La niña del arrozal (24 page)

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Authors: Jose Luis Olaizola

Tags: #Drama

—Era Rasmani —le explicó—. Lo de tu abuela ya está resuelto.

Lo que no le explicó fue que Rasmani le había dicho que, entre otras razones, se había resuelto porque se había encontrado con una anciana descerebrada, a la que apenas le quedaban unas semanas de vida, hasta el extremo que le dio pena, y pese a lo malvada que había sido se había quedado un rato con ella proporcionándole consuelos.

Para atender a tantas niñas como dependían de él, más de mil, el padre Antonio tenía que planificar el programa de cada una de ellas con precisión, y concretamente se informó de dónde se encontraba la escuela más próxima a la que pudiera asistir Wichi, y como le pareciera que estaba un poco lejos, más de tres kilómetros, dijo:

—Si no encuentras medio de transporte, Rasmani te puede proporcionar una bicicleta. ¿Qué te parece?

Le parecía maravilloso porque nunca había tenido una, ni tan siquiera de pequeña, porque a su madre le daba miedo que montara en bici por las calles del pueblo.

Les explicó que en lo de las bicicletas él no tenía nada que ver; era un asunto de Rasmani que sacaba dinero de otros lugares que no eran Europa y se dedicaba a comprar bicicletas de segunda mano, para atender a niñas que tuvieran problemas de desplazamiento.

Y se marchó. El padre Antonio era un hombre muy ocupado y no tenía tiempo que perder, por eso estuvo poco más de una hora en el arrozal, y se marchaba para recoger de nuevo a Rasmani y tomar un avión a Bangkok que salía a las 17.50.

—Lo que siento es que Rasmani se vaya sin conocer este arrozal tan precioso. Le hubiera encantado. Pero seguro que tendrá ocasión de volver. —Y, dirigiéndose a Wichi, la amenazó con un dedo—: Vendrá para ver qué tal estudiante eres.

Al despedirse de todos ellos hizo la señal de la cruz sobre la frente de Siri, que era de su misma religión, y a los demás les dedicó el saludo tailandés de manos juntas a la altura del pecho.

Según se alejaba el coche, Siri comentó:

—Es como si hubiera pasado un ángel.

Y todos, más o menos, lo entendieron.

A Wichi le costó recuperar la felicidad perdida. La huella del prostíbulo parecía que iba a ser indeleble, y noches había en que se despertaba sobresaltada y le costaba volver a dormirse. De eso no quería hablar con nadie, en cambio del vertedero sí contaba muchas cosas, y explicaba con todo detalle cómo se las ingeniaban para colocarse en las primeras filas cuando descargaban los camiones con la basura.

Solo una noche, para que la señora Pimok se quedara tranquila, contó cómo se había hecho la herida de la frente —la de la nariz ya no se le notaba nada—, y la señora Pimok se emocionó mucho y le recomendó que no tratara de disimularla con el flequillo porque aquella herida era la prueba de su virtud.

Siri no acababa de entender que la señora del vertedero le hubiera cortado el pelo al cero. ¿No hubiera sido suficiente con que se lo hubiera recogido en un moño? Y se empeñaba en que le creciera muy deprisa, para lo cual le daba unos mejunjes crecepelos que se usaban en su pueblo, hasta que Wichi se enfadó: no quería volver a tener una melena que le llegara a la cintura; prefería llevarlo más bien corto, como Rasmani. Siri se enfadaba cuando hablaba así, pero como es natural el enfado le duraba poco y a escondidas, a veces cuando dormía, le seguía dando el crecepelos.

En lo que estaban de acuerdo era en lo de montar un arrozal por su cuenta, para lo cual el padre Antonio les había brindado su ayuda, y estaba claro que era un señor que lo que ofrecía, lo cumplía. Y seguro que también les ayudaría el señor Pimok, puesto que su arrozal formaría parte de la cooperativa que con tanta ilusión estaba organizando. Lo que no veía tan claro era que en él trabajaran solo mujeres: en un arrozal había trabajos que los hacían mejor los hombres. Bueno, concedía Wichi, pero que trabajaran muchas niñas, como las que ella había conocido en Bangkok, porque, como decía el padre Antonio, así era la única forma de cambiar el mundo. ¿Cambiar el mundo desde un arrozal?, se asombraba Siri. No de golpe, le aclaraba Wichi, sino poco a poco.

Cuando ya creían, sobre todo la señora Pimok, que el joven Saduak no volvería a asomar por el arrozal, apareció. Con una moto nueva, también de ocasión, pero mucho mejor que la anterior. Hizo un recorrido periférico por el arrozal, como husmeando, y casi no reconoció a Wichi sin su larga melena, que se encontraba trasvasando peces de escamas amarillas y colas rojas de un cuartel a otro. Estaba a punto de dar media vuelta cuando la reconoció por un gesto muy característico de la niña, que consistía en estirarse con los brazos en cruz, como para descargar la tensión de llevar mucho tiempo en una postura forzada.

Procurando atronar al máximo con su moto, se aproximó a donde estaba Wichi quien, como si estuviera sorda, siguió con su quehacer y ni tan siquiera hizo ademán de levantar la cabeza, hasta que el joven paró el motor y la interpeló:

—Vaya, ya has vuelto.

La joven fingió mostrar extrañeza ante su inesperada presencia y le confirmó que sí, que había vuelto.

—¿Y por dónde has estado?

—Por ahí.

—¿Y qué te ha pasado en el pelo?

—Que me lo he cortado.

—¿Y esa herida de la frente?

—Me he dado un golpe.

No era de Saduak del que más se había acordado durante una ausencia de meses, que a ella le habían parecido años. Pero se alegró de volver a verlo. Todo volvía a ser como antes.

JOSÉ LUIS OLAIZOLA, Abogado de profesión, ejerció durante quince años, antes de dedicarse a la literatura. Su obra se desarrolla entre la literatura infantil, el ensayo histórico y la novela, publicando en estos géneros gran cantidad de obras y obteniendo varios premios literarios, de los que destacan El Barco de Vapor en literatura infantil y el Planeta (1983) de novela. En 1976 fue el ganador del VIII Premio Ateneo de Sevilla por Planicio.

Otra faceta importante, ha sido el cine, donde ha sido productor , director, guionista e incluso actor.

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