Read La llegada de la tormenta Online

Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (38 page)

Exactamente tres minutos después de que salieran, los problemas telecomunicativos del hostal quedaron reducidos a ceniza gracias a una impresionante explosión que derrumbó el edificio.

Como por arte de magia, no había ni un vehículo en toda la calle.

Luminara y Obi-Wan no hubieran tenido problemas en detener un deslizador privado en nombre de la República, pero no había ninguno. Lo más parecido eran pequeñas formas de transporte de mercancías diseñadas para circular por los laberínticos callejones de Cuipernam, y dada la cantidad de aerotransportes abarrotados, ansionianos, alienígenas viajeros y animales que poblaban la ciudad, un deslizador hubiera sido peor que ir andando. Cuipernam era un asentamiento antiguo, y no se había diseñado pensando en el transporte moderno, lo que constituía uno de los principales atractivos turísticos, excepto por el hecho de que desplazarse significaba retroceder al pasado.

Por lo menos no estaban lejos del Consejo, hacía buen tiempo y era bastante reconfortante ir andando en lugar de manteniendo el equilibrio sobre el lomo de un suubatar al galope, pensó Luminara. Por la posición del sol calculó que aún les quedaba tiempo para llegar antes de que los delegados emitieran sus cruciales votos, y estaban a medio camino cuando la Jedi percibió una perturbación en la Fuerza. Miró en la dirección que le indicaba su intuición y alcanzó a ver un movimiento sospechoso. Extendió la mano para tocar a Obi-Wan en el brazo, y luego a Barriss, que a su vez alertó a Anakin. Kyakhta y Bulgan pasaron de largo y Tooqui revoloteaba entre los puestos. Ninguno de los nómadas percibió el sutil cambio en sus compañeros.

Obi-Wan se acercó aparentemente tranquilo a Luminara y le susurró una palabra.

— ¿Dónde?

Ella lo indicó con los ojos, mirando hacia arriba y a la izquierda. Él respondió con un movimiento de cabeza apenas perceptible, y después se lo dijo a Anakin y a los alwari, mientras ella informaba a Barriss. Decidieron no decírselo a Tooqui. No era probable que fueran a por él, y ya se enteraría de lo que pasaba, porque lo último que necesitaban era un gwurran siseante y asustado por las bulliciosas calles.

Cuando los francotiradores que rodeaban la avenida abrieron fuego, sólo pudieron ver disparos rechazados por sables láser. Ninguno de los impactos que caía de los tejados cercanos se acercó a su blanco. Con un grito colectivo de alarma, en no menos de una docena de idiomas, los vendedores, compradores, viajeros y peatones se diseminaron en todas direcciones. Los Jedi y sus compañeros entraron en el gran establecimiento comercial que se hallaba en el extremo opuesto de la calle.

Ogomoor miraba hacia abajo boquiabierto. Hacía un instante, los Jedi y sus socios paseaban tranquilamente, y parecían totalmente despreocupados, inconscientes del futuro inmediato que se cernía sobre ellos. Y de repente, no sólo habían repelido la estratégica emboscada, sino que se habían refugiado en el edificio de enfrente, ocultándose de los asesinos, que, por otro lado, eran los mejores que había podido contratar tras las inflamadas órdenes de su jefe, pero no eran tan buenos como para darle a algo que no podían ver.

El miedo y la frustración se debatían en su interior mientras sacaba del bolsillo su intercomunicador de circuito cerrado y ordenaba a sus tropas de asalto que arrasaran el establecimiento comercial donde se ocultaban las presas. Si podían hacer que salieran de nuevo al exterior, entonces serían pasto de los francotiradores. Hasta un grupo Jedi cedería ante la presión de enfrentarse simultáneamente a dos ejes en una batalla.

— ¡Por aquí!

Luminara guió a sus amigos a la salida trasera del edificio mientras los clientes y los vendedores se ponían a cubierto. Y más les valía hacerla. A los Jedi les preocupaba la seguridad de los inocentes, pero las docenas de asesinos profesionales que arrollaron la entrada principal no tenían tantas consideraciones morales.

Comenzó el tiroteo de rifles y pistolas láser en el interior del establecimiento, y tras la oficina blindada de administración, los propietarios lamentaban la destrucción de sus enseres que llevaban a cabo los dos bandos. Ya habían llamado a las autoridades, pero para cuando se decidieran a hacer acto de presencia, el interior del espléndido centro sería una pura ruma.

No eran los mismos asesinos noveles a los que se habían enfrentado ella y Barriss a su llegada a Ansion, pensó Luminara. Avanzaban con mucha más seguridad, y tenían mejor puntería. Si no fuera por las habilidades Jedi, no podrían mantenerlos a raya. Alguien se había tomado muchas molestias para contratar a semejante escuadrón.

Peleaba con dos atacantes a la vez, así que no vio al pequeño, pero bien armado vrot que emergía entre dos aterrorizados clientes. Sabiendo que sólo tendría una oportunidad de disparar a la escurridiza Jedi, apuntó bien. Justo cuando estaba a punto de apretar el gatillo, algo que era todo ojos, todo brazos y todo patadas aterrizó en su cabeza. El vrot se hundió en la metralla discursiva más imaginativa que había oído nunca.

— ¡Tooqui mata! ¡Extranjero malo, malo! ¡Tooqui te asfixia con tus entrañas! ¡Tooqui ... agh!

El furioso vrot se liberó de la ligera carga y apuntó su arma al pequeño gwurran. Mientras lo hacía volvió a recibir otro impacto, esta vez de dos cuerpos mucho más grandes y fuertes. Luminara comprobó que podía seguir ocupándose de sus dos oponentes. Kyakhta y Bulgan, junto con Tooqui, molían a palos al desafortunado vrot.

Pero eran demasiados y muy buenos. Lo mejor para la seguridad de los inocentes era la retirada, acordaron Obi-Wan y Luminara. Sería más peligroso pelear en la calle, a tiro de los francotiradores, pero eso era mejor que ver a un montón de civiles masacrados a manos de los mercenarios.

Ogomoor recibió la información de uno de sus hombres dentro del edificio y alertó a sus frustrados tiradores.

— ¡Preparados! —les instruyó a gritos por el intercomunicador—. ¡Los Jedi se retiran! ¡Esperad a que salgan todos antes de iniciar el fuego! —volvió a mirar hacia la calle, y añadió con tono más bajo pero con el mismo entusiasmo—. No queremos que se escape ni uno.

De rodillas, con el rifle en las manos, uno de los asesinos preguntó:

— ¿Y los alwari que van con ellos? Los dos grandes y el pequeño.

—No os preocupéis por ellos, los de abajo se encargarán. Vosotros id primero a por los Jedi y luego a por sus pádawan.

Ogomoor se asomó ansioso para disfrutar de la inminente matanza, mientras él se mantenía a salvo.

Reconoció una vestimenta familiar, que entraba y salía y volvía a entrar.

Venid, nobles Jedi. Mostraos. Salid a calle, a la clara, brillante y maravillosa luz de Ansion. Poneos donde pueda veros. Yo, y mis muy apreciados sirvientes.

Ahí están, gritó en silencio. Pudo ver a ambos Jedi luchando codo con codo, intentando no salir, pero saliendo al fin y al cabo. Y también veía a los dos asesinos arrodillados a su lado, preparándose para disparar. Con un poco de suerte, todo habría terminado en uno o dos minutos.

Por desgracia, el dios Jiaguin de la codicia, no estaba de su parte aquel día. Los alwari que cayeron sobre los dos tiradores podrían haber caído del mismo cielo, a juzgar por su discreción. Los cuchillos y otras armas tradicionales relucían a la luz del sol que Ogomoor invocaba momentos antes para facilitar el trabajo de los asesinos. Mientras el consejero corría hacia la salida del tejado, vio de reojo los adornos de las ropas de los intrusos. Sus ojos se abrieron aún más de lo normal.

Situng borokii ... y hovsgol januul. Guerreros de los dos clanes superiores más importantes. Luchadores temibles con reputaciones que se extendían por ambos hemisferios.

¿Pero qué hacían
allí
, en Cuipemam, interviniendo en una reyerta callejera? Ni lo sabía ni se lo imaginaba, sólo podía pensar en alejarse del tejado, que ya no era un lugar seguro.

Mientras huía, pudo ver escenas similares en otros tejados, en los que los alwari reducían a los francotiradores que quedaban. Sin apoyo desde los tejados, temió que los combatientes del suelo no pudieran con los Jedi y sus pádawan. En ese caso ya no habría nada que se interpusiera entre ellos, el Consejo y la delegación de la Unidad. Se vio a sí mismo enfrentándose de nuevo al mal trago de tener que darle malas noticias a su amo. Unas noticias especialmente caras. A Soergg no le iba a gustar nada...

Cuipernam no era la única ciudad de Ansion, y Soergg el hutt no era el único bossban merecedor de los inigualables talentos del consejero. Cansado de tener que comunicar un fallo tras otro, Ogomoor se preguntó mientras bajaba los escalones de tres en tres si no habría llegado el día de que alguien con sus cualidades buscara un nuevo trabajo.

No, se dijo a sí mismo, mientras conectaba el intercomunicador de circuito cerrado. Aún tenía pruebas de su conocimiento y su experiencia. Le quedaba un as en la manga.

Ni Luminara ni Obi-Wan entendían lo que había pasado con los potenciales asesinos de los tejados, hasta que vieron un rostro que les resultó familiar emergiendo entre la calle sembrada de cadáveres. En cuanto lo reconocieron, ellos y sus pádawan se vieron tan aliviados como sorprendidos.

—Hola, Bayaar —Luminara se cubrió los ojos con una mano y se puso la otra sobre el pecho, saludando al guerrero borokii de la forma tradicional alwari. Tras ellos, los guerreros borokii y januul acababan con lo que quedaba de los matones, y no tardarían mucho a juzgar por la cantidad de ellos que huían ahora en todas direcciones—. Aunque no esperaba veros otra vez, tengo que admitir que vuestra puntualidad es inmejorable.

— ¿Qué es esto? —preguntó Obi-Wan señalando a los otros guerreros. Bayaar enseñó los dientes al sonreír.

—Vuestra guardia de honor, noble Obi-Wan. ¿No recordáis el regalo que os dije que os harían los dos Consejos de Ancianos? Es esto. No querían que les pasara nada a sus nuevos amigos extranjeros —si hubiera sido físicamente capaz de hacerla, les habría guiñado el ojo—. Sobre todo hasta el momento en que se apruebe finalmente el tratado entre los alwari y los ciudadanos. Os hemos seguido de cerca desde que dejasteis el campamento. En vuestra retaguardia, alertas ante el peligro, cuidando de vosotros —su tono se volvió más serio—. Casi demasiado lejos de vosotros.

—Nos hubiéramos apañado —le dijo Anakin. Al ver la expresión severa de su Maestro, se apresuró a añadir—. Aunque vuestra ayuda ha sido decisiva.

Bayaar hizo una ligera inclinación ante el pádawan, que se sintió incómodo. Cuándo aprendería a pensar antes de hablar. Su entrenamiento le estaba dotando de una seguridad en sí mismo que rozaba la altanería. Tenía que aprender de alguna forma a ser tan paciente como Obi-Wan. De lo contrario jamás podría igualar su talento, y mucho menos superarlo.

—Estamos más ansiosos que vuestros ancianos de que todo acabe. Luminara se aseguró el sable láser en el cinturón y comenzó a subir la calle. Obi-Wan se reunió con ella, y el resto les siguieron.

Iban flanqueados, tanto a su nivel como desde los tejados, por guerreros del situng borokii y del hovsgol januul. Seleccionados de entre los mejores guerreros del planeta, la escolta ofrecía un espectáculo impresionante mientras acompañaba a los extranjeros por las calles de la ciudad. Los habitantes se detenían en su camino, y salían de las tiendas para contemplar la procesión boquiabiertos, hasta los visitantes de otros mundos estaban estupefactos. Los Jedi habían vencido de nuevo.

Cuando llegaron por fin, vieron el Consejo de la ciudad tal y como lo recordaban. Bayaar y sus guerreros se quedaron fuera montando guardia mientras los visitantes eran anunciados y admitidos. La composición de la delegación había cambiado. La delegada Ranjiyn estaba allí, así como Tolut, y otros cinco que Luminara reconoció, pero con motivo de la votación, la Unidad se había ampliado hasta contar con doce miembros, sin duda en consideración a la importante decisión que iban a tomar. Entre los doce había ocho nativos, y el resto eran residentes alienígenas como los humanos Volune y Dameerd y Tolut el armalat.

Aunque escuchaban atentamente, ni Anakin ni Barriss prestaron atención a las formalidades de bienvenida. Kyakhta y Bulgan tomaron asiento con orgullo tras los humanos, y Tooqui, aburrido, se entretenía buscando por el suelo objetos de valor que se les hubieran caído a los presentes. Mientras se quedara callado y no interrumpiera los procedimientos, no molestaba a nadie.

Los delegados se disculparon sinceramente al oír que unas fuerzas desconocidas habían intentado ejecutar a los visitantes en la calle. A su vez, Obi-Wan y Luminara expresaron su interés por la salud y el estado de los delegados. Como había algunos nuevos, tuvieron que proceder a las obligadas presentaciones.

Antes de que pudieran empezar, una figura jadeante entró en la sala. — ¡Distinguidos representantes de la Unidad de Comunidades de Ansion! Os pido que me concedáis un poco de vuestro tiempo. Tengo una información que os será muy útil para tomar la decisión —el personaje se llevó una mano al bolsillo—. Yo conozco el...

Un haz de energía salió de la parte delantera de la sala. Los sable láser fueron desenfundados, pero no activados. El que había disparado al intruso no había dudado, sino que lo hizo con nervios de acero. El intruso murió al instante.

Anakin se aproximó cauteloso al cuerpo humeante y se inclinó sobre el inesperado invitado ansioniano. Introdujo una mano en el bolsillo y sacó el dispositivo que encontró dentro. Una mirada bastó para saber lo que era. Lo alzó para que lo vieran todos.

—Una grabadora —inspeccionó el aparato—. Está chamuscada.

El tirador volvió a guardar la pistola láser en la funda que le colgaba del cuello.

—Es una lástima. Quemarse de esa forma, mientras gritaba. Es imposible saber lo que pretendía. Cuando se llevó la mano al bolsillo... —dejó la frase inacabada.

A su lado, Tolut el armalat miró al cadáver humeante.

—Es Ogomoor. Le reconozco a pesar del destrozo. ¿No era empleado vuestro?

El tirador se mostró indiferente.

—Trabajaba para mí ocasionalmente, sí. Pero aunque le di muchas oportunidades y le traté bien, siempre me pareció un tanto inestable – una mano señaló al cadáver—. Cuánto lamento que mi apresurado juicio fuera verdad.

Barriss se puso nerviosa, tan violenta fue su reacción que Anakin se vio tentado de activar su sable láser. A medio camino de la mesa curvada tras la que se sentaban los delegados de la Unidad, comenzó a gesticular acaloradamente al individuo que reposaba ligeramente sobre un costado.

Other books

Fire Logic by Laurie J. Marks
Bloodland: A Novel by Alan Glynn
A Gilded Grave by Shelley Freydont
Till Shiloh Comes by Gilbert Morris
A Bouquet of Barbed Wire by Andrea Newman
The Arrow Keeper’s Song by Kerry Newcomb