La noche de Tlatelolco (19 page)

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Authors: Elena Poniatowska

Tags: #Historico, Testimonio

• José Luis Becerra Guerrero, estudiante.

El 8 de octubre como a las seis de la tarde —más o menos calculo la hora— fueron a mi celda, la 18, unos tipos. Se abrió la ventanilla y me ordenaron: «Acércate». Oí una voz: «Celda 18, Gamundi del
CNH
». Era la voz de Sócrates. En la madrugada me sacaron para interrogarme:

—¿Conoces a Sócrates?

—No.

La respuesta del militar fue ésta:

—No te hagas pendejo. Sócrates dijo que te conocía y te reconoció en la 18.

¿Qué iba yo a contestar? Nada. Esto ocurrió con otros muchos compañeros. Los reconoció de celda en celda. El peor de los casos es el de una compañera de la Normal Superior. Sócrates la había visto una o dos veces al visitar la Normal. Lo llevaron a ver a las compañeras detenidas en el Campo. Cuando pasó la muchacha dijo:

—La conozco.

—¿De dónde?

—La vi una vez en el
CNH
.

—¿Sabes su nombre?

—No, no lo recuerdo; solamente la vi una o dos veces en el
CNH
.

Hasta el militar se indignó:

—Pendejo, si no estás seguro, ¿por qué hablas? No es cierto, no la conoces…

Y se siguió de largo. Gracias a ese militar, la muchacha salió libre ocho días después.

• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
.

En tanto se fabrican enormes y monstruosos expedientes a centenares de luchadores dé izquierda, inocentes, y se les retiene en la cárcel, la clase dominante no ha tenido empacho en permitir que en los últimos cuarenta años de «estabilidad» ¡hayan quedado impunes, según Alfonso Quiroz Cuarón, más de 51 000 homicidios y casi 200 000 robos denunciados! Pero la «criminalidad» tiende a concentrarse en pocos, en la misma forma que la riqueza, en nuestros regímenes económicos.

• Comentario de Fernando Carmona, licenciado en Economía, a las declaraciones del criminalista, doctor Alfonso Quiroz Cuarón.

Después de Tlatelolco/2 de octubre ha habido una rápida tecnificación de los cuerpos represivos; los granaderos usan escudos, garrotes, máscaras y sustancias químicas modernas; se modernizan también los cuarteles; los viejos mosquetones son sustituidos por rifles automáticos y en Ciudad Sahagún han comenzado a fabricarse los tanques «antimotín».

• Fernando Carmona, Licenciado en Economía.

Todos cantábamos en el Campo Militar número 1, desde
La Internacional
, a pesar de que los del Partido Comunista la han convertido en su propiedad privada o casi, hasta canciones de crítica social. Había dos muy populares; una que decía:

El señor Cuauhtémoc estaba muy contento

le importaba madre todo su tormento
,

y otra más; con música de
El Santo
.

En la calle de Insurgentes

que chinguen a su madre los agentes
.

La Marsellesa
también era popular. Inclusive en un momento llegamos a cantar en coro los versos de la calle de Insurgentes. Pero se presentó un teniente a decirnos que el Campo Militar no era un burdel y que si no entendíamos que ya nos habían dado en la madre, puesto que todavía seguíamos con nuestras groserías. Nos callamos como un día más o menos; después seguimos cantando, sólo que eliminarnos la que había provocado tanto enojo. En realidad cantar nos levantaba la moral y nos distraía aliviándonos un poco los días difíciles por los que pasábamos.

En el otro sentido, podemos decir orgullosamente que sólo muy pocos «cantaron» como el gusano de Sócrates. Pero no dijeron la verdad, mentiras y más mentiras, sólo mentiras y delaciones, «columnas, armas, políticos resentidos». En suma, estúpidas apreciaciones personales, de muy baja calidad política, y que sólo sirvieron para justificar el asesinato de Tlatelolco y para apoyar la versión del gobierno.

• Eduardo Valle Espinoza,
Búho
, del
CNH
.

Se repitieron las torturas ahora con más encono, más prolongadas. Yo me revolcaba como víbora chirrionera, lloraba, me quejaba, gritaba, mentaba madres. Cesaron los tormentos y el soldado me dijo: «¡Ni se hagan ilusiones! ¡Cerdos comunistas! Si fallamos nosotros aquí cerquita tenemos a los gringos». Tirado en el suelo, nada más oía y me quejaba, no soportaba el dolor en los testículos, en el estómago, en las piernas; respiraba muy fatigosamente, toda la carne me temblaba, el corazón se me quería salir del cuerpo y la boca la tenía seca, tremendamente seca. Escuché cuando alguien dijo:

—Mi jefe, está listo el pelotón.

Ya no reaccioné ante este estímulo.

Una voz con ironía dijo:

—Como eres una blanca palomita que no quiere decir nada, no nos queda más remedio que cumplir órdenes superiores. ¡Llévenselo!

Unas manos me tomaron por las axilas y me levantaron; apenas podía sostenerme en pie, y alguien me dijo:

—¿Quieres ver a tus compañeros por última vez? Aquí los tenemos a todos.

—Sí, los quiero ver, llévenme con ellos, nada más me quitan el capuchón para verles la cara.

—No. Aquí no vas a hacer lo que tú quieras sino lo que nosotros digamos.

Salí dando traspiés, caminando como ciego, unas manos me sostenían de los brazos para evitar que me cayese; me llevaban casi en vilo; finalmente me amarraron a un poste y me dijeron:

—Aquí tenemos a Sócrates.

Yo no lo veía, simplemente lo escuché decir:

—Contéstales, diles la verdad.

—¿Qué quieres que les diga? Si ya dije lo que tenía que decir.

Luego se oyó una voz que terciaba:

—Dile cómo te hemos tratado…

—Cabeza, no tengo de qué quejarme, me han tratado bien. Mira Cabeza, el dinero entraba por Ciencias Biológicas del Poli y por la Facultad de Ciencias de la
UNAM
. Allí pasaba el dinero Madrazo.

—Del único dinero que tengo conocimiento es del que nos daba el pueblo por medio de las colectas de las brigadas y del que cada delegado daba en representación de su escuela al
CNH
; cien pesos por escuela…

—No maestro, ese dinero no alcanzaba. Se gastaba mucho en pintas, en pancartas, en propaganda.

—Yo nunca tuve conocimiento de otra entrada de dinero.

—¿Sabes que la
Tita
es policía? ¿Qué transó por cincuenta mil pesos y que por eso anda libre?

—No, no, Sócrates, no sé nada y si tú lo sabías ¿por qué no lo denunciaste en el Consejo y lo dices aquí? ¿Qué te pasa? Mejor cállate.

De nuevo terció otra voz apenas perceptible y Sócrates me preguntó:

—¿Recuerdas el contacto que tenías con Genaro Vázquez?

Al oír esta pregunta frente al pelotón de fusilamiento se me fue la sangre hasta los talones. Nunca he sabido de dónde la sacó ni con qué fin me la hizo, pues jamás tuve contacto con Genaro Vázquez. Pero sí sabía que era un líder que el gobierno buscaba. Sorprendido le contesté:

—Mientes, yo no he tenido contacto con ningún Genaro.

—Sí, aquel chaparrito de bigote con tipo de veracruzano…

—No mientas, no nos quieras hundir, mejor cállate. No sé nada, entiéndelo, nada.

—Es que nos van a matar…

—Sí, nos van a matar.

De nuevo oí la voz que intervino:

—Llévense a Sócrates y fusílenme a éste.

• Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, del
CNH
.

En las colectas públicas que hacían las brigadas se juntaba dinero de a montones. Además las escuelas no tenían más gastos que comprar papel y tinta y dar de comer a las brigadas de guardia.

• Estrella Sámano, de la Escuela de Ciencias Políticas, de la
UNAM
.

Cualquier muchacho que haya participado, aunque sea mínimamente, en el Movimiento, sabe que nuestro principal gasto era papel, papel por toneladas, y los desplegados que de vez en cuando sacaba el Consejo. Vamos a ver el asunto por partes: primero los gastos del
CNH
. ¿Cuáles podían ser? Los volantes los sacaban las escuelas, no el Consejo, así que el único gasto de éste era el pago de los desplegados. En
Excélsior
un cuarto de plana cuesta tres mil pesos. Pon que sacáramos dos desplegados a la semana, que ya es mucho, son seis mil pesos. ¿De dónde salían? Cada escuela tenía fijada una cuota diaria de cien pesos (que por cierto era una lata cobrar) cien pesos multiplicados por ochenta escuelas hacen ocho mil pesos diarios, y no necesitábamos más que seis a la semana. Por eso es que el cobro de las cuotas tenía poca importancia. ¿Y los cien pesos que cada escuela debía dar? Pero, por favor. Una Facultad de tamaño regular, como Filosofía, sacaba mucho más que eso entre sus puros alumnos, entre los asistentes a las asambleas diarias; etcétera. Dale todas las vueltas que quieras y no hay otros gastos; papel y tinta. Teníamos los mimeógrafos de las escuelas, la imprenta Universitaria, la imprenta del Poli, las cafeterías. ¡Ah, por cierto!, otro gasto era la comida, pero ésta salía de las cafeterías, que siguieron funcionando todo el tiempo y que son muy buen negocio. Claro que entonces no lo era tan bueno porque se le daba de comer a mucha gente, pero a la gran mayoría se le vendía la comida, a menos que se tratara de las guardias nocturnas de la Facultad o de algunas brigadas muy trabajadoras. Piénsale y no encontrarás los fabulosos gastos. Para serte sincero, podíamos haber sacado diez veces más pero ¿para qué?

• Luis González de Alba, del
CNH
.

Por otra parte, en el aspecto político, se pretendía desprestigiar al Movimiento con una vieja táctica de la policía: tergiversar objetivos haciéndolo aparecer como fomentado por agentes subversivos al servicio de «intereses oscuros». Simultáneamente se ocultan las causas reales del malestar social y se invocan causas ficticias o mágicas como la «habilidad» para engañar a la gente «incauta», principalmente a los estudiantes que les gusta alborotar y «echar relajo» con «cualquier» pretexto. En esta ocasión no les fue posible a las autoridades usar la tesis de «la conjura comunista» pues era totalmente increíble dada la magnitud del Movimiento, y en esas condiciones prefirieron fabricar sorpresivamente una versión «nueva»: los dirigentes intelectuales del Movimiento se encontraban en un grupo de «políticos resentidos» que actuaban por despecho tratando de «crear problemas al régimen». Los nombres de Ernesto P. Uruchurtu, Carlos Madrazo, Humberto Romero, Braulio Maldonado y otros ex funcionarios cobraron actualidad al ser involucrados en las «declaraciones» de algunos de los detenidos. La dirección intelectual, la procedencia del dinero, y los «fines inconfesables», consistentes en «integrar un partido para derrocar al régimen actual», fueron atribuidos a estos individuos.

• Raúl Álvarez Garín, del
CNH
.

Una vez que me leyeron la declaración elaborada por ellos, el jefe de los Servicios Especiales me dijo que si no la firmaba le iba a pesar a mi familia; que ya sabían dónde vivían, quiénes eran mis padres y dónde trabajaban. Como todavía me seguían golpeando y al oír esas nuevas amenazas, me vi obligado a firmar esa declaración. Después nos bajaron a los separos junto con otros noventa detenidos y fuimos encerrados en una galera para 15 detenidos. Brotaban aguas negras de las coladeras y excusados; no había ni luz ni ventilación y cada dos horas éramos empapados por los agentes que utilizaban una manguera especial. Debido a las condiciones en que nos encontrábamos, varios estudiantes sufrieron enfermedades y crisis nerviosas al grado de desmayarse. Así permanecimos durante una semana.

• José Luis Becerra Guerrero, estudiante.

—Antes que tú morirán dos más.

Oí las dos descargas y los dos tiros de gracia y se me llevó a que palpara dos cuerpos inertes… Después me sujetaron de nuevo y pusieron la pistola junto a mi cabeza haciendo un disparo. Luego dijeron: «No vale la pena matarlo… Castrémoslo…». Después de haberme dado lo que ellos llaman «calentada» se me inyectó en los testículos una sustancia anestésica y se me hizo un simulacro de castración rompiéndome el escroto con una navaja o bisturí, cicatriz que aún conservo. Todo esto fue en la noche del 2 de octubre de 1968, hasta las seis de la mañana del día 3… Todo por no querer hacer declaraciones en contra del Movimiento Estudiantil Popular ni en mi contra; declaraciones que serían una serie de mentiras en contra de la lucha democrática de nuestro pueblo. El día 3 de octubre a las siete de la mañana fui nuevamente traído a la cárcel de Lecumberri, en donde se me incomunicó en las peores condiciones, sin dejarme salir siquiera a hacer mis necesidades, las que tenía que hacer en un bote de veinte litros que jamás fue limpiado en los 28 días de incomunicación. No veía ni a los carceleros. No tenía ni cobija ni colchón. Se me tuvo con una alimentación precaria consistente en un vaso de atole en la mañana y otro en la tarde, que me depositaban en una pequeña abertura en la puerta de mi celda… Todo lo anterior, como usted sabe, es contrario a los derechos humanos y a nuestra propia Constitución.

• Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, del
CNH
.

La primera vez que vi a Cabeza, cuando lo llevaron de la H a la M, me impresionó horriblemente. Hasta percibí —dentro de mí misma— su dolor físico, como cuando notas que alguien ha sufrido mucho, aunque no te lo diga. No es que se viera amolado, es que todo él era un dolor andando…

• Artemisa de Gortari.

En el Campo Militar número 1, parado sobre la litera podía ver una franja de pasto, dos o tres metros de alfalfa y la muralla con puestos de vigilancia. A la derecha, la muralla formaba una esquina donde habían sembrado maíz; unos pájaros negros y grandes, tal vez cuervos, se posaban sobre las cañas secas. Me acosté con la cabeza hacia la puerta, vi el cielo recortado en la ventana y me acordé de Wilde: «Ese cuadrito azul que es el cielo de los presos». Por primera vez en mucho tiempo, lloré. Después me acosté siempre con los pies hacia la puerta.

• Luis González de Alba, del
CNH
.

Un día, en el Campo Militar, me despertaron como a las diez de la mañana los sonidos —ya conocidos— que las rejillas de las celdas producen al abrirse. Alguien pasaba celda por celda examinando compañeros a través de los pequeños hoyos que tenían en cada una de las puertas. Creo que les llaman mirillas. Sucio, con el pelo largo, sin lentes, muy delgado, había logrado pasar por todas las identificaciones sin que me reconocieran. Ye había dado todos mis datos falsos y ni tan siquiera me habían molestado después de la primera noche. Sólo alguien que me conociera más o menos bien podría reconocerme. Llegó mi turno y la rejilla de la celda se abrió; me ordenaron ponerme de pie y así lo hice. Pasaron unos cuantos segundos y detrás de la puerta alguien me dijo que diera unos pasos hacia atrás; otro pequeño lapso y otra orden: junto a la pared. En un susurro alguien dijo afuera: «Celda 13,
CNH
» con una voz que creí reconocer y mirándome con unos ojos que me eran familiares, aunque la falta de mis anteojos me restaba una gran visibilidad, Sin embargo no pude recordar de quién era la voz ni los ojos intuidos a través de las rejillas.

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