Read La llegada de la tormenta Online
Authors: Alan Dean Foster
Obi-Wan se esforzó por interpretar lo que decía el guardia.
— ¿Decís que nos recibirán pero que no escucharán nuestras propuestas?
Bayaar asintió.
—Para que eso ocurra, deberéis ofrecer al Consejo un presente adecuado de su elección.
—Está bien —dijo Obi-Wan relajándose—. ¿Y qué satisfaría al Consejo? Tenemos acceso a un fondo que podríamos emplear para comerciar. Si es necesario algo más sustancioso...
Dejó la pregunta abierta.
—Lo cierto es que el Consejo desea que le ofrezcáis algo más insignificante —Bayaar miró a los miembros del grupo. A lo largo de su, su vida apenas había visto unos cuantos comerciantes humanos, y le fascinaban sus pequeños ojillos aplastados y las variaciones capilares de cada uno—. Quieren que uno de vosotros les lleve un puñado de lana de la melena de un surepp blanco adulto.
— ¿Eso es todo? —dijo Anakin.
Obi-Wan miró a su pádawan para reprenderle, pero sin mucha severidad. A él también le sorprendía la aparente facilidad de la petición.
Lo que le hizo sospechar de inmediato. — ¿Dónde podremos comprar esta lana?
—No podéis comprarla —a Bayaar le disgustaba esta labor de diplomático mensajero. Prefería estar en la pradera encabezando una patrulla de vigías y empuñando el arma—. Uno de vosotros debe cogerla con la mano, a la manera tradicional, y sin utilizar ningún dispositivo alienígena u otras formas de ayuda como un suubatar, de la melena de un surepp blanco.
Tooqui hizo una mueca.
—No me gusta la idea. Demasiados muchos, muchos surepp con pies grandes, grandes, muchos.
Barriss se inclinó hacia su compañero y le susurró al oído.
—A mí tampoco me gusta esto, Anakin. ¿Un puñadito de lana? Me parece demasiado fácil. Los surepp son ganado doméstico, y, por tanto, no debe de ser demasiado difícil trabajar con ellos. ¿Qué dificultad puede haber en coger a uno y quitarle un puñado de lana de la melena?
Anakin movió la cabeza con un gesto de incertidumbre.
—Ya. Quizá sólo sea eso. Porque sea una costumbre no tiene por qué ser difícil o peligroso.
Ella señaló a los Jedi, que conversaban entre ellos.
—Me da la impresión de que pronto lo sabremos.
Obi-Wan se apartó de Luminara y se dirigió de nuevo a su anfitrión.
—Haremos lo que el Consejo nos pide. —Dudó un momento—.
Supongo que podremos coger la lana de uno de los surepp domésticos y que no tendremos que ir a por uno salvaje para conseguirla.
—Correcto. Está permitido cogerla de una de las bestias del ganado.
—Entonces no perdamos más tiempo. Todavía hay suficiente luz.
¿Seriáis tan amable de acompañarnos?
Bayaar suspiró. Estaba claro que estos extranjeros no tenían ni idea de lo que les estaban pidiendo.
¡Ajá!
, pero pronto lo sabrían.
—Venid conmigo.
El recorrido por el asentamiento nómada fue interesante, y Bayaar no dejó de explicarles detalles ni de describirles lo que veían. Enseguida llegaron a las afueras de la ajetreada comunidad, y vieron las verjas electrificadas recién desenrolladas que rodeaban a los miles y miles de surepp de los borokii. Era una visión impresionante, que mugía mientras se mecía entre las altas hierbas. El mantenerse pegados unos a otros les garantizaba la seguridad, aunque no les dejara mucho espacio para moverse. Coger a un macho, y quitarle un puñado de lana de la melena, requeriría un esfuerzo por parte del trasquilador, aunque tampoco parecía que fuera a ser necesario darse una gran carrera por las praderas abiertas. Pero había un problema. Bayaar les había dicho que el Consejo demandaba un puñado de lana blanca.
Y la lana de todas aquellas docenas, cientos, de surepp que se extendían ante sus ojos era verde o azul. No se veía ni un animal blanco. Ni siquiera uno verde claro. Luminara le indicó la aparente discrepancia a su anfitrión.
Bayaar pareció avergonzado.
—Yo no hago las leyes. Sólo sirvo de vehículo para las normativas del Consejo.
— ¿Y cómo vamos a quitarle lana blanca a un animal que no existe?
—dijo Obi-Wan señalando al ganado.
—Sí existe —respondió Bayaar—, el surepp albino es real, y hay algunos entre los que pertenecen a los borokii.
Luminara entrecerró los ojos, mirando al frustrante guardia. —Hay miles de animales. ¿A qué te refieres con "algunos"? Bayaar desvió la mirada incómodo.
—Dos.
Barriss dejó escapar un suspiro, y movió la cabeza.
—
Sabía
que sonaba demasiado fácil.
—Pero no entiendo cómo vamos a hacerla sin transporte alguno —Anakin estaba visiblemente enfadado. El Consejo borokii les había encomendado una tarea casi imposible. Se dirigió a Bayaar y le preguntó agresivo—. ¿Qué hacen los borokii con sus animales por la noche? —señaló las vallas electrificadas que separaban a las bestias del campamento—. Los otros alwari que hemos conocido rodean a sus animales y los protegen en establos temporales para poder vigilarlos y cuidarlos mejor de los depredadores nocturnos.
Tanto Obi-Wan como Luminara le miraron con aprobación, y él intentó no parecer demasiado orgulloso.
—Los borokii también —reconoció Bayaar—. Pero a mayor escala que otros alwari —señaló la barrera que zumbaba suavemente—. Esto mantiene a los surepp juntos cuando cae la noche, y, mientras tanto, jinetes como yo mantenemos a los shanh y a otras bestias lejos del ganado. Los surepp no pueden saltar la valla, pero un shanh furioso sí que podría. —Has dicho "juntos" —la mente de Luminara trabajaba rápido—. ¿Cómo de juntos?
—Muy juntos —extendió las manos y juntó las palmas hasta casi rozarse—. Así de juntos. Cuando están pegados unos contra otros, los surepp se sienten seguros. Duermen de pie.
Barriss contempló al ganado.
—No tienen más remedio con tan poco espacio. Luminara asintió reflexiva.
—Si el rebaño se concentra en un sitio, será mucho más fácil encontrar a los blancos de noche que de día, que estarán desperdigado s por el terreno, como ahora —clavó la mirada en los ojos del gentil centinela—. ¿Cuál sería la reacción de los surepp al sentir movimiento junto a ellos?
Él sonrió.
—Ya entiendo lo que queréis saber. Es algo peligroso. Se puede caminar entre un rebaño de surepp dormidos sin agitarles, pero hay que tener mucho cuidado. Son criaturas nerviosas, es fácil perturbarlas. Si se sienten amenazadas, o incluso intranquilas, su ánimo puede cambiar rápidamente. El que intentara caminar entre ellos podría llevarse una embestida de un macho irritado o podría ser aplastado entre un montón de surepp en movimiento.
Obi-Wan echó una mirada rápida a sus compañeros y tomó la palabra. — ¿Hay algo más que puedas decimos para poder localizar al extraño ejemplar blanco? ¿Tienden a congregarse en algún sitio, algún lugar del rebaño?
—Lo cierto es que sí —admitió Bayaar—. Como son tan llamativos, tienden a buscar el sitio más seguro. Que es justamente el centro del rebaño.
Barriss contempló la vasta extensión de terreno cubierta de surepp hasta donde alcanzaba la vista e intentó imaginarse abriéndose paso entre el compacto grupo, intentando a la vez no ponerles nerviosos ni alarmarles. En contraste con el optimismo inicial de Obi-Wan, tuvo que darle la razón a Anakin. No había más que ver aquella enorme masificación de animales para darse cuenta de lo imposible de una tarea que al principio parecía sencilla. Con un deslizador o un suubatar, u otro medio de transporte que les diera una perspectiva superior de las cabezas de ganado, quizá podrían hacer algo. Pero las instrucciones del Consejo de Ancianos eran bastante directas, por lo que había dicho Bayaar. Nada de tecnología alienígena para llevar a cabo la misión, y nada de monturas entre los animales. Ni suubatar ni un pequeño sadain.
No importaba. Tampoco tenían un deslizador. Controlando la Fuerza lo suficiente, quizá uno de ellos podría elevarse un momento por encima de los animales, pero la energía no permitiría una levitación duradera. Tendrían que pensar en otra cosa. Intentó imaginarse cruzando la verja electrificada y abriéndose paso hasta el centro del rebaño, pasando entre miles de surepp apretujados que en cualquier momento podrían volverse contra la intrusa. Un solo resoplido de alarma podría bastar para desbaratarlo todo. Y una vez adentrada en el rebaño, no habría posibilidad de salvarse de la estampida. Quedaría aplastada bajo miles de cascos y los millones de toneladas de los surepp.
Ella no era la única que se sentía impotente ante el problema.
—Volveremos al atardecer, justo antes de la puesta del sol —le dijo Obi-Wan a su anfitrión—. Al menos —murmuró—hagamos lo que hagamos y sea quien sea el que lo intente, tendremos más posibilidades de localizar al animal albino cuando los hayan reunido para pasar la noche. —y dado que no se nos permite utilizar tecnología avanzada, necesitaremos un cuchillo borokii —dijo Luminara distraídamente, como pensando en otra cosa—. Para cortar la lana.
De vuelta a su lugar de reposo, discutieron a fondo las posibles formas de acometer la condición del Consejo, que desde luego no era una tarea que pudiera hacerse directa y sencillamente. Hubo muchas propuestas, pero todas fueron descartadas rápidamente. Llegó el final de la tarde y les encontró con la misma incertidumbre que tenían al comenzar a debatir la cuestión.
Bayaar les guió de nuevo hasta las lindes del establo provisional. Para disgusto suyo, le habían encomendado la misión de ocuparse de los visitantes. No era un diplomático, así que no le gustaba su cometido, pero intentó hacerla lo mejor que pudo.
Una gran parte de su disgusto procedía de la tarea que el Consejo había encomendado a los visitantes, porque se había dado cuenta de que se encontraba bien con ellos. No le gustaría que salieran heridos, o peor, muertos. Y no sabía cómo iban a cumplir el requisito del Consejo sin que algo de eso pasara. Quizá se dieran cuenta a tiempo de lo imposible de la misión, tuvieran un encuentro breve e insustancial con los ancianos y siguieran su camino.
No podía interpretar sus expresiones alienígenas, pero las caras de sus guías no daban a entender que los extranjeros tuvieran alguna especie de magia que les fuera a ayudar a conseguir lo que querían.
Los visitantes se acercaron a la verja para estudiar en profundidad a los surepp. Ya los habían reunido para pasar la noche y los poderosos animales comenzaban a relajarse. Pero que estuvieran relajados tampoco quería decir que no miraran lo que les rodeaba. Un mugido de uno de ellos sería suficiente para alertar los a todos del peligro.
Algunos miembros del clan se habían enterado de la petición del Consejo, reuniéndose para ver el espectáculo, más esperanzados de ver un descalabro que otra cosa: Aunque era un acto rastrero para un soldado del rango de Bayaar, otros guerreros de su clan no dudaron en apostar sobre las posibilidades de la extranjera. Y el problema era que los que apostaban en contra tenían que hacer muy buenas ofertas para ser aceptadas.
El guardia frunció el ceño. ¿Qué hacía la hembra más alta? Se estaba quitando las capas exteriores de ropa, lo cual le parecía la manera más extraña de adentrarse en un rebaño apelotonado. Si él tuviera que acometer aquella misión suicida, querría llevar cuantas más capas de ropa mejor, para protegerse de los cuernos, los cascos y el suelo.
Cuando la hembra terminó, sólo llevaba su atuendo alienígeno básico.
A la luz del sol poniente, ella le pareció de lo más peculiar. Y lo cierto es que estaban bien pensados para una constitución bípeda tan extraña. La preocupación por los invitados era casi superada por la curiosidad de lo que harían a continuación.
Obi-Wan miraba a los ojos de su compañera mientras discutía con ella en voz baja.
—Sería mejor que no lo hicieras, Luminara.
—Estoy de acuerdo, Maestra —añadió Barriss preocupada.
Luminara asintió y miró al último miembro del grupo.
— ¿Y tú, Anakin? No has dicho nada desde que os planteé mi idea. El pádawan no dudó al ver que se le preguntaba su opinión.
—Yo no lo haría por nada del mundo. Es una locura.
Luminara sonrió.
—Pero tú sabes que no estoy loca, ¿a que sí, Anakin? Él asintió.
—Cuando era pequeño, yo hice un montón de cosas que podrían llamarse locuras. A todo el mundo le pareció una locura que participara en las carreras profesionales de vainas. Pero lo hice y estoy vivo —se irguió un poco—. La Fuerza estaba conmigo.
—La suerte estaba contigo —murmuró Barriss tan bajito que nadie la oyó.
— ¿Así que piensas que debería de seguir adelante con esto? —le preguntó Luminara.
Anakin dudó.
—No soy yo quien tiene que decido. Si Obi-Wan está de acuerdo... —su voz se apagó sin terminar la frase.
Ella desvió su atención hacia el otro Jedi.
—Obi-Wan ya me ha dicho que no está de acuerdo. ¿Tiene él acaso una solución?
El Jedi dudó un instante y se encogió de hombros.
—Yo opino como Barriss... pero no, no tengo otra solución.
—Necesitamos esa lana si queremos que los borokii nos escuchen.
—Lo sé, ya lo sé —Obi-Wan estaba visiblemente disgustado—.
¿Estás segura de que puedes hacer esto, Luminara?
—Pues claro que no —mientras decía esto, se aseguró de que el puñal borokii que le había prestado Bayaar estaba firmemente ajustado a su cinturón—. Pero igual que a ti, no se me ocurre otra cosa. Ésta es la mejor alternativa —sonrió tranquilizadora—. No podemos convencer al Consejo de Ancianos de que razone con el resto de los alwari de nuestra propuesta si no llegamos ni siquiera a hablar con ellos.
—Puede que tu muerte les convenza de nuestra sinceridad, y de las importantes repercusiones para la República que tiene nuestra presencia aquí, pero sigue sin ser una garantía de que nos escuchen.
—Entonces encontrarás otra forma de asegurarles que tenemos buenas intenciones —le dijo. Puso una mano en el hombro del Jedi—. Pase lo que pase, Obi-Wan, que la Fuerza esté contigo siempre, Obi-Wan Kenobi.
Él se acercó y le dio un fuerte abrazo.
—Espero que no sólo la Fuerza esté conmigo, Luminara Unduli, sino que tú también estés a mi lado durante mucho tiempo —señaló a los pádawan—. No te irías dejándome, no con uno, sino con dos pádawan a mi cargo, ¿no?
Ella sonrió.
—Creo que te las arreglarías bien, Obi-Wan.
—Maestra... —dijo Barriss.
La Jedi se giró y le puso una mano tranquilizadora en el hombro a su pádawan.