cambios profundos en la manera en la que obtenéis recursos de vuestro planeta, y sobre todo, en la consecución de nuevas y desconocidas fuentes de energía que son esenciales para el paso a la Fase Tres. Sorprendentemente, vuestra especie ya ha conseguido superar esa fase; es cuando se consigue abandonar el propio planeta y llegar al espacio. No es usual que una especie consiga ese objetivo sin haber comprendido el nexo esencial que os vincula al universo y las energías espirituales, pero el vuestro es excepcionalmente rico y propicio. Sin embargo, sin esas fuentes de energía privilegiadas, nunca hubierais podido pasar a la Fase Cuatro.

—Que consiste en… abandonar nuestro propio sistema solar
—aventuró Pichou.

—¡Bravo!—
dijo la voz, alegre.

—Entonces, nos observáis desde… ¿Desde cuándo nos observáis?

—Siempre tenemos un ojo puesto en todos los planetas con vida, pero os observamos de cerca desde 1783.

—Oh… ¿Porqué 1783?

—¡Es divertido hablaos de vuestros propios logros!
—canturreó la voz—.
En 1783, un hombre abandonó el suelo en una máquina inventada por él por primera vez. Un globo aerostático. Fue un paso muy muy importante.

—¿Y todo esto para qué?
—preguntó Pichou entonces
— ¿Cual es el objetivo final de esta carrera?

—Es prematuro hablar de eso. ¡Os queda tanto camino!

—Pero… ¿lo conseguiremos? Parece que estemos al borde de la extinción en estos momentos.

—Cuando nuestra conversación termine, descubriréis que todo eso ya no es un problema
—dijo la voz.

Thadeus pestañeó. Quería preguntar cómo era eso posible. Quería saber si habían sido ellos o el aparato militar global, pero no se atrevía a interrumpir. Quería saber también qué había ocurrido hacía unos minutos, qué tipo de salto espiritual era ése del que hablaba, pero ni siquiera estaba seguro de qué voz fuera a ser escuchada. Al fin y al cabo, tampoco el otro hombre decía nada. Pichou se había erigido en portavoz del Primer Comité Oficial de Contacto Extraterrestre, y quizá así era como debía ser. Pero esperaba que Pichou formulase las preguntas adecuadas; tenía la sospecha de que la conversación podía acabar en cualquier momento, y había
tanto
que saber.

—Pero ¿qué pasó? ¿De dónde salieron esas criaturas?

—Solo es Vida, como vosotros. La vida persevera, crece y prospera donde nadie se la espera, incluso debajo del asfalto que usáis para el transporte. Ellos llevan tanto tiempo en este planeta como vosotros, todos habéis salido de la misma sopa primordial, y tienen tanto derecho a evolucionar como vosotros. No son diferentes de vuestros pingüinos, o vuestros leones, sólo que ellos se han desarrollado un poco más. De hecho, es bastante normal que en un mismo planeta, varias especies diferentes prosperen y convivan. Vosotros sólo habéis sido un poco menos permisivos que otras civilizaciones.

—Pero vosotros nos ayudasteis. Con los peces. Los peces muertos.

La voz rió otra vez.

—Nunca haríamos tal cosa. No, no fuimos nosotros. Los peces muertos fue algo que salió mal. Un daño colateral del proceso de ataque de esa especie que os ha puesto en jaque. Algo que iba dirigido a vosotros, y que no funcionó. Nunca os disteis cuenta, pero estuvisteis a punto de extinguiros. Fue un momento crucial. Siempre nos apena que una especie que lleva intentando prosperar tanto tiempo termine bruscamente su existencia. Queríamos registrarlo todo, y no pudimos evitar que nuestra presencia fuese detectada.

—¿Y qué hay de nosotros mismos?
—preguntó Pichou entonces—.
Siempre estamos enzarzados en guerras. ¿No somos el mayor peligro al que nos enfrentamos?

—Sí. Y no. Veréis, lo que os ha hecho evolucionar y ser inteligentes es la capacidad para modificar vuestro entorno. Es lo que os diferencia de otras formas de vida en vuestro planeta y lo que os permitirá expandiros por el universo. Las formas de vida como vuestros animales sólo se adaptan al entorno; evolucionan alrededor de él intentando obtener una ventaja. Vosotros también hacéis eso, pero obtenéis ventajas aún mayores manipulando el entorno. De forma invariable, lo que ocurre cuando una especie obtiene una ventaja tan abismal como la que os separa de vuestros animales es que se vuelve contra sí misma. Esa es la historia de vuestra civilización, de todas las civilizaciones, de hecho, y es también el motor que impulsa la búsqueda de conocimiento. Todos los avances significativos en vuestra historia se basan en la guerra, desde que utilizasteis la primera piedra para someter a tribus rivales hasta la carrera espacial. Todo va dirigido a la búsqueda de la supremacía, de unos sobre otros. La guerra, la militarización y el desarrollo de armas de destrucción masiva es imprescindible para que una especie progrese hacia niveles superiores.

Thadeus se daba cuenta de que la voz tenía razón. El impresionante esfuerzo que Estados Unidos puso en el desarrollo de la carrera espacial no se habría conseguido sin la presión sociopolítica de su rivalidad con la extinta Unión Soviética, y desde luego, ninguna nave hubiera volado más allá de la estratosfera sin los grandes avances en cohetería que se llevaron a cabo durante la segunda guerra mundial, particularmente, gracias a la Alemania nazi. Hasta Internet, el avance más significativo de la historia más reciente de la humanidad, comenzó como un proyecto militar.

Boquiabierto, siguió escuchando.

—Si bien esa búsqueda de conocimiento nace siempre del egoísmo
—seguía diciendo la voz—,
también enciende una chispa, la del proceso intelectual. El desarrollo de este proceso también es imprescindible para superar estadios superiores. Vosotros vais por buen camino, pero tenéis que afrontar todavía al riesgo de la autoextinción. Vuestro armamento y capacidad para destruiros seguirá aumentando, y sólo con procesos intelectuales avanzados conseguiréis superar ese riesgo. La mayoría de las especies no pasan ese momento de estrés crucial.

—¿No podéis ayudarnos en ese sentido?

—Nunca nos involucramos. Somos observadores. Superar ese estadio crítico es esencial para el desarrollo de vuestra especie en fases posteriores, así que no os podemos ayudar, y no lo haremos. Pero no debéis perder el ánimo
—dijo con dulzura—,
muchas especies se extinguen con el desarrollo de tecnología equivalente a vuestra actual energía nuclear, y vosotros, en cambio, habéis aprendido a vivir bien con ella.

—¿Cuántas especies hay en el universo en nuestra misma fase?

—Algo más de cuatro billones.

Thadeus aguantó la respiración, intentando considerar siquiera la cifra que acababa de poner sobre la mesa. Cuatro billones.

—Ahora lo entiendo…
—dijo Pichou. Había algo de aflicción en su voz—.
No somos tan especiales.

—En este punto empezáis a ser interesantes, pero todavía no sois importantes. Vuestra extinción no sería más lamentable que la pérdida de una flor en un inmenso jardín.

—¿Hacia dónde vamos, como especie?

La voz rió de nuevo, otra vez con la musicalidad del principio de la conversación.

—¡Os esperan demasiadas cosas!—
rió la voz—.
Una buena analogía para comparar a vuestra especie es la de un niño que empieza a descubrir que puede mover sus dedos delante de su cara. Los mueve, y de alguna manera, es consciente de que ese movimiento lo provoca él, pero no sabe mucho del resto de su cuerpo, no sabe controlar sus esfínteres, no sabe alimentarse solo y no sabe nada de su entorno. Así sois vosotros. Habéis abierto muchas puertas a la vez. Unas son importantes, y otras no tanto. Ya habéis superado algunas de las limitaciones de la capacidad física de vuestros cerebros con la invención de las computadoras, pero necesitaréis mejorar mucho esa tecnología antes de acceder a nuevas ramas del conocimiento. Por ejemplo, os habéis empezado a asomar por los entresijos del genoma humano. Eso es importante. Pero miráis ese código como el que se enfrenta a un complicado criptograma mil veces cifrado o, para entendernos, al código ensamblador de un programa informático. Aún no entendéis cómo funciona, y aunque habéis empezado a hacer pequeños cambios aquí y allí, os queda un larguísimo camino hasta que podáis crear vuestro propio programa… y mejorarlo. Una vez que hayáis conseguido eso, por ejemplo, las computadores dejarán de ser necesarias.

—¡Eso es… es fascinante!
—dijo Pichou, con la cabeza dándole vueltas por lo que acababa de decir. Si había entendido bien, estaba hablando de que los humanos podían reinventarse a sí mismos como seres individuales, como especie—.
Pero ¿por qué no os mostráis al resto de la humanidad? Si salgo de aquí y contamos todo esto, nadie nos creerá. Si hacéis pública esta información, estoy seguro de que eso nos uniría como especie. Nos haría comprender que hay algo así como una meta ahí delante. Nos ayudaría a trabajar juntos.

—Somos conscientes de eso
—dijo la voz con suavidad
— Y precisamente por comprender vuestra naturaleza desconfiada, estamos teniendo esta conversación. De hecho, la hemos tenido antes, en al menos ocho ocasiones, pero nunca ha supuesto una diferencia y no lo será ahora. Como he dicho antes, no nos inmiscuimos. Pero nos gusta ser corteses. Nos gustan vuestras preguntas, y vuestra búsqueda desesperada de respuestas nos emociona. Nosotros ya no tenemos muchas preguntas, y atenderlas es excitante. Nos hace pensar que así debió ser como nosotros mismos empezamos, hace millones de años.

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