La mansión embrujada (18 page)

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Authors: Mary Stewart

Tags: #Fantástico

—Por supuesto. Contaba contigo. Jessamy dijo que estaba cerca de la casona. ¿Queda muy lejos?

—No, a unos ochocientos metros.

—En marcha.

Aunque la «casona» había sido muy grande, fue fácil ver, incluso en medio de las ruinas espectacularmente desmoronadas, que nadie pondría allí una trampa en el sentido normal de la palabra. Jessamy no me había entendido o se había aferrado a la explicación fácil para eludir más preguntas.

La escalinata de entrada aún se conservaba casi intacta. Ascendía trazando una bonita curva hasta la puerta principal y tendía un puente sobre una especie de foso seco, un patio estrecho en el que las ventanas semienterradas antaño habían iluminado las habitaciones del sótano. Probablemente había albergado los despachos, la sala de billar, la armería y los servicios; en la parte posterior se habían alzado las cocinas, las despensas, el cuarto de los zapatos y la sal de calderas. Seguramente la bodega se encontraba a un nivel inferior.

—Nadie pondría una trampa aquí —comentó William mientras ascendíamos con cautela y nos asomábamos por la balaustrada para echar un vistazo a la zona del sótano.

—Todo indica que no. Si el… si el perro entró en la casa por su cuenta, pudo caerse y quedar atrapado.

—¿Con una cuerda alrededor del cuello?

—No, tienes razón.

—¿Le parece bien que baje y vea qué hay al otro lado de ese hueco?

—Sí, pero te ruego que vayas con mucho cuidado.

Observé al crío mientras descendía con precaución y atravesaba los bloques de mampostería encajados y caídos hasta que se asomó por lo que quedaba de una de las ventanas del sótano.

—¿Ves algo?

No obtuve respuesta. William me llamó sin volverse. Bajé y el chico se apartó para hacerme lugar. Miré hacia el interior.

Contemplé el esqueleto de un cuarto pequeño, en el que la luz se filtraba por las grietas de las paredes y del techo. El suelo estaba cubierto de yeso, piedras caídas y madera astillada y podrida hacía mucho tiempo. La jamba de una puerta de madera se había salido de sitio y a su alrededor estaba anudado un trozo de cuerda deshilachada. Vi un cuenco esmaltado y desportillado, que estaba vacío y seco. Había muchas cacas de perro alrededor del reducido espacio que rodeaba la jamba de la puerta. A pesar del hedor, predominaba el olor carcelario del miedo, la desesperación y la muerte de la confianza y el afecto.

Permanecimos callados. Tuve que tragarme las palabras que me habría gustado pronunciar y creo que William hizo lo propio con las lágrimas.

Salimos del sótano, volvimos al aire fresco y caminamos en silencio hasta nuestras bicicletas.

William permaneció quieto. Sujetó la bici y, en vez de mirarme, se quedó contemplando la casona.

—¿Pueden reclamarlo?

—¿Quiénes?

—Quienes lo hayan metido aquí. Me dijo que Jessamy le había confesado que fueron los gitanos.

Negué con la cabeza.

—Quienquiera que haya permitido que el perro pasara hambre no tiene la menor oportunidad… no tiene ninguna posibilidad de reclamarlo. Pueden considerarse afortunados de que no los denuncie. No, si fueron los gitanos, no sabremos nada más de ellos.

—¿Se lo quedará?

—¿Es que lo dudas? De todas maneras… —vacilé—. William, ¿es posible que, momentáneamente, tu padre te permita tenerlo?

—¿A mí? —Parecía satisfecho, aunque con ciertas dudas.

—Sí. Hay algunas preguntas que me gustaría plantear y creo que, hasta obtener las respuestas, es mejor no llamar la atención sobre el perro. Están pasando cosas raras. Quiero decir…

William saltó como leche hervida.

—¿Quiere decir que serían capaces de hacerle daño, que Jessamy no se proponía soltarlo?

—No estoy segura. Sólo sé que… Tiene que ver con… William, de momento no puedo darte ninguna explicación. Sinceramente, ¿podemos dejar que por ahora sea una cuestión personal y reservada?

No podía explicarle que se relacionaba con una pesadilla de brujería y con el recuerdo de algo parecido a una promesa que me habían hecho junto al río Eden. De todos modos, mis suposiciones coincidían con las suyas y William lo sabía. Añadí parsimoniosamente:

—Bueno, si lo piensas… El perro mordió la cuerda y probablemente la rompió. En cuanto la cuerda se partió, salió del sótano y huyó. Aun aceptando que Jessamy entrara a rescatarlo, ¿qué hizo para que el perro lo mordiera tan brutalmente? Yo oí un aullido de dolor. Si algo le hizo daño y lo asustó hasta el extremo de que se arrojó contra la cuerda y la rompió, para huir a continuación… Ya está.

—¿Se refiere a la herida? ¡Tiene razón, señorita Geillis! —Contuvo aliento—. Por supuesto que me lo llevaré a casa. ¿Ahora mismo?

—Cuanto antes, mejor. ¿Tu padre se disgustará?

—No, si le explico lo ocurrido. Hoy no podré porque ha ido a Londres a ver a su editor y regresará tarde. Pero estará de acuerdo, estoy seguro. Los animales le gustan mucho, pero no tiene tiempo y dice que un perro exige mucha dedicación. Tendré que explicárselo todo, ¿no le parece?

—Por supuesto. Y deja claro que me ocuparé personalmente del perro en cuanto todo se resuelva. De momento guárdalo en un lugar seguro y dale de comer. Estoy convencida de que el afecto y la buena comida lo curan todo pero, por si acaso, en cuanto pueda lo llevaré al veterinario. Bajaré a Arnside a comprarle comida. De momento bastará con pan moreno, leche y tal vez un huevo batido o revuelto. ¿Podrás arreglarte?

—¡Sí!

—Entonces volvamos. William, tú eres especialista en llaves. ¿Es posible cerrar con cerrojo el cobertizo de las herramientas?

—Sí.

—Regresemos y cerrémoslo antes de recibir más visitas.

De vuelta a Thornyhold, echamos un vistazo al perro, que dormía profundamente, cerramos con llave la puerta del cobertizo de las herramientas y nos fuimos a la cocina, donde preparé café para mí y di a William un tazón de cacao con azúcar y un trozo del mismo pastel que la noche anterior había ofrecido a Jessamy.

William no hizo más preguntas, aparentemente satisfecho con la idea de dejar que el pasado se resolviera por sí mismo y de abordar la estimulante perspectiva de cuidar al perro y hacer que se recuperase. Apenas lo escuché. Yo seguía a medias adentro y otro tanto afuera de ese extraño mundo de sueños y recuerdos, un mundo iluminado por la luz de la luna, en el que aún quedaban otros misterios por resolver.

—¿En esta zona hay alguien que tenga palomas?

—¿Palomas?

Interrumpido en pleno vuelo imaginativo sobre concursos de perros pastores y las sorprendentes características de los perros pastores escoceses, William repitió la palabra palomas con el tono que podría haber empleado para hablar de los pterodáctilos.

Su expresión me devolvió a la tierra y me causó gracia.

—Sí. Palomas. Aves. Con plumas. Arrullan y viven en palomares. O en desvanes como el mío. Me dijiste que ayudabas a la señorita Geillis a cuidar de sus palomas.

—Lo siento —se disculpó William sonriente—. Señorita Geillis, ¿qué pasa con las palomas?

—¿Por qué no me llamas «Gilly»? Creo que es menos lioso y me encantaría que te olvidaras del «señorita».

—No… no sé si podré.

—Venga, inténtalo. Gilly.

—Gilly.

—Repítelo.

—Gilly.

—Así me gusta. Te pregunté si sabías de alguien que críe palomas por aquí.

Frunció el ceño.

—Deje que lo piense… En principio, las palomas solían anidar en la granja, no en nuestra casa, sino en la que vive el granjero, en Black Cocks, pero creo que eran silvestres, ya sabe, zuritas. Papá dice que todas las especies domesticables salieron de las zuritas, por lo cual anidan fácilmente en cajas y cosas por el estilo, porque cuando son libres se meten en cuevas y agujeros…

—No hablo de palomas silvestres, sino mensajeras.

—Ah, sí, en el pueblo hay unas cuantas. En las afueras, junto al puente del río, hay un campo inmenso dividido en parcelas. Ya me entiende, jardincillos. Muchos propietarios de esas parcelas han puesto palomares. ¿Por qué? ¿Piensa tener palomas?

—Al parecer no puedo eludirlo. Ahora tengo dos. Poco después de mi llegada apareció una segunda paloma con un mensaje.

—¿Un mensaje? —Dejó el tazón sobre la mesa con un tamborileo y parte del cacao se derramó—. ¿Vino una paloma? ¿Qué decía el mensaje?

—Te lo mostraré. —Lo había guardado en el bolsillo interior de mi bolso. Saqué el trozo de fino papel—. Ten.

Supongo que fue una tontería. Lo cierto es que, dada mi necesidad de confiar en alguien, pasé por alto el hecho de que William aún era un niño. En muchos sentidos poseía la sensatez, el humor y las opiniones formadas de un joven adulto y yo acababa de decirle que me llamara por mi nombre, como haría con un coetáneo. Por estos motivos le mostré el mensaje.

Se levantó para cogerlo. Vi que, a medida que leía, palidecía. Entreabrió los labios blancos como papel.

Dije con apresurada contrición:

—¡Ay, William, lo lamento! No debí dártelo… Ven, siéntate. No te preocupes. Da lo mismo quién lo envió, es un mensaje de lo más amable y acogedor. Llegó justo cuando más lo necesitaba. La paloma debe de ser…

—Ella no pudo enviarlo. Es imposible que siga viva. Asistí al funeral. Fui con papá. Vi… la enterraron y yo lo vi.

—¡William, William! ¡Haces que me sienta muy mal! Nunca te lo habría mostrado si no hubiese buscado el consejo de un amigo. Fue…

—Papá no quería que fuera, pero yo… bueno, la quería mucho y quise asistir. Cuando mamá murió no fui porque papá dijo que no tenía edad suficiente, pero eso pasó hace muchos años, así que esta vez me dejó ir y lo vi todo.

—William…

No me oía. Estaba inmerso en sus agitados pensamientos tanto como yo en los míos.

—¿Quiere decir que era una bruja? ¿Era una auténtica bruja? La gente lo decía y ella solía reírse. A veces decía que veía un poco el futuro y me tomaba el pelo, decía lo que me ocurriría, pero siempre fue muy divertido, simplemente una diversión. ¿Estoy equivocado?

—Claro que no, por supuesto que fue como dices.

—¿Era realmente una bruja?

—No lo sé. Ignoro si las brujas existen. Sé que estaba rodeada por una especie de magia y que hay muchas personas que «ven un poco en el futuro». Al margen de cualquier otra cosa, mi prima Geillis era una buena mujer, William, y no te equivocaste al tomarle afecto. Aunque sólo la vi unas pocas veces la quería mucho. Ignoro si esas cosas existen o no, pero en el caso de que existan confía en Dios y nada ni nadie te hará daño. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Tranquilícese, estoy bien. Pero usted… Señorita Gilly, ¿qué le pasa? Gilly, ¿se siente mal? La noto rara.

—No me pasa nada, absolutamente nada. Sólo que… pensaba que… debí de entenderlo mal porque me dijiste que tu madre se había ido y os había dejado. Eso es todo. Me sorprendí cuando dijiste que murió. Y lo siento, lo siento realmente.

—Yo también. Quiero decir que lamento haber dicho una mentira. —Miró el tazón vacío—. Cuando ocurrió, empecé a inventar cosas. Así me resultó soportable. Pero no tendría que haber mentido.

—No te preocupes, lo comprendo. Y no tiene la menor importancia.

—Debí de ponerle las cosas difíciles a papá.

—Bueno, pudo ocurrir, pero no fue así.

Mi tono no debió de sonar muy convincente porque William me miró dubitativo, aunque lo dejó estar.

—También pudo ser difícil para alguien a quien le dijiste la mentira y que conocía la verdad.

¿Para Agnes, que sin duda lo sabía y no fue capaz de informarme? ¿Por qué esa reticencia?

Ese asunto podía esperar. Dije animadamente:

—Olvídalo, William. Ocupémonos del mensaje. También nos olvidaremos de lo mágico e intentaremos averiguar cómo llegó el mensaje, ¿no te parece? Volvamos a las palomas.

El chiquillo apartó el tazón.

—Sí. Aves. Con plumas. Arrullan. ¿Qué pasa con las palomas?

Se recuperó en el acto. Me serví otra taza de café y volví a sentarme.

—No sé casi nada de las palomas. Por ejemplo, ¿a qué velocidad vuelan?

—Pueden llegar a los cien, aunque depende del viento y del clima.

—¿Quieres decir cien kilómetros por hora? ¡Santo cielo! ¿Sabes si las palomas de mi prima eran mensajeras?

—No lo sé, pero hasta cierto punto puede decirse que todas las palomas son mensajeras.

—¿Alguna vez la viste enviar un mensaje?

—No, pero eso no significa que no lo hiciera. Hacía muchas cosas que no me permitió saber.

—¿Tienes idea de lo que ocurrió con sus palomas, adonde fueron a parar?

—Alguien vino y se las llevó. Es todo lo que sé. La señora Trapp me dijo que se las habían llevado y que ya no hacía falta que viniera a alimentarlas.

—En ese caso, la única explicación que tiene sentido es que mi prima preparó el mensaje y dejó instrucciones de que soltaran la paloma cuando yo llegara a Thornyhold.

—Si es así, sabía que usted vendría. Quiero decir que sabía que se iba a morir. Debió de escribir el mensaje antes de que la ingresaran y de que se llevaran las palomas.

—Lo sabía —confirmé con delicadeza—. Era una parte del futuro de la que mi prima estaba segura. Mucho antes de enfermar me escribió una carta y se la entregó a los abogados para que me la enviaran en determinada fecha. Me decía que cuando recibiera esa carta Thornyhold sería mía. Me parece que conocer el futuro puede ser perturbador y también positivo. Es positivo saberlo y no asustarse, tener tiempo de organizado todo y la certeza de que unas buenas manos están pendientes de las personas y las cosas que uno quiere. ¿No estás de acuerdo?

Aunque William no dijo nada, su expresión ya no era tensa y asintió con la cabeza. Dejé la taza sobre la mesa y me puse en pie.

—Si tenemos en cuenta todo lo ocurrido, la mañana ha sido muy perturbadora para los dos. ¿Qué te parece si nos olvidamos de todo y nos ocupamos del trabajo que nos aguarda?

—¿Puedo echarle un vistazo antes de irme? —William no tenía dudas con respecto al trabajo que nos aguardaba.

—Sólo un vistazo. No lo despiertes.

—¿Qué nombre le pondrá?

—Hace mucho tiempo conocí un pastor escocés llamado Rover. ¿Qué te parece?

William frunció la nariz.

—¿No es un poco vulgar? ¿Por qué no Rags?

—Tienes razón. No hay que mirar atrás. Se llamará Rags. William, vete y gracias por todo. Hazme saber qué opina tu padre.

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