Read La llegada de la tormenta Online
Authors: Alan Dean Foster
—Casi mejor —le respondió Obi-Wan—. Cuando Ansion declare su intención de permanecer en la República, habrá acabado todo. No es la primera vez que se da un movimiento similar. La historia de la República está llena de ellos, pero todo lo que queda hoy en día son nombres.
Pero él sabía que esto era diferente. Mucho más peligroso. Unas temibles fuerzas estaban trabajando para sembrar el descontento en muchos planetas. Por lo que le habían dicho en el Consejo Jedi, parecía que incluso en Coruscant. Pero tampoco había necesidad de contarle a los ancianos más de lo que necesitaban saber. La situación ya era de por sí delicada sin mencionar los peligros en otros planetas.
Otro anciano tomó la palabra.
—Si accedemos a vuestras peticiones. ¿Quién nos garantizará que la Unidad cumplirá su parte del trato?
—La República se asegurará de que se cumplan los acuerdos —y añadió rápidamente para ahogar las risas de los miembros del Consejo—, así como el Consejo de Caballeros Jedi —esa declaración fue recibida con murmullos de evidente satisfacción—. También procuraremos que ni el Gremio de Comerciantes ni la Federación de Comercio se beneficien de vosotros.
Hubo más preguntas, algunas generales y amistosas, y otras más intencionadas y concisas. Cuando no hubo nada más que decir, el anciano jefe alzó una mano.
—Retiraos en paz, amigos de lejanas praderas. Os daremos una respuesta antes de la puesta de sol. No temáis, puesto que no será una respuesta impetuosa ni irreflexiva —miró a los consejeros a derecha e izquierda—. Esta decisión no afectará únicamente a los borokii, sino a todos los miembros de todos los clanes, desde el recién nacido hasta el moribundo.
Como solía ocurrir en materia de diplomacia, la reunión en sí era mucho más fácil de llevar que la espera consecuente. Los extranjeros no tenían otra cosa que hacer que retirarse a su hogar temporal. Mientras esperaban, recibieron las incesantes preguntas de Tooqui, y de los menos insistentes Kyakhta y Bulgan sobre la reunión. El gwurran podía ser particularmente divertido o molesto, dependiendo del humor que tuviera uno en ese momento.
Cuando por fin Bayaar hizo su entrada, todos se giraron para mirarle.
En un principio le confundió tanta atención, y su expresión se tornó inescrutable. Cuando habló, lo hizo con una solemnidad sin precedentes. —Los ancianos os recibirán de nuevo —se hizo a un lado—. Por favor, seguidme.
Los dos Jedi se miraron y a continuación siguieron al centinela.
Anakin y Barriss les seguían de cerca, conversando en voz baja.
—Así que han tomado una decisión —Anakin aflojó el paso para que Barriss pudiera seguirle—. Ya era hora.
—Siempre impaciente estás —le dijo imitando al Maestro Yoda—, si vida calmada y más larga mejor vivir es.
—Nada de calma en mi vida he tenido —le replicó él. Su sonrisa era inexpresiva—. No sabría cómo reaccionar si no viviera al límite constantemente.
Los asistentes les señalaban el camino a la sala de audiencias. El interior resplandecía no con velas ni lámparas de aceite, sino con luz artificial. Los visitantes tomaron asiento ante el Consejo. Algunos de los miembros se habían cambiado de sitio, pero Luminara no sabía si eso tenía importancia o no. Los guías Kyakhta y Bulgan podrían haberle resuelto la duda, pero no estaban allí.
Una vez más, los Jedi estaban solos frente a los ansionianos. La hembra más anciana comenzó a hablar en un tono cordial.
—Llevamos todo el día considerando vuestra propuesta. Por lo que hemos oído y por la conversación que hemos tenido esta mañana, creemos que los Jedi son dignos de confianza —Luminara se permitió sentirse halagada—. Por tanto, hemos decidido acceder a todo lo que nos pedís. Nosotros los borokii firmaremos la paz con la Unidad y Ansion permanecerá en la República.
Luminara vio por el rabillo del ojo que Anakin le daba un codazo a Barriss. Los pádawan no cabían en sí de gozo. La expresión de Obi-Wan permanecía inalterable, como siempre.
—A cambio, sólo os pedimos que hagáis una cosa —dijo la anciana.
—Si está en nuestra mano, lo haremos —dijo Luminara cautelosa.
El anciano jefe tomó la palabra.
—Ya nos habéis demostrado que sois rápidos y hábiles, y que vuestras capacidades son muy superiores a las del mejor borokii. Los Jedi son famosos por ser consumados luchadores —se inclinó hacia adelante mostrando los restos grises de su cresta—. Nuestros eternos enemigos, el clan januul, están acampados no muy lejos de aquí. Ayudadnos a libramos de ellos para siempre y os ganaréis la amistad y la confianza de los situng borokii para siempre. Éste es nuestro precio a cambio de lo que nos pedís.
Las sonrisas desaparecieron de los rostros de los pádawan. Si Luminara hubiera estado de pie se habría caído de espaldas. De entre todas las cosas que les podían haber pedido los borokii, de todos los desafíos y requisitos, habían escogido justamente el que los Jedi no podían cumplir. Estaba terminantemente prohibido que los Jedi se posicionaran en disputas internas de grupos familiares, políticos, étnico s o de clan. Si llegara a saberse que la Orden favorecía a unos u otros en temas que no eran jurisdicción de la República, su inmaculada reputación neutral se perdería para siempre. No había nada que pudieran hacer para ayudar a los borokii a vencer a los januul. Nada bajo el sol. Bajo ningún sol.
Pero si se lo decían, los borokii rechazarían entrar en el cuidadosamente estructurado acuerdo con la Unidad. Y al no ver nada más en las leyes de la República que los continuos conflictos con los pueblos de las praderas, los miembros de la Unidad votarían por la secesión.
Era un laberinto imposible. Imposible. Una mirada bastó para darse cuenta de que Anakin y Barriss también eran conscientes de ello.
Por otra parte, Obi-Wan asintió solemnemente.
—Aceptamos de buen grado. Estaremos encantados de ayudaros con vuestros eternos enemigos.
Anakin se quedó boquiabierto. Barriss vio por primera vez a su Maestra estupefacta.
El Consejo borokii estaba visiblemente satisfecho.
—Entonces estamos de acuerdo —los ancianos se pusieron en pie, algunos más despacio que otros, y otros con ayuda—. El lazo está sellado. Partiremos mañana.
Uno por uno desfilaron hacia la salida. Cuando se fue el último, los visitantes les siguieron.
Apenas habían salido cuando los dos pádawan y Luminara rodearon a Obi-Wan.
— ¿Pero en qué estás pensando? —le preguntó Luminara sin poder creerse lo que acababa de pasar—. ¿Cómo has podido prometer eso?
Sabes que no podemos posicionarnos en este tipo de disputa —su voz estaba llena de frustración y confusión—. ¡No tenemos tiempo para esto!
El Jedi no parecía inmutarse por el tono de Luminara.
—No había elección. O aceptábamos a ayudarles, o rechazaban la firma del tratado que les proponíamos. Así lo han dicho.
—Pero, Maestro —intervino Anakin—, el primer januul que matemos demostrará a los borokii que los Caballeros Jedi están de su parte. Y cuando eso pase, los januul se convertirán en nuestros enemigos. Si ayudamos a los borokii a vencerles, los supervivientes de los januul despreciarán cualquier acuerdo que les propongamos.
—Y al igual que los borokii —añadió Barriss ansiosa—, los januul contarán con múltiples aliados entre los alwari, que también se negarán a cualquier trato con nosotros.
—Los pádawan están en lo cierto —Luminara nunca había estado tan inquieta. La precipitación de Obi-Wan en acceder a la propuesta borokii la había dejado confundida y enfadada—. Da igual el lado del que nos pongamos, borokii o januul. Si demostramos parcialidad, perderemos a muchos de los alwari. Para que se produzca el acuerdo con la Unidad, tenemos que poder contar con todos los clanes alwari.
—Si me dejáis, os lo explicaré —murmuró Obi-Wan cuando por fin dejaron de increparle.
Doblaron una esquina y vieron la casa de los invitados, tan personal, tan cómoda y tan segura.
—Más te vale hacerlo, Obi-Wan —murmuró Luminara—, o ninguno de nosotros dormirá bien esta noche.
Aunque sentía que conocía a Obi-Wan mejor que sus compañeros, Anakin no tenía ni idea de lo que se le había pasado por la cabeza al acceder a la petición de los ancianos.
— ¿Qué hay que explicar, Maestro Obi-Wan? O ayudamos a los borokii, cosa que tenemos que hacer si queremos su cooperación, o no. Sólo hay dos opciones.
Miró a su enardecido pádawan y le sonrió con esa expresión suya, respondiendo suavemente.
—No. Hay otra opción.
***
El campamento januul estaba a unos cuantos días de marcha, y habrían tardado aún más si todos los borokii se hubieran puesto en camino, pero sólo los guerreros formaban la expedición. Cuando al fin ascendieron una colina desde la que se veía su objetivo, Luminara pudo apreciar que el campamento januul era muy parecido al borokii. Con sus rebaños y sus estructuras temporales que parecían ser del mismo tamaño.
Como contacto oficial entre el clan y los extranjeros, Bayaar cabalgaba junto a ellos.
—Los januul y los borokii llevan enfrentados desde tiempos inmemoriales —les dijo—. La posición de liderazgo de los alwari ha sido motivo de disputa desde hace cientos de años —miró a la Jedi desde la interioridad de su sadain—. Como guerrero del situng borokii espero ansioso la victoria de hoy, pero personalmente siento que el Consejo os haya mezclado en estos asuntos.
—No tanto como nosotros —le respondió ella mientras indicaba a su suubatar que se inclinara. Desmontó y fue a unirse con sus compañeros en la línea del frente borokii.
Bajo ellos, los januul se habían reunido junto al riachuelo que bordeaba el oeste del campamento. A pesar de la intención de un ataque sorpresa por parte de los borokii, su columna había sido detectada por los jinetes januul días antes. Dispuestos en tres filas frente a la colina, los soldados del clan enemigo estaban preparados para enfrentarse a los borokii una vez más.
Más allá, en el campamento, el desorden manifiesto iba controlándose. Los puestos de venta se cerraban a cal y canto, los niños se ocultaban en casa y los grupos de reserva se posicionaban entre las numerosas construcciones. Y más lejos, en la pradera, el enorme rebaño de surepp pastaba bajo la vigilancia de adolescentes armados, demasiado jóvenes para participar directamente en la incipiente batalla.
Bayaar supo que en ese día morirían muchos, mientras contemplaba las filas enemigas, pero con la ayuda de los poderosos extranjeros, su clan saldría victorioso. Presintió que aquella batalla decidiría el liderazgo alwari por mucho tiempo.
Luminara estudió a los numerosos januul, e hizo un cálculo aproximado. Menos de mil, pero todos ellos bien armados y equipados con armaduras resistentes fabricadas a mano. Obi-Wan se mostraba de acuerdo con sus afirmaciones.
—No hay armamento pesado —se inclinó ligeramente hacia adelante para observar mejor las filas de guerreros—. Ni cañones láser ni armas de ese tipo.
Su amigo exclamó horrorizado.
— ¡
Ajá
, no! Si los borokii o los januul emplearan esos letales dispositivos alienígenas, ganarían seguro, pero sufrirían el rechazo del resto de los clanes del planeta. Además, si lo hicieran unos, también lo harían los otros. ¿Y entonces qué quedaría de los orgullosos alwari?
—Cruzarían la barrera del auto-exterminio —dijo Anakin.
Aunque jamás lo admitiría, se dio cuenta de que la exhibición de barbarismo, con los ansionianos armados cabalgando sadain igualmente adornados y unos cuantos suubatar magníficamente ataviados, le parecía un tanto decepcionante. Desde el punto de vista del mero entrenamiento, claro, se apresuró a decirse a sí mismo. La confrontación que iba a tener lugar podía ser muy importante para los ansionianos, pero para él era otro capítulo más en su entrenamiento.
Dejando a un lado, por supuesto, el asunto de que sus amigos y él podían morir.
—Así que éstos son los januul —señaló Luminara—. Son muy impresionantes.
—Al igual que los situng borokii, los hovsgol januul son un clan superior —admitió Bayaar—. Pero con vuestra ayuda, la polémica sobre el gobierno supremo de los alwari quedará finalmente zanjada.
—Eso espero —le dijo Obi-Wan tranquilamente—. Eso es lo que vamos a decidir hoy. Dando ejemplo tanto a los borokii como a los januul.
Era un comentario desafortunado, pensó Bayaar. Pero de todas formas, los alienígenas de ojos planos parecían hablar siempre con acertijos.
Kyakhta y Bulgan habían recibido órdenes de mantenerse al margen de la pelea y quedarse con los que no iban a combatir, y se debatían entre la agonía y la frustración. Habían prometido sus vidas a los extranjeros que les habían ayudado, y ahora les obligaban a quedarse quietos mientras veían cómo sus nuevos compañeros arriesgaban sus vidas en nombre de los alwari. Era casi insoportable. Tooqui, sin embargo, no tuvo nada que objetar cuando le dijeron que no participaría en la lucha.
—Son sólo cuatro —desde una elevación del terreno que daba al río y al campamento januul, Kyakhta se esforzaba por ver algo—. Por muy fuertes y hábiles que sean, no sé qué van a hacer en una batalla con tantos soldados.
—Yo tampoco —Bulgan se frotó el parche del ojo—. Pero sabes tan bien como yo que estos alienígenas son una caja de sorpresas.
—Tooqui sabe lo que va a pasar —los dos alwari miraron hacia abajo—. Los Jedi hacen algo estúpido, estúpido.
Se fue al extremo de la colina para no perder de vista a Barriss. Kyakhta hizo un esfuerzo por no darle una patada al pequeño gwurran.
—Tienes suerte de que la Maestra Luminara me ordenara no golpearte. Deberías mostrar un poco de respeto. Pase lo que pase, estoy seguro de que no se dejarán matar. Su misión es demasiado importante para ellos.
Tooqui le miró.
— ¿Quién dice que los matan? Tooqui no dice eso —el gwurran volvió a centrarse en el espectáculo que se desarrollaba más abajo—. Tooqui dice que hacen estúpido, estúpido. A lo mejor piensan hacer algo estúpido, estúpido para hacer por encima de cabezas estúpidas, estúpidas de alwari.
Los guías intercambiaron una mirada de confusión con el igualmente asombrado Bayaar. Luego se dieron cuenta de que era absurdo intentar comprender el sinsentido de las palabras de un gwurran, y se aproximaron al borde de la colina para seguir los acontecimientos.
Desde el frente, el salvaje espectáculo era aún más impresionante que desde arriba. Los januul se habían dispuesto en una triple línea de defensa frente a los borokii, y su actitud y su atuendo hablaban de su ferocidad. Llevaban pinturas de guerra en la cara, en los brazos y en las crestas. Las armaduras, hechas de cuero y materiales artificiales, estaban adornadas con festones individuales, familiares o del clan. Además de los tradicionales arcos y flechas, hondas y espadas, llevaban pistolas y rifles láser de importación. Sus expresiones eran las de un pueblo empeñado en vencer a su enemigo, sin importar el coste.