Authors: Mercedes Gallego
En el Barrio Chino de la Barcelona de 1979, espaciados en el tiempo, aparecen tres cadáveres estrangulados que, aparantemente, no guardan ninguna relación entre sí. La inspectora Candela Luque y el inspector Manel Romeu serán los encargados de llevar la investigación. Por otra parte, a Manel Romeu se ve envuelto en una trama que amenaza su carrera policial y su libertad.
Esta novela pertenece a la serie de la inspectora de policía Candela Luque, las dos anteriores narran su llegada al Ministerio de la Gobernación, (en 1976, cuando arranca la serie, no se llamaba Interior) formando parte del Grupo Especial femenino, una experiencia piloto que en 1974, solicitó funcionarias administrativas voluntarias para iniciar la incorporación de la mujer a la policía.
Mercedes Gallego
La trampa
Serie Candela Luque: 3
ePUB v1.0
Alias04.04.12
© Mercedes Gallego Moro. diciembre 2011
© Diseño de portada: Mercedes Gallego
ISBN papel: 978-84-9009-913-1
ISBN ebook: 978-84-9009-914-8
Depósito Legal: M-43839-2011
Título: La trampa
Autor: Mercedes Gallego Moro
Idioma: Castellano
Este libro ha sido cedido por la autora a Epubgratis.me. También se puede adquirir en Amazon a un precio razonable.
A Francesca Bou
por su apoyo incondicional
La vida volvía a la normalidad después de los duros meses preparando las oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Policía. Se acabó el experimento, se terminó ser «especial», ahora era una más de la policía española en igualdad de condiciones que sus compañeros hombres. Otra cosa era que algunos lo reconocieran, pero la Ley sí lo hacía.
Así recordaba Candela Luque su andadura en un grupo creado hacía dos años, el primer paso para lo que hoy sucedía. Dos largos años en los que había trabajado como policía cobrando como administrativa. La recompensa se materializó en oposiciones restringidas que consumieron sus noches y todo su tiempo libre, estudiando tediosos temas de derecho administrativo y policial. Hacía tres años que era abogada, pero después de probar la adrenalina que le proporcionaba la lucha contra el crimen, ya no se planteaba el ejercicio de la carrera.
La remodelación que se estaba llevando a cabo en el Ministerio del Interior, el que antes se llamaba de la Gobernación, trajo consigo cambios en las jerarquías. Los antiguos comisarios poco a poco fueron pasando a la reserva; Salgado, antiguo jefe del grupo de Homicidios con el que Candela había iniciado su andadura como agente del Grupo Especial, y que en su día fue nombrado comisario interino por enfermedad del titular, dejaba de serlo para convertirse en el nuevo jefe de la Brigada. Tomás Vázquez, hombre de confianza del comisario Andrés Salgado, fue nombrado jefe del grupo de Homicidios, cargo que el flamante comisario ostentaba hasta que se hizo cargo de la Brigada.
El número de asesinatos crecía más deprisa que los policías que los perseguían, pero ya eran nueve en el grupo y sólo dos seguían anclados en el pasado, o tal vez fuesen los únicos que hacían ostentación de ello.
Tres crímenes encerrados en sus carpetas se agolpaban en la mesa del comisario remitidos por las respectivas comisarías, sin que hasta el momento se hubiera descubierto ninguna pista. Salgado llamó a Vázquez con intención de poner en marcha una investigación buscando alguna relación entre las muertes.
—¿En qué está trabajando Candela?
—Poca cosa, está con Manel en lo del Montjuich, pero no hay mucho donde rascar. Parece un ajuste de cuentas entre gitanos y ya sabes cómo son, tienen su propia ley y nadie suelta prenda.
—Que lo dejen. He estado dándole vueltas a estos tres casos y me parece que tienen algo en común. No me digas qué, pero lo tienen. Candela es muy cabezona y necesito gente como ella, que mire más allá de lo que hay a simple vista.
—¿A Manel también lo pongo en ello?
—Sí. Forman una buena pareja y se llevan bien, cosa difícil con Candela, ya la conoces.
Vázquez se echó a reír. Sí, claro que conocía a Candela. Desde hacía tres años. Pero no era al tiempo a lo que se refería el comisario, sino a su carácter arisco e individualista, tendente a saltarse las jerarquías si le parecía que con ello podía descubrir al culpable.
—Aquí nos conocemos todos, comisario… Se pondrán contentos, les gusta trabajar juntos.
—Pues en marcha, que esta mañana tengo un marrón de mucho cuidado. Hay reunión de comisarios con el jefe superior. Me parece que vamos a remodelar los grupos, ya veremos cómo les sientan los cambios a algunos.
—Que no te pase nada… Te iré informando.
—Gracias Tomás. Estaré localizable en mi despacho a partir de las cuatro.
El aspecto de la sala de inspectores del grupo de Homicidios había cambiado desde que Salgado era jefe de la Brigada. No había sido posible conseguir una mesa para cada uno, pero sí más policías. Tomás Vázquez, en su condición de jefe de grupo, era el único que ocupaba una mesa para él solo. Candela y Manel, compartían la misma; también los demás se agruparon por afinidad, de forma que García y Morell, la pareja anclada en el pasado ocupaba la misma.
La mayor polémica hasta el momento había sido protagonizada por ellos cuando reformaron la sala, un espacio rectangular que Salgado consiguió pintar con el presupuesto asignado para la remodelación de la Brigada; sólo ellos se indignaron cuando ordenó retirar la foto de Franco de la pared para sustituirla por la del rey. También prohibió los posters y carteles con chinchetas: colocó un enorme panel de corcho en el que cada uno podía poner las notas que necesitase tener a mano, fotos de sospechosos o planificación de guardias.
García y Morell volvieron a retratarse cuando días después, clavaron detrás de su mesa con chinchetas una fotografía en la que aparecían ellos dos con un coronel de la policía armada estrechando sus manos. A Vázquez, como jefe de grupo, le tocó la desagradable tarea de obligarlos a quitarla.
Las nuevas mesas tenían cajones con llave a ambos lados, por lo que a pesar de ser compartidas ofrecían un mínimo de privacidad. La mesa de Candela y Manel se hallaba cerca de la del inspector Tomás Vázquez. La pareja de policías se encontraba en la sala cuando él regresó del despacho del comisario con tres expedientes en la mano.
—Tengo algo para vosotros —dijo al entrar.
Ambos se acercaron intrigados.
—A ver si es un asunto interesante, porque en el que llevamos ahora no damos palo al agua —respondió Candela.
—Se trata de estos tres expedientes que estaban archivados y sin indicios para seguir. Los tenía el comisario desde que se los pasaron de las comisarías y dice que sería conveniente buscar algún punto de conexión entre ellos, que hasta ahora, la única coincidencia es que no tenemos nada, al margen claro, de que todos han muerto estrangulados y los cadáveres han sido hallados en el mismo emplazamiento. No hay ningún sospechoso, ni móvil.
—¿De qué distrito son?
—Uno de Pueblo Seco y los otros dos de la comisaría de Hospital, pero donde aparecieron los cuerpos es en el distrito de Hospital.
—¿Qué hacemos con el asunto de los gitanos que estamos llevando? —preguntó Candela.
—Nada, dejarlo. Dice Salgado que va a ser difícil sacar algo porque esa gente no colabora, así que no vamos a estar perdiendo el tiempo.
—La verdad es que no hemos avanzado nada, nadie habla, ninguno sabe nada… ¡Menuda gente!
Candela salió en su defensa.
—No es eso, Manel. Lo que ocurre es que el pueblo gitano tiene sus leyes y los payos no las entendemos, pero te apuesto algo a que dentro de poco tenemos otro muerto, que sin duda será el culpable.
—Pues que se jodan, no vamos a estar detrás como si fueran niños. Si quieren matarse entre ellos, que lo hagan, que bastante tenemos nosotros.
Las palabras de Vázquez cerraron la polémica, aunque Candela torció el gesto. Ella, a pesar de su aspecto, era andaluza y comprendía muy bien a los gitanos, que habían elegido mayoritariamente el sur para vivir, donde reivindicaban su propio estilo de vida, una vida que no tenía un territorio propio ni un estado, pero sí toda una filosofía. Lanzó un suspiro mientras abría el primero de los tres expedientes de los casos sin resolver que se disponían a investigar.
Los dos inspectores ocuparon su mesa uno frente a otro tomando notas para buscar esas coincidencias inexistentes hasta el momento.
—Yo creo que lo primero que tenemos que hacer es hablar con las familias de las víctimas —apuntó Manel.
—Estaba pensando lo mismo, porque lo que hay en el expediente y nada, es lo mismo. ¿Por quién empezamos?
—Por la mujer, Candela, que la igualdad no tiene por qué estar reñida con la galantería —respondió Manel mirando de reojo a su compañera.
Ella le devolvió la sonrisa mientras sacaba su arma reglamentaria del cajón para meterla en el bolso, pensando que las palabras de Manel también era una forma encubierta de machismo, aunque se abstuvo de comentar nada.
—He salido perdiendo con el cambio, este trasto pesa más, abulta más y se camufla peor.
—No te quejes, también defiende mejor si tienes que usarla, porque con el 22 que llevabas no tenías nada que hacer.
Los casos se referían a la muerte de dos hombres y una mujer; por el momento, la única coincidencia, aparte de que estaban muertos, era que todos habían aparecido estrangulados en la misma calle, pero ahí terminaba todo, porque a la mujer, según el informe de la autopsia, la estrangularon con las manos, a uno de los hombres con un cinturón y para el tercero emplearon una cuerda.
—Claro que esto no quiere decir nada, porque desconocemos por qué los mataron y si era a ellos a quienes querían matar o bastaba con eso. Causar la muerte.
—Candela, no pensarás que se trata de un asesino en serie o un maníaco.
—Es sólo una idea, no busco nada, simplemente no me limito.
—¿Dónde vivía la mujer?
—En la calle Nueva de la Rambla, cerca de Marqués del Duero.
Manel miró en torno suyo. Los inspectores se habían marchado, Vázquez era el único que permanecía en su mesa escribiendo a máquina, probablemente resultados de algunas gestiones que le habían entregado los inspectores del grupo. Optó por decirle a Candela lo que estaba pensando.
—Oye Candela. No te lo tomes a mal, pero verás, los tiempos han cambiado y las leyes también, tenemos que recuperar la normalidad y la única manera de hacerlo es llamando a las cosas por su nombre.
—¿Qué intentas decirme? No te andes con rodeos, que conmigo no hace falta. ¿Qué pasa?
—Pues pasa que no vamos a la calle Marqués del Duero, sino al Paral∙lel y tampoco a Nueva de la Rambla, sino a Nou de la Rambla. Y así, con toda Barcelona. Yo antes no me hubiera atrevido a abrir la boca porque me la jugaba, pero poco a poco ha empezado a joderme, qué quieres que te diga. Al fin y al cabo, yo soy de aquí y siempre se han llamado así, excepto en la policía, claro.
—Joder, tío. Qué susto me has dado. Creí que era algo importante, no sé, algo que había hecho. Vas y me sales con que llame a las calles por su nombre, y a mí qué más me da. Si se llaman como tú dices, pues será, que a mí me importa un carajo lo que diga la policía.