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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (40 page)

El industrial negó con la cabeza.

—Hay un tiempo para la paciencia, y hay un tiempo para actuar. Y este argumento es irrebatible.

—Si nos damos a conocer demasiado pronto, ya no habrá argumentos que valgan —replicó ella convencida— y es una pena que no estemos de acuerdo en esto.

El industrial sonrió.

—Sin rencores, Shu Mai. Ni siquiera tú puedes ganar siempre.

Se volvieron hacia la pasarela. Más allá de las transparentes paredes y del tejado del pasillo que conectaba las Torres Bror Tres y Cuatro, Coruscant resplandecía a la luz del día. Filas de vehículos seguían las líneas energéticas del tráfico en el aire de la tarde. Las naves de los servicios automáticos se deslizaban en misiones preprogramadas entre los enormes edificios. Un buen sitio, Coruscant. El centro de la civilización moderna. Tarde o temprano, cualquiera que deseara el poder de cualquier clase, político, financiero o artístico, venía a Coruscant. Los que querían influir en los asuntos interplanetarios acababan viviendo allí o ante el mismo Senado, el organismo de deliberación más importante de la galaxia. Cada uno intentaba llevar a sus miembros en una u otra dirección a su manera. Sólo hacía falta un poco de orientación, pensó Shu Mai. Las sugerencias adecuadas.

Pero tenían que hacerlas en el momento adecuado y bajo las circunstancias correctas. Apretó el paso. Mousul hizo lo mismo. Uliss, que contemplaba distraído la ciudad, se quedó atrás.

Cuando llegaron al final de la pasarela, la presidenta del Gremio de Comerciantes se dio la vuelta. A su lado, Mousul la imitó. Shu Mai cogió el dispositivo que llevaba en la mano y apretó un botón.

Tam Uliss pareció lógicamente sorprendido cuando chocó contra el campo de fuerza. Era invisible e impenetrable. El rostro del industrial pasó por una variada gama de expresiones en un tiempo mínimo. Sus palabras, que, a juzgar por sus muecas, eran cada vez más hostiles, no traspasaban la barrera que se había alzado de repente entre él y sus compañeros. Sus manos y su cuerpo tampoco.

La presidenta del Gremio de Comerciantes y el senador Mousul miraban sin pestañear a su colega. El ansioniano permanecía inexpresivo y la presidenta pensativa. La alarma se dibujó en la cara de Uliss. Se giró bruscamente e intentó volver a la torre anterior. Pero se vio bloqueado por una barrera igual a la primera.

Shu Mai se pegó a la barrera para estudiar al individuo atrapado, que estaba asustado. Ni todo su dinero ni todos sus contactos le servían de nada ahora. Qué pena. No le gustaba Tam Uliss especialmente, pero le respetaba. A un palmo de su cara, Uliss lanzaba imprecaciones y amenazas a sus socios conspiradores. Pero la barrera seguía conteniendo su voz y sus puños.

Durante un largo rato, Shu Mai se quedó mirando a su antiguo socio.

—La paciencia, amigo mío, es un arma que no podemos desperdiciar —susurró, a pesar de que el objeto de su admonición no podía oír nada.

Se giró para colocarse junto a Mousul, que se había retirado ligeramente al pasillo. El senador observó a Shu Mai tocando varios botones en sucesión rápida y experimentada.

Un ligero crujido llenó la pasarela, y pronto se elevó de intensidad.

Uliss dejó de maldecir a la impasible barrera. Su rabia se tornó en confusión y luego en estupor. El metal se deshizo y el compuesto se disolvió. Con las palmas pegadas a la barrera, el industrial siguió mirando a Shu Mai y Mousul, mientras la pasarela entera se despegaba de los edificios y caía los 166 pisos hasta la superficie.

Shu Mai se asomó a la abertura que había dejado la pasarela, que a pesar de los ruidos de la ciudad hizo un considerable estruendo al dar contra la superficie. La presidenta del Gremio de Comerciantes miró apenada el desastre un momento antes de dar la vuelta para ponerse a cubierto de las corrientes de aire. Al otro lado, la Torre Bror Tres lucía el mismo agujero.

—Fatiga estructural —murmuró a Mousul—. No es muy frecuente hoy en día, pero existe.

—Por supuesto —replicó él.

—Una personalidad tan importante. Que terrible tragedia. Terrible.

Yo misma daré el discurso en su funeral —cruzó las manos a la espalda y avanzó por el pasillo.

—Qué considerado de tu parte, Shu Mai —el senador respiró hondo—. Cuando sepan lo que le ha ocurrido a Tam Uliss, y tras lo que le sucedió a Nemrileo de Tanjay, no creo que ninguno más nos dé problemas.

—Estoy de acuerdo. Podremos controlar mejor a nuestros seguidores. El senador hizo un gesto a mitad de camino.

—Si me disculpas, creo que me voy a ir, tengo mucho trabajo esta tarde.

La presidenta del Gremio de Comerciantes asintió comprensiva. —Lo entiendo. Yo también tengo mucho trabajo.

Se separaron amistosamente. Mousul volvió a sus ocupaciones senatoriales y Shu Mai regresó a su despacho privado, en el que se encerró tan herméticamente que ni una pequeña nova podría haberla interrumpido. Cuando se hubo asegurado de que todo estaba bien, activó el código especial que le pondría en contacto con el notable individuo a quien tenía que informar del progreso de la conspiración en Coruscant.

En cuanto el conocido rostro apareció ante ella, comenzó a hablar sin dudarlo.

—Ha habido... problemas. Los Jedi consiguieron la paz entre las facciones nómada y urbana de Ansion y, por tanto, sus delegados han votado en contra de la secesión de la República.

La voz al otro lado sonaba segura.

—Es una lástima. Nos obliga a retrasar nuestros planes inmediatos —sonrió—. Nunca pensé que lo conseguirían. Y tan rápido.

—Hay algo más. El senador Mousul permanece fiel a la causa, pero hay otros preparándose para seguir adelante a pesar de la decisión de Ansion. Me vi obligada a ... dar una clase magistral.

El individuo del otro lado escuchó hasta que Shu Mai terminó de hablar. —Lamento la pérdida de Tam Uliss, pero entiendo la razón de tus acciones —la presidenta del Gremio de Comerciantes se sintió mucho más aliviada —. No importa. Los acontecimientos avanzan y los designios llegan. Podremos soportar la pérdida.

—La resolución del Gremio sigue siendo fuerte —le dijo Shu Mai. El conde Dooku sonrió.

—Así como el respaldo de tus seguidores. Esto no es más que un parón momentáneo. El resultado final es inevitable, hagan lo que hagan los Jedi. Se avecinan grandes cambios. El destino nos espera, amiga mía. Llegará en cualquier momento. Y sólo los que estén preparados sabrán aprovecharlo.

Era un buen pensamiento al que agarrarse, pensó Shu Mai cuando acabó la transmisión. Desactivó el escudo de privacidad y abandonó la habitación.

Tenía mucho que hacer.

FIN

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