La isla misteriosa (81 page)

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Authors: Julio Verne

Cuando Ciro Smith y sus compañeros hubieron vuelto en sí gracias a los cuidados que les prodigaron, se encontraron en la cámara de un barco, sin poder comprender cómo se habían librado de la muerte.

Era el
Duncan,
en efecto, el yate de lord Glenarvan, mandado entonces por Robert, hijo del capitán Grant, enviado a la isla Tabor para buscar a Ayrton y devolverlo a su patria, después de doce años de expiación. Los colonos se habían salvado y estaban camino de su país.

—Capitán Robert —preguntó Ciro Smith—, ¿quién le ha inspirado el pensamiento de andar cien millas más hacia el nordeste, después de haber dejado la isla Tabor, donde no pudo encontrar a Ayrton?

—Señor Smith —respondió Robert Grant—, iba no sólo a buscar a Ayrton, sino también a usted y a sus compañeros.

—¿A mí y a mis compañeros?

—Sí, iba a la isla Lincoln.

—¡A la isla Lincoln! —exclamaron a la vez Gedeón Spilett, Harbert, Nab y Pencroff, sumamente admirados.

—¿Cómo conocía la isla de Lincoln —preguntó Ciro Smith—, no estando ni siquiera mencionada en las cartas?

—La he conocido por la noticia que ustedes dejaron en la isla Tabor —contestó Robert Grant.

—¡Una noticia! —exclamó Gedeón Spilett.

—Sí, aquí la tiene —repuso el joven capitán, presentando un documento que indicaba la situación de la isla Lincoln en latitud y longitud, y añadía:
Residencia actual de Ayrton y de cinco colonos norteamericanos.

—¡El capitán Nemo!... —dijo Ciro Smith, después de haber leído la nota y visto que era de la misma mano que había escrito el documento hallado en la dehesa.

—¡Ah! —exclamó Pencroff—. El tomó nuestro
Buenaventura
y se aventuró solo hasta la isla Tabor.

—Para dejar allí esa nota —dijo Harbert.

—Bien decía yo —añadió el marino— que, aun después de su muerte, el capitán nos había de hacer otro servicio.

—Amigos míos —dijo Ciro Smith, con voz profundamente conmovida—, roguemos al Dios de todas las misericordias que reciba el alma del capitán Nemo, nuestro salvador.

Los colonos se habían descubierto, al oír esta última frase de Ciro Smith, y murmuraron el nombre del capitán. En aquel momento, Ayrton, acercándose al ingeniero, le dijo sencillamente:

—¿Dónde pongo este cofrecito?

Era el cofrecito que Ayrton había salvado con peligro de su vida, en el momento en que la isla se hundía bajo los mares, y que entregaba fielmente al ingeniero.

—¡Ayrton, Ayrton! —dijo Ciro Smith, hondamente conmovido.

Después, dirigiéndose a Robert Grant, añadió:

—Señor, donde dejaron al culpable encuentran ahora un hombre a quien la expiación ha devuelto la honradez y a quien doy mi mano con orgullo.

Robert Grant fue puesto al corriente de la extraña historia del capitán Nemo y de los colonos de la isla Lincoln. Después, hecho el plano de lo que quedaba en aquel escollo, que en adelante debía figurar en los mapas del Pacífico, el capitán dio orden de virar de bordo.

Quince días después los colonos desembarcaban en América y hallaban pacificada su patria, terminada aquella terrible guerra por el triunfo de la justicia y del derecho.

La mayor parte de las riquezas contenidas en el cofrecillo legado por el capitán Nemo a los colonos de la isla Lincoln se empleó en la adquisición de una gran propiedad en el estado de Iowa. Una sola perla, la más hermosa, fue separada de aquel tesoro y enviada a lady Glenarvan, en nombre de los náufragos devueltos por el
Duncan
a su patria.

En aquella propiedad, los colonos llamaron al trabajo, es decir, a la fortuna y a la felicidad, a todos aquellos a quienes pensaban ofrecer hospitalidad en la isla Lincoln. Se fundó una gran colonia a la cual dieron el nombre de la isla que había desaparecido en las profundidades del Pacífico. Se veía un río que se llamaba de la Merced, un monte que tomó el nombre de Franklin, un pequeño lago que fue el lago Grant y bosques que recibieron la denominación de Far-West. Era como una isla en tierra firme. En ella, bajo la mano inteligente del ingeniero y de sus compañeros, todo prosperó. Ni uno solo de los antiguos colonos de la isla Lincoln faltaba, porque habían jurado vivir siempre juntos. Nab estaba siempre donde su amo; Ayrton, dispuesto a sacrificarse en toda ocasión; Pencroff, más labrador que marino; Harbert terminó sus estudios bajo la dirección de Ciro Smith, y el mismo Gedeón Spilett, que fundó el “New Lincoln Herald”, el periódico mejor informado del mundo entero.

Ciro Smith y sus compañeros recibieron muchas veces la visita de lord y lady Glenarvan, del capitán John Mangles y de su mujer, hermana de Robert Grant, del mismo Robert Grant, del mayor MacNabbs y de todos los que habían figurado en las dos historias del capitán Grant y del capitán Nemo.

Allí, en fin, todos fueron felices viviendo unidos en lo presente como lo habían estado en lo pasado; pero jamás olvidaron aquella isla a la cual habían llegado pobres y desnudos, aquella isla que durante cuatro años había satisfecho sus necesidades y de la cual no quedaba más que un trozo de granito combatido por las olas del Pacífico, tumba del que había sido capitán Nemo.

NOTAS

1. Célebre autor de un tratado sobre la pesca de caña.
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