Ciudad Universitaria era el refugio de los estudiantes. Allí realizaban sus asambleas, imprimían sus volantes, guardaban su propaganda.
En
CU
pintaron todo: a los mingitorios les pusieron los nombres de los jefes de policía; las aulas se llamaron Camilo Torres y Che Guevara, y letreros que advertían: «Hoy todo estudiante con vergüenza es revolucionario».
Hubo muchas niñas popis que participaron, muchas ricas de la Iberoamericana y de la Facultad de Filosofía y Letras que estudian una carrera porque «la cultura es una monada». Pero a la hora de los cocolazos de portaban valientes: ayudaron a sus compañeros, llevaban propaganda y volantes en el coche de su papá…
Nos posesionamos de muchos camiones… Nos servían de casa y sobre todo de tribuna… Sentados en sus techos, en lugar del equipaje, participábamos en las manifestaciones…
En aquella época todos nos aplaudían.
Las marchas en México habían sido, cuando mucho de 15 mil manifestantes. Pero ¡600 mil personas de todos los sectores de la población y sobre todo de jóvenes! ¿Cuándo se había visto algo semejante? En «El Angel» de la Independencia se nos unieron muchos contingentes.
¡Entramos al Zócalo! ¡Estaban repicando las campanas de catedral! Dos estudiantes de medicina subieron con el permiso del padre Jesús Pérez y también encendieron todas las luces de la fachada. Todo el mundo aplaudía sin parar.
Había que desacralizar el Zócalo y lo logramos tres veces… Por primera vez después de cuarenta años una multitud de ciudadanos conscientes de sus derechos, una multitud indignada se hacía oír frente al balcón presidencial, en la Plaza de la Constitución.
«Hay que restablecer la paz y la tranquilidad pública. Una mano está tendida; los mexicanos dirán si esa mano se queda tendida en el aire…» El presidente de la República, 1o. de agosto de 1968.
«La ocupación militar de la Ciudad Universitaria, ha sido un gesto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía». El rector Javier Barros Sierra, 19 de septiembre de 1968.
En agosto comenzaron las agresiones, el profesor e ingeniero Heberto Castillo fue salvajemente golpeado: desaparecieron numerosos muchachos, hubo varios encuentros sangrientos entre ganaderos y estudiantes.
Nadie sabe de la inmensa soledad de un joven entre los quince y veinte años.
Los soldados avanzaban a bayoneta calada como en la películas…