Las dramáticas consecuencias de la falta de competencia emocional resultan bien patentes en el camino que conduce hasta el divorcio. El circuito reverberante de la crítica, el desprecio, la actitud defensiva, el encerramiento, la desconfianza y el desbordamiento emocional es un reflejo de la desintegración de la conciencia de uno mismo, de la pérdida del autocontrol emocional, de la empatía y de la capacidad para consolarse mutuamente.
LOS HOMBRES. EL SEXO VULNERABLE
Volvamos ahora a las diferencias genéricas en la vida emocional que constituyen la espoleta oculta de las desavenencias matrimoniales. La investigación ha descubierto la existencia de una diferencia básica en el valor que asignan los hombres y las mujeres (después incluso de treinta y cinco años de matrimonio) a la comunicación emocional. Por término medio, las mujeres afrontan con más facilidad que los hombres las molestias que conlleva una disputa matrimonial. Ésta es, al menos, la conclusión a la que ha llegado Robert Levenson, psicólogo de la Universidad de California, en Berkeley, tras un estudio basado en el testimonio de 151 parejas que llevaban mucho tiempo casadas.
Levenson descubrió que la mayor parte de los maridos tenían una especial aversión a las disputas matrimoniales, algo que para las mujeres, en cambio, no suponía ningún tipo de problema. «Pero, si bien los maridos propenden a desbordamientos menos negativos, en cambio, suelen experimentar el desbordamiento emocional con más facilidad. Y una vez que éste tiene lugar, el menor signo de negatividad de la esposa desencadena una mayor secreción de adrenalina por parte del marido, lo cual supone que éste requiera de más tiempo para recuperarse fisiológicamente del desbordamiento». Esto puede sugerir, dicho sea de paso, que la típica imperturbabilidad masculina —tan bien representada por el estoico Clint Eastwood— puede no ser más que un mecanismo de defensa contra el posible desbordamiento emocional.
Según Gottman, la razón de que los hombres estén tan predispuestos a atrincherarse en sí mismos hay que buscarla en la protección que esta situación les procura contra el desbordamiento emocional. La investigación ha revelado que cuando se produce este encerramiento en uno mismo, el ritmo cardíaco desciende una media de diez latidos por minuto, proporcionando una sensación subjetiva de consuelo. Pero —y he aquí la paradoja— cuando los hombres inician este proceso de retirada, el ritmo cardíaco de las mujeres asciende a cotas criticas. Esta danza limbica, en la que cada uno de los miembros de la pareja busca sosiego en tácticas contrapuestas, da lugar a posturas muy distintas ante el enfrentamiento emocional, de modo tal que los hombres tratan de evitarlo con el mismo fervor con el que sus esposas se sienten compelidas a buscarlo.
Por esto es por lo que los maridos tienden a encerrarse en si mismos en la misma proporción en que las mujeres tienden a atacarles. Esta asimetría es la consecuencia de que las mujeres tiendan a prestar más atención a las cuestiones emocionales. Y esta propensión a sacar a colación las desavenencias y las protestas para tratar de resolverlas es la que desata la resistencia de los maridos a comprometerse en algo que posiblemente termine abocando a una acalorada discusión. En el momento en que la mujer percibe el intento del marido de eludir este compromiso, aumenta el volumen y la intensidad de sus demandas y comienza a criticarle abiertamente. Cuando el marido, como respuesta, se pone a la defensiva y se encierra en si mismo, la mujer se siente frustrada e irritada, añadiendo así más motivos de queja que no hacen sino incrementar su frustración. Luego, en el momento en que el marido percibe que está siendo objeto de las críticas y quejas de su esposa, comienza a adoptar un modelo de pensamiento de víctima inocente o de justa indignación que fácilmente desencadena el desbordamiento. Para protegerse de este desbordamiento, el marido se pone cada vez más a la defensiva atrincherándose en si mismo. Pero recordemos que, en el momento en que el marido recurre a la táctica del encerramiento es la esposa quien se siente abocada al callejón sin salida del desbordamiento. Es así cómo el círculo vicioso de las peleas matrimoniales termina desencadenando una espiral de agresividad completamente descontrolada.
CONSEJOS PARA EL MATRIMONIO
La distinta forma en que los hombres y las mujeres se relacionan con los sentimientos dolorosos tiene consecuencias tan peligrosas para la vida de relación que tal vez debiéramos preguntarnos ¿qué es lo que pueden hacer las parejas para salvaguardar el amor y el afecto que se profesan mutuamente?, o, dicho de otro modo, ¿qué es lo que mantiene a salvo al matrimonio? Las investigaciones realizadas sobre las parejas que perduran a lo largo de los años han llevado a los consejeros matrimoniales a esbozar un conjunto de recomendaciones específicas para hombres y para mujeres, y una serie de consejos de carácter más global aplicables tanto a unos como a otros.
Hablando en términos generales, los hombres y las mujeres necesitan remedios emocionales diferentes. En este sentido, nuestra recomendación seria que los hombres no trataran de eludir los conflictos sino que, en cambio, intentaran comprender que las llamadas de atención de una esposa o sus muestras de disgusto, pueden estar motivadas por el amor y por el intento de mantener la fluidez y la salud de la relación (aunque, ciertamente, la hostilidad manifiesta también puede responder a otros motivos).
La acumulación soterrada de quejas va creciendo en intensidad hasta el momento en que se produce una explosión, mientras que su expresión abierta, en cambio, libera el exceso de presión. Los maridos, por su parte, deben comprender que el enfado y el descontento no son sinónimos de un ataque personal sino meros indicadores de la intensidad emocional con que sus esposas viven la relación.
Los hombres también debe permanecer atentos para no tratar de zanjar una discusión antes de tiempo proponiendo una solución pragmática precipitada porque, para una esposa, es sumamente importante sentir que su marido escucha sus quejas y empatiza con sus sentimientos (lo cual no necesariamente supone que deba coincidir con ella). En tal caso, la esposa podría interpretar este consejo como una forma de rechazo, como si sus sentimientos fueran algo absurdo o carente de importancia. Por el contrario, los maridos que, en lugar de subestimar las quejas de su esposa, permanecen junto a ella en medio del fragor de una discusión, las hacen sentirse escuchadas y respetadas. Lo que una esposa desea es que sus sentimientos sean tenidos en cuenta, respetados y valorados, aunque el marido se halle en desacuerdo.
No es infrecuente, por tanto, que una esposa se tranquilice cuando sienta que se escucha su punto de vista y se tienen en cuenta sus sentimientos.
En lo que respecta a las mujeres, el consejo es muy parecido.
Dado que uno de los principales problemas para el hombre es que su esposa suele ser demasiado vehemente al formular sus quejas, ésta debería hacer el esfuerzo de no atacarle personalmente. Una cosa es una queja y otra muy distinta una crítica o una expresión de desprecio personal. Las quejas no son ataques al carácter sino tan sólo la clara afirmación de que una determinada acción resulta inaceptable. Las agresiones personales suelen provocar la reacción defensiva y el atrincheramiento del marido, lo cual sólo contribuye a aumentar la sensación de frustración y a provocar la escalada de la violencia. También puede ser de gran ayuda el que la esposa trate de formular sus quejas en un contexto más amplio sin dejar de expresar el amor que pueda sentir hacia su marido.
LAS «BUENAS PELEAS»
El periódico de hoy nos brinda una lección objetiva sobre la forma más inadecuada de resolver los conflictos que aquejan a los matrimonios. Marlene Lenick se peleó con su esposo Michael porque él quería ver el partido entre los Cowboys de Dallas y los Eagles de Filadelfia, mientras que lo que ella quería era ver las noticias. Cuando su marido se sentó en el sofá dispuesto a ver el partido, la señora Lenick dijo que «ya había tenido suficiente fútbol» y, acto seguido, se dirigió al dormitorio, cogió un revólver del calibre 38 y disparó dos veces sobre su esposo. Como consecuencia de este incidente, Marlene ha sido acusada de intento de homicidio con premeditación y puesta en libertad bajo fianza de 50.000 dólares, mientras que el señor Lenick, por su parte, tuvo suerte y sigue recuperándose de las heridas de bala que rozaron su abdomen y le atravesaron el omóplato izquierdo y el cuello. Por suerte son pocas las disputas matrimoniales que alcanzan este grado de virulencia pero nos brindan una oportunidad excelente para revisar aquellas condiciones que pueden infundir un mínimo de inteligencia emocional a la relación matrimonial. Por ejemplo, las parejas más estables expresan abiertamente sus puntos de vista cuando abordan un tema, una actitud que también pone en juego la capacidad de saber escuchar. Desde un punto de vista emocional, cualquier muestra de empatía constituye una excelente válvula de escape de la tensión puesto que lo que generalmente busca un cónyuge dolido es que se tengan en cuenta sus sentimientos.
Las parejas que acaban divorciándose suelen mostrarse incapaces de encontrar argumentos que detengan la escalada de la tensión. La diferencia existente entre las parejas que mantienen una relación saludable y aquéllas otras que terminan divorciándose radica en la presencia o ausencia de vías que ayuden a disolver las desavenencias conyugales. Las válvulas de seguridad que impiden que una discusión desemboque en una explosión de consecuencias irreversibles dependen de acciones tan sencillas como atajar la discusión a tiempo antes de que se desproporcione, la empatía y el control de la tensión. Estas acciones constituyen una especie de termostato emocional que impide que la expresión de los sentimientos rebase el punto de ebullición y nuble la capacidad de los miembros de la pareja para centrarse en el tema que estén discutiendo.
Una estrategia global que puede contribuir al buen funcionamiento del matrimonio consiste en no tratar de centrarse de entrada en aquellos temas álgidos concretos que suelen desencadenar las peleas matrimoniales (como, por ejemplo, el cuidado de los niños, el sexo, el dinero y el trabajo doméstico) sino, en cambio, tratar de cultivar juntos la inteligencia emocional y así aumentar las posibilidades de que las cosas discurran por cauces más sosegados. Existe un abanico de competencias emocionales —la capacidad de tranquilizarse a uno mismo (y de tranquilizar a la pareja), la empatía y el saber escuchar— que facilitan el que la pareja sea capaz de resolver más eficazmente sus desacuerdos. El desarrollo de este tipo de habilidades hace posible la existencia de discusiones sanas, de «buenas peleas» que contribuyen a la maduración del matrimonio y cortan de raíz las formas negativas de relación que suelen conducir a su disgregación. Pero los hábitos emocionales no pueden cambiarse de la noche a la mañana, se trata de una labor que exige mucha atención y perseverancia. Los cambios fundamentales que puede experimentar una pareja están directamente relacionados con la profundidad de su motivación. La mayor parte de las reacciones emocionales que se presentan en el seno del matrimonio comenzaron a modelarse desde nuestra más tierna infancia, imbuidas por el aprendizaje que supuso la relación entre nuestros padres y ejercitadas posteriormente en nuestras relaciones más íntimas. Por más que tratemos de convencernos de lo contrario, todos llevamos la impronta de los hábitos emocionales aprendidos en la relación que sostuvimos con nuestros padres (como reaccionar desproporcionadamente ante agravios de poca importancia o encerrarnos en nosotros mismos al menor signo de enfrentamiento).
Tranquilizarse a uno mismo
En el núcleo de toda emoción intensa subyace un impulso a la acción y por esto resulta fundamental el dominio de los impulsos para el desarrollo de la inteligencia emocional. No obstante, esto puede ser especialmente difícil de llevar a la práctica en las relaciones más próximas, donde uno se juega tanto. Las reacciones que afloran en este ámbito afectan a nuestras necesidades más profundas, como el deseo de sentirse amado y respetado, el miedo a ser abandonado o la sensación de ser rechazado emocionalmente. No deberíamos, pues, asombramos demasiado de que, en una pelea matrimonial, solamos comportarnos como si nuestra vida se hallara en peligro.
Pero es imposible dar con la solución adecuada cuando uno se halla bajo el influjo de un secuestro emocional. Por esto una de las competencias clave consiste en que ambos miembros de la pareja aprendan a calmar sus sentimientos más angustiosos, lo cual supone el desarrollo de la capacidad de recuperarse rápidamente del desbordamiento a que aboca todo secuestro emocional. Durante un secuestro emocional, las capacidades de escuchar, pensar y hablar con claridad se ven claramente mermadas y es por ese mismo motivo por lo que el hecho de tranquilizarse constituye un paso absolutamente necesario sin el cual no puede existir el menor progreso en la resolución del problema en cuestión.
Aquellos matrimonios que estén interesados en este punto pueden tratar de monitorizar su pulso carotídeo —está a unos pocos centímetros por debajo del lóbulo de la oreja y la mandíbula— cada cinco minutos en el transcurso de una discusión (algo que quienes practican algún tipo de ejercicio aeróbico pueden hacer sin dificultad alguna). El número de latidos que tienen lugar durante quince segundos multiplicado por cuatro nos da el promedio de pulsaciones cardíacas por minuto. Este control del pulso mientras uno trata de calmarse proporciona al sujeto una especie de gráfico basal, cuyo aumento en unos diez latidos por encima de la media constituye un claro indicador de que está en peligro de experimentar un desbordamiento emocional. En el caso de que el pulso sea incluso más acelerado, la pareja debería descansar durante unos veinte minutos antes de reanudar la charla (aunque una pausa de cinco minutos tal vez bastara, el tiempo de recuperación fisiológica suele ser más prolongado). Como hemos visto en el capitulo 5, los residuos fisiológicos del enfado actúan a modo de detonante capaz de generar más enfado. Por esto, un descanso prolongado nos proporciona más tiempo para que el cuerpo se recupere de la excitación previa.
Aquellos matrimonios que, por la razón que fuere, consideren embarazoso el hecho de monitorizar sus pulsaciones cardíacas durante una discusión, pueden establecer, al menor indicio de desbordamiento emocional por parte del otro, algún tipo de acuerdo previo que les proporcione un tiempo muerto. Durante este período de descanso, el enfriamiento puede verse potenciado mediante la práctica de algún tipo de relajación o de ejercicio aeróbico (o cualquiera de los otros métodos que hemos mencionado en el capítulo 5) que contribuyan a que el cónyuge afectado se recupere del secuestro emocional.